Capítulo I: La literatura científica sobre los problemas oníricos
En las páginas que siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta. Además, intentaré esclarecer los procesos de los que depende la singular e impenetrable apariencia de los sueños y deducir de dichos procesos una conclusión sobre la naturaleza de aquellas fuerzas psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico. Conseguido esto, daré por terminada mi exposición, pues habré llegado en ella al punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de buscarse por el examen de un distinto material. Si comienzo por exponer aquí una visión de conjunto de la literatura existente hasta el momento sobre los sueños y del estado científico actual de los problemas oníricos, ello obedece a que en el curso de mi estudio no se me han de presentar muchas ocasiones de volver sobre tales materias.
La comprensión científica de los sueños no ha realizado en más de diez siglos sino escasísimos progresos; circunstancia tan generalmente reconocida por todos los que de este tema se han ocupado, que me parece inútil citar aquí al detalle opiniones aisladas. En la literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas observaciones y un rico e interesantísimo material relativo al objeto de nuestro estudio; pero, en cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva definitivamente el enigma que los mismos nos plantean. Como es lógico, el conocimiento que de esas cuestiones ha pasado al núcleo general de hombres cultos, pero no dedicados a la investigación científica, resulta aún más incompleto. Cuál fue la concepción que en los primeros tiempos de la Humanidad se formaron de los sueños los pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el fenómeno onírico en su comprensión del mundo y del alma, son cuestiones de tan alto interés, que sólo obligadamente y a disgusto me he decidido a excluir su estudio del conjunto del presente trabajo y a limitarme a remitir al lector a las conocidas obras de sir J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros, añadiendo únicamente por mi cuenta que el alcance de estos problemas y especulaciones no podrá ofrecérsenos comprensible hasta después de haber llevado a buen término la labor que aquí nos hemos marcado, o sea, la de «interpretación de los sueños».
Un eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica . Admitían éstos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo, además, una determinada intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle el porvenir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su
valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación. En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo .
Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una reciente alteración física, no advertida durante el día). Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar su perdición. Gruppe (Griechische Mithologie und Religionsgeschichte) reproduce una tal visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro: «Dividíanse los sueños en dos clases. A la primera, influida tan sólo por el presente (o el pasado), y falta, en cambio, de significación con respecto al porvenir, pertenecían los enopnia, insomnia, que reproducen inmediatamente la representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satisfacción, y los janasmapata,que amplían fantásticamente la representación dada; por ejemplo, la pesadilla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante del porvenir, y en ella se incluían: 1º., el oráculo directo, recibido en el sueño (cohmatismu, oraculum); 2º. la predicción de un suceso futuro (orama, visio), y 3º., el sueño simbólico, necesidad de interpretación (oneirod, somnium). Esta teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos.» De esta diversa estimación de los sueños surgió la necesidad de una «interpretación onírica». Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelaciones, pero no siendo posible lograr una inmediata comprensión de todos y cada uno de ellos, ni tampoco saber si un determinado sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso o hallar un medio de sustituir su contenido incomprensible por otro inteligible y pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consideró como máxima autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra, conservada hasta nuestros días, nos compensa de las muchas otras del mismo contenido que se han perdido .
Hasta hace poco se han visto impulsados casi todos los autores a tratar conjuntamente el estado de reposo y de los sueños, así como a agregar al estudio de estos últimos el de estados y fenómenos análogos, pertenecientes ya a los dominios de la Psicopatología (alucinaciones, visiones, etc.). «En cambio, en los trabajos más modernos aparece una tendencia a seleccionar un tema restringido, y no tomar como objeto sino uno solo de los muchos problemas de la vida onírica transformación en la que quisiéramos ver una expresión del convencimiento de que en problemas tan oscuros sólo por medio de una serie de investigaciones de detalle puede llegarse a un esclarecimiento y a un acuerdo definitivos. Una de tales investigaciones parciales y de naturaleza especialmente psicológica es lo que aquí me propongo ofreceros. No habiendo tenido gran ocasión de ocuparme del problema del estado de reposo -problema esencialmente fisiológico, aunque en la característica de dicho estado tenga que hallarse contenida la transformación de las condiciones de funcionamiento del aparato anímico-, quedará desde luego descartada de mi exposición la literatura existente sobre tal problema.
El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a las interrogaciones que siguen, interdependientes en parte:
1) Relación del sueño con la vida despierta.
El ingenuo juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no de origen extraterreno, sí ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo fisiólogo Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los problemas oníricos, ha expresado esta convicción en una frase, muy citada y conocida (pág. 474): «...nunca se repite la vida diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolores; por lo contrario, tiende el sueño a libertarnos de ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una labor acapara todas nuestras fuerzas espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a nuestra situación; no toma para sus combinaciones sino significantes fragmentos de la realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las circunstancias reales.» J. H. Fichte (1-541) habla en el mismo sentido de sueños de complementos (Ergaenzugtraüme) y los considera como uno de los secretos beneficiosos de la Naturaleza, autocurativa del espíritu. Análogamente se expresa también L. Strümpell en su estudio sobre la naturaleza y génesis de los sueños, obra que goza justamente de un general renombre: «El sujeto que sueña vuelve la espalda al mundo de la conciencia despierta...» Página 17: «En el sueño perdemos por completo la memoria con respecto al ordenado contenido de la conciencia despierta y de su funcionamiento normal...» Página 19: «La separación, casi desprovista de recuerdo, que en los sueños se establece entre el alma y el contenido y el curso regulares de la vida despierta...» La inmensa mayoría de los autores concibe, sin embargo, la relación de sueños con la vida despierta en una forma totalmente opuesta. Así, Haffner: «Al principio continúa el sueño de la vida despierta.
Nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la conciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los enlaza a los sucesos del día anterior.» Weygandt contradice directamente la afirmación de Burdach antes citada, pues observa que «la mayoría de los sueños nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de libertarnos de ella.» Maury dice en una sintética fórmula: Nous rêvons de ce que nous a avons vu dit, désiré ou fait, y Jessen, en su Psicología (1855, pág. 530), manifiesta, algo más ampliamente: «En mayor o menor grado, el contenido de los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual.» El filósofo J. G. E. Maas (Sobre las pasiones, 1805) es quien adopta con respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca:
«La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes
pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado, con el objeto de sus tiernas esperanzas... Todas las ansias o repulsas sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones en un sueño ya formado...» (Comunicado por Winterstein en la Zbl. für Psychoanalyse.)
Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente entre el contenido del sueño y la vida. Radestock (pág. 139) nos cita el siguiente hecho:
«Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia, se veía disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros, y, en cambio, impulsado a realizar por continuos sueños alentadores, Artabanos, el racional onirocrítico persa, le advirtió ya acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida despierta.» En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum natura hallamos los siguientes versos (IV, v. 959):
Et quo quisque fere studio devinctus adhaerer, aut quibus in rebus multum summus ante moratti atque in ea ratione fut contenta megis mens,
in somnis eadem plerumque videmur obire; causidice causas agere et componere leges, induperatores pugnare ac proelia obire, etc. .
Y Cicerón (De Divinatione, II), anticipándose en muchos siglos a Maury, escribe: Maximeque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus vigilantes aut cogitavimus aut egimus .
La manifiesta contradicción en que se hallan estas dos opiniones sobre la relación de la vida onírica con la vida despierta parece realmente inconciliable. Será, pues, oportuno recordar aquí las teorías de F. W. Hildebrandt (1875), según el cual las peculiaridades del sueño no pueden ser descritas sino por medio de «una serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradicción». «La primera de estas antítesis queda constituida por la separación rigurosísima y la indiscutible íntima dependencia que simultáneamente observamos entre los sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilancia. Podríamos decir que constituye una existencia aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo real...» A continuación expone Hildebrandt cómo al dormirnos desaparece todo nuestro ser con todas sus formas de
existencia. Entonces hacemos, por ejemplo, en sueños, un viaje a Santa Elena para ofrecer al cautivo emperador Napoleón una excelente marca de vinos del Mosela. Somos recibidos amabilísimamente por el desterrado, y casi sentimos que el despertar venga a interrumpir aquellas interesantes ilusiones. Una vez despiertos comparamos la situación onírica con la realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos pensado en dedicarnos a tal actividad. Tampoco hemos realizado jamás una travesía, y si hubiéramos de emprenderla no eligiríamos seguramente Santa Elena como fin de la misma. Napoleón no nos inspira simpatía alguna, sino, al contrario, una patriótica aversión. Por último, cuando Bonaparte murió en el destierro no habíamos nacido aún, y, por tanto, no existe posibilidad alguna de suponer una relación personal. De este modo, nuestras aventuras oníricas se nos muestran como algo ajeno a nosotros intercalando entre dos fragmentos homogéneos y subsiguientes de nuestra vida.
Tomándola de Jessen (pág. 527), reproduciré aquí una colección de estos sueños imputables a estímulos sensoriales objetivos más o menos accidentales. Todo ruido vagamente advertido provoca imágenes oníricas correspondientes; el trueno nos sitúa en medio de una batalla, el canto de un gallo puede convertirse en un grito de angustia y el chirriar de una puerta hacernos soñar que han entrado ladrones en nuestra casa. Cuando nos destapamos soñamos quizá que andamos desnudos o hemos caído al agua. Cuando nos atravesamos en la cama y sobresalen nuestros pies de los bordes de la misma, soñamos a lo mejor que nos hallamos al borde de un temeroso precipicio o que caemos rodando desde una altura. Si en el transcurso de la noche llegamos a colocar casualmente nuestra cabeza debajo de la almohada, soñaremos que sobre nosotros pende una enorme roca, amenazando con aplastarnos. La acumulación del semen engendra sueños voluptuosos; y los dolores
locales, la idea de sufrir malos tratamientos, ser objeto de ataques hostiles o de recibir heridas... «Meier (Versuch einer Erklaerung des Nachtwandels, Halle, 1858, pág. 33) soñó una vez ser atacado por varias personas que le tendían de espaldas, le introducían por el pie, por entre el dedo gordo y el siguiente, un palo, y clavaban luego éste en el suelo. Al despertar sintió, en efecto, que tenía una paja clavada entre dichos dedos. Este mismo sujeto soñó, según Hennigs, 1784 (pág. 258), que le ahorcaban una noche en que la camisa de dormir le oprimía un poco el cuello. Hoffbauer soñó en su juventud que caía desde lo alto de un elevado muro, y al despertar observó que, por haberse roto la cama, había caído él realmente con el colchón al suelo... Gregory relata que una vez que al acostarse colocó a los pies una botella con agua caliente soñó que subía al Etna y se le hacía casi insoportable el calor que el suelo despedía. Otro individuo que se acostó teniendo una cataplasma aplicada a la cabeza soñó ser atacado por los indios y despojado del cuero cabelludo. Otro que se acostó teniendo puesta una camisa húmeda creyó ser arrastrado por la impetuosa corriente de un río. Un sujeto en el que durante la noche se inició un ataque de podagra soñó que la Inquisición le sometía al tormento del potro (Macnish).»
La hipótesis explicativa basada en la analogía entre el estímulo y el contenido del sujeto queda reforzada por la posibilidad de engendrar en el durmiente, sometiéndole a determinados estímulos sensoriales, sueños correspondientes a los mismos. Macnish y después Girón de Buzareingues han llevado a cabo experimentos de este género. Girón
«dejó una vez destapadas sus rodillas y soñó que viajaba por la noche en una diligencia». Al relatar este sueño añade la observación de que todos aquellos que tienen la costumbre de viajar saben muy bien el frío que se siente en las rodillas cuando se va de noche en un carruaje. Otra vez se acostó dejando al descubierto la parte posterior de su cabeza y soñó que asistía a una ceremonia religiosa al aire libre. En el país en que vivía era, en efecto, costumbre conservar siempre el sombrero puesto, salvo en ocasiones como la de su sueño. Maury comunica nuevas observaciones de sueños propios experimentalmente provocados. (Una serie de otros experimentos no tuvo resultado alguno.) 1. Le hacen cosquillas con una pluma en los labios y en la punta de la nariz. -Sueña que es sometido a una horrible tortura, consistente en colocarle una careta de pez y arrancársela luego violentamente con toda la piel del rostro. 2. Frotan unas tijeras contra unas tenazas de chimenea. -Oye sonar las campanas, luego tocar a rebato y se encuentra trasladado a los días revolucionarios de junio de 1848. 3. Le dan a oler agua de Colonia. -Se halla en El Cairo, en la tienda de Juan María Farina. Luego siguen locas aventuras que no puede reproducir. 4. Le pellizcan ligeramente en la nuca.-Sueña que le ponen una cataplasma y piensa en un médico que le asistió en su niñez. 5. Le acercan a la cara un hierro caliente.-Sueña que los chauffeurs han entrado en la casa y obligan a sus habitantes a revelarles dónde guardan el dinero, acercando sus pies a las brasas de la chimenea.
Luego aparece la duquesa de Abrantes, cuyo secretario es él en su sueño. 6. Le vierten una gota de agua sobre la frente.-Está en Italia, suda copiosamente y bebe vino blanco de Orvieto. 7. Se hace caer sobre él repetidas veces, a través de un papel rojo, la luz de una vela. -Sueña con el tiempo, con el calor y se encuentra de nuevo en medio de una tempestad de la que realmente fue testigo en una travesía.
D'Hervey, Weygandt y otros han realizado también experimentos de este género. Muchos autores han observado «la singular facilidad con que el sueño logra entretejer en su contenido súbitas impresiones sensoriales, convirtiéndolas en el desenlace, ya paulatinamente preparado de dicho contenido» (Hildebrandt). «En mis años de juventud - escribe este mismo autor- acostumbraba tener en mi alcoba un reloj despertador cuyo repique me avisase a la hora de levantarme. Pues bien: más de cien veces sucedió que el agudo sonido del timbre venía a adaptarse de tal manera al contenido de un sueño largo y coherente en apariencia, que la totalidad del mismo parecía no ser sino su necesario antecedente y hallar en él su apropiada e indispensable culminación lógica y su fin natural.» Con un distinto propósito citaré tres de estos sueños provocados por un estímulo que pone fin al reposo.
Volkelt (pág. 68): «Un compositor soñó que se hallaba dando clase y que al acabar una explicación se dirigía a un alumno preguntándole: '¿Me has comprendido?' El alumno responde a voz en grito: '¡Oh, sí! ¡Orja!' Incomodado por aquella manera de gritar, le manda que baje la voz. Pero la clase entera grita ya a coro: '¡Orja!' Después: '¡Eurjo!' Y, por último, '¡Feuerjo! (¡Fuego!)' En este momento despierta por fin el sujeto, oyendo realmente en la calle el grito de '¡Fuego !'» Garnier (Traité des facultés de l'ƒme, 1865) relata que cuando se intentó asesinar a Napoleón, haciendo estallar una máquina infernal al paso de su carruaje, iba el emperador durmiendo y la explosión interrumpió un sueño en el que revivía el paso del Tagliamento y oía el fragor del cañoneo austríaco. Al despertar sobresaltado, lo hizo con la exclamación: «¡Estamos exterminados!» Uno de los sueños de Maury ha llegado a hacerse célebre (pág. 161). Hallándose enfermo en cama soñó con la época del terror durante la Revolución francesa, asistió a escenas terribles y se vio conducido ante el tribunal revolucionario, del que formaban parte Robespierre, Marat, Fourquier-Tinville y demás tristes héroes de aquel sangriento período.
Después de un largo interrogatorio y de una serie de incidentes que no se fijaron en su memoria, fue condenado a muerte y conducido al cadalso en medio de una inmensa multitud. Sube al tablado, el verdugo le ata a la plancha de la guillotina, bascula ésta, cae la cuchilla y Maury siente cómo su cabeza queda separada del tronco. En este momento despierta presa de horrible angustia y encuentra que una de las varillas de las cortinas de la cama ha caído sobre su garganta análogamente a la cuchilla ejecutora. Este sueño provocó una interesante discusión que en la Revue Philosophique sostuvieron Le Lorrain y Egger sobre cómo y en qué forma era posible al durmiente acumular en el corto espacio de tiempo transcurrido entre la percepción del estímulo despertador y el despertar una cantidad aparentemente tan considerable de contenido onírico. En los ejemplos de este género se nos muestran los estímulos sensoriales objetivos advertidos durante el reposo como la más comprensible y evidente de las fuentes oníricas, circunstancia a la que se debe que sea ésta la única que ha pasado al conocimiento vulgar. En efecto, si a un hombre culto, pero desconocedor de la literatura científica sobre estas materias, le preguntamos cómo nacen los sueños, nos contestará seguramente citando alguno de aquellos casos en los que el sueño queda explicado por un estímulo sensorial objetivo comprobado al despertar.
Pero la observación científica no puede detenerse aquí y halla motivo de nuevas interrogaciones en el hecho de que el estímulo que durante el reposo actúa sobre los
sentidos no aparece en el sueño en su forma real, sino que es sustituido por una representación cualquiera distinta relacionada con él en alguna forma. Pero esta relación que une el estímulo y el resultado onírico es, según palabra de Maury, «une affinité quelconque, mais qui n'est pas unique et exclusive (pág. 72). Después de leer los tres sueños interruptores del reposo que a continuación tomamos de Hildebrandt, no podemos por menos de preguntarnos por qué el mismo estímulo provocó tres resultados oníricos tan distintos y por qué precisamente tales tres: (Pág. 37): «En una mañana de primavera paseo a través de los verdes campos en dirección a un pueblo vecino, a cuyos habitantes veo dirigirse, vestidos de fiesta y formando numerosos grupos, hacia la iglesia, con el libro de misa en la mano. Es, en efecto, domingo, y la primera misa debe comenzar dentro de pocos minutos. Decido asistir a ella; pero como hace mucho calor, entro, para reposar, en el cementerio que rodea la iglesia. Mientras me dedico a leer las diversas inscripciones funerarias oigo al campanero subir a la torre y veo en lo alto de la misma la campanita pueblerina que habrá de anunciar dentro de poco el comienzo del servicio divino. Durante algunos instantes la campana permanece inmóvil, pero luego comienza a agitarse y de repente sus sones llegan a hacerse tan agudos y claros que ponen fin a mi sueño. Al despertar oigo a mi lado el timbre del despertador.»
Otra comunicación: «Es un claro día de invierno y las calles se hallan cubiertas por una espesa capa de nieve. Tengo que tomar parte en una excursión en trineo, pero me veo obligado a esperar largo tiempo antes que se me anuncie que el trineo ha llegado a mi puerta. Antes de subir a él hago mis preparativos, poniéndome el gabán de pieles e instalando en el fondo del coche un calentador. Por fin subo al trineo, pero el cochero no se decide a dar la señal de partida a los caballos. Sin embargo, éstos acaban por emprender la marcha, y los cascabeles de sus colleras, violentamente sacudidos, comienzan a sonar, pero con tal intensidad que el cascabeleo rompe inmediatamente la tela de araña de mi sueño. También esta vez se trataba simplemente del agudo timbre de mi despertador.»
Tercer ejemplo: «Veo a mi criada avanzar por un pasillo hacia el comedor llevando en una pila varias docenas de platos. La columna de porcelana me parece a punto de perder el equilibrio. 'Ten cuidado -le advierto a la criada-, vas a tirar todos los platos'. La criada me responde, como de costumbre, que no me preocupe, pues ya sabe ella lo que se hace; pero su respuesta no me quita de seguirla con una mirada inquieta. En efecto, al llegar a la puerta del comedor tropieza, y la frágil vajilla cae, rompiéndose en mil pedazos sobre el suelo y produciendo un gran estrépito, que se sostiene hasta hacerme advertir que se trata de un ruido persistente, distinto del que la porcelana ocasiona al romperse y parecido más bien al de un timbre. Al despertar compruebo que es el repique del despertador.»
El problema que plantea este error en que con respecto a la verdadera naturaleza del estímulo sensorial objetivo incurre el alma en el sueño ha sido resuelto por Strümpell -y casi idénticamente por Wundt- en el sentido de que el alma se encuentra con respecto a tales estímulos, surgidos durante el estado de reposo, en condiciones idénticas a las que presiden la formación de ilusiones. Para que una impresión sensorial quede reconocida o exactamente interpretada por nosotros, esto es, incluida en el grupo de recuerdos al que, según toda nuestra experiencia anterior, pertenece, es necesario que sea suficientemente fuerte, precisa y duradera y que, por nuestra parte, dispongamos de tiempo para realizar la
necesaria reflexión. No cumpliéndose estas condiciones, nos resulta imposible llegar al conocimiento del objeto del que la impresión procede, y lo que sobre esta última construimos no pasa de ser una ilusión. «Cuando alguien va de paseo por el campo y distingue imprecisamente un objeto lejano, puede suceder que al principio lo suponga un caballo.» Visto luego el objeto desde más cerca, le parecerá ser una vaca echada sobre la tierra, y, por último, esta representación se convertirá en otra distinta y ya definitiva, consistente en la de un grupo de hombres sentados. De igual naturaleza indeterminada son las impresiones que el alma recibe durante el estado de reposo por la actuación de estímulos externos, y fundada en ellas, construirá ilusiones, valiéndose de la circunstancia de que cada impresión hace surgir en mayor o menor cantidad imágenes mnémicas, las cuales dan a la misma su valor psíquico. De cuál de los muchos círculos mnémicos posibles son extraídas las imágenes correspondientes y cuáles de las posibles relaciones asociativas entran aquí en juego, son cuestiones que permanecen aun después de Strümpell, indeterminables y como abandonadas al arbitrio de la vida anímica.
Nos hallamos aquí ante un dilema. Podemos admitir que no es factible perseguir más allá la normatividad de la formación onírica y renunciar por tanto a preguntar si la interpretación de la ilusión provocada por la impresión sensorial no se encuentra sometida a otras condiciones. Pero también podemos establecer la hipótesis de que la excitación sensorial objetiva surgida durante el reposo no desempeña, como fuente onírica, más que un modestísimo papel y que la selección de las imágenes mnémicas que se trata de despertar queda determinada por otros factores. En realidad, si examinamos los sueños experimentalmente generados de Maury, sueños que con esta intención he comunicado tan al detalle, nos inclinamos a concluir que el experimento realizado no nos descubre propiamente sino el origen de uno solo de los elementos oníricos, mientras que el contenido restante del sueño se nos muestra más bien demasiado independiente y demasiado determinado en sus detalles para poder ser esclarecido por la única explicación de su obligado ajuste al elemento experimentalmente introducido. Por último, cuando averiguamos que la misma impresión objetiva encuentra a veces en el sueño una singularísima interpretación, ajena por completo a su naturaleza real, llegamos incluso a dudar de la teoría de la ilusión y del poder de las impresiones objetivas para conformar los sueños.
M. Simon refiere un sueño en el que vio varias personas gigantescas sentadas a comer en derredor de una mesa y oyó claramente el tremendo ruido que sus mandíbulas producían al masticar. Al despertar oyó las pisadas de un caballo que pasaba al galope ante su ventana. Si las pisadas de un caballo despertaron en este sueño representaciones que parecen pertenecer al círculo de recuerdos de los viajes de Gulliver -la estancia de éste entre los gigantes de Probdingnan-, y del virtuoso Houyhnhnms, si me arriesgo a interpretar sin la ayuda del soñador, ¿no habrá sido facilitada además la elección de este círculo de recuerdos, tan ajenos al estímulo, por otros motivos? .
b) Estímulos sensoriales internos (subjetivos)
A despecho de todas las objeciones, nos vemos obligados a admitir como indiscutible la intervención durante el reposo, y a título de estímulos oníricos, de las excitaciones sensoriales objetivas. Mas cuando estos estímulos se nos muestran de naturaleza y frecuencia insuficientes para explicar todas las imágenes oníricas, nos inclinaremos a buscar fuentes distintas, aunque de análoga actuación. Ignoro qué autor inició la idea de agregar como fuentes de sueños, a los estímulos externos, las excitaciones internas (subjetivas); pero el hecho es que en todas las exposiciones modernas de la etiología de los sueños se sigue esta norma. «A mi juicio -dice Wundt (página 363)-, desempeñan también un papel esencial en las ilusiones oníricas aquellas sensaciones subjetivas, visuales o auditivas, que en el estado de vigilia nos son conocidas como caos luminoso del campo visual oscuro, zumbido de oídos, etc., entre ellas especialmente las excitaciones subjetivas de la retina, con lo que quedaría explicada la singular tendencia del sueño a presentarnos considerables cantidades de objetos análogos e idénticos -pájaros, mariposas, peces, cuentas de colores, flores, etc.- ; en estos casos, el polvillo luminoso del campo visual oscuro toma una forma fantástica, y los puntos luminosos de que se compone quedan encarnados por el sueño en otras tantas imágenes independientes que a causa de la movilidad del caos luminoso son consideradas como dotadas de movimiento. Aquí radica quizá también la gran preferencia del sueño por las más diversas figuras zoológicas, cuya riqueza de formas se adapta fácilmente a la especial de las imágenes luminosas y subjetivas.» Las excitaciones sensoriales subjetivas poseen, desde luego, en calidad de fuentes de las imágenes oníricas, la ventaja de no depender, como las objetivas, de causalidades exteriores. Se hallan, por decirlo así, a la disposición del esclarecimiento del sueño siempre que para ello las necesitamos. Pero, en cambio, presentan, con respecto a las excitaciones sensoriales objetivas, el inconveniente de que su actuación como estímulos oníricos nos resulta susceptible -o sólo con grandes dificultades- de aquella comprobación que la observación y el experimento nos proporcionan en las primeras.
El poder provocador de sueños de las excitaciones sensoriales subjetivas nos es demostrado principalmente por las llamadas alucinaciones hipnagógicas, que han sido descritas por J. Müller como «fenómenos visuales fantásticos», y consisten en imágenes, con frecuencia muy animadas y cambiantes, que muchos individuos suelen percibir en el período de duermevela anterior al dormir y pueden perdurar durante un corto espacio de tiempo después que el sujeto ha abierto los ojos. Maury, en quien eran frecuentísimas tales alucinaciones, las estudió cuidadosamente, y afirma su conexión y hasta su identidad con las imágenes oníricas, teoría que sostiene también J. Müller. Para su génesis -dice Maury- es necesaria cierta pasividad anímica, un relajamiento de la atención. Pero basta que caigamos por un segundo en un tal letargo para percibir, cualquiera que sea nuestra disposición de momento, una alucinación hipnagógica, después de la cual podemos despertar volver a aletargarnos, percibir nuevas alucinaciones hignagógicas, y así sucesivamente, hasta que acabamos por conciliar, ya profundamente, el reposo. Si en estas circunstancias despertamos de nuevo al cabo de un intervalo no muy largo, podremos comprobar, según Maury, que en nuestros sueños durante dicho intervalo han tomado parte aquellas mismas imágenes percibidas antes como alucinaciones hipnagógicas. Así sucedió
una vez a Maury con una serie de figuras grotescas, de rostro desencajado y extraños peinados, que, después de importunarle antes de conciliar el reposo, se incluyeron en uno de sus sueños. Otra vez en que, hallándose sometido a una rigurosa dieta, experimentaba una sensación de hambre, vio hipnagógicamente un plato y una mano, armada de tenedor, que tomaba comida con él. Luego, dormido, soñó hallarse ante una mesa ricamente servida y oyó el ruido que los invitados producían con los tenedores. En otra ocasión, padeciendo de una dolorosa irritación de la vista, tuvo antes de dormirse una alucinación hipnagógica, consistente en la visión de una serie de signos microscópicos que le era preciso ir descifrando uno tras otro con gran esfuerzo. Una hora después, al despertar, recordó un sueño en el que había tenido que leer trabajosamente un libro impreso en pequeñísimos caracteres.
Análogamente a estas imágenes pueden surgir hipnagógicamente alucinaciones objetivas de palabras, nombres, etc., que luego se repiten en el sueño subsiguiente, constituyendo así la alucinación una especie de abertura en la que se inician los temas principales que luego habrán de ser desarrollados. Igual orientación que J. Müller y Maury sigue en la actualidad un moderno observador de las alucinaciones hipnagógicas, G. Trumbull Ladd. A fuerza de ejercitarse, llegó a poder interrumpir voluntariamente su reposo de dos a cinco minutos después de haberlo conciliado, y sin abrir los ojos hallaba ocasión de comparar las sensaciones de la retina, que en aquel momento desaparecían, con las imágenes oníricas que perduraban en su recuerdo. De este modo asegura haber logrado comprobar, en todo caso, la existencia entre aquellas sensaciones y estas imágenes de una íntima relación, consistente en que los puntos y líneas luminosos de la luz propia de la retina constituían como el esquema o silueteado de las imágenes oníricas psíquicamente percibidas. Así, un sueño en el que se vio leyendo y estudiando varias líneas de un texto impreso en claros caracteres correspondía a una ordenación en líneas paralelas de los puntos luminosos de la retina.
O para decirlo con sus propias palabras: la página claramente impresa que leyó en su sueño se transformó luego en un objeto que su percepción despierta interpretó como un fragmento de una hoja realmente impresa que para verla más precisamente desde una larga distancia la contemplaba a través de un pequeño agujero practicado en una hoja de papel. Ladd opina -sin disminuir la importancia de la parte central del fenómeno- que apenas si se desarrolla en nosotros un solo sueño visual que no tenga su base en los estados internos de excitación de la retina. Esto sucede especialmente en aquellos sueños que surgen en nosotros al poco tiempo de conciliar el reposo en una habitación oscura, mientras que en los sueños matutinos queda constituida la fuente de estímulos por la luz que penetra ya en el cuarto y hasta los ojos del durmiente. El carácter cambiante y capaz de infinitas variaciones de la excitación de la luz propia corresponde exactamente a la inquieta huida de imágenes que nuestros sueños nos presentan. Si admitimos la exactitud de estas observaciones de Ladd, no podemos por menos de considerar muy elevado el rendimiento onírico de esta fuente de estímulo subjetiva, pues las imágenes visuales constituyen el principal elemento de nuestros sueños. La aportación de los restantes dominios sensoriales, incluso el auditivo, es menor y más inconstante.
Lo que no se ha conseguido descubrir todavía son los motivos que deciden que la evocación de las imágenes no procedentes del exterior se realice conforme a estas o aquellas leyes asociativas. Se ha observado, sin embargo, repetidamente, que las asociaciones que enlazan a las representaciones oníricas entre sí son de una peculiarísima naturaleza y diferentes por completo de las que actúan en el pensamiento despierto. Así, dice Volkelt (pág. 15): «Las representaciones se persiguen y se enlazan en el sueño conforme a analogías casuales y a conexiones apenas perceptibles. Todos los sueños se hallan entrelazados por tales asociaciones, negligentes y lejanas.» Maury concede máxima importancia a este carácter del enlace de las representaciones, que le permite establecer una más íntima analogía entre la vida onírica y ciertas perturbaciones mentales. Reconoce dos caracteres principales del délire: 1º. Une action spontanée et comme automatique de l'esprit. 2º. Une asociation vicieuse et irrégulière d'idées (pág. 126). Este mismo autor nos refiere dos excelentes ejemplos de sueños, en los que el enlace de las representaciones oníricas fue determinado exclusivamente por la similicadencia de las palabras. En uno de estos sueños comenzó por emprender una peregrinación (pélèrinage) a Jerusalén o a la Meca, y después de un sinnúmero de aventuras llegó a casa del químico Pelletier, el cual, al cabo de una larga conversación, le entregó una pala (pelle) de cinc, que en el fragmento onírico siguiente se convirtió en una gran espada de combate (pág. 137). Otra vez soñó que paseaba por una carretera, leía en los guardacantones las cifras indicadoras de los kilómetros y se detenía después en una droguería, en la que un individuo colocaba pesas de kilo en una gran balanza con objeto de pesarle; luego el droguero se dirigía a él y le decía: «No está usted en París, sino en la isla de Gilolo.» En el resto de este sueño vio la flor llamada lobelia y al general López, cuya muerte había leído recientemente en los periódicos. Por último, despertó cuando comenzaba a jugar con otras personas en una partida de lotería .
Como era de esperar, esta desestimación de los rendimientos psíquicos del sueño ha hallado también sus contradictores. Sin embargo, no parece fácil sostener la afirmación
contraria. No posee, en efecto, gran importancia que uno de los autores que rebajan el valor de la vida onírica (Spitta, pág. 118) asegure que los sueños son regidos por las mismas leyes psicológicas que reinan en la vida despierta, ni tampoco que otro investigador (Dugas) manifieste que le rêve n'est pas déraison, ni même irraison pure, mientras que ninguno de ellos se tome el trabajo de armonizar estas opiniones con la anarquía y desorganización psíquicas que en el sueño atribuyen a todas las funciones. En cambio, otros autores parecen haber entrevisto que la demencia de los sueños podía no carecer de método, no siendo quizá sino fingimiento, como la del Hamlet shakesperiano.
Estos autores tienen que haber huido de juzgar a los sueños por su apariencia o, de lo contrario, la que los mismos les han ofrecido ha sido muy diferente de la que ofrecieron a los demás. Así, Havelock Ellis (1899), sin querer detenerse en el aparente absurdo del sueño, lo considera como an archaic world of vast emotions and imperfect thougths, cuyo estudio podría enseñarnos a conocer fases primitivas de la vida psíquica. J. Sully (pág. 362) representa esta misma concepción de los sueños, pero de un modo aún más comprensivo y profundo. Sus manifestaciones son tanto más interesantes y dignas de consideración cuanto que se trata de un psicólogo del que sabemos se hallaba convencido, quizá como ningún otro, del sentido oculto de los sueños. Now our dreams are a means of conserving these succesive personalities. When asleep we go back to the old ways of looking at things and of feeling about then, to impulses and activities which long ago dominated us. Un pensador como Delboeuf afirma -aunque cierto es que sin presentar prueba alguna contra las aducidas en contrario- que dans le sommeil, hormis la perception, toutes les facultés on de l'esprit, intelligence, imagination mémoire, volonté, moralité, restent intactes dans leur essence; seulement elles s'appliquent à des objets imaginaires et mobiles. Le songeur est un acteur qui joue à volonté les fous et les sages, les bourreaux et les victimes, les nains et les géants, les démons et las anges (pág. 222). El marqués D'Hervey, que sostuvo vivas polémicas con Maury, y cuya obra no me he podido procurar, no obstante haberla buscado con empeño, parece haber sido quien con mayor energía ha negado la degradación del rendimiento psíquico en el sueño.
Refiriéndose a él, dice Maury (pág. 19): M. le marquis d'Hervey, prête à l'intelligence durante le sommeil toute sa liberté d'action et d'attention et il ne semble faire consister le sommeil que dans l'occlusion des sens, dans leur fermenture a un monde extérieur; en sorte que l'homme qui dort no se distingue guère, selon sa manière de voir, de l'homme qui laisse vaguer sa pensée en se bouchant les sens; toute la différence qui sépare alors la pensée ordinaire de celle du dormeur c'est que, chez celui-ci, l'idée prend une forme visible, objetive et ressemble, à s'y méprendre, à la sensation déterminée par les objets extérieurs; le souvenir revèt l'apparence du fait présent. Pero a continuación añade qu'il y a une différence de plus et capitale, à savoir, que les facultés intellectuelles de l'homme endormi n'ofrent pas l'equilibre qu'elles gardent chez l'homme eveillé. En Vaschide, que nos facilita un más completo conocimiento del libro de D'Hervey, encontramos que este último se pronuncia sobre la aparente incoherencia de los sueños en la forma siguiente: L'image du rêve est la copie de l'idée. Le principal est l'idée; la vision n'est qu'accesoire. Ceci êtabli, il faut savoir suivre la marches des idées, il faut savoir analyser le tissu des rêves; l'incohérence devient alors compréhensible, les conceptions les plus fantastiques
deviennent des faist simples et parfaitement logiques (pág. 146). Y (pág. 147): Les rêves les plus bizarres trouvent mème une explication des plus logiques quand on sait les analyser.
J. Stärcke cita una análoga explicación, dada a la incoherencia onírica por un antiguo autor, Wolf Davidson (1799), desconocido para mí (pág. 136): «Los singulares saltos de nuestras representaciones oníricas tienen todos su fundamento en la ley de la asociación; lo que sucede es que este enlace se realiza a veces en el alma de un modo harto oscuro, resultando así que con frecuencia creemos observar un salto de la asociación en casos en que dicho salto no existe.» La escala de la apreciación del sueño como producto psíquico alcanza en la literatura científica una gran amplitud. Partiendo del más profundo menosprecio, cuya expresión ya nos es conocida, y pasando luego por la sospecha de un valor aún no descubierto, llega hasta la exagerada estimación, que coloca al sueño muy por encima de los rendimientos de la vida despierta. Hildebrandt, que, como sabemos, encierra en tres antinomias las características psicológicas de la vida onírica, reúne en la tercera de ellas los extremos de esta serie (pág. 19). Esta tercera antinomia es la existente «entre una elevación o potenciación de la vida anímica, que llega muchas veces hasta el virtuosismo, y una minoración y debilitación de la misma, llevada con frecuencia por bajo del nivel de lo humano.»
«Por lo que a lo primero se refiere, ¿quién no puede confirmar, por propia experiencia, que en las creaciones del genio del sueño se exteriorizan a veces una profundidad y una cordialidad, una claridad de concepción, una sutileza de observación y una prontitud de ingenio que modestamente negaríamos poseer si nos fueran atribuidas como cualidades constantes de nuestra vida despierta? El sueño posee una maravillosa poesía, una exacta facultad alegórica, un humorismo incomparable y una deliciosa ironía. Contempla el mundo a una peculiarísima luz idealizadora e intensifica el efecto de sus fenómenos con la más profunda comprensión de la esencia fundamental de los mismos. Nos presenta lo bello terrenal en un resplandor verdaderamente celeste; lo elevado, en su más alta majestad; lo que, según nuestra experiencia, es temeroso, en la forma más aterrorizante, y lo ridículo, con indescriptible comicidad; a veces nos hallamos, aun después de despertar, tan dominados por una de estas impresiones, que creemos no haber hallado nunca en el mundo real nada semejante.» Surge aquí la interrogación de cómo pueden referirse a un mismo objeto las despreciativas observaciones anteriores y estas entusiásticas alabanzas. ¿No habrán pasado inadvertidos para unos autores los sueños desatinados, y para otros los profundos e ingeniosos? Y si existen sueños de ambas clases, que justifican, respectivamente, ambos juicios, ¿no será ocioso buscar una característica psicológica del sueño, y deberemos limitarnos a decir que en él es todo posible, desde la más baja degradación de la vida anímica hasta una elevación de la misma, desacostumbrada en la vida despierta? Mas, por cómoda que fuera esta solución, tropieza con el inconveniente de que los esfuerzos de todos los investigadores parecen hallarse guiados por la hipótesis de que existe una característica de los sueños, de validez general en sus rasgos esenciales, susceptible de resolver las contradicciones apuntadas.
Es indiscutible que los rendimientos psíquicos del sueño han hallado un más voluntario y caluroso reconocimiento en aquel período, ya pasado, en el que los espíritus se hallan dominados por la Filosofía y no por las ciencias exactas. Manifestaciones, como la
de Schubert, de que el sueño constituye una emancipación del espíritu del poder de la naturaleza exterior, un desligamiento del alma de las ligaduras de la sensualidad, y análogos juicios de Fichte, el joven , y de otros autores, en los que se considera el sueño como una elevación de la vida anímica a un más alto nivel, nos parecen hoy apenas comprensibles. En la actualidad sólo son repetidos por los autores místicos o piadosos . La disciplina mental científica ha producido una reacción en la apreciación del sueño. Precisamente los autores médicos son los que antes se han inclinado a considerar muy escasa y falta de todo valor la actividad psíquica en el sueño, mientras que los filósofos y los observadores no profesionales -psicólogos de afición- , cuyas aportaciones a estos estudios no deben despreciarse, han continuado sosteniendo, más en armonía con las hipótesis populares, el valor psíquico del sueño. Aquellos que tienden a menospreciar el rendimiento psíquico en el sueño conceden, naturalmente, la máxima importancia etiológica a las fuentes de estímulos somáticos. En cambio, para aquellos otros que atribuyen al alma soñadora la mayor parte de las facultades que la misma posee en la vida despierta, desaparece toda razón de no atribuirle también estímulos oníricos independientes.
Entre los rendimientos extraordinarios que aun después de la más escrupulosa comparación pudiéramos inclinarnos a atribuir a la vida onírica, es el de la memoria el más patente. En páginas anteriores detallamos ya todos los hechos, nada raros, que así lo demuestran. En cambio, otra de las prerrogativas de la vida onírica que con mayor frecuencia ensalzan los autores antiguos -su facultad de franquear libremente las distancias temporales y espaciales- es, como ya observa Hildebrant, por completo ilusoria. El sueño lo hace en forma idéntica a como lo realiza el pensamiento despierto, y precisamente por no ser sino una forma del pensamiento. Con respecto al tiempo, gozaría, en cambio, el sueño de otra distinta prerrogativa, siendo independiente de su curso en un diferente sentido. Sueños como aquel en que Maury se vio guillotinar, parecen demostrar que el fenómeno onírico puede acumular en brevísimos instantes un contenido de percepciones mucho mayor que el contenido de pensamientos que nuestra actividad psíquica puede abarcar en la vida despierta. Esta deducción ha sido, sin embargo, combatida con los más diversos argumentos. Desde los artículos de Le Lorrain y Egger «sobre la aparente duración de los sueños» se ha desarrollado en derredor de este problema -tan intrincado como el profundo alcance- una interesantísima discusión, que no ha llevado aún a esclarecimiento alguno definitivo .
Después de numerosas investigaciones y de la colección de sueños publicada por Chabaneix, parece ya indiscutible que el sueño puede acoger la labor intelectual del día y conducirla a una conclusión no alcanzada en la vida despierta resolviendo así problemas y dudas que preocupan al sujeto y constituyendo una fuente de inspiración para los poetas y compositores. Pero aunque este hecho es innegable en sí, la hipótesis construida sobre él sucumbe a importantes objeciones . Por último, el afirmado poder adivinatorio del sueño constituye otro objeto de discusión, en la que a dudas difíciles de dominar se oponen tenaces afirmaciones. Sin embargo, se evita negar rotundamente -y con razón- lo que de efectivo ha sido observado en este punto, pues para toda una serie de casos existe quizá la cercana posibilidad de una natural explicación psicológica.
6) Los sentimientos éticos en el sueño.
Por motivos que sólo después del conocimiento de mis propias investigaciones sobre el sueño pueden resultar comprensibles, he separado del tema de la psicología del sueño el problema parcial de si las disposiciones y sentimientos morales de la vigilia se extienden -y hasta qué punto- a la vida onírica. La misma contradicción que con respecto a las restantes funciones anímicas hubimos de hallar con extrañeza en las exposiciones de los investigadores, vuelve aquí a surgir a nuestros ojos. En efecto, con la misma seguridad que unos muestran al afirmar que el sueño ignora en absoluto toda aspiración moral, sostienen los otros que la naturaleza moral del hombre perdura también en la vida onírica.
La experiencia onírica parece colocar la exactitud de la primera afirmación por encima de toda duda: Así escribe Jessen (pág. 553): «Tampoco nos hacemos mejores ni más virtuosos en el sueño. Más bien parece que en él calla nuestra conciencia, pues sin compadecernos por nada ni de nadie realizamos con la mayor indiferencia y sin remordimiento alguno los mayores crímenes.» Radestock (pág. 146): «Debe tenerse en cuenta que en el sueño emergen las asociaciones y se enlazan las representaciones, sin que la reflexión, la inteligencia, el gusto estético y el juicio moral puedan intervenir para nada. El juicio es debilísimo, y predomina la indiferencia ética.» Volkelt (pág. 23): «Nadie ignora el desenfreno que la vida onírica muestra, especialmente en lo que a la sexualidad se refiere. Del mismo modo que el sujeto se contempla en sus sueños falto de todo pudor y todo sentimiento ético, ve a otras personas -incluso a las que más respeta- entregadas a actos que en su vida despierta se espantaría de asociar a ellas.» En abierta oposición con estas manifestaciones se hallan otras, como la de Schopenhauer, de que todos obramos y hablamos en sueños conforme a nuestro carácter. K. Ph. Fischer afirma asimismo que en los sueños se revelan los sentimientos y aspiraciones, o afectos y pasiones subjetivos y las peculiaridades morales del durmiente.
Haffner (pág. 25): «Salvo raras excepciones, el hombre virtuoso lo será también en sueños. Rechazará las tentaciones y resistirá al odio, a la envidia, a la cólera y a los demás vicios. En cambio, el hombre pecador hallará generalmente en sus sueños aquellas imágenes que tenía ante sí en la vigilia.» Scholz (pág. 36): «Nuestros sueños entrañan algo verdadero. En ellos reconocemos nuestro propio yo, a pesar del disfraz de elevación o rebajamiento con el que se nos aparece. El hombre honrado no puede tampoco cometer en sueños un delito que le deshonre, y, si lo comete, quedará espantado, como ante algo totalmente ajeno a su naturaleza. El emperador romano que hizo ejecutar a uno de sus súbditos, confeso de haber atentado contra él en sueños, no dejaba de tener razón cuando se justificaba diciendo que el individuo que así soñaba tenía que abrigar en su vida despierta análogos pensamientos. De algo que no puede hallar lugar alguno en nuestro ánimo decimos así, muy significativamente: 'Esto no puede ocurrírseme ni en sueños.'» Por el contrario, afirma Platón que los hombres mejores son aquellos a los que sólo en sueños se les ocurre lo que los demás hacen despiertos.
Pfaff, glosando un conocido proverbio, dice: «Cuéntame durante algún tiempo lo que sueñas, y te diré lo que dentro de ti hay.» El pequeño escrito de Hildebrandt, del que ya se ha extraído tantas interesantes citas, y que constituye la más perfecta y rica contribución que a la investigación de los problemas oníricos me ha sido dado hallar en la literatura científica, da a este tema de la moralidad de los sueños una importancia esencial. También para Hildebrandt constituye una regla fija la de que cuanto más pura es la vida del sujeto, más puros serán sus sueños, y cuanto más impura, más impuros. La naturaleza moral del hombre perdura, desde luego, en el sueño: «Pero mientras que ningún error de cálculo, ninguna herejía científica ni ningún anacronismo nos hiere, ni se nos hacen siquiera sospechosos, por palpables, románticos o ridículos que respectivamente sean, distinguimos siempre lo malo; la justicia, de la injusticia; la facultad de distinguir lo bueno de la virtud, del vicio. Por mucho que sea lo que de nuestra personalidad despierta perdamos durante el reposo, el «imperativo categórico» de Kant se ha constituido de tal manera en nuestro inseparable acompañante, que ni aun en sueños llega a abandonarnos... Este hecho no puede explicarse sino por la circunstancia de que lo fundamental de la naturaleza humana, el ser moral, se halla demasiado firmemente unido al hombre para participar en el juego calidoscópico, al que la fantasía, la inteligencia, la memoria y demás facultades de igual rango sucumben en el sueño» (págs. 45 y sigs.) En la discusión de esta materia incurren ambos grupos de autores en singulares desplazamientos e inconsecuencias. Lógicamente, la hipótesis de que la personalidad moral del hombre desaparece en el sueño debiera despojar a sus partidarios de todo interés por los sueños inmorales, permitiéndoles además rechazar la posibilidad de exigir por ellos una responsabilidad al sujeto o atribuirle perversos sentimientos, con la misma tranquilidad que la equivalente de deducir por el absurdo de los sueños, la carencia de valor de los rendimientos intelectuales del sujeto en la vida despierta. En cambio, aquellos otros autores para los cuales se extiende al fenómeno onírico el dominio del imperativo categórico, deberían aceptar sin limitación alguna la responsabilidad del sujeto con respecto a sus sueños. Habríamos, únicamente, de desearles que sueños propios reprobables no les hicieran errar en la estimación de su propia moralidad, tan segura con respecto a otros dominios distintos del onírico.
Mas, por lo visto, nadie sabe a punto fijo en qué medida es bueno o malo, ni puede tampoco negar haber tenido alguna vez sueños inmorales, pues por encima de su opuesto juicio sobre la moral onírica coinciden ambos grupos de autores en un esfuerzo por esclarecer el origen de los sueños inmorales, surgiendo nuevamente opiniones contradictorias, según se vea dicho origen en las funciones de la vida psíquica o en influencias somáticamente condicionadas, ejercidas sobre la misma. El poder coactivo de la evidencia hace, sin embargo, coincidir a muchos defensores de la responsabilidad y de la irresponsabilidad en el reconocimiento de una fuente psíquica especial para la inmoralidad de los sueños. De todos modos, aquellos investigadores que extienden a los sueños la moral subjetiva, se guardan muy bien en aceptar la completa responsabilidad de los sueños propios. Haffner dice (pág. 24): «No somos responsables de nuestros sueños, porque nuestro pensamiento y nuestra voluntad quedan despojados en ellos de la base sobre la cual posee únicamente nuestra vida verdad y realidad. Siendo así, nada de lo que en sueños queremos o hacemos puede tenerse por virtud o pecado.» Pero el hombre es responsable de sus sueños pecadores en tanto en cuanto los origina indirectamente, y antes de conciliar el
reposo tiene, del mismo modo que en el resto de la vigilia, el deber de purificar moralmente su alma.
Hildebrandt ahonda mucho más en el análisis de esta mezcla de negación y afirmación de nuestra responsabilidad con respecto al contenido moral de los sueños. Después de indicar que la forma dramática de exposición adoptada por el fenómeno onírico, la acumulación de los más complicados procesos reflexivos en un brevísimo espacio de tiempo y la desvalorización y confusión -que también reconoce- de los elementos de representación, deben tenerse en cuenta, como circunstancias atenuantes, al juzgar el aspecto inmoral de los sueños, confiesa que tampoco nos es posible negar en absoluto toda responsabilidad por los pecados y faltas que en ellos cometemos. Página 49:
«Cuando queremos rechazar de un modo decidido una acusación injusta referente a nuestros propósitos o sentimientos, solemos servirnos de la expresión: «Eso no se me ha ocurrido ni aun en sueños.» Con esto manifestamos por un lado, que el dominio de los sueños es para nosotros el último por cuyo contenido pudiera exigírselos responsabilidad, puesto que nuestros pensamientos no poseen en él sino tan escasa y lejana conexión con nuestro verdadero ser, que apenas pueden ya atribuírsenos; pero al sentirnos inducidos a negar también la existencia de tales pensamientos en este dominio, confesamos al mismo tiempo indirectamente que nuestra justificación sería incompleta ni no alcanzase también hasta él. A mi juicio, hablamos aquí, siquiera sea inconscientemente, el lenguaje de la verdad.» Página 52: «No podemos suponer ningún hecho onírico cuyo primer motivo no haya cruzado antes en alguna forma a título de deseo, aspiración o sentimiento por el alma del individuo despierto.»
Este primer sentimiento no lo ha inventado el sueño; se ha limitado a copiarlo y desarrollarlo, elaborando en forma dramática un adarme de materia histórica que halló previamente en nosotros. Así, pues, el fenómeno onírico no hace sino poner en escena las palabras del Apóstol: «Aquel que odia a su hermano es un homicida.» Y mientras que conscientes de nuestra energía moral podemos sonreir, al despertar, ante el amplio cuadro perverso que nuestro sueño pecador nos ha presentado, el nódulo originario causal no presenta faceta alguna que nos mueva a risa. Nos sentimos, por tanto, responsables de nuestros extravíos oníricos; no en su totalidad, pero sí en cierto tanto por ciento.
«Comprendemos, en este indiscutible sentido, la palabra de Cristo: 'Del corazón vienen malos pensamientos', y no podemos casi defendernos de la convicción de que cada pecado cometido en el sueño trae consigo para nosotros, por lo menos, un oscuro mínimo de culpa.»
En los gérmenes de sentimientos reprobables que a título de tentaciones cruzan por nuestra alma en la vigilia encuentra, pues, Hildebrandt la fuente de inmoralidad de los sueños y no vacila en tener en cuenta estos elementos inmorales en la estimación moral de la personalidad. Estos mismos pensamientos y su idéntica valoración es lo que ha hecho acusarse a los santos y a los hombres piadosos de toda época de ser los más grandes pecadores No cabe duda alguna sobre la general aparición de estas representaciones contrastantes en la mayoría de los hombres y también con relación a dominios distintos del ético. Pero algunas veces se les ha juzgado con menos severidad. Así, Spitta transcribe las siguientes manifestaciones de A. Zeller (pág. 144): «Raras veces se halla tan felizmente
organizado un espíritu que posea en todo momento un poder absoluto y no quede estorbada la continua y clara marcha de sus pensamientos por representaciones no sólo insignificantes, sino hasta ridículas y desatinadas. Incluso los más grandes pensadores se han lamentado de esta inoportuna turba de representaciones, semejantes a las de los sueños, que perturba sus más profundas reflexiones y su más seria y sagrada labor mental.» Una observación de Hildebrandt, la de que el sueño nos permite a veces contemplar los repliegues y profundidades de nuestro ser, que durante la vigilia quedan casi siempre ocultos a nuestros ojos, arroja más clara luz sobre la situación psicológica de estos pensamientos de contraste.
Análoga idea expone Kant en un pasaje de su Antropología al afirmar que el sueño tiene por función la de descubrirnos nuestras disposiciones ocultas y revelarnos no lo que somos, sino lo que hubiéramos podido llegar a ser si hubiéramos recibido una educación diferente. Radestock (pág. 84) reproduce este juicio cuando dice que el sueño nos revela aquello que no queremos confesarnos a nosotros mismos, siendo esto lo que nos impulsa a calificarlo injustamente de mentiroso y engañador. J. E. Erdmann manifiesta: «Nunca me ha revelado un sueño lo que de un hombre debo opinar; pero lo que de él opino y cuáles son mis verdaderos sentimientos con respecto a él, eso sí me lo ha mostrado más de una vez, con gran asombro mío.» En forma semejante opina J. H. Fichte: «El carácter de nuestros sueños nos revela mucho más fielmente nuestro estado de ánimo total que el autoanálisis durante la vigilia.» Observaciones como las de Benini y Volkelt, que a continuación transcribimos, nos hacen advertir que la emergencia de estos impulsos, ajenos a nuestra conciencia moral, sólo es comparable a la ya conocida disposición del sueño sobre otro material de representaciones que falta a la vida despierta o desempeña en ella un insignificante papel. Benini: Certe nostre inclinazioni che ci credevano soffocate e spente da un pezzo, si ridestano; passioni vecchie e sepolte rivivono; cosa e persona a cui non pensiamo mai, ci vengono dinazi (pág. 149). Y Volkelt: «También representaciones que se han introducido casi inadvertidamente en la conciencia despierta y quizá no hubieran sido sacados nunca por ella del olvido, suelen revelar al sueño su presencla en el alma» (pág. 105). Por último, es éste el lugar de recordar que, según Schleiermacher, ya el acto de conciliar el reposo se halla acompañado de representaciones (imágenes) involuntarias.
En este concepto de «representaciones involuntarias» debemos incluir todo aquel acervo de representaciones cuya emergencia -tanto en los sueños inmorales como en los absurdos- despierta nuestra extrañeza. La única diferencia importante que podemos señalar entre las representaciones involuntarias referentes a la moralidad y las relativas a otros dominios es que las primeras se revelan en oposición con nuestra restante manera de sentir, mientras que las segundas se limitan a despertar nuestra extrañeza. Pero hasta el momento no hemos realizado progreso ninguno que nos permita ampliar esta diferenciación por un conocimiento más completo y profundo de sus términos. ¿Qué significación tiene la emergencia de representaciones involuntarias en el sueño? ¿Y qué conclusiones pueden deducirse para la psicología del alma despierta o soñadora de esta emergencia nocturna de sentimientos éticos contrastantes? Habremos de señalar aquí una nueva diferencia de opinión y una nueva agrupación distinta de los autores. El proceso mental de Hildebrandt y de otros representantes de su opinión fundamental no puede ser continuado sino en el sentido de que los sentimientos inmorales entrañan también en la vigilia un cierto poder
cohibido, desde luego de llegar a convertirse en actos, y que en el estado de reposo desaparece algo que, actuando como una retención, nos había impedido advertir este sentimiento. El sueño mostraría así, aunque no en su totalidad, la verdadera esencia del hombre, y pertenecería a los medios de hacer accesible a nuestro conocimiento el oculto interior del alma. Sólo partiendo de tales hipótesis puede Hildebrandt adjudicar al sueño el papel de un consejero que atrae nuestra atención sobre escondidas debilidades morales de nuestra alma del mismo modo que, según confesión de los médicos, puede anunciar a la conciencia enfermedades físicas que hasta entonces ignorábamos nos aquejaran.
Tampoco Spitta puede guiarse por otra idea cuando señala las fuentes de excitación que, por ejemplo, en la pubertad actúan sobre el alma, y consuela al sujeto diciéndole que ha hecho todo lo que en su mano se hallaba cuando ha sido virtuoso en su vida despierta y se ha esforzado en ahogar siempre los malos pensamientos, no dejándolos madurar y convertir en actos. Conforme a esta concepción, podríamos designar las representaciones involuntarias como aquellas que han sido ahogadas durante el día, y habríamos de ver en emergencia un fenómeno puramente psíquico. Mas, según otros autores, esta última conclusión es totalmente errónea. Así, para Jessen, las representaciones involuntarias exteriorizan, por medio de movimientos internos, y tanto en el sueño como en la vigilia y el delirio febril o de otro género, «el carácter de una actividad de la voluntad en reposo y de un proceso hasta cierto punto mecánico de imágenes y representaciones» (pág. 360). Un sueño inmoral no significa, con respecto a la vida anímica del soñador, sino que el mismo se había percatado alguna vez del contenido de representaciones correspondiente, pero desde luego no un sentimiento anímico propio. Determinadas manifestaciones de Maury nos inclinan a creer que atribuye al estado onírico la facultad de fragmentar en sus componentes la actividad anímica, en lugar de destruirla, sin sujeción a plan ninguno. Así, de los sueños en los que traspasamos los límites de la moralidad dice: Ce sont nos penchants qui parient et qui nous font agir, sans que la conscience nous retienne, bien que parfois alle nous avertisse. J'ai mes défauts et mes penchants vicieux à l'état de veille, je tƒche de lutter contre eux, et il m'arrive assez souvent de n'y pas succomber. Mais dans mes songes j'y succombe toujours ou, pour mieux dire, j'agis par leur impulsion, sans crainte et sans remords... Evidemment, les visions qui se déroulent devant ma pensée et qui constituent le rêve, me sont suggérées par les incitations que je ressens et que ma volonté absente ne cherche pas à refouler (pág. 113).
La creencia en la capacidad del sueño para revelar una disposición inmoral del sujeto, realmente existente, pero ahogada o escondida, no puede hallar expresión más exacta que en las siguientes palabras de Maury (pág. 115): En rêve l'homme se révèle donc tout entier à soi même dans sa nudité et sa misère natives. Dès qu'il suspend l'exercise de sa volonté, il devient le jouet de toutes les passions contre lesquelles à l'état de veille la conscience, le sentiment d'honneur, la crainte nous défendent. En otro lugar halla también la frase exacta (pág. 462): Dans le rêve, c'est surtout l'homme instinctif qui se revèle... L'homme revient, pour ainsi dire, à l'ètat de nature quand il rêve; mais moins les idées acquises ont pénetré dans son esprit, plus les penchants en dessaccord aves elles conservent encore ser lui d'influence dans le rêve. Como ejemplo aduce que sus sueños le muestran con frecuencia víctima de aquella misma superstición que con más energía ha combatida en sus escritos. Pero el valor de todas estas ingeniosas observaciones para un conocimiento
psicológico de la vida onírica queda disminuido en Maury por su resistencia a no ver en los fenómenos tan acertadamente observados por él sino pruebas del automatisme psychologique, que, a su juicios, domina la vida onírica. Este automatismo lo considera como la completa antítesis de la actividad psíquica. En sus estudios sobre la conciencia dice Stricker: «El sueño no se compone exclusivamente de engaños; cuando en él sentimos miedo de los ladrones, éstos son imaginarios, pero el miedo es real.» De este modo se nos advierte que el desarrollo de afectos en el sueño no puede ser juzgado en la misma forma que el resto del contenido onírico, y se nos plantea de nuevo el problema de qué es lo que en los procesos psíquicos del sueño puede considerarse como real; esto es, puede aspirar a ser incluido entre los procesos psíquicos de la vigilia.
7) Teorías oníricas y función del sueño.
Un conjunto de juicios sobre el sueño que intente explicar, desde un determinado punto de vista, la mayor suma posible de los caracteres observados en su investigación y fije al mismo tiempo su situación con respecto a un más amplio campo de fenómenos, merecerá ser calificado de teoría onírica. Las distintas teorías que de este modo puedan establecerse se diferenciarán en el carácter que de los sueños consideren como esencial, enlazando a él las explicaciones y relaciones constitutivas de su contenido. No habrá de ser condición indispensable que de todas y cada una de ellas pueda deducirse una función o utilidad del fenómeno onírico; pero obedeciendo a nuestra acostumbrada orientación teleológica, habremos de preferir aquellas que entrañen el conocimiento de una tal función. Conocemos ya varias concepciones de los sueños merecedoras, en este sentido, del nombre de teorías oníricas. Así, la antigua creencia de que los sueños eran enviados por los dioses para dirigir los actos de los hombres constituía una teoría completa que explicaba todo lo que en el fenómeno onírico presenta interés. Desde que el sueño ha llegado a ser objeto de la investigación biológica, ha surgido un número más considerable que nunca de teorías oníricas; pero entre ellas existen algunas harto incompletas. Renunciando a incluirlas en su absoluta totalidad, puede intentarse la siguiente clasificación -no extremadamente rigurosa- de las teorías oníricas, conforme a la hipótesis que sobre la magnitud y la naturaleza de la actividad psíquica en el sueño les sirva de base.
1º. Aquellas teorías que, como la de Delboeuf, hacen perdurar en el sueño la total actividad psíquica de la vigilia. Según ellas, el alma no duerme; su aparato permanece intacto, pero sometida a las condiciones del estado de reposo, distintas de las correspondientes a la vigilia, tiene que producir, aun funcionando normalmente, rendimientos distintos. Surge aquí la duda de si estas teorías consiguen derivar, en su totalidad de las condiciones del estado de reposo, las diferencias que se nos muestran entre el sueño y la reflexión. Pero, además, falta en ellas toda posibilidad de deducir la existencia de una función onírica. No nos explican para qué soñamos ni por qué el complicado
mecanismo del aparato anímico sigue funcionando aun después de haber sido colocado en circunstancias para las que no se halla calculado. En esta situación, las únicas reacciones adecuadas serían dormir sin sueños o despertar cuando sobreviniera un estímulo perturbador; pero nunca soñar.
Mientras no me era conocido sino el contenido manifiesto, no se me evidenciaba más que una sola relación del sueño con una impresión diurna; en cambio, una vez efectuado el análisis, se me revela, en otro suceso del mismo día, una segunda fuente del sueño. La primera de estas impresiones a las que el sueño se refiere es de carácter indiferente, constituyendo una circunstancia accesoria: el haber visto en el escaparate de una librería un libro cuyo título atrae fugitivamente mi atención y cuyo contenido apenas debía interesarme. La segunda impresión posee, en cambio, un alto valor psíquico: he dialogado con mi amigo el oculista durante cerca de una hora, haciéndole determinadas indicaciones de gran interés para ambos, y esta conversación ha provocado en mí la emergencia de recuerdos acompañados de los más diversos sentimientos. Además, nuestro diálogo quedó interrumpido, antes de terminar, por la llegada de unos amigos.
¿Qué relación tienen entre sí y con el sueño las dos impresiones diurnas señaladas? En el contenido manifiesto no encuentro sino una alusión a la impresión indiferente, y de este modo queda confirmado que el sueño acoge con preferencia en dicho contenido aquello que en la vida diurna no posee sino un carácter secundario. Por el contrario, en la interpretación onírica nos conduce todo al suceso importante, justificadamente estimulador. Si, como constituye la única forma acertada, juzgo el sentido del sueño por el contenido latente que el análisis nos ha revelado, habré llegado inopinadamente a un nuevo e importante conocimiento. El enigma de la preferencia exclusiva del sueño por los fragmentos sin valor de la vida diurna desaparece por completo y queda probada la inexactitud de aquellas afirmaciones que pretende que la vida anímica de la vigilia no continúa en el sueño, y que el mismo prodiga, en cambio, actividad psíquica en materia insignificante. La verdad es totalmente opuesta. Aquello que nos ha impresionado durante el día domina también las ideas del sueño, y sólo por aquellas materias que en la vigilia han estimulado nuestro pensamiento nos tomamos el trabajo de soñar.
La explicación más próxima de por qué sueño con la impresión diurna indiferente, siendo otra, justificadamente estimuladora, la que ha provocado mi sueño, es quizá la de
que se trata nuevamente de un fenómeno de la deformación onírica, proceso que antes atribuimos a un poder psíquico que reina a título de censura. El recuerdo de la monografía sobre los ciclámenes es empleado como si constituyese una alusión a mi diálogo con Königstein, idénticamente a como en el sueño de la comida fracasada queda representada la amiga de la sujeto por la alusión salmón ahumado. Fáltanos averiguar por conducto de qué elementos intermedios puede entrar la impresión producida por la monografía en una relación alusiva con mi conversación con el oculista, pues a primera vista nos es imposible hallar conexión alguna de este género. En el ejemplo de la comida fracasada queda establecida una tal relación desde el primer momento, pues el salmón ahumado pertenece, a título de plato preferido de la amiga, al círculo de representaciones que la persona de la misma ha de despertar en la sujeto del sueño. Pero en nuestro nuevo ejemplo se trata de dos impresiones separadas, que al principio no tiene nada común, sino el haber surgido en un mismo día. La monografía me ha llamado la atención por la mañana, y la conversación se desarrolló a finales de la tarde. La respuesta que a estos hechos nos da el análisis es la siguiente: tales relaciones, inexistentes al principio entre las dos impresiones, quedan establecidas subsiguientemente entre los respectivos contenidos de representaciones. En la redacción del análisis he hecho ya resaltar los elementos intermedios correspondientes. A la representación de la monografía sobre los ciclámenes no habría yo enlazado, probablemente, si no hubieran sobrevenido influencias de distinto origen, más que una sola idea: la de que dicha flor es la preferida de mi mujer, o quizá también el recuerdo de la historia de la señora de L., ideas que no creo hubieran bastado para provocar un sueño.
There needs no ghost, my lord, come from the grave, To tell us this. (Hamlet.) Pero he aquí que el análisis me recuerda que la persona que interrumpió nuestra conversación se llamaba Gärtner (jardinero) y que hallé a su mujer floreciente. Además, recuerdo ahora, a posteriori, que en mi conversación con Königstein hablé también de una paciente mía que lleva el bello nombre de Flora. Por medio de estos elementos intermedios, pertenecientes al círculo de representaciones de la botánica, es como he debido de llevar a cabo el enlace de los dos sucesos diurnos, el indiferente y el interesante. A continuación fueron estableciéndose otras relaciones, siendo la primera la de la cocaína, la cual podía unir congruente y justificadamente la persona del doctor Königstein y una monografía botánica escrita por mí. Estas relaciones fortifican la fusión de los dos círculos de representaciones en uno sólo, permitiendo de este modo que un fragmento del primer suceso pudiera ser utilizado como alusión al segundo. Sé que esta explicación será combatida y calificada de arbitraria o artificiosa. ¿Qué hubiera sucedido si no hubiéramos encontrado al profesor Gärtner (jardinero) y a su floreciente esposa y si la paciente de que hablamos se hubiese llamado Ana y no Flora ? La respuesta es sencilla. Si estas relaciones de ideas no hubieran existido hubieran sido elegidas otras distintas. Nada más fácil, en efecto que establecer relaciones de este género; los chistes, adivinanzas y acertijos que nos hacen reír o nos entretienen en la vida diurna lo demuestran constantemente. El dominio del chiste es limitado. Pero aún hay más; si no hubiera sido posible establecer entre las dos impresiones del día relaciones intermedias suficientemente eficaces, habría tomado el sueño una forma distinta; otra cualquiera de las infinitas impresiones indiferentes que durante el día experimentamos y olvidamos casi en el acto habría tomado para el sueño el lugar de la
«monografía» y habría entrado en conexión con el contenido de la conversación y
representado a éste en el sueño. El que ninguna otra impresión, sino precisamente la de la monografía, fuese llamada a tomar a su cargo este papel es señal de que era la más apropiada para el establecimiento de la conexión. No debe admirarnos nunca, como al Juanito Listo (Hänschen Schlau), de Lessing, «que sean sólo los ricos los que más dinero tienen.»
En el proceso psicológico por medio del cual llega la impresión indiferente a constituirse en representación de lo psíquicamente importante tiene que parecernos todavía harto arduo y singular. En otro capítulo nos plantearemos la labor de aproximar más a nuestra inteligencia las peculiaridades de esta operación aparentemente incorrecta, pues, por el momento, queremos limitarnos al resultado de dicho proceso, resultado que los conocimientos deducidos de numerosísimos análisis oníricos nos fuerzan a aceptar. Lo que del proceso advertimos es como si mediante los indicados elementos intermedios se llevase a cabo un desplazamiento de lo que podríamos denominar el «acento psíquico», hasta conseguir que representaciones débilmente provistas de intensidad inicialmente adquieran, por apropiación de la intensidad de otras mejor provistas al principio, una energía que las capacite para forzar el acceso a la conciencia. Tales desplazamientos no nos admiran cuando se trata de la aplicación de magnitudes de afecto o en general de actos motores. Que la solterona sin familia transfiera su ternura a sus animales caseros, que el solterón se convierta en apasionado coleccionista, que el soldado defienda hasta la muerte algo que en realidad no es sino una seda de colores, que en las relaciones amorosas nos colme de felicidad un apretón de manos prolongado durante un segundo o que un pañuelo perdido produzca en Otelo un ataque de ira, son ejemplos de desplazamientos psíquicos que nos parecen incontrovertibles. En cambio, el que del mismo modo y conforme a los mismos principios se establezca una conclusión sobre lo que llega a nuestra conciencia y lo que es usurpado a la misma, esto es, sobre lo que pensamos, nos hace la impresión de algo morboso y lo calificamos de error mental cuando lo observamos en la vida despierta. Anticipando aquí el resultado de consideraciones que más adelante habremos de exponer, revelaremos que el proceso psíquico que hemos reconocido en el desplazamiento onírico se nos demostrará, ya que no patológicamente perturbado, sí distinto de lo normal; esto es, como un proceso de naturaleza más bien primaria.
De este modo interpretaremos la inclusión de restos de sucesos secundarios en el contenido del sueño como un fenómeno de la deformación onírica (por desplazamiento) y recordaremos que en este proceso deformador vimos una consecuencia de la censura que vigila a la comunicación entre dos instancias psíquicas. Esperamos, por tanto, que el análisis onírico nos descubra siempre la fuente verdadera y psíquicamente importante situada en la vida diurna, cuyo recuerdo ha desplazado su acento sobre el recuerdo indiferente. Esta concepción nos sitúa en abierta contradicción con la teoría de Robert, inutilizable ya para nosotros. En efecto, resulta que el hecho que quería explicar Robert no existe, pues la hipótesis de su existencia se basa en el error que supone la no sustitución del contenido aparente del sueño por el verdadero sentido del mismo. Pero no es ésta la única objeción que puede oponerse a dicha teoría. Si el sueño tuviera realmente la función de libertar nuestra memoria, por medio de una labor psíquica especial, de las «escorias» del recuerdo diurno, el trabajo realizado mientras dormimos sería muy superior al que pudiera significar nuestra actividad anímica despierta. Las impresiones indiferentes del día de las
que habíamos de proteger nuestra memoria son infinitamente numerosas, y la noche entera no bastaría para hacerlas desaparecer. Mucho más verosímil es que el olvido de las impresiones indiferentes se realice sin intervención activa de nuestros poderes anímicos.
No obstante, parece haber algo que nos advierte que no debemos todavía echar a un lado sin más detenido examen las teorías de Robert. Hemos dejado inexplicado el hecho de que una de las impresiones indiferentes del día -y precisamente del último- proporcione siempre al contenido onírico un elemento. Entre esta impresión y la verdadera fuente onírica en lo inconsciente no siempre existen relaciones desde un principio, sino que, como ya hemos visto antes quedan establecidas después, durante la elaboración del sueño, y como para facilitar el desplazamiento que la misma ha de llevar a cabo. Tiene, pues, que existir una coerción que imponga el establecimiento de tales relaciones precisamente con la impresión reciente, aunque nimia, y esta última tiene que ser, por una cualidad particular cualquiera, apropiada para ello. En caso contrario sería igualmente fácil que las ideas latentes desplazasen su acento sobre un fragmento inesencial de su propio contenido de representaciones. Los conocimientos que a continuación expongo, deducidos de mis análisis, pueden conducirnos a una explicación satisfactoria de esta cuestión.
Cuando un día ha traído consigo dos o más sucesos capaces de provocar un sueño quedan ambos mencionados en el mismo por una única totalidad, como si el fenómeno onírico obedeciese a una coerción que le obligase a formar con ellos una unidad. Ejemplo: Una tarde de verano subí a un coche del ferrocarril, en el que encontré a dos amigos míos que no se conocían entre sí. Uno de ellos era un colega mío de gran fama, y el otro, un miembro de una distinguida familia a la que presto mi asistencia profesional. Aunque presenté en seguida a ambos señores, no entablaron durante todo el largo viaje conversación seguida entre ellos, sino que se limitaron a tomar parte en las que por separado hube yo de iniciar con cada uno. En una de ellas rogué a mi colega que recomendase a sus amistades a un conocido común que comenzaba por entonces el ejercicio de la Medicina. Mi colega me observó que estaba convencido de los méritos del principiante, pero que su insignificante figura le había de hacer más difícil el acceso a las casas de personas distinguidas, replicándole yo que precisamente por eso se hallaba necesitado de recomendación. Al otro de mis compañeros de viaje le pregunté poco después por el estado de su tía -madre de una de mis pacientes-, de la que sabía se hallaba gravemente enferma. A la noche siguiente a este viaje soñé que aquel amigo mío para el cual había solicitado ayuda se hallaba en un elegante salón y pronunciaba con toda la serena corrección de un acabado hombre de mundo y ante una selecta concurrencia, en la que situé a todas las personas distinguidas y ricas que me eran conocidas, un discurso necrológico en memoria de la anciana tía de mi compañero de viaje, a la que mi sueño daba ya por muerta. (Confieso francamente que no me hallaba en muy buenas relaciones con esta señora.) Así, pues, mi sueño había hallado de nuevo conexiones entre las dos impresiones del día y había compuesto por medio de ellas una situación unitaria.
Sobre la base de conocimientos análogamente adquiridos por mi experiencia en la interpretación de los sueños sentaré aquí el principio de que para la elaboración onírica existe también una especie de fuerza mayor que la obliga a reunir en una unidad en el sueño todas las fuentes de estímulos dadas . Esta coerción que actúa sobre la elaboración de los
sueños se nos revelará en el capítulo que a esta última consagraremos como una parte de la condensación, otro proceso psíquico primario. Entraremos ahora en el examen de la cuestión de si la fuente onírica a que el análisis nos conduce tiene que ser siempre un acontecimiento externo -e importante-, o si un suceso interior, o sea, el recuerdo de un suceso psíquicamente importante, o un proceso mental, puede asimismo llegar a constituirse en estímulo onírico. Los numerosos análisis realizados nos permiten contestar a esta interrogación en sentido afirmativo. El estímulo de un sueño puede ser un proceso interior que nuestra actividad intelectual diurna ha actualizado. Creo es éste el momento de agrupar en un esquema las fuentes oníricas descubiertas: La fuente de un sueño puede ser:
1) Un suceso reciente y psíquicamente importante, representado directamente en el sueño.
2) Varios sucesos recientes e importantes, que el sueño reúne en una unidad. 3) Uno o varios sucesos recientes e importantes, representados en el contenido manifiesto por la mención de un suceso contemporáneo, pero indiferente. 4) Un suceso interior importante (recuerdo, proceso mental) representado siempre en el sueño por la mención de una impresión reciente, pero indiferente . Vemos, pues, que en el contenido manifiesto de todo sueño existe siempre un elemento que repite una impresión del día inmediatamente anterior. Este factor, destinado a ser representado en el contenido manifiesto, puede pertenecer al acervo de representaciones del verdadero estímulo del sueño -como parte esencial o nimia del mismo- o proceder del círculo de ideas de una impresión indiferente, enlazado con el del estímulo onírico por relaciones más o menos numerosas. La aparente multiplicidad de las condiciones depende aquí únicamente de una alternativa, esto es, de que hayan tenido o no lugar un desplazamiento; alternativa que nos permite explicar los contrastes del fenómeno onírico con igual facilidad que a la teoría médica el progresivo despertar de las células cerebrales.
Observamos, además, en el esquema antes consignado que el elemento psíquicamente importante, pero no reciente (el proceso mental o el recuerdo), puede ser sustituido en el sueño por un elemento reciente, pero psíquicamente indiferente, siempre que en la sustitución se acaten dos condiciones: 1.ª, que el contenido del sueño sea puesto en relación con los recientemente vividos por el sujeto; y 2.ª, que el estímulo onírico sea siempre un proceso psíquicamente importante. En un solo caso, 1), quedan cumplidas ambas condiciones por una misma impresión. Si reflexionamos, además, que aquellas impresiones indiferentes que son utilizadas por la elaboración del sueño mientras conservan la propiedad de ser recientes pierden esta aptitud en cuanto envejecen un solo día (o varios como máximo), habremos de decidirnos a suponer que la actualidad de una impresión le da de por sí determinado valor psíquico para la formación de sueños, valor que equivale en cierto modo al de los recuerdos o procesos mentales saturados de afecto. Posteriores reflexiones de orden psicológico nos permitirán adivinar en qué puede fundarse este valor de las impresiones recientes para la formación de los sueños .
Secundariamente es atraída aquí nuestra atención sobre el hecho de que durante la noche, y sin que nuestra conciencia lo advierta, pueden tener efecto importantes transformaciones de nuestro material de recuerdos y representaciones. El consejo de
«consultar con la almohada», esto es, de dejar pasar una noche antes de tomar decisión ninguna importante, se halla plenamente justificado. Pero observamos que con estas consideraciones hemos pasado de la psicología del sueño a la del estado de reposo, acto
para el que aún han de presentársenos numerosas ocasiones. Existe, sin embargo, una objeción que amenaza echar por tierra estas últimas conclusiones. Si las impresiones indiferentes sólo mientras son recientes poseen acceso al contenido onírico, ¿cómo hallamos también en éste elementos de tempranas épocas de nuestra vida que cuando fueron recientes carecieron, según la expresión de Strümpell, de todo valor psíquico y debían, por tanto, hallarse olvidados hace ya mucho tiempo elementos que no son ni recientes ni psíquicamente importantes? Pero apoyándonos en los resultados obtenidos en psicoanálisis de individuos neuróticos podemos salvar por completo esta objeción. La explicación es que el desplazamiento que sustituye el material psíquicamente importante por otro indiferente (tanto en el sueño como en el pensamiento despierto) ha tenido ya efecto, en estos casos, en dichas tempranas épocas, habiendo quedado fijo desde entonces en la memoria. Tales elementos, originalmente indiferentes, no lo son ya desde que han adquirido, por desplazamiento, el valor del material psíquicamente importante. Aquello que en realidad ha permanecido indiferente no puede tampoco ser reproducido en el sueño.
De las consideraciones que preceden deducirá el lector justificadamente que no existe, a mi juicio, estímulo onírico alguno indiferente y, por tanto, tampoco sueños inocentes. Tal es, en efecto, mi opinión, rotunda y exclusiva, salvo con respecto a los sueños de los niños y quizá algunas breves reacciones oníricas a sensaciones nocturnas. Fuera de estos casos, todo lo que soñamos, o se demuestra psíquicamente importante de un modo manifiesto, o se halla deformado y sólo podemos juzgarlo después de realizar el análisis, el cual nos revelará siempre su importancia. El sueño no se ocupa nunca de cosas nimias, ni nosotros consentimos que nuestro reposo quede alterado por algo que no valga la pena. Los sueños aparentemente inocentes demuestran no serlo en cuanto nos preocupamos de interpretarlos. Siendo ésta nuevamente una afirmación contra la que habrán de elevarse innúmeras objeciones, someteré aquí al análisis una serie de sueños «inocentes», aprovechando al mismo tiempo la ocasión para mostrar prácticamente la labor de la deformación onírica.
I. Una señora joven, inteligente y distinguida, pero muy reservada en su vida de relación y hasta un tanto «agua mansa», me refirió un día: «He soñado que llegaba tarde a la plaza y no encontraba ya nada en la carnicería ni en la verdulería.» Este sueño muestra, desde luego, un contenido inocente, pero como el relato que de él me hace la sujeto no me parece reflejado con exactitud, le ruego que me lo exponga con más detalle. He aquí el nuevo relato. «Va al mercado con su cocinera, la cual lleva la cesta. El carnicero, al que piden algo, les contesta: 'No queda ya', y quiere despacharle otra cosa diferente, observando: 'Esto también es bueno'. Ella rehusa la oferta y se dirige al puesto de la verdulera, la cual quiere venderle una extraña verdura atada formando manojo y de color negro. Ella dice entonces: 'No he visto nunca cosa semejante. No la compro'. La conexión de este sueño con la vida diurna es facilísima de hallar: La sujeto había llegado tarde aquella mañana al mercado y tuvo que volver a su casa sin haber podido comprar nada. Para describir este suceso podríamos usar la frase «la carnicería estaba cerrada». Pero,
¡calle!, ¿no es esta frase -o mejor dicho, la contraria afirmación- una grosera locución con la que se alude a una determinada negligencia en el vestido masculino? Por lo demás, la
sujeto no ha empleado la frase en su relato, sino que, por el contrario, ha evitado quizá pronunciarla. Intentemos interpretar los detalles del contenido manifiesto.
Todo lo que en el sueño presenta un carácter verbal, siendo dicho u oído y no solamente pensado -cosa que casi siempre podemos diferenciar con toda seguridad-, procede de aquello que en la vida despierta hemos oído o dicho aunque la elaboración onírica, considerándolo como materia prima, lo modifique a veces y lo desglose siempre de su contexto (presentándolo aislado). Estos elementos verbales pueden ser tomados como punto de partida de la interpretación. ¿De dónde proceden, pues, las palabras del carnicero? Soy yo mismo quien las pronunció hace días, al explicar a la sujeto «que en la memoria del adulto no queda ya nada de los antiguos sucesos infantiles, pues han sido sustituidos por
«transferencias y por sueños». Soy yo, por tanto, el carnicero, y lo que la paciente rechaza es la posibilidad de tales transferencias al presente de ideas y sentimientos pretéritos. ¿De dónde proceden las palabras que ella pronuncia en el sueño: No he visto nunca cosa semejante. ¡No lo compro! Analicemos por separado cada una de estas dos frases. No he visto nunca cosa semejante es una exclamación que la sujeto pronunció realmente el día del sueño riñendo a su cocinera. Pero en esta ocasión había añadido:«¡Hágame el favor de conducirse más correctamente!» Se nos evidencia aquí un desplazamiento. De las dos frases que dirigió a su cocinera ha escogido en su sueño la que carece de importancia, reprimiendo, en cambio, la otra -Hágame el favor de conducirse más correctamente-, que es precisamente la que forma sentido con el contenido onírico restante. Esta frase es la que se dirigía a alguien que se atreviese a hacer proposiciones indecorosas y olvidase «cerrar la carnicería». La concordancia de estas hipótesis con las alusiones que luego hallamos en la escena con la verdulera nos demuestra que nos hallamos sobre la pista de la verdadera interpretación. Una verdura («alargada», añade luego la sujeto) que se vende por manojos, pero que, además, es negra, no puede ser sino una fusión, efectuada por el sueño, de los espárragos con los rábanos negros (Rhaphanusniger). La significación onírica del
«espárrago» es ya conocida por todos aquellos que se han ocupado algo de estas materias. Pero también de otra legumbre (schwarzer, Rettig) parece aludir, por la analogía de su mismo nombre, con una locución de sentido sexual (Schawarzer, rett'dich !) a aquel mismo tema sexual que desde un principio adivinamos cuando incluimos, en el relato de la paciente, la frase «la carnicería estaba cerrada». No creo necesario revelar por completo el sentido de este sueño; lo expuesto hasta aquí basta para demostrar que es harto significativo y nada inocente .
II. Otro sueño inocente de la misma persona y que constituye, en cierto sentido, la pareja del anterior: «Su marido le pregunta: ¿No hay que mandar afinar el piano? Ella contesta: No vale la pena. De todos modos, hay que forrar los macillos.» Nuevamente una reproducción de un suceso real del día anterior. Su marido le hizo la pregunta consignada y ella contestó en forma análoga a como en el sueño lo hace. Pero ¿qué significa esto último? Hablando del piano, dice que es una caja indecente y de malos sonidos (mal tono), que su marido poseía ya antes de casarse , etc.; pero la clave de la solución nos la da la frase: No vale la pena. Esta frase procede de una visita que la paciente hizo el día del sueño a una amiga suya. Invitada a quitarse la chaqueta, había rehusado diciendo: «No vale la pena. Me
tengo que marchar en seguida.» Al oír relatar esta escena a la sujeto, recuerdo que el día anterior, durante la sesión de análisis, se echó mano al pecho, al notar que se le había desabrochado un botón, como si quisiera decir: «No mire usted, no vale la pena.» La caja queda así convertida en alusión a la caja torácica, y la interpretación del sueño nos conduce directamente a la época del desarrollo físico de la paciente, cuando la misma comenzó a sentirse descontenta de la delgadez de sus formas corporales. Las expresiones «indecente» y «mal tono» nos llevan también a esta temprana época, en cuanto recordamos la frecuencia con la que tanto en la alusión como en el sueño suelen sustituirse los pequeños hemisferios del cuerpo femenino a otros, más amplios, pertenecientes también al mismo.
III. Interrumpiré la serie de sueños de esta enferma para intercalar en ella un breve sueño inocente de un joven. Sueña que ha tenido que ponerse de nuevo el gabán de invierno, cosa terrible. El motivo de este sueño parece ser, a primera vista, el frío que de repente había vuelto a hacer. Pero un examen más detenido nos muestra que los dos breves fragmentos de que se compone no concuerdan entre sí, pues el tenerse que poner un gabán de invierno, porque hace frío, no es nada terrible. Por desgracia para la inocencia de este sueño, la primera ocurrencia que surge en el análisis es la de que una señora había dicho en confianza a nuestro sujeto, el día anterior, que su último hijo debía su existencia a la rotura de un preservativo. El sujeto reconstruye ahora los pensamientos que le sugirió esta confidencia: los preservativos finos presentan el peligro de romperse, y los gruesos son muy molestos. Un preservativo es como un vestido o gabán. Si a él soltero, le ocurriese algo como lo que la señora le ha relatado, sería «terrible». Volvamos ahora a nuestra paciente.
IV. «Mete una vela en el candelero. Pero la vela está rota y no se tiene derecha. Las muchachas del colegio dicen que es muy desmañada, pero la maestra la defiende diciendo que no es culpa suya.» También aquí hallamos un suceso real como motivo del sueño. El día anterior puso una vela en un candelero, pero no estaba rota. La vela es un objeto que excita los genitales femeninos. Rota, y no pudiéndose mantener derecha, significa la impotencia del hombre (no es culpa suya). Pero ¿cómo es posible que la paciente, cuidadosamente educada, pueda conocer tal empleo de la vela? Casualmente puede indicar el origen de este conocimiento. En una excursión en barca por el Rin, pasó junto a ellos un bote lleno de estudiantes, que con toda tranquilidad iban cantando, a voz en grito, una canción obscena: «Cuando la reina de S. cierra las ventanas y con una «vela de Apolo» (Apollokerze)...» La sujeto no oyó bien o no comprendió esta última palabra, y su marido tuvo que explicarle lo que significaba. El texto de la canción queda luego sustituido en el contenido onírico por el inocente recuerdo de una comisión de que la encargaron en el colegio y que llevó a cabo muy desmañadamente. Esta sustitución queda realizada por medio de un elemento común: las ventanas cerradas. La conexión del tema del onanismo con el de la impotencia es suficientemente clara. El elemento «Apolo», del contenido latente, une este sueño con otro anterior, en el que se trataba de la virginal Palas. Todo ello, como vemos, nada inocente.
«fantasía durante el reposo». Pero un más detenido examen me demostró que ese sueño poco común presentaba en su constitución las mismas fisuras y soluciones de continuidad que otro cualquiera, con lo cual hube de renunciar a la categoría de las fantasías oníricas. Su contenido era que yo exponía a mi amigo Fliess una difícil teoría de la bisexualidad, constituida al cabo de trabajosas investigaciones, y la fuerza realizadora de deseos hacía que dicha teoría (que, por lo demás no era comunicada en el sueño) nos pareciese clara y sin lagunas. Así, pues, aquello que yo había considerado como un juicio sobre el sueño completo era una parte, y precisamente la esencial, del contenido onírico. La elaboración onírica parecía extenderse, en este caso, a los comienzos del pensamiento despierto y me ofrecía como juicio sobre el sueño aquella parte del material onírico cuya exacta representación no le había sido dado conseguir en el mismo. Análogo a éste es el caso de una paciente mía que, hallándose sometida al tratamiento psicoanalítico, se resistió a relatarme un sueño, cuyo análisis había de formar parte del mismo, alegando que «era demasiado impreciso y confuso». Por último, entre repetidas protestas de la insegura vaguedad de las representaciones oníricas, relató que su sueño le había presentado varias personas -ella misma, su marido y su padre-, siendo como si ella no hubiese sabido si su marido era su padre o quién era su padre o algo parecido. La comparación de este sueño con las ocurrencias de la sujeto durante la sesión demostró, sin lugar a dudas, que se trataba de la vulgar historia de una criada que había tenido que confesar hallarse embarazada y a la que se expresaban dudas sobre «quién sería el padre» (del esperado hijo).
La oscuridad que el sueño mostraba era, pues, también en este caso, una parte del material que hubo de provocarlo, y esta parte quedaba representada en la forma misma del sueño. La forma del sueño o del soñar es utilizada con sorprendente frecuencia para la representación del contenido encubierto.
Las glosas del sueño, esto es, las observaciones aparentemente inocentes sobre el mismo, tienden con frecuencia a ocultar, con el mayor refinamiento, un fragmento de lo soñado, aunque lo que en realidad hagan es revelarlo. Así, cuando un sujeto dice: «Al llegar aquí se borra (se limpia) el sueño», y descubre luego el análisis una reminiscencia infantil de haber espiado a una persona que se limpiaba después de defecar. Y en este otro caso, que precisa de una más amplia comunicación. Un joven tiene un claro sueño, que le recuerda una fantasía infantil de la cual ha conservado conciencia. Se encuentra por la noche en un hotel y, equivocándose de habitación, sorprende a una señora ya madura y a sus dos hijas, que se están desnudando para acostarse. Al llegar a este punto de su relato dice el sujeto: «Aquí presenta el sueño varios huecos, como si faltase algo, y luego prosigue con la aparición en el cuarto de un hombre que quiere expulsarme y con el que tengo que luchar.» Después de inútiles esfuerzos del sujeto por recordar el contenido y la intención de la fantasía infantil, a la que su sueño alude abiertamente, advertimos que dicho contenido resulta dado en sus propias manifestaciones sobre el fragmento onírico impreciso. Los huecos se refieren a los genitales de las mujeres que se desnudan para acostarse, y la frase como si faltara algo describe el carácter principal del órgano sexual femenino. En sus años infantiles ardía el sujeto en curiosidad por ver unos genitales femeninos, y se inclinaba aún a la teoría sexual infantil que atribuye a la mujer la posesión de un miembro viril.
Una análoga reminiscencia revistió parecida forma en otro sujeto: «Sueño que entro con la señorita de K. en el restaurante del parque; luego sigue una parte oscura, una interrupción...; después me encuentro en la sala de una casa de prostitución, en la que veo a dos o tres mujeres, una de ellas en camisa y pantalones.» Análisis.- La señorita de K. es la hija de un antiguo jefe suyo, y como el mismo sujeto indica, una persona sustitutiva de su hermana. No ha tenido sino muy pocas ocasiones de hablar con ella; pero una vez entablaron una conversación en la que «reconocieron» su diferencia de sexo, como si se hubieran dicho: «Yo soy un hombre y tú una mujer.» En el restaurante de su sueño no ha estado sino una sola vez, acompañando a la hermana de su cuñado, muchacha que le es por completo indiferente. Otra vez acompañó a tres señoras hasta la entrada del mismo. Dichas tres señoras eran su hermana, su cuñada y la citada hermana de su cuñado, indiferentes las tres para él, pero pertenecientes a la serie de la hermana. Sólo rarísimas veces -dos o tres en toda su vida- ha entrado en una casa de prostitución. La interpretación se apoyó en la parte oscura o la interrupción del sueño, y confirmó que, siendo niño, había sido llevado el sujeto por su curiosidad a contemplar, aunque sólo muy raras veces, los genitales de su hermana. Algunos días después surgió en él el recuerdo consciente del reprobable acto a que el sueño aludía.
Todos los sueños de una misma noche pertenecen, por lo que a su contenido respecta, a la misma totalidad, y tanto su división en varios fragmentos como la agrupación y el número de los mismos son muy significativos y deben ser considerados como una parte de la exteriorización de las ideas latentes. Esta interpretación de sueños constituidos por
varios fragmentos principales o, en general, de aquellos que pertenecen a una misma noche, no debemos olvidar tampoco la posibilidad de que tales sueños sucesivos y diferentes posean la misma significación y expresen los mismos sentimientos por medio de un distinto material. El primero de tales sueños homólogos suele ser entonces, muy frecuentemente, el más deformado y tímido, y el segundo se muestra más atrevido y claro. Ya el sueño bíblico de las espigas y las vacas, soñado por el faraón e interpretado por José, perteneció a esta clase. Josefo la expone más detalladamente que en la Biblia (Antigüedades judías, tomo II, caps. 5 y 6). Después de relatar el primer sueño, dice el rey: «A continuación de este primer sueño desperté intranquilo y medité qué es lo que podía significar, pero luego volví a quedarme dormido y tuve otro sueño mucho más extraño, que me produjo aún más espanto y confusión.» Al terminar de escuchar el relato del faraón dice José: «Tu sueño, ¡oh rey ! es, en apariencia, doble, pero sus dos visiones poseen una misma significación.»
En su Beitrag zur Psychologie des Geruechtes, refiere Jung cómo un disfrazado sueño erótico de una colegiala fue comprendido y reproducido en diversas variantes por sus compañeras sin necesidad de interpretación ninguna, y observa, con relación a estos relatos de sueño, «que el pensamiento final de una larga serie de imágenes oníricas contiene exactamente aquello mismo que ya se intentó representar en la primera imagen de la serie. La censura rechaza el complejo durante el mayor tiempo posible por medio de encubrimientos simbólicos, desplazamientos, transformaciones en materia inocente, etc., renovados de continuo» lugar (cit., pág. 434). Scherner conoció perfectamente esta peculiaridad de la representación onírica y la describe, al desarrollar su teoría de los estímulos orgánicos, como una ley especial (pág. 399): «Por último, observa la fantasía en todas las formaciones oníricas emanadas de determinados estímulos nerviosos la ley general de no pintar al principio del sueño sino las más lejanas y libres alusiones al objeto estimulante y, en cambio, al final, cuando se agota el material pictórico, representa clara y desnudamente el estímulo mismo o, correlativamente, el órgano que a él corresponde o su función, con lo cual acaba el sueño revelando por sí mismo su motivo orgánico...» En su trabajo un sueño que se interpreta a sí mismo, nos da Otto Rank una amplia confirmación de esta ley de Scherner. El sueño que en él nos comunica se compuso de dos fragmentos oníricos soñados una misma noche por una muchacha y terminado el segundo con un orgasmo. Este último permitió una detalladísima interpretación del sueño total sin recurrir para nada a la ayuda de la sujeto, y la abundancia de relaciones entre dos contenidos de ambos fragmentos oníricos mostró que el primero expresaba, aunque más tímidamente, lo mismo que el segundo, de manera que éste, el de la polución, contribuyó al total esclarecimiento del primero. Muy justificativamente ha tomado Rank este caso como punto de partida para el estudio de la significación de los sueños de polución con respecto a la teoría de los sueños en general.
Mi experiencia personal me ha demostrado, sin embargo, que no siempre nos llegamos a hallar en situación de interpretar la claridad o confusión de los sueños como seguridad o duda en el material onírico. Más adelante habremos de señalar, en la elaboración onírica, el factor, no mencionado hasta ahora, de cuya actuación depende especialmente esta escala de cualidades del sueño. Algunos sueños, en los que se mantiene durante cierto tiempo una determinada situación o decoración, aparecen cortados por interrupciones que son descritas en su relato con las palabras siguientes: «Parece luego
como si al mismo tiempo fuera un lugar distinto y allí sucede esto y lo otro.» Aquello que de este modo interrumpe la acción principal del sueño, la cual puede continuar después al cabo de un intervalo, resulta ser, en las ideas latentes, un elemento accesorio; por ejemplo, un pensamiento intercalado. La condicionalidad dada en las ideas latentes es representada en el sueño por simultaneidad (si-cuando). ¿Cuál es el significado de la sensación de no poder moverse, frecuentísima en el sueño y tan cercana a la angustia? Queremos andar y permanecemos como clavados en un sitio; queremos hacer algo y se nos oponen continuos obstáculos. El tren echa a andar y no podemos alcanzarlo; vamos a levantar la mano para vengar una ofensa y no lo conseguimos, etc. Al examinar los sueños exhibicionistas tropezamos ya con esta sensación, mas no intentamos profundizar seriamente en su sentido. Es muy cómodo, pero también muy insuficiente, responder que durante el reposo existe una parálisis motora que se hace notar al durmiente por dicha sensación; pues, de ser así, habríamos de preguntarnos cómo es que no soñamos de continuo con tales movimientos estorbados. Debemos, pues, suponer que tal sensación, susceptible siempre a surgir durante el reposo, obedece a determinados fines de la representación y no es despertada sino cuando el material onírico precisa de ella para una determinada exteriorización.
La imposibilidad de realizar algo no aparece siempre en el sueño como sensación, sino también, simplemente, como parte del contenido manifiesto. La comunicación de un ejemplo de este género ha de contribuir al esclarecimiento del proceso onírico discutido. Expondré, pues, muy abreviadamente, un sueño en el que aparezco acusado de falta de honradez: «La escena representa una mezcla de sanatorio particular y varios otros locales. Se presenta un criado y me invita a seguirle para ser objeto de un registro. En el sueño sé que se ha echado algo de menos y que el registro obedece a la sospecha de que soy yo quien se ha apropiado lo que falta. El análisis nos muestra que el concepto registro debe ser tomado en doble sentido e incluye también el registro (reconocimiento) médico. Penetrado de mi inocencia y consciente de mi autoridad de médico de cabecera y consejero en aquella casa, sigo tranquilamente al criado. Ante una puerta nos recibe otro, que dice, señalándome: '¡Cómo me trae usted a este señor, que es una persona decente!' Sin que el criado me acompañe ya, paso a un amplio salón en el que se hallan instaladas diversas máquinas y que me recuerda una cámara de tormento con sus infernales torturas. Atado a uno de los potros veo a uno de mis colegas, que, contra lo que era de esperar, no repara atención ninguna en mí.
Resulta que ahora puedo ya irme (puedo ya andar). Pero no encuentro mi sombrero y no puedo irme (no puedo andar).» La realización de deseos de este sueño es evidentemente la de ser reconocido como persona honorable y poder irme. Por tanto, debe existir en las ideas latentes un amplio material contrario a dicha realización. El poder marcharme es señal de que ha sido absuelto y, por tanto, si el sueño trae consigo, al terminar, un incidente que me lo impide, no ha de ser muy aventurado concluir que por medio de este rasgo se exterioriza dicho material contrario, reprimido. Así, pues, el no encontrar el sombrero significa que no soy un hombre honrado. La imposibilidad de realizar algo en el sueño es una expresión de la contradicción, un «no», y, por tanto, habremos de rectificar nuevamente nuestra anterior afirmación de que el sueño no puede expresar el «no» .
En otros sueños en los que la imposibilidad de realizar el movimiento no aparece ya tan sólo como situación, sino como sensación, queda expresada por la sensación de parálisis la misma contradicción, pero más enérgicamente, como una voluntad a la que se opone la voluntad contraria. Así, pues, la sensación de parálisis representa un conflicto de la voluntad. Más adelante veremos que precisamente la parálisis motora durante el reposo es una de las condiciones fundamentales del proceso psíquico que se desarrolla en el curso del sueño. El impulso transferido a las vías motoras no es otra cosa que la voluntad y nuestra seguridad de que en el reposo habremos de sentir como coartado dicho impulso hace que todo este proceso sea apropiadísimo para la representación del querer y del no que al mismo se opone. Después de mi explicación de la angustia, se comprende fácilmente que la sensación de coerción de la voluntad se nos muestre tan próxima a dicho estado y se enlace con él tan frecuentemente en el sueño. La angustia es un impulso libidinoso que parte de lo inconsciente y es coartado por lo preconsciente. Por tanto, en aquellos sueños o fragmentos del sueño en los que la sensación de parálisis aparece acompañada de angustia, tiene que tratarse de una volición que fue susceptible alguna vez de desarrollar libido, o sea de un impulso sexual.
Más adelante discutiremos lo que significa el juicio «Estoy soñando» o «Esto no es más que un sueño», que con tanta frecuencia surge en nosotros mientras soñamos, y examinaremos a qué poder psíquico hemos de atribuirlo. Adelantaré únicamente que su objeto es rebajar el valor de lo soñado. El problema de qué es lo expresado cuando un cierto contenido es calificado de «soñado» en el sueño mismo; esto es, el problema del «sueño en el sueño», ha sido resuelto en un análogo sentido por W. Stekel, mediante el análisis de varios ejemplos convincentes. El calificar de «soñada» una parte de un sueño dentro del sueño mismo, tiene por objeto rebasar nuevamente su valor y despojarla de su realidad. Aquello que al final de un «sueño en el sueño» continuamos soñando es lo que el deseo onírico quiere sustituir a la extinguida realidad. Podemos, pues, admitir que lo soñado contiene la representación de la realidad, el recuerdo verdadero y, por lo contrario, el sueño subsiguiente no entraña sino la representación de lo meramente deseado por el sujeto. Así, pues, la inclusión de determinado contenido en un «sueño en el sueño» habrá de considerarse equivalente al deseo de que lo calificado así de sueño no hubiese sucedido. O dicho de otro modo: cuando un determinado suceso es situado en un sueño por la elaboración onírica misma, podemos considerar este hecho como la más decisiva confirmación de su realidad y su más enérgica afirmación. La elaboración onírica emplea el soñar mismo como una forma de repulsa y confirma así la teoría de que el sueño es una realización de deseos.
4) El cuidado de la representabilidad.
La investigación de cómo representa el sueño las relaciones dadas entre las ideas latentes ha constituido hasta aquí nuestro principal objeto: más, sin embargo, nos hemos extendido en varias ocasiones a considerar el problema de cuáles son las transformaciones que la constitución de los sueños impone, en general, al material onírico. Sabemos ya que este material, despojado de casi todas sus relaciones, experimenta una comprensión, en tanto que la acción simultánea de desplazamiento de intensidad entre sus elementos le impone una transmutación de su valor psíquico. Los desplazamientos que hasta ahora hemos examinado demostraron ser sustituciones de una representación determinada por otra asociativamente contigua a ella y se revelaron como muy útiles para la condensación, permitiendo que en lugar de dos elementos pasase al contenido manifiesto uno solo intermedio común entre ellos. Pero el proceso de desplazamiento puede también revestir una forma distinta que aún no hemos mencionado y que, según nos muestra el análisis, se manifiesta en una permuta de la expresión verbal de las ideas correspondientes. Trátase siempre del mismo proceso -un desplazamiento a lo largo de una cadena de asociaciones-, pero desarrollado en esferas diferentes, y su resultado es que en el primer caso queda constituido un elemento por otro, y en el segundo, cambia un elemento su expresión verbal por otra distinta.
Este segundo género del desplazamiento que se desarrolla en la formación de los sueños presenta, desde luego, un gran interés teórico y es, además, particularmente apropiado para esclarecer la apariencia de fantástico absurdo con la que el sueño se disfraza. El desplazamiento se realiza siempre en el sentido de sustituir una expresión incolora y abstracta de las ideas latentes por otra plástica y concreta. No es díficil comprender la utilidad y con ella el propósito de esta sustitución. Lo plástico es susceptible de representación en el sueño y puede ser incluido en una situación, en tanto que la expresión abstracta ofrecería a la representación onírica dificultades análogas a las que hallaríamos al querer ilustrar un artículo de fondo de un diario político. Pero tal cambio de expresión no favorece únicamente la representatividad, sino que resulta también ventajoso para la condensación y la censura. Una vez que la idea latente abstractamente expresada e inutilizable en esta forma es trasladada a un lenguaje político, se producen más fácilmente que antes, entre tal idea en su nueva forma expresiva y el restante material onírico, aquellos contactos e identidades de que la elaboración precisa, hasta el punto de crearlos cuando no los encuentra dados de antemano, pues los términos concretos son en todo idioma y a consecuencia de su desarrollo más ricos en conexiones que los abstractos. Podemos, pues, representarnos que gran parte de aquella labor intermedia que en la formación de los sueños tiende a reducir las diversas ideas latentes a una expresión unitaria y breve en lo posible queda realizada en esta forma por medio de una adecuada modificación verbal de los distintos elementos latentes.
Aquella idea cuya expresión hubiera de permanecer invariada por una razón cualquiera ejercería una influencia de distribución y selección sobre las posibilidades de expresión de la otra, y esto quizá desde un principio, como sucede en la labor del poeta. Los
versos consonantes de una composición rimada han de satisfacer dos condiciones: expresar el sentido que les corresponda y hallar para él una expresión que contenga la rima. Las mejores poesías son aquellas en las que no se advierte la intención de hallar la rima, habiendo escogido de antemano ambos pensamientos por inducción recíproca una expresión verbal, que mediante una ligera elaboración ulterior haga surgir la consonancia. La permuta de la expresión verbal favorece en algunos casos la condensación onírica por un camino aún más corto, hallando un giro equívoco susceptible de proporcionar expresión a más de una de las ideas latentes. De este modo resulta aprovechable para la elaboración de los sueños todo el sector del chiste verbal. Esta gran importancia que la palabra nos revela poseer para la formación de los sueños no es cosa que deba asombrarnos. La palabra, como punto de convergencia de múltiples representaciones, es, por decirlo así un equívoco predestinado, y las neurosis (fobias, representaciones obsesivas) aprovechan, con igual buena voluntad que el sueño, las ventajas que la misma les ofrece para la condensación y el disfraz. No es difícil demostrar que el desplazamiento de la expresión resulta también favorable al disfraz de los sueños, pues siempre induce en error el que una palabra de doble sentido sustituya a dos de uno solo, y la sustitución de la tímida forma expresiva cotidiana por otra, plástica, detiene nuestra comprensión, sobre todo cuando, como sucede en el sueño, no hay nada que nos indique si los elementos dados han de ser interpretados literalmente o en un sentido indirecto, ni si por mediación de giros usuales intercalados al material del sueño.
Ante la interpretación de un elemento onírico es, en general, dudoso: a) Si debe ser tomado en sentido positivo o negativo (relación antinómica). b) Si debe ser interpretado históricamente (como reminiscencia). c) Simbólicamente. d) O si debemos utilizar, para nuestra interpretación, su sentido literal. A pesar de esta multiplicidad de sentidos, puede decirse que las representaciones de la elaboración onírica, que no pretenden ser comprendidas, no plantean al traductor mayores dificultades que los antiguos jeroglíficos a sus lectores. En el presente trabajo hemos expuesto ya repetidos ejemplos de representaciones oníricas, enlazadas únicamente por el doble sentido de la expresión («La boca se abre bien», en el sueño de la inyección de Irma. «No puedo irme (andar) todavía», en el últimamente citado, etc.). Comunicaré ahora un sueño en cuyo análisis desempeña un papel más importante la representación plástica de las ideas abstractas. La diferencia entre esta interpretación onírica y la que se realiza por medio del simbolismo, como en la antigüedad, puede determinarse con toda precisión. En la interpretación simbólica, la clave de la simbolización es elegida por el interpretador, mientras que en nuestros casos de disfraz idiomático, son tales claves generalmente conocidas y aparecen dadas por una fija costumbre del lenguaje. Disponiendo en la ocasión precisa de la ocurrencia exacta, se hace posible interpretar total o fragmentariamente estos sueños sin recurrir para nada al sujeto.
Una señora amiga mía tiene el siguiente sueño: «Está en la ópera. Se representa una obra de Wagner que ha durado hasta las siete y cuarto de la mañana. El patio de butacas está lleno de mesas en las que comen y beben los espectadores. A una de ellas se halla sentado, con su mujer, un primo suyo, que acaba de regresar del viaje de novios. Junto a ellos, un aristócrata. De éste se sabe que la recién casada se lo ha traído de su viaje, franca y abiertamente, como quien se trae un sombrero o un recuerdo de los lugares visitados. En el centro del patio de butacas se alza una alta torre que sustenta una plataforma rodeada de
una verja de hierro. Allí arriba, el director de orquesta, cuyo rostro es el de Hans Richter, corre sin descanso de un lado para otro detrás de la verja, suda copiosamente y dirige a los músicos, agrupados abajo en derredor de la base de la torre. La sujeto está sentada en un palco con una amiga (conocida mía). Su hermana menor quiere alcanzarle desde el patio de butacas un gran pedazo de carbón, alegando que no había sabido que iba a durar tanto tiempo y se helaba ahora miserablemente. (Como si durante la larga representación tuviera que ser alimentada la calefacción de los palcos.)» Se trata, como puede verse, de un sueño harto desatinado, aunque bien concretado en una situación. Sus dos mayores absurdos son la torre que se alza en medio del patio de butacas y desde cuya cima dirige el músico la orquesta, y el trozo de carbón que la hermana de la sujeto alcanza a ésta. Intencionadamente, no sometí este caso al análisis en la forma acostumbrada, y con sólo cierto conocimiento de las circunstancias personales de la sujeto del sueño me fue posible interpretar fragmentos aislados del mismo. Me era sabido que la sujeto había sentido una extraordinaria inclinación hacia un músico, cuya carrera hubo de quedar prematuramente interrumpida por una enfermedad mental. Me decidí, pues, a interpretar literalmente la torre. De ello resulta que el hombre al que ella hubiera querido ver en el lugar de Hans Richter se halla en una muy elevada posición como expresión considerada como un producto mixto por oposición. Su basamento representa la grandeza del hombre al que los pensamientos de la sujeto se refieren, y la verja de su parte superior, detrás de la cual corre el mismo de un lado para otro, como un prisionero o un animal enjaulado (alusión al nombre del desdichado enfermo) , su triste destino ulterior. «Narrenturm» (literalmente,
«torre de locos») sería quizá la palabra en que hubieran podido reunirse los dos pensamientos.
Después de haber descubierto de este modo la forma de representación elegida por el sueño, podría intentarse solucionar, mediante la misma clave, el segundo absurdo; esto es, el carbón que la hermana le alcanza. «Carbón» tenía que significar «amor secreto».
Ningún fuego ni carbón ninguno quema tan ardientemente
como el amor secreto, del que nadie sabe nada.
(Canción popular alemana.)
Tanto ella como su amiga se habían quedado sentadas (giro alemán 'Sitzen geblieben' de sentido equivalente al castellano «quedarse para vestir imágenes»). La hermana menor, que tiene aún probabilidades de casarse, le alcanza el carbón «porque no había sabido que iba a durar tanto tiempo». El sueño no nos dice el qué. En un relato completaríamos nosotros la frase, agregando: la representación; pero en el sueño tenemos que atender a la expresión verbal en sí y reconocerla como de doble sentido, añadiendo: «su soltería». La interpretación «amor secreto» queda entonces confirmada por la mención del primo de la durmiente, que se halla con su mujer en el patio de butacas, y por las públicas
relaciones amorosas atribuidas a la recién casada. Las antinomias entre amor secreto y amor público, entre el ardor de la sujeto y la frialdad de la joven esposa, constituyen el elemento dominante de todo el sueño. En los dos términos de estas antinomias encontramos además, a una «persona de elevada posición» como expresión intermedia entre el aristócrata y el músico, en el que se fundaban justificadamente grandes esperanzas.
Las observaciones que anteceden nos descubren, por fin, un tercer factor, cuya participación en la transformación de las ideas latentes en contenido manifiesto debe estimarse harto importante. Este factor es el cuidado de la representabilidad por medio del material psíquico peculiar de que el sueño se sirve, o sea casi siempre por medio de imágenes visuales. Entre las diversas conexiones accesorias a las ideas latentes esenciales, será preferida aquella que permita una representación visual y la elaboración onírica no rehuirá el trabajo de fundir primero en una distinta forma verbal -por desacostumbrada que ésta sea- la idea abstracta irrepresentable plásticamente, si con ello ha de conseguir darle una representación y poner término al ahogo psicológico del pensamiento obstruido. Este vaciado del contenido ideológico en otra forma distinta puede también ponerse simultáneamente al servicio de la labor de condensación y crear conexiones que de otro modo no existirían, con una idea diferente, la cual puede a su vez haber cambiado de antemano su forma expresiva en favor del mismo propósito. Herbert Silberer ha indicado un excelente procedimiento para observar directamente la transformación de ideas en imágenes que tiene efecto en la formación de los sueños, y estudiar así aisladamente este factor de la elaboración onírica. Cuando hallándose fatigado y adormecido se imponía un esfuerzo mental, le sucedía con frecuencia que la idea buscada se le escapaba y surgía en cambio, una imagen en la que podía reconocer una sustitución de la misma. Silberer da a esta sustitución el calificativo -no muy apropiado - de «autosimbólica».
Quiero reproducir aquí alguno de los ejemplos citados por este autor, ejemplos sobre los cuales habré de retornar más adelante, a causa de determinadas cualidades de los fenómenos en ellos observados:
«Ejemplo número 1. Pienso en que tengo que suavizar el estilo, un poco áspero, de algunos párrafos de un artículo. Símbolo.-Me veo cepillando un trozo de madera. Ejemplo número 5. Intento hacerme presente el objeto de ciertos estudios metafísicos, que me propongo emprender. A mi juicio, la utilidad de tales estudios consiste en que la investigación de las causas finales va abriendo camino al investigar hasta formas de conciencia o capas de existencia cada vez más elevadas. Símbolo.-Introduzco un largo cuchillo por debajo de una tarta como para servirme un pedazo. Interpretación.-Mi movimiento con el cuchillo significa el «abrirse camino» de que en mi pensamiento se trata... La base en que este símbolo se funda es la siguiente: en la mesa suelo encargarme alguna vez de cortar y servir a los demás una tarta, utilizando para ello un largo cuchillo flexible, cosa que requiere cierto cuidado. Sobre todo, resulta difícil extraer limpiamente los pedazos una vez cortados, y el cuchillo tiene que ser exactamente introducido por debajo de cada uno de ellos (el lento «abrirse paso» para llegar a los fundamentos). Pero aún entraña la imagen más amplio simbolismo. La tarta del símbolo era de aquellas que se hallan compuestas de varias capas de hojaldre, alternando con otras de dulce, o sea una
tarta en la que el cuchillo tiene que penetrar al cortarla a través de diferentes capas (las capas de la conciencia y el pensamiento).
Ejemplo número 9. Pierdo el hilo de mis pensamientos en un determinado proceso mental. Me esfuerzo en volverlo a hallar, pero tengo que reconocer que el punto de enlace se me ha escapado por completo. Símbolo.-Un párrafo escrito al que faltan las últimas líneas.» Conociendo el papel que en la vida mental de los hombres cultos desempeñan los chistes, citas, poesías y proverbios, no ha de extrañarnos que para la representación de las ideas latentes sean utilizados con gran frecuencia disfraces de este género. ¿Qué representan, por ejemplo, en un sueño varios carros cargados cada uno con una legumbre diferente? No es difícil adivinar que tal imagen expresa el deseo contrario al significado de la frase hecha Kraut und Rueben que entraña la idea de «revoltijo» y significa, por tanto,
«desorden», me sorprende que este sueño me ha sido comunicado sólo una vez . Sólo para escasas materias se ha formado un simbolismo onírico de validez general sobre la base de sustituciones de palabras y alusiones generalmente conocidas. La mayor parte de este simbolismo es, además, común al sueño, a la psiconeurosis, a las leyendas y los usos populares.
Un más detenido examen de esta cuestión nos fuerza a reconocer que la elaboración onírica no realiza con este género de sustituciones nada original. Para la consecución de su fin -la representabilidad exenta de censura, en este caso- no hace sino seguir los caminos que encuentra ya trazados de antemano en el pensamiento inconsciente, prefiriendo aquellas transformaciones del material reprimido, que pueden llegar también a hacerse conscientes a título de chistes y alusiones, y de las que aparecen colmadas todas las fantasías de los neuróticos. De este modo se nos hacen comprensibles las interpretaciones oníricas de Scherner, cuyo nódulo de verdad defendimos ya en otro lugar de este libro. Las fantasías sobre el propio cuerpo del sujeto no son, en modo alguno, privativas ni siquiera características del sueño. Mis análisis me han demostrado, por el contrario, que constituyen un proceso general del pensamiento inconsciente de los neuróticos y se derivan de la curiosidad sexual, cuyo objeto son para el joven o la muchacha los órganos genitales, tanto los del propio sexo como los del contrario. Pero, como ya lo hacen resaltar muy acertadamente Scherner y Volkelt, no es la casa el único círculo de representaciones que el sueño y las fantasías inconscientes de la neurosis utilizan para la simbolización del cuerpo. Conozco, desde luego, pacientes que han conservado el simbolismo arquitectónico del cuerpo y de los genitales (el interés sexual sobrepasa con exceso el terreno de los genitales exteriores), y para los cuales las columnas y los pilares representan las piernas (como en el Cantar de los cantares), cada puerta, una de las aberturas del cuerpo («agujero»); las cañerías, el aparato vesical, etc.
Pero también el círculo de representaciones de la vida vegetal o el de la cocina son empleados para el encubrimiento de imágenes sexuales. En el primero de estos círculos de representaciones hallamos elaborados ya por los usos del idioma un precipitado de metáforas de la fantasía, procedentes de las épocas más antiguas (la «viña» del Señor, la
«semilla», el «jardín de la doncella» en el Cantar de los cantares). Por medio de alusiones, aparentemente inocentes, a las faenas culinarias pueden también pensarse y soñarse las más repulsivas e íntimas particularidades de la vida sexual, y la sintomática de la histeria se
hace ininterpretable si olvidamos que el simbolismo sexual puede ocultarse, mejor que en ningún otro lado, detrás de lo cotidiano e insignificante.
El que un niño neurótico no pueda ver la sangre o la carne cruda o vomite a la vista de los huevos o de los fideos, y el enorme incremento que toma en el adulto neurótico el natural temor que al hombre normal inspiran los reptiles; todo ello posee un sentido sexual, y al servirse de tales disfraces no hace la neurosis más que seguir los caminos hollados por la humanidad entera en antiguos períodos de civilización, caminos que, bajo una ligera capa de tierra acumulada por los siglos, continúan aún existiendo hoy día, como lo prueban los usos del lenguaje, las supersticiones y las costumbres. Añadiré aquí el «sueño de las flores», del que ya tratamos en páginas precedentes, subrayando en su redacción todo lo que debe interpretarse como sexual. Este bello sueño cesó de gustar a la paciente una vez interpretado.
a) Sueño preliminar: «Va a la cocina, en la que se hallan las dos criadas, y las regaña por no haber terminado aún de hacer «ese poco de comida». Mientras tanto, ve gran cantidad de groseros utensilios de cocina puestos boca abajo a escurrir y formando un montón.» Agregación posterior: «Las dos criadas van por agua. Para ello tienen que meterse en un río que llega hasta la casa o entra en el patio».
b) Sueño principal: «Baja de una altura por encima de una singular pasarela, que es como un seto de mimbres entretejidos formando pequeños cuadrados. No constituye esto, precisamente, un camino, y la sujeto avanza preocupada de encontrar sitio en que afirmar sus pies, pero al mismo tiempo muy contenta de ver que sus vestidos no quedan enganchados en ningún sitio y puede conservar así un aspecto decente. En la mano lleva una gran rama , como de un árbol, con flores rojas y muy frondosa. En el sueño cree la sujeto que son flores de cerezo, pero parecen más bien camelias, aunque éstas no crecen en un árbol. La rama muestra primero una de estas flores, luego dos y luego otra vez una. Al llegar abajo se han deshojado ya casi por completo. En esto se ve a un criado que se diría está peinando a un árbol parecido, pues arranca de él con una madera gruesos mechones de pelo que cuelgan de su tronco como si fuera musgo. Otros trabajadores han cortado de un jardín ramas semejantes a la suya y las han tirado a la calle. La gente que pasa las recoge. Ella pregunta si aquello está bien hecho y si también ella puede coger una.
En el jardín ve a un joven (un extranjero conocido suyo) y se dirige a él, preguntándole cómo podrán trasplantarse tales ramas a su propio jardín. El joven la abraza, pero ella se resiste y le pregunta cómo se le ocurre pensar que puede abrazarla así. El dice que no es ninguna falta y que está permitido. Se declara dispuesto a ir con ella al otro jardín para enseñarla cómo se hace el trasplante, y le dice algo que ella no comprende: Me faltan, además, tres metros -luego dice ella: metros cuadrados- o tres brazas de fondo. Es como si quisiera exigir algo de ella a cambio de su anuencia, como si tuviera la intención de compensarse en su jardín o burlar alguna ley y aprovecharse sin causarle a ella ningún perjuicio. No sabe si luego le enseña él realmente algo».
Este sueño que yo he adelantado para mostrar sus elementos simbólicos, se le puede describir como biográfico. Sueños así ocurren frecuentemente durante el psicoanálisis, pero tal vez escasamente fuera de él. Poseo, naturalmente, material sobrado de este género, pero
su comunicación nos haría adentrarnos demasiado en la discusión de las circunstancias de las neurosis. Baste decir que todo nos lleva a la misma conclusión: la de que no necesitamos admitir en la elaboración onírica especial actividad simbolizante del alma, pues el sueño se sirve de simbolizaciones que ya se hallan contenidas en el pensamiento inconsciente, dado que por escapar a la censura satisfacen, tanto por su representabilidad como ampliamente, tales simbolizaciones todas las exigencias de la formación de los sueños.
5) La representación simbólica en el sueño. Nuevos sueños típicos.
ya asombrarnos comprobar que si la elaboración ha llevado a cabo esta sustitución ha sido porque la similicadencia de la palabra from con el adjetivo alemán form (piadoso) hace posible una enorme condensación.
Pero ¿qué significa este inocente recuerdo de mi estancia en una playa en conexión con el sueño? Pronto lo descubrimos; el sueño se sirve de él para demostrar con un ejemplo de carácter completamente inofensivo que coloco el artículo -o sea lo sexual- en un lugar indebido (Geschlechtswort, artículo, significa literalmente «palabra de género o de sexo»; das Geschlechtiche = lo sexual). Es ésta una de las claves de dicho sueño. Aquellos que conozcan la derivación del título del libro 'Matter and Motion y Moliere en Le Malade imaginaire': La matire est elle laudable? (a motion of the bowels) podrán completar fácilmente la interpretación. Por medio de una demostración ad oculos nos es posible probar asimismo que el olvido del sueño es, en su mayor parte, un efecto de la resistencia. Un paciente nos dice que ha soñado, pero que ha olvidado por completo su sueño. Por tanto, me hago cuenta de que no hubo tal sueño y continúo mi labor analítica. Pero de repente tropiezo con una resistencia, y para vencerla desarrollo ante el paciente determinada explicación y le ayudo a reconciliarse con una idea displaciente. Apenas he conseguido esta reconciliación, exclama el sujeto: «Ahora recuerdo ya lo que he soñado.» La resistencia que había estorbado el desarrollo de su pensamiento despierto era la misma que había provocado el olvido del sueño, y una vez vencida en la vigilia, surgió libremente el recuerdo.
En esta misma forma puede recordar el paciente, al llegar a determinado punto del tratamiento, un sueño que tuvo días antes y que hasta entonces reposaba en el olvido. La experiencia psicoanalítica nos ha proporcionado otra prueba de que el olvido del sueño depende mucho más de la resistencia que de la diferencia entre el estado de vigilia y el de reposo, como los autores suponen. Me sucede con frecuencia -y también a otros analíticos y a algunos pacientes sometidos a este tratamiento- que, habiendo sido despertado por un sueño, comienzo a interpretarlo inmediatamente, en plena posesión de mi actividad mental. En tales casos no he descansado hasta lograr la total comprensión del sueño, y, sin embargo, me ha sucedido que luego, al despertar, había olvidado tan completamente la labor de interpretación como el contenido manifiesto del sueño, siendo mucho más frecuente la desaparición del sueño en el olvido, arrastrando consigo la interpretación, que la conservación del sueño en la memoria por la actividad intelectual desarrollada. Pero entre la labor de interpretación y el pensamiento despierto no existe aquel abismo psíquico con el que los autores quieren explicar exclusivamente el olvido de los sueños. Cuando Morton Prince intenta refutar mi explicación del olvido de los sueños alegando que no se trata sino de un caso especial de la amnesia de los estados anímicos disociativos y afirma que la imposibilidad de aplicar mi explicación de esta amnesia especial a los demás tipos de amnesia le hace también inadecuada para llevar a cabo su más próximo propósito, recuerda con ello al lector que en todas sus descripciones de estos estados disociativos no aparece ni una sola tentativa de hallar la explicación dinámica de tales fenómenos. De no ser así, hubiera tenido que descubrir que la represión (y correlativamente la resistencia por ella creada) es la causa tanto de estas disociaciones como de la amnesia del contenido psíquico de las mismas.
Un experimento realizado por mí mientras me hallaba consagrado a la redacción de la presente obra me demostró que los sueños no son objeto de un olvido mayor ni menor del que recae sobre los demás actos psíquicos y que su adherencia a la memoria equivale exactamente a la de las funciones anímicas restantes. En mis anotaciones conservaba gran número de sueños propios que no había sometido a análisis o cuya interpretación quedó interrumpida por cualquier circunstancia. Entre estos últimos recogí algunos, soñados más de dos años antes, e intenté su interpretación con objeto de procurarme material para ilustrar mis afirmaciones. Los resultados de este experimento fueron todos positivos, sin excepción alguna, e incluso me siento inclinado a afirmar que esta interpretación, realizada al cabo de tanto tiempo, tropezó con menos dificultades que la emprendida recién soñados los sueños correspondientes, circunstancia explicable por la desaparición, en el intervalo, de algunas de las resistencias que entonces perturbaron la labor analítica. Comparando las interpretaciones recientes con las realizadas al cabo de dos años, pude comprobar que estas últimas revelaban mayor número de ideas latentes, pero que entre ellas retornaban sin excepción ni modificación alguna todas las halladas en la primera interpretación. Este descubrimiento no llegó a asombrarme demasiado, pues recordé que desde mucho tiempo atrás seguía con mis pacientes el procedimiento de interpretar aquellos sueños que recordaban haber soñado en años anteriores, del mismo modo, que si fueran sueños recientes, empleando en la labor analítica el mismo procedimiento y obteniendo idénticos resultados. Cuando por vez primera llevé a cabo esta tentativa, me proponía al emprenderla comprobar mi sospecha de que el sueño se comportaba aquí en la misma forma que los síntomas neuróticos, hipótesis que demostró ser perfectamente exacta.
En efecto, cuando someto al tratamiento psicoanalítico a un psiconeurótico (un histérico, por ejemplo), me es necesario esclarecer tanto los primeros síntomas de su enfermedad, desaparecidos mucho tiempo antes, como los que de momento le atormentan y le han movido a acudir a mi consulta, y siempre tropiezo con menos dificultades en la solución de los primeros que en la de los segundos. Ya en mis Estudios sobre la histeria publicado en 1895, pude comunicar la solución de un primer ataque histérico de angustia padecido por una mujer de cuarenta años (Cecilia M.) cuando sólo había cumplido quince. Aquellos sueños que fueron soñados por el sujeto en sus primeros años infantiles y que con gran frecuencia se conservan con toda precisión en la memoria durante decenios enteros presentan casi siempre gran importancia para la comprensión de la evolución y de la neurosis del sujeto, pues su análisis protege al médico contra errores e inseguridades que podrían confundirle. (Adición 1919.) Incluiré aquí, aunque no se halle muy estrechamente ligada a la materia, una observación relativa a la interpretación de los sueños que orientará, quizá, al lector, deseoso de comprobar mis afirmaciones analizando los suyos.
No creo que espere nadie poder interpretar fácilmente y sin el menor esfuerzo sus sueños. Ya para la percepción de fenómenos endópticos y de otras sensaciones sustraídas generalmente a la atención es preciso cierta práctica, aunque no existe ningún motivo psíquico que se rebele contra este grupo de percepciones. Con mucho mayor motivo ha de sernos más difícil apoderarnos de las «representaciones involuntarias». Aquel que a ello aspire deberá seguir fielmente las reglas analíticas que ya en diversas ocasiones hemos indicado y reprimir durante su labor toda crítica, todo prejuicio y toda parcialidad afectiva o intelectual. Su lema deberá ser el que Claude Bernard escogió para el investigador en el
laboratorio fisiológico: Travailler comme une bête; esto es, con igual resistencia e igual despreocupación de los resultados que pueden obtenerse. Aquellos que sigan estas normas verán grandemente facilitada su labor. La interpretación de un sueño no se consigue siempre al primer intento. Muchas veces sentimos agotarse nuestra capacidad de rendimiento después de seguir una concatenación de ocurrencias, y el sueño no nos dice ya nada. En tales casos debemos interrumpir nuestra labor y dejarla para el día siguiente. Al volver sobre ella atraerá nuestra atención otro fragmento del contenido manifiesto y hallaremos acceso a una nueva capa de ideas latentes. Este procedimiento puede ser calificado de interpretación onírica «fraccionada». Lo más difícil es convencer al principiante de que no debe considerar terminada una completa interpretación del sueño que se le muestre coherente, llena de sentido y explique todos los elementos del contenido manifiesto. En efecto, además de esta interpretación, puede haber aún otra distinta que se le ha escapado. No es, realmente, fácil hacerse una idea de la riqueza de los procesos mentales inconscientes que en nuestro pensamiento existen y demandan una expresión, ni tampoco de la habilidad que la elaboración despliega para matar siete moscas de una vez, como el sastre del cuento, hallando formas expresivas de múltiples sentidos. Nuestros lectores tenderán siempre a reprocharnos un excesivo derroche de ingenio; pero aquél que, analizando sus sueños, adquiera cierto conocimiento de la materia tendrá que reconocer lo injusto y equivocado de tal observación.
En cambio, no puedo agregarme a la afirmación expresada por H. Silberer de que todos los sueños -o sólo ciertos grupos de sueños- reclaman dos diversas interpretaciones, que se hallan, además, íntimamente relacionadas entre sí. La primera de estas interpretaciones, a la que califica de interpretación psicoanalítica, daría al sueño un sentido cualquiera, generalmente de un carácter sexual infantil; la segunda, más importante y designada por él con el nombre de interpretación analógica, mostraría aquellas ideas más fundamentales, y con frecuencia muy profundas, que la elaboración onírica ha tomado como materia. Silberer no ha demostrado esta afirmación con la comunicación de una serie de sueños analizados por él en ambos sentidos. A mi juicio, se halla total y absolutamente equivocado. La mayor parte de los sueños no reclaman segunda interpretación ninguna y, sobre todo, no son susceptibles de una interpretación analógica. En las teorías de Silberer, como en otros estudios de estos últimos años, se transparenta el influjo de una tendencia que quisiera velar las circunstancias fundamentales de la formación de los sueños y desviar nuestra atención de sus raíces instintivas. En algunos casos, en los que parecían confirmarse las afirmaciones de Silberer, me demostró después el análisis que la elaboración onírica había tenido que llevar a cabo la labor de transformar en un sueño una serie de ideas muy abstractas y no susceptibles de representación directa; labor que intentó solucionar apoderándose de un material ideológico distinto, más fácilmente representable, pero cuya relación con el primero era harto lejana, pudiendo ser calificada de alegoría. La interpretación abstracta de un sueño así formado es proporcionada siempre, directamente, por el sujeto.
En cambio, la interpretación exacta del material suplantado tiene que ser buscada por los conocidos medios técnicos. La pregunta de si todo sueño puede obtener una interpretación debe ser contestada en sentido negativo. No debemos olvidar que aquellos poderes psíquicos de los que depende la deformación de los sueños actúan siempre en
contra de la labor interpretadora. Se nos plantea, pues, el problema de si con nuestro interés intelectual, nuestra capacidad para dominarnos, nuestros conocimientos psicológicos y nuestra experiencia en la interpretación de los sueños conseguiremos dominar la resistencia interna. De todos modos, siempre lo conseguimos en grado suficiente para convencernos de que el sueño es un producto que posee un sentido propio e incluso para llegar a sospechar tal sentido. Un sueño inmediatamente posterior nos permite muchas veces confirmar nuestra primera interpretación y continuarla. Toda una serie de sueños que se suceden a través de semanas o meses enteros reposan con frecuencia sobre los mismos fundamentos y deben ser sometidos conjuntamente a la interpretación. En los sueños sucesivos podemos observar muchas veces que uno de ellos toma como centro aquello que en el otro sólo aparece indicado en la periferia, e inversamente, de manera que ambos se completan recíprocamente para la interpretación. Ya hemos demostrado en varios ejemplos que los sueños diferentes, soñados en la misma noche, deben ser considerados siempre en el análisis como una totalidad.
En los sueños mejor interpretados solemos vernos obligados a dejar en tinieblas determinado punto, pues advertimos que constituye un foco de convergencia de las ideas latentes, un nudo imposible de desatar, pero que por lo demás no ha aportado otros elementos al contenido manifiesto. Esto es entonces lo que podemos considerar como el ombligo del sueño, o sea el punto por el que se halla ligado a lo desconocido. Las ideas latentes descubiertas en el análisis no llegan nunca a un límite y tenemos que dejarlas perderse por todos lados en el tejido reticular de nuestro mundo intelectual. De una parte más densa de este tejido se eleva luego el deseo del sueño. Volvamos ahora a las circunstancias del olvido del sueño. Observamos que hemos omitido deducir de ellas una importante conclusión. Cuando la vida despierta muestra la evidente intención de olvidar el sueño, formado durante la noche, sea en su totalidad inmediatamente después de despertar o fragmentariamente en el curso del día, y cuando reconocemos en la resistencia anímica el factor principal de este olvido, factor que ya ha actuado victoriosamente durante la noche, surge entre nosotros la interrogación de qué es lo que ha hecho posible la formación de los sueños, a pesar de tal resistencia. Tomemos el caso extremo, en el que la vida despierta suprime por completo el sueño, como si jamás hubiese existido.
Teniendo en cuenta el funcionamiento de las fuerzas psíquicas, hemos de decirnos que el sueño no se hubiera formado si la resistencia hubiera regido durante la noche como en la vigilia. Nuestra conclusión es que la resistencia pierde durante la noche una parte de su poder. Sabemos que no desaparece por completo, pues hemos visto que la deformación impuesta a los sueños dependía directamente de ella. Pero se nos impone la posibilidad de que quede disminuida durante la noche y que esta disminución de la resistencia sea lo que hace posible la formación del sueño, siendo entonces perfectamente natural que al hallar de nuevo, con el despertar, todas sus energías vuelva a suprimir en el acto aquello que tuvo que aceptar mientras se hallaba debilitada. La psicología descriptiva nos enseña que la condición principal de la formación de los sueños es el estado de reposo del alma, afirmación a la que por nuestra parte añadiremos, a título de esclarecimiento, que el estado de reposo hace posible la formación de los sueños, disminuyendo la censura endopsíquica. Nos inclinamos a considerar esta conclusión como la única que es posible deducir de los hechos del olvido del sueño y a desarrollar otras deducciones sobre las circunstancias
energéticas del reposo y de la vigilia, pero preferimos dejar esta labor para más adelante. Una vez que hayamos profundizado algo más en la psicología del sueño veremos que podemos representarnos aún de otro modo distinto la creación de las condiciones que hacen posible su formación. La resistencia opuesta al acceso de las ideas latentes a la conciencia puede, quizá ser eludida sin necesidad de una previa debilitación. Es también plausible que los dos factores favorables a la formación de los sueños, o sea la debilitación y la sustración a la censura, dependan simultáneamente del estado de reposo. Interrumpiremos aquí estas consideraciones para reanudarlas más adelante.
Contra nuestro procedimiento de interpretación onírica existe aún otra serie de objeciones, a la que dirigiremos ahora nuestra atención. En la labor analítica procedemos suspendiendo aquellas representaciones finales que en toda otra ocasión dominan el proceso reflexivo, dirigiendo nuestra atención sobre un único elemento del sueño y anotando después aquellas ideas involuntarias que con respecto al mismo surgen espontáneamente en nosotros. A continuación tomamos el elemento siguiente del contenido manifiesto, repetimos con él la misma labor y nos dejamos llevar, sin que la dirección nos preocupe, por tales ocurrencias asociativas espontáneas, con la esperanza de que al final, y sin más esfuerzo por nuestra parte, llegaremos hasta las ideas latentes de las que ha nacido el sueño. Contra esta conducta se elevarán quizá las siguientes objeciones: nada tiene de extraño que, partiendo de un elemento aislado del sueño, lleguemos a alguna parte. A toda representación puede enlazarse asociativamente algo; lo único notable es que esta concatenación arbitraria y exenta de todo fin lleve precisamente a las ideas latentes. Los analíticos se engañan aquí de buena fe siguen la cadena de asociaciones que parte de un elemento, hasta que por un motivo cualquiera notan que se interrumpe. Luego, al tomar un segundo elemento como punto de partida, es muy natural que la asociación antes ilimitada, quede ya restringida, pues el recuerdo de la concatenación anterior hará surgir en el análisis algunas ocurrencias que presentarán puntos de contacto con las de dicha concatenación. Al ver esto se imagina el psicoanalítico haber hallado una idea que representa un enlace entre los elementos del sueño.
Procediendo con más absoluta libertad en lo relativo a la asociación de ideas, con la única exclusión de aquellas transiciones de una representación a otra que entran en vigor en nuestro pensamiento despierto, le resulta facilísimo reunir una serie de ideas intermedias, a las que da el nombre de ideas latentes y presenta sin garantía ninguna, como la sustitución psíquica del sueño; pero todo esto no es sino una pura arbitrariedad y un ingenioso aprovechamiento de la casualidad, y todo aquel que quiera tomarse este trabajo inútil hallará para cualquier sueño la interpretación que mejor le parezca. Si se nos hicieran realmente tales objeciones, podríamos defendernos alegando la impresión que nuestras interpretaciones producen. Las sorprendentes conexiones que el análisis nos revela entre los elementos del sueño y la inverosimilitud de que algo que coincide y aclara tan ampliamente el sueño, como una de nuestras interpretaciones, pudiera conseguirse a no ser por el descubrimiento de enlaces psíquicos preexistentes. Podríamos también alegar, para justificarnos, que el procedimiento empleado en la interpretación de los sueños es idéntico al que aplicamos a la solución de los síntomas histéricos, sector en el que la exactitud del procedimiento queda demostrada por la aparición y desaparición de dichos síntomas. Pero no tenemos motivo ninguno para eludir el problema de cómo por la persecución de una
concatenación de ideas que se desarrolla de un modo arbitrario y carente de fin puede llegarse a un fin preexistente, pues si bien no podemos resolver este problema, sí no es dado suprimirlo.
En primer lugar, es inexacto que nos entreguemos a un curso de representaciones falto de fin cuando, como sucede en la labor de interpretación onírica, prescindimos de la reflexión y dejamos emerger las representaciones involuntarias. No es difícil demostrar que podemos renunciar a las representaciones finales conocidas y que con la creación de estas representaciones surgen en el acto representaciones finales desconocidas o, como decimos con expresión no del todo correcta, inconscientes, que mantienen determinado el curso de las representaciones involuntarias. No no es posible establecer, ejerciendo una influencia sobre nuestra vida anímica, un pensamiento carente de representaciones finales, y, en general, ignoro si existe algún estado de perturbación psíquica en el que se dé tal pensamiento. Los psiquíatras han renunciado aquí demasiado pronto a la solidez del ajuste psíquico. Sé por experiencia que ni en la histeria ni en la paranoia se da un pensamiento no regulado y exento de representaciones finales, como tampoco en la formación o en la solución de los sueños. Igualmente sucede quizá en las afecciones endógenas psíquicas, pues incluso los delirios de los dementes presentan, según una ingeniosa hipótesis de Leuret, un perfecto sentido, siendo únicamente algunas omisiones las que los hacen resultar incomprensibles. Siempre que he tenido ocasión de observar estos estados psíquicos he podido llegar a igual convencimiento. Los delirios son la obra de una censura que no se toma el trabajo de ocultar su actuación y que, en lugar de prestar su colaboración a una transformación que no tropiece ya con objeciones de ningún género, tacha sin consideraciones aquello que no le agrada, con lo cual queda lo restante falto de toda coherencia. Esta censura se conduce del mismo modo que la ejercida sobre la prensa extranjera en la frontera rusa, censura que no deja llegar a los lectores sino periódicos mutilados y surcados de negros tachones.
El libre juego de las representaciones conforme a una concatenación asociativa arbitraria se da quizá en los procesos cerebrales orgánicos destructivos. Pero aquello que en las psiconeurosis presenta tal carácter puede ser explicado siempre por la actuación de la censura sobre una serie de ideas a la que representaciones finales ocultas han hecho pasar a primer término. El hecho de que las representaciones (o imágenes) emergentes aparezcan ligadas entre sí por los lazos de las llamadas asociaciones superficiales -asonancia, equívoco verbal o coincidencia temporal sin relación interior de sentido-, esto es, por todas aquellas asociaciones que nos permitimos emplear en el chiste y en el juego de palabras, ha sido considerado como una señal evidente de la asociación exenta de representaciones finales. De esta clase son las asociaciones que nos llevan desde los elementos del contenido manifiesto a los elementos colaterales y de éstos a las verdaderas ideas latentes. En muchos análisis hemos encontrado ya ejemplos de este género, que despertaron nuestra extrañeza. Toda asociación y todo chiste, por lejanos y forzados que sean, pueden constituir el puente entre dos ideas. Pero no es difícil comprender el motivo de esta indulgencia.
Siempre que un elemento psíquico se halla unido a otro por una asociación absurda superficial existe al mismo tiempo entre ambos una conexión correcta y más profunda, que ha sucumbido a la censura de la resistencia . La presión de la censura, y no la supresión de
las representaciones finales, es lo que constituye la base real del predominio de las asociaciones superficiales. Las asociaciones superficiales sustituyen en la representación a las profundas cuando la censura cierra estos caminos normales de enlace. Sucede en esto como cuando un obstáculo cualquiera corta la circulación por una vía importante y tienen que utilizarse los caminos de segundo orden. Podemos distinguir aquí dos casos, que en realidad son uno solo: o la censura se dirige únicamente contra la conexión de dos ideas, que se separan entonces con el fin de eludir sus efectos y pasan sucesivamente a la conciencia, quedando oculta su conexión y apareciendo, en cambio, entre ambos un enlace superficial en el que no habíamos pensado, y que generalmente surge de otro ángulo del complejo de representaciones, distinto de aquel del que parte la conexión reprimida, pero esencial; o ambas ideas quedan sometidas a la censura a causa de su contenido, y entonces surgen ambas en una forma modificada y sustituida, y las dos ideas sustitutivas son elegidas de manera que reproduzcan, por medio de una asociación superficial, la asociación esencial en la que se hallan aquellas a las que han venido a sustituir. Bajo la presión de la censura ha tenido efecto en ambos casos un desplazamiento desde una asociación normal a otra superficial y aparentemente absurda.
El conocimiento que de estos desplazamientos poseemos nos permite confiarnos, sin cuidado ninguno en la interpretación de los sueños, a las asociaciones superficiales. Los dos principios citados, esto es, el de que con la supresión de las representaciones finales conscientes pasa el dominio del curso de las representaciones a representaciones finales ocultas, y el de que las asociaciones superficiales no son sino una sustitución desplazada de asociaciones reprimidas más profundas, son ampliamente utilizados por el psicoanálisis en las neurosis, pudiendo decirse que constituyen los dos apoyos principales de su técnica. Cuando solicito de un paciente que suprima toda reflexión y me comunique aquello que surja en su cerebro, presupongo que no puede prescindir de las representaciones finales relativas al tratamiento y me creo autorizado a concluir que todo lo que puede comunicarme, por inocente o arbitrario que parezca, se halla en conexión con su estado patológico. Otra representación final de la que el paciente no sospecha nada es la relativa a mi persona. El estudio completo y la completa demostración de estas explicaciones pertenece, por tanto, a la exposición de la técnica psicoanalítica como método terapéutico. Alcanzamos, pues, aquí uno de los puntos de enlace en los que, según nos propusimos, hemos de abandonar el tema de la interpretación de los sueños .
Las especulaciones que anteceden nos han permitido dejar firmemente establecido, a pesar de todas las objeciones, un hecho importantísimo: el de que no necesitamos situar también en la elaboración onírica todas las ocurrencias surgidas en la labor de interpretación. En ésta seguimos un camino que va desde el sueño manifiesto a las ideas latentes. La elaboración onírica ha seguido el camino contrario, y no es nada verosímil que estos caminos sean transitables en dirección inversa. Comprobamos más bien que en la vigilia surgen nuevas asociaciones de ideas que van a encontrarse con las ideas intermedias y las latentes en diferentes lugares y podemos ver, en efecto. cómo el material reciente de ideas diurnas se interpola en las series de ideas de la interpretación. Además la mayor intensidad de la resistencia durante la vigilia impone, probablemente, nuevos y más lejanos rodeos. Pero el número y la naturaleza de las ideas colaterales que de este modo tejemos
durante el día carece de toda importancia psicológica, con tal que nos lleven a las ideas latentes buscadas.
2) La regresión.
Una vez que nos hemos precavido contra las objeciones, o hemos indicado por lo menos, cuáles son las armas que para nuestra defensa poseemos, no debemos aplazar por más tiempo la iniciación de nuestras investigaciones psicológicas, para las que ya nos hallamos preparados. Ante todo, reuniremos los resultados principales que hasta ahora nos ha proporcionado nuestra investigación. El sueño es un acto psíquico importante y completo. Su fuerza impulsora es siempre un deseo por realizar. Su aspecto, en el que nos es imposible reconocer tal deseo, y sus muchas singularidades y absurdidades proceden de la influencia de la censura psíquica que ha actuado sobre él durante su formación. A más de la necesidad de escapar a esta censura, han colaborado en su formación una necesidad de condensar el material psíquico, un cuidado de que fuera posible su representación por medio de imágenes sensoriales y, además -aunque no regularmente-, el cuidado de que el producto onírico total presentase un aspecto racional e inteligente. De cada uno de estos principios parte un camino que conduce a postulados e hipótesis de orden psicológico. Deberemos investigar la relación recíproca existente entre el motivo optativo y las cuatro condiciones indicadas, así como las de estas últimas entre sí. Por último, habremos de incluir al sueño en la totalidad de la vida anímica.
Al principio del presente capítulo hemos expuesto un sueño que nos plantea un enigma cuya solución no hemos emprendido todavía. La interpretación de este sueño no nos opuso dificultad ninguna, pareciéndome únicamente que había de ser completada. Nos preguntamos por qué en este caso se producía un sueño en vez del inmediato despertar el sujeto, y reconocimos como uno de los motivos del primero el deseo de representar al niño en vida. Más adelante veremos que en este sueño desempeña también un papel otro deseo distinto; pero por lo pronto dejaremos establecido que fue para permitir una realización de deseos por lo que el proceso mental del reposo quedó convertido en un sueño. Fuera de la realización de deseos no hay más que un solo carácter que separe en este caso los dos géneros de actividad psíquica. La idea latente sería: «Veo un resplandor que viene de la habitación en la que está el cadáver. Quizá haya caído una vela sobre el ataúd y se esté quemando el niño.» El sueño reproduce sin modificación alguna el resultado de esta reflexión, pero lo introduce en una situación presente y percibida por los sentidos como un suceso de la vigilia. Este es, como sabemos, el carácter psicológico más general y evidente del sueño. Una idea, casi siempre la que entraña el deseo, queda objetivizada en el sueño y representada en forma de escena vivida. ¿Cómo podremos explicar esta peculiaridad característica de la elaboración onírica, o, hablando más modestamente, cómo podremos incluirla entre los procesos psíquicos? Un examen más detenido nos hace observar que la
forma aparente de este sueño nos muestra dos caracteres casi independientes entre sí. El primero es la representación en forma de situación presente, omitiendo el «quizá». El otro es la transformación de la idea en imágenes visuales y en palabras.
La transformación que las ideas latentes experimentan por el hecho de quedar representado en presente lo que ellas expresan en futuro no resulta quizá muy evidente en este sueño, circunstancia que depende del particular papel, realmente accesorio, que en él desempeña la realización de deseos. Tomemos otro sueño en el que el deseo onírico no se distinga de la continuación durante el reposo de los pensamientos de la vigilia; por ejemplo, el sueño de la inyección de Irma. En este sueño la idea latente que alcanza una representación aparece en optativo: «¡Ojalá fuese Otto el culpable de la enfermedad de Irma!» El sueño reprime el optativo y lo sustituye por un simple presente: «Sí; Otto tiene la culpa de la enfermedad de Irma.» Es ésta, pues, la primera de las transformaciones que todo sueño, incluso aquellos que aparecen libres de deformación, lleva a cabo con las ideas latentes. Pero esta primera singularidad del sueño no habrá de detenernos mucho y nos bastará recordar la existencia de fantasías conscientes y de sueños diurnos que proceden del mismo modo con su contenido de representaciones. Cuando Mr. Joyeuse, el célebre personaje de Daudet, vaga sin ocupación alguna a través de las calles de París para hacer creer a sus hijas que tiene un destino y se halla desempeñándolo, sueña con los acontencimientos que podrían proporcionarle un protector y una colocación y se los imagina en presente. El fenómeno onírico utiliza, por tanto, el presente en la misma forma y con el mismo derecho que el sueño diurno. El presente es el tiempo en que el deseo es representado como realizado.
El segundo de los caracteres antes mencionados es, en cambio, peculiar al sueño y lo diferencia de la ensoñación diurna. Este carácter es el de que el contenido de representaciones no es pensado, sino que queda transformado en imágenes sensoriales a las que prestamos fe y que creemos vivir. Advertiremos desde luego que no todos los sueños presentan esta transformación de representaciones en imágenes sensoriales. Hay algunos que no se componen sino de ideas, no obstante lo cual nos es imposible discutirles el carácter de sueños. Mi sueño «autodidasker la fantasía diurna con el profesor N.» es uno de éstos, en los que apenas intervienen elementos sensoriales, como si hubiéramos pensado su contenido durante la vigilia. Asimismo hay en todo sueño algo externo, elementos que no han quedado transformados en imágenes sensoriales y que son simplemente pensados o sabidos del mismo modo que en la vigilia. Recordemos, además, que tal transformación de representaciones en imágenes sensoriales no es exclusiva del sueño, sino que aparece también en la alucinación, esto es, en aquellas visiones que constituyen un síntoma de la psiconeurosis o surgen independientemente de todo estado patológico. La relación que aquí investigamos no es pues, exclusiva del sueño, pero constituye de todos modos su carácter más notable. Su comprensión exige que ampliemos nuestras especulaciones.
Entre todas las observaciones que sobre la teoría de los sueños nos ofrecen las obras de los autores ajenos al psicoanálisis hallamos una muy digna de atención. En su obra Psicofísica (tomo II, pág. 526) influye el gran G. Th. Fechner la hipótesis de que la escena en la que los sueños se desarrollan es distinta de aquella en la que se desenvuelve la vida de representación despierta, y añade que sólo esta hipótesis puede hacernos comprender las
singularidades de la vida onírica. La idea que así se nos ofrece es la de una localidad psíquica. Vamos ahora a prescindir por completo de la circunstancia de sernos conocido también anatómicamente el aparato anímico de que aquí se trata y vamos a eludir asimismo toda posible tentación de determinar en dicho sentido la localidad psíquica. Permaneceremos, pues, en terreno psicológico y no pensaremos sino en obedecer a la invitación de representarnos el instrumento puesto al servicio de las funciones anímicas como un microscopio compuesto, un aparato fotográfico o algo semejante. La localidad psíquica corresponderá entonces a un lugar situado en el interior de este aparato, en el que surge uno de los grados preliminares de la imagen. En el microscopio y en el telescopio son estos lugares puntos ideales; esto es, puntos en los que no se halla situado ningún elemento concreto del aparato. Creo innecesario excusarme por la imperfección de estas imágenes y otras que han de seguir. Estas comparaciones no tienen otro objeto que el de auxiliarnos en una tentativa de llegar a la comprensión de la complicada función psíquica total, dividiéndola y adscribiendo cada una de sus funciones aisladas a uno de los elementos del aparato. La tentativa de adivinar la composición del instrumento psíquico por medio de tal división no ha sido emprendida todavía, que yo sepa. Por mi parte, no encuentro nada que a ella pueda oponerse. Creo que nos es lícito dejar libre curso a nuestras hipótesis, siempre que conservemos una perfecta imparcialidad de juicio y no tomemos nuestra débil armazón por un edificio de absoluta solidez. Como lo que necesitamos son representaciones auxiliares que nos ayuden a conseguir una primera aproximación a algo desconocido, nos serviremos del material más práctico y concreto.
Nos representamos, pues, el aparato anímico como un instrumento compuesto a cuyos elementos damos el nombre de instancias, o, para mayor plasticidad de sistemas. Hecho esto, manifestamos nuestra sospecha de que tales sistemas presenten una orientación especial constante entre sí, de un modo semejante a los diversos sistemas de lentes del telescopio, los cuales se hallan situados unos detrás de otros. En realidad no necesitamos establecer la hipótesis de un orden verdaderamente especial de los sistemas psíquicos. Nos basta con que exista un orden fijo de sucesión establecido por la circunstancia de que en determinados procesos psíquicos la excitación recorre los sistemas conforme a una sucesión temporal determinada. Este orden de sucesión puede quedar modificado en otros procesos, posibilidad que queremos dejar señalada, desde luego. De los componentes del aparato hablaremos en adelante con el nombre del «sistema Y». Lo primero que nos llama la atención es que este aparato compuesto de sistema Y posee una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. De este modo adscribimos al aparato un extremo sensible y un extremo motor. En el extremo sensible se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el motor, otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico se desarrolla en general pasando desde el extremo de percepción hasta el extremo de motilidad. Así, pues, el esquema más general del aparato psíquico presentaría el siguiente aspecto:
Este esquema no es más que la realización de la hipótesis de que el aparato psíquico tiene que hallarse construido como un aparato reflector. El proceso de reflexión es también el modelo de todas las funciones psíquicas.
Introduciremos ahora fundadamente una primera diferenciación en el extremo sensible. Las percepciones que llegan hasta nosotros dejan en nuestro aparato psíquico una huella a la que podemos dar el nombre de huella mnémica (Erinnerungsspur). La función que a esta huella mnémica se refiere es la que denominamos memoria. Continuando nuestro propósito de adscribir a diversos sistemas los procesos psíquicos, observamos que la huella mnémica no puede consistir sino en modificaciones permanentes de los elementos del sistema. Ahora bien: como ya hemos indicado en otro lugar, el que un mismo sistema haya de retener fielmente modificaciones de sus elementos y conservar, sin embargo, una capacidad constante de acoger nuevos motivos de modificación supone no pocas dificultades. Siguiendo el principio que seguía nuestra tentativa, distribuiremos, pues, estas dos funciones en sistemas distintos, suponiendo que los estímulos de percepción son acogidos por un sistema anterior del aparato que no conserva nada de ellos; esto es, que carece de toda memoria, y que detrás de este sistema hay otro que transforma la momentánea excitación del primero en huellas duraderas. La figura número 2 corresponde a este nuevo aspecto del aparato psíquico.
Sabido es que las percepciones que actúan sobre el sistema P perduran algo más que su contenido. Nuestras percepciones demuestran hallarse también enlazadas entre sí en la memoria, conforme, ante todo, a su primitiva coincidencia en el tiempo. Este hecho es el que conocemos con el nombre de asociación. Ahora bien: el sistema P no puede conservar las huellas para la asociación, puesto que carece de memoria. Cada uno de los elementos P quedaría insoportablemente obstruido en su función si un resto de una asociación anterior se opusiera a una nueva percepción. Habremos, pues, de suponer que los sistemas mnémicos constituyen la base de la asociación. Esta consistirá entonces en que, siguiendo la menor resistencia, se propagará la excitación preferentemente de un primer elemento Hm a un segundo elemento, en lugar de saltar a otro tercero. Un detenido examen nos muestra, pues, la necesidad de aceptar la existencia de más de uno de estos sistemas Hm, en cada uno de los cuales es objeto de una distinta fijación la excitación propagada por los elementos P. El primero de estos sistemas Hm contendrá de todos modos la fijación de la asociación por simultaneidad, y en los más alejados quedará ordenado el mismo material de excitación según otros distintos órdenes de coincidencia, de manera que estos sistemas posteriores representarían, por ejemplo, las relaciones de analogía, etc. Sería, naturalmente, ocioso querer describir la significación psíquica de uno de estos sistemas. Su característica se hallaría en la intimidad de sus relaciones con los elementos del material mnémico bruto; esto es, si queremos aludir a una teoría más profunda, en los escalonamientos de la resistencia conductora de estos elementos.
Habremos de intercalar aquí una observación de carácter general que entraña quizá una importantísima indicación. El sistema P, que no posee capacidad para conservar las modificaciones; esto es, que carece de memoria, aporta a nuestra conciencia toda la variedad de las cualidades sensibles. Por el contrario, nuestros recuerdos, sin excluir los más profundos y precisos, son inconscientes en sí. Pueden devenir conscientes, pero no es posible dudar que despliegan todos sus efectos en estado inconsciente. Aquello que denominamos nuestro carácter reposa sobre las huellas mnémicas de nuestras impresiones, y precisamente aquellas impresiones que han actuado más intensamente sobre nosotros, o sea las de nuestra primera juventud, son las que no se hacen conscientes casi nunca. Pero
cuando los recuerdos se hacen de nuevo conscientes no muestran cualidad sensorial alguna o sólo muy pequeña, en comparación con las percepciones. Si pudiéramos comprobar que la memoria y la cualidad que caracteriza el devenir consciente se excluyen recíprocamente en los sistemas Y, se nos ofrecería una prometedora visión de las condiciones de la excitación de la neurona.
Todo lo que hasta ahora hemos supuesto sobre la composición del aparato psíquico en su extremo sensible ha sido sin tener en cuenta para nada el sueño ni las explicaciones psicológicas que de su estudio pueden deducirse. Este estudio nos proporciona, en cambio, gran ayuda para el conocimiento de otro sector del aparato. Hemos visto que nos era imposible explicar la formación de los sueños si no nos decidíamos a aceptar la existencia de dos instancias psíquicas, una de las cuales somete a una crítica la actividad de la otra; crítica de la que resulta la exclusión de esta última de la conciencia.
Ambos proceden de la vida infantil y son un resto de la transformación que nuestro organismo anímico y somático ha experimentado desde los tiempos infantiles. Si a uno de los procesos psíquicos que se desarrollan en el aparato anímico le damos el nombre de proceso primario, no lo hace atendiendo únicamente a su mayor importancia y a su más amplia capacidad funcional, sino también a las circunstancias temporales. No sabemos que exista ningún aparato psíquico cuyo único proceso sea el primario. Por tanto, el suponer su existencia es una pura ficción teórica. Pero lo que sí constituye un hecho es que los procesos primarios se hallarán dados en él desde un principio, mientras que los secundarios van desarrollándose paulatinamente en el curso de la existencia, coartando y sometiendo a los primarios hasta alcanzar su completo dominio sobre ellos, quizá en el punto culminante de la vida. A causa de este retraso de la aparición de los procesos secundarios continúa constituido el nódulo de nuestro ser por impulsos optativos inconscientes, incoercibles e inaprehensibles para los preconscientes, cuya misión queda limitada de una vez para siempre a indicar a los impulsos optativos procedentes de lo inconsciente los caminos más adecuados. Estos deseos inconscientes representan para todas las aspiraciones anímicas posteriores una coerción a la que tienen que someterse, pudiendo esforzarse en derivarla y dirigirla hacia fines más elevados. Un gran sector del material mnémico permanece también inaccesible a la carga psíquica preconsciente a causa de este retraso.
Entre los impulsos optativos indestructibles e incoercibles procedentes de lo infantil existen también algunos cuya realización resulta también contraria a las representaciones finales del pensamiento secundario. La realización de estos deseos no provocaría ya un afecto de placer, sino displaciente, y precisamente esta trasformación de los afectos constituye la esencia de aquello que denominamos «represión». La cuestión de por qué caminos y mediante qué fuerzas puede tener efecto tal transformación es lo que constituye el problema de la represión; problema que no necesitamos examinar aquí sino superficialmente. Nos bastará hacer constar que en el curso del desarrollo aparece una transformación de los afectos (recuérdese la aparición de las repugnancias de que al principio carece la vida infantil), transformación que se halla ligada a la actividad del sistema secundario. Los recuerdos de los que se sirve el deseo inconsciente para provocar la asociación de afectos no fueron jamás accesibles para lo preconsciente, razón por la cual no puede ser coartado su desarrollo de afecto. Este mismo desarrollo de afecto hace que tampoco se pueda llegar ahora a estas representaciones desde las ideas preconscientes a las que han transferido su fuerza de deseos. Por el contrario, se impone el principio del displacer y separa al Prec. de tales ideas de transferencia, las cuales quedan entonces abandonadas a sí mismas -reprimidas-, constituyéndose así en condición preliminar de la represión la existencia de un acervo de recuerdos sustraído desde el principio del Prec.
En el caso más favorable termina el desarrollo de displacer en cuanto la idea de transferencia preconsciente es despojada de su carga, y este resultado nos muestra que la intervención del principio del displacer es perfectamente adecuada. Otra cosa sucede, en cambio, cuando el deseo inconsciente reprimido recibe un refuerzo orgánico que puede prestar a sus ideas de transferencia, poniéndolas así en situación de intentar exteriormente por medio de su excitación, aun cuando han sido abandonadas por la carga del Prec. Surge entonces la lucha defensiva, reforzando el Prec. la oposición contra las ideas reprimidas (contracarga), y como una ulterior consecuencia, las ideas de transferencia, portadoras del
deseo inconsciente, logran abrirse camino bajo una forma cualquiera de transacción por formación de síntomas. Pero desde el momento en que las ideas reprimidas quedan intensamente cargadas por la excitación optativa inconsciente y, en cambio, abandonadas por la carga preconsciente, sucumben al proceso psíquico primario y tienden únicamente a una derivación motora, o, cuando el camino está libre, a una reanimación alucinatoria de la identidad de percepción deseada. Hemos descubierto antes, empíricamente, que los procesos incorrectos descritos se desarrollan tan sólo con ideas reprimidas. Ahora conseguimos una más amplia visión de este problema.
Tales procesos incorrectos son los procesos primarios, los cuales surgen siempre que las representaciones son abandonadas por la carga preconsciente, quedando entregadas a sí mismas y pudiendo realizarse con la energía no coartada de lo inconsciente, que aspira a una derivación. Otras observaciones nos muestran que estos procesos, llamados incorrectos, no son falsificaciones de los «errores mentales» normales, sino las de funcionamientos psíquicos exentos de coerción. Vemos, de este modo, que la transmisión de la excitación preconsciente a la motilidad se desarrolla conforme a los mismos procesos, y que el enlace de las representaciones inconscientes con palabras muestra fácilmente aquellos mismos desplazamientos y confusiones que suelen ser atribuidos a la falta de atención. Por último, el incremento de trabajo impuesto por la coerción de estos procesos primarios quedaría demostrado por el hecho de que cuando dejamos penetrar en la conciencia estas formas del pensamiento conseguimos un efecto cómico, o sea un exceso derivable por medio de la risa. La teoría de las psiconeurosis afirma con absoluta seguridad que no pueden ser sino impulsos sexuales procedentes de lo infantil, que han sucumbido a la represión (transformación del afecto) en los períodos infantiles del desarrollo, y luego, en períodos posteriores de la evolución, resultan susceptibles de una renovación, bien a consecuencia de la constitución sexual que surge de la bisexualidad primitiva, bien como resultado de influencias desfavorables de la vida sexual, proporcionando entonces las fuerzas impulsoras para todas las formaciones de síntomas psiconeuróticos. Unicamente con la introducción de estas fuerzas sexuales pueden llenarse las lagunas que aún encontramos en la teoría de la represión.
En este punto habré de abandonar la investigación del sueño, pues con la hipótesis de que el deseo onírico procede siempre de lo inconsciente ha traspasado ya los límites de lo demostrable. No quiero tampoco continuar investigando en qué consiste la diferencia del funcionamiento de las energías psíquicas en la formación de los sueños y en la de los síntomas histéricos, pues nos falta el conocimiento de uno de los miembros de la comparación. Pero hay un punto que me atrae especialmente, y confesaré que sólo por él he emprendido aquí todas estas especulaciones sobre los dos sistemas psíquicos, sus formas de laborar y la represión. Nada importa ahora que mis especulaciones psicológicas hayan sido acertadas o que entrañen graves errores, cosa posible dada la dificultad del objeto. Cualesquiera que sean las verdaderas circunstancias de la censura psíquica y de la elaboración correcta y anormal del contenido del sueño, siempre queda el hecho indiscutible de que tales procesos intervienen en la formación de los sueños y muestran la mayor analogía con los descubrimientos en el estudio de la formación de los síntomas histéricos. Pero el sueño no es un fenómeno patológico y no tiene como antecedente una perturbación del equilibrio psíquico, ni deja tras de sí una debilitación de la capacidad
funcional. La objeción de que mis sueños y los de mis pacientes neuróticos no permiten deducir resultados aplicables a los sueños de los hombres normales y sanos debería ser rechazada sin discusión ninguna.
Cuando del estudio de estos fenómenos deducimos sus fuerzas impulsoras, reconocemos que el mecanismo psíquico de que se sirve la neurosis no es creado por una perturbación patológica que ataca a la vida anímica, sino que existe ya en la estructura normal del aparato anímico. Los dos sistemas psíquicos, la censura situada entre ambos, la coerción de una actividad por otra, las relaciones de ambas con la conciencia -o todo aquello que en lugar de esto pueda resultar de una más exacta interpretación de las circunstancias efectivas-, todo ello pertenece a la estructura normal de nuestro instrumento anímico, y el sueño constituye uno de los caminos que llevan al conocimiento de dicha estructura. Si queremos contentarnos con un mínimo de conocimientos absolutamente garantizados, diremos que el sueño nos demuestra que lo reprimido perdura también en los hombres normales y puede desarrollar funciones psíquicas. El sueño es una de las manifestaciones de lo reprimido, según la teoría, en todos los casos, y según la experiencia palpable, por lo menos en un gran número. Lo reprimido que fue estorbado en su expresión y separado de la percepción interna encuentra en la vida nocturna y bajo el dominio de las formaciones transaccionales medios y caminos de llegar a la conciencia. Flectere si nequeo superos acheronta movebo. (Cita de Virgilio.) Pero la interpretación onírica es la vía regia para el conocimiento de lo inconsciente en la vida anímica.
Persiguiendo el análisis del sueño, llegamos a un conocimiento de la composición de este instrumento, el más maravilloso y enigmático de todos. A un conocimiento muy limitado, es cierto, pero que da el primer impulso para llegar al corazón del problema, partiendo de otros productos de carácter patológico. La enfermedad -por lo menos la llamada justificadamente funcional- no tiene como antecedente necesario la ruina de dicho aparato y la creación en su interior de nuevas disociaciones. Debe explicarse dinámicamente, por modificaciones de las energías psíquicas. En otro lugar podría también demostrarse cómo la composición del aparato por las dos instancias da a la función normal una sutileza que a una instancia no le sería dado alcanzar.
6) Lo inconsciente y la conciencia. La realidad.
Bien mirado, no es la existencia de dos sistemas cerca del extremo motor del aparato, sino la de dos procesos o modos de la derivación de la excitación, lo que ha quedado explicado con las especulaciones psicológicas del apartado que precede. Pero esto no nos conturba en absoluto, pues debemos hallarnos dispuestos a prescindir de nuestras representaciones auxiliares en cuanto creamos haber llegado a una posibilidad de sustituirlas por otra cosa más aproximada a la realidad desconocida. Intentaremos ahora rectificar algunas opiniones que pudieron ser equivocadamente interpretadas mientras
tuvimos ante la vista los dos sistemas, como dos localidades dentro del aparato psíquico. Cuando decimos que una idea inconsciente aspira a una traducción a lo preconsciente, para después emerger en la conciencia, no queremos decir que deba ser formada una segunda idea en un nuevo lugar. Asimismo queremos también separar cuidadosamente de la emergencia en la conciencia toda idea de un cambio de localidad. Cuando decimos que una idea preconsciente queda reprimida y acogida después por lo inconsciente, podían incitarnos estas imágenes a creer que realmente queda disuelta en una de las dos localidades psíquicas una ordenación y sustituida por otra nueva en la otra localidad. En lugar de esto, diremos ahora, en forma que corresponde mejor al verdadero estado de cosas, que una carga de energía es transferida o retirada de una ordenación determinada, de manera que el producto psíquico queda situado bajo el dominio de una instancia o sustraído al mismo. Sustituimos aquí, nuevamente, una representación tópica por una representación dinámica; lo que nos aparece dotado de movimiento no es el producto psíquico, sino su inervación.
Sin embargo, creo adecuado y justificado continuar empleando la representación plástica de los sistemas. Evitaremos todo abuso de esta forma de exposición recordando que las representaciones, las ideas y los productos psíquicos en general no deben ser localizados en elementos orgánicos del sistema nervioso, sino, por decirlo así, entre ellos. Todo aquello que puede devenir objeto de nuestra percepción interior, es virtual, como la imagen producida por la entrada de los rayos luminosos en el anteojo. Los sistemas, que no son en sí nada psíquicos y no resultan nunca accesibles a nuestra percepción psíquica, pueden ser comparados a las lentes del anteojo, las cuales proyectan la imagen. Continuando esta comparación, correspondería la censura situada entre dos sistemas a la refracción de los rayos al pasar a un medio nuevo. Hasta ahora hemos hecho psicología por nuestra propia cuenta; pero es ya tiempo de que volvamos nuestros ojos a las opiniones teóricas de la psicología actual para compararlas con nuestros resultados. El problema de lo inconsciente en la psicología es, según las rotundas palabras de Lipps, menos un problema psicológico que el problema de la psicología. Mientras que la psicología se limitaba a resolver este problema con la explicación de que lo psíquico era precisamente lo consciente, y que la expresión «procesos psíquicos inconscientes» constituía un contrasentido palpable, quedaba excluido todo aprovechamiento psicológico de las observaciones que el médico podía efectuar en los estados anímicos anormales.
El médico y el filósofo sólo se encuentran cuando reconocen ambos que los procesos psíquicos inconscientes constituyen la expresión adecuada y perfectamente justificada de un hecho incontrovertible. El médico no puede sino rechazar con un encogimiento de hombros la afirmación de que la conciencia es el carácter imprescindible de lo psíquico, o si su respeto a las manifestaciones de los filósofos es aún lo bastante fuerte, suponer que no tratan el mismo objeto ni ejercen la misma ciencia. Pero también una sola observación, comprensiva de la vida anímica de un neurótico, o un solo análisis onírico, tienen que imponerle la convicción indestructible de que los procesos intelectuales más complicados y correctos, a los que no es posible negar el nombre de procesos psíquicos, pueden desarrollarse sin intervención de la conciencia del individuo .
El médico no advierte, ciertamente, estos procesos inconscientes hasta que los mismos han ejercido un efecto susceptible de comunicaciones o de observación sobre la
conciencia; pero este efecto de conciencia puede mostrar un carácter psíquico completamente distinto del proceso preconsciente, de manera que la percepción interior no pueda reconocer en él una sustitución del mismo. El médico tiene que reservarse el derecho de penetrar inductivamente desde el efecto de la conciencia hasta el proceso psíquico inconsciente. Obrando así descubrirá que el efecto de conciencia no es más que un lejano efecto psíquico del proceso inconsciente y que este último no ha devenido consciente como tal, habiendo existido y actuado sin delatarse en modo alguno a la conciencia. Para llegar a un exacto conocimiento del proceso psíquico es condición imprescindible dar a la conciencia su verdadero valor, tan distinto del que ha venido atribuyéndosele con exageración manifiesta. En lo inconsciente tenemos que ver, como afirma Lipps, la base general de la vida psíquica. Lo inconsciente es el círculo más amplio en el que se halla inscrito el de lo consciente. Todo lo consciente tiene un grado preliminar inconsciente, mientras que lo inconsciente puede permanecer en este grado y aspirar, sin embargo, al valor completo de una función psíquica. Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real: su naturaleza interna nos es tan desconocida como la realidad del mundo exterior y nos es dado por el testimonio de nuestra conciencia tan incompletamente como el mundo exterior por el de nuestros órganos sensoriales.
Una vez que la antigua antítesis de vida consciente y vida onírica ha quedado despojada de toda significación por el reconocimiento del verdadero valor de lo psíquico inconsciente, desaparece toda una serie de problemas oníricos que preocuparon intensamente a los investigadores anteriores. Así, muchas funciones cuyo desarrollo en el sueño resultaba desconcertante, no deben ser ya atribuidas a este fenómeno, sino a la actividad diurna del pensamiento inconsciente. Cuando Scherner nos descubre en el sueño una representación simbólica del cuerpo, sabemos que se trata del rendimiento de determinadas fantasías inconscientes, que obedecen, probablemente, a impulsos sexuales y que no se manifiestan únicamente en él, sino también en las fobias histéricas y en otros síntomas. Cuando el sueño continúa labores intelectuales diurnas, solucionándolas e incluso extrayendo a la luz ocurrencias valiosísimas, hemos de ver en dichas labores un rendimiento de las mismas fuerzas que las realizan durante la vigilia. Lo único que corresponderá a la elaboración onírica y podrá ser considerado como una intervención de oscuros poderes de los más profundos estratos del alma será el disfraz de sueño con el que la función intelectual se nos presenta. Nos inclinamos asimismo a una exagerada estimación del carácter consciente de la producción intelectual y artística. Por las comunicaciones de algunos hombres altamente productivos, como Goethe y Helmholtz, sabemos que lo más importante y original de sus creaciones surgió en ellos en forma de ocurrencia espontánea, siendo percibido casi siempre como una totalidad perfecta y terminada. El auxilio de la actividad consciente tiene el privilegio de encubrir a todas las que simultáneamente actúan.
No merece la pena plantearnos el examen de la significación histórica de los sueños como un tema especial. Aquellos casos en que un guerrero fue impelido por un sueño a acometer una osada empresa cuyo resultado transformó la Historia, no constituyen un nuevo problema, sino mientras que consideramos al sueño como un poder ajeno a las demás fuerzas anímicas que nos son más familiares y no como una forma expresiva de impulsos coartados durante el día por una resistencia y reforzados nocturnamente por
excitaciones emanadas de fuentes más profundas. El respeto que el sueño mereció a los pueblos antiguos se hallaba fundado en una exacta estimación psicológica de lo indestructible e indomable existente en el alma humana; esto es, de lo demoníaco, dado en nuestro inconsciente y reproducido por el sueño. No sin intención digo nuestro inconsciente, pues aquello que con este nombre designamos no coincide con lo inconsciente de los filósofos ni tampoco con lo inconsciente de Lipps. Los filósofos lo consideran únicamente como la antítesis de lo consciente, y la teoría de que, además de los procesos conscientes, hay también procesos inconscientes, es una de las que más empeñadas discusiones han provocado.
Lipps nos muestra un principio de mayor alcance, afirmando que todo lo psíquico se encuentra dado inconscientemente y algo de ello también conscientemente. Pero no es para demostrar este principio por lo que hemos estudiado los fenómenos del sueño y de la formación de los síntomas histéricos. La observación de la vida diurna normal es suficiente para protegerlo contra toda duda. Los nuevos conocimientos que nos ha procurado el análisis de los productos psicopatológicos y, entre ellos, el del sueño, consisten en que lo inconsciente -esto es, lo psíquico- aparece como función de dos síntomas separados y surge ya así en la vida anímica normal. Hay, pues, dos clases de inconsciente, diferenciación que no ha sido realizada aún por los psicólogos. Ambas caen dentro de lo que la psicología considera como lo inconsciente, pero desde nuestro punto de vista, es una de ellas, la que hemos denominado Inc., incapaz de conciencia, mientras que la otra, o sea el Prec., ha recibido de nosotros este nombre porque sus excitaciones pueden llegar a la conciencia, aunque también adaptándose a determinadas reglas y quizá después de vencer una nueva censura, pero de todos modos sin relación ninguna con el sistema Inc. El hecho de que para llegar a la conciencia tengan que pasar las excitaciones por una sucesión invariable; esto es, por una serie de instancias, hecho que nos fue revelado por las transformaciones que la censura les impone, nos sirvió para establecer una comparación especial. Describimos las relaciones de ambos sistemas entre sí y con la conciencia, diciendo que el sistema Prec. aparecía como una pantalla entre el sistema Inc. y la conciencia.
El sistema Prec. no sólo cerraba el acceso a la conciencia, sino que dominaba también el acceso a la motilidad voluntaria y disponía de la emisión de una carga de energía psíquica móvil, de la que no es familiar una parte a título de atención . También debemos mantenernos alejados de la diferenciación de conciencia superior y subconciencia, tan gustada por la moderna literatura de la psiconeurosis, pues parece acentuar la equivalencia de lo psíquico y lo consciente. ¿Qué misión queda, pues, en nuestra representación, a la conciencia, antes omnipotente y que todo lo encubría? Sencillamente la de un órgano sensorial para la percepción de cualidades psíquicas. Según la idea fundamental de nuestro esquema, no podemos considerar la percepción por la conciencia más que como la función propia de un sistema especial, al que designaremos como sistema Cc. Este sistema nos lo representamos compuesto por caracteres mecánicos, análogamente al sistema de percepción P; esto es, excitable por cualidades e incapaz de conservar la huella de las modificaciones, o sea carente de memoria. El aparato psíquico, que se halla orientado hacia el mundo exterior con el órgano sensorial de los sistemas P, es, a su vez, mundo exterior para el órgano sensorial de los sistemas Cc. cuya justificación teleológica reposa en esta circunstancia. El principio de la serie de instancias, que parece dominar la estructura del
aparato, nos sale aquí nuevamente al encuentro. El material de excitaciones afluye al órgano sensorial Cc. desde dos partes diferentes; esto es, desde el sistema P, cuya excitación condicionada por cualidades pasa probablemente por una nueva elaboración hasta que se convierte en sensación consciente, y desde el interior del aparato mismo, cuyos procesos cuantitativos son sentidos como una serie de cualidades de placer y displacer cuando han llegado a ciertas transformaciones.
Los físicos, que han sospechado la posibilidad de formaciones intelectuales correctas y altamente complicadas sin intervención de la conciencia, han considerado luego muy difícil señalar a esta última una misión, pues se les mostraba como un reflejo superfluo del proceso psíquico terminado. La analogía de nuestro sistema Cc. con el sistema de las percepciones nos ahorra esta dificultad. Vemos que la percepción por nuestros órganos sensoriales trae consigo la consecuencia de dirigir una carga de energía por los caminos por los que se difunde la excitación sensorial afluyente. La excitación cualitativa del sistema P sirve para regular el curso de la cantidad móvil en el aparato psíquico. Esta misma misión puede ser atribuida al órgano sensorial del sistema Cc. Al percibir nuevas cualidades rinde una nueva aportación a la dirección y distribución de las cargas móviles de energía. Por medio de la percepción de placer y displacer influye sobre el curso de las cargas dentro del aparato psíquico, que fuera de esto se mantiene inconsciente y labora por medio de desplazamientos de cantidad. Es verosímil que el principio del displacer regule inicialmente los desplazamientos de la carga de un modo automático, pero es muy posible que la conciencia lleve a cabo una segunda regulación más sutil de estas cualidades, regulación que puede incluso oponerse a la primera y que completa y perfecciona la capacidad funcional del aparato, modificando su disposición primitiva para permitirle someter a la carga de energía psíquica y a la elaboración aquello que se halla enlazado con desarrollos de displacer. La psicología de la neurosis nos enseña que esta regulación por la excitación cualitativa del órgano sensorial desempeña un importantísimo papel en la actividad funcional del aparato.
El dominio automático del principio primario de displacer y la subsiguiente limitación de la capacidad funcional quedan suprimidos por las regulaciones sensibles, las cuales son nuevamente, de por sí, automatismos. Vemos que la represión adecuada al principio termina en una renuncia perjudicial a la coerción y al dominio anímico, recayendo mucho más fácilmente sobre los recuerdos que sobre las percepciones, pues los primeros carecen del incremento de carga provocado por la excitación del órgano sensorial psíquico. Las ideas rechazables no se hacen conscientes unas veces por haber sucumbido a la represión; pero otras pueden no hallarse reprimidas, sino haber sido sustraídas a la conciencia por otras causas. Estos son los indicios de que la terapia se sirve para solucionar las represiones. El valor de la sobrecarga provocada por la influencia reguladora del órgano sensorial Cc. sobre la cantidad móvil queda representado en una conexión teleológica por la creación de nuevas series de cualidades y con ello de una nueva regulación, que pertenece, quizá, a las prerrogativas concedidas al hombre sobre los animales. Los procesos intelectuales carecen en sí de calidad, salvo en lo que respecta a las excitaciones placientes y displacientes concomitantes, que deben ser mantenidas a raya, como posibles perturbaciones del pensamiento. Para prestarles una cualidad quedan asociados en el
hombre con recuerdos verbales, cuyos restos cualitativos bastan para atraer sobre ellas la atención de la conciencia.
La diversidad de los problemas de la conciencia se nos muestra en su totalidad en el análisis de los procesos mentales histéricos. Experimentamos entonces la impresión de que también el paso de lo preconsciente a la carga de la conciencia se halla ligado a una censura análoga a la existente entre Inc. y Prec. También esta censura comienza a partir de cierto límite cuantitativo, quedando sustraídos a ella los productos mentales poco intensos. Todos los casos posibles de inaccesibilidad a la conciencia, así como los de penetración a la misma bajo ciertas restricciones, aparecen reunidos en el cuadro de los fenómenos psiconeuróticos, y todos estos fenómenos indican la íntima y recíproca conexión existente entre la censura y la conciencia. Con la comunicación de dos casos de este género daremos por terminadas estas especulaciones psicológicas. En una ocasión fuí llamado a consulta para examinar a una muchacha de aspecto inteligente y decidido. Su toilette me llamó inmediatamente la atención, pues contra todas las costumbres femeninas, llevaba colgando una media y desabrochados los botones de la blusa. Se quejaba de dolores en una pierna, y sin que yo le hiciera indicación alguna, se quitó la media y me mostró la pantorrilla. Su queja principal es la siguiente, que reproduzco aquí con sus mismas palabras: siente como si tuviera dentro del vientre algo que se moviera de aquí para allá, sensación que le produce profundas emociones. A veces es como si todo su cuerpo se pusiera rígido. Al oir estas palabras, el colega que me había llamado a consulta me miró significativamente. No eran, en efecto, nada equívocas. Lo extraño es que la madre de la sujeto no sospechase su sentido, a pesar de que debía de haberse hallado repetidamente en la situación que con ellas describía su hija. Esta no tiene idea ninguna del alcance de sus palabras, pues si la tuviera no las pronunciaría. Se ha conseguido, por tanto, en este caso cegar de tal manera a la censura, que una fantasía que permanece generalmente en lo preconsciente ha sido acogida en la conciencia bajo el disfraz de una queja y como absolutamente inocente.
Otro ejemplo. Comienzo el tratamiento psicoanalítico de un niño de catorce años que padece de «tic» convulsivo, vómitos histéricos, dolores de cabeza, etcétera, etc. Asegurándole que cerrando los ojos vería imágenes o se le ocurrirían cosas que debería comunicarme, el paciente me responde en imágenes. La última impresión recibida por él antes de venir a verme vive visualmente en su recuerdo. Había estado jugando a las damas con su tío y ve ahora el tablero ante sí. Discute y me explica determinadas posiciones que son favorables o desfavorables y ciertas jugadas que no deben hacerse. Después ve sobre el tablero un puñal, que no es de su tío, sino de su padre, pero que traslada a casa de su tío, colocándolo sobre el tablero. Luego aparece en el mismo lugar una hoz y luego una guadaña, acabando por componerse la imagen de un viejo labrador que siega la hierba. Después de algunos días llegué a la comprensión de esta yuxtaposición de imágenes. El niño vive en medio de circunstancias familiares que le han excitado: un padre colérico y severo, en perpetua guerra con la madre y cuyo único medio educativo era una constante amenaza; la separación de los cónyuges y el alejamiento de la madre, cariñosa y débil, y el nuevo matrimonio del padre, que apareció una tarde en su casa con una mujer joven y dijo al niño que aquella era su nueva mamá. Pocos días después de este suceso fue cuando el niño comenzó a enfermar. Su cólera retenida con el padre es lo que ha reunido las imágenes referidas en alusiones fácilmente comprensibles.
El material ha sido proporcionado por una reminiscencia de la mitología. La hoz es el arma con que Zeus castró a su padre, y la guadaña y la imagen del segador describen a Cronos, el violento anciano que devora a sus hijos, y del que Zeus toma una venganza tan poco infantil. El matrimonio del padre constituyó una ocasión para devolver los reproches y amenazas que el niño hubo de oír en una ocasión en que fue sorprendido jugando con sus genitales (el tablero, las jugadas prohibidas, el puñal con el que se puede matar). En este caso se introducen furtivamente en la conciencia, fingiéndose imágenes aparentemente faltas de sentido, recuerdos ha largo tiempo reprimidos, cuyas ramificaciones han permanecido inconscientes. Así, pues, el valor teórico del estudio de los sucesos consistiría en sus aportaciones al conocimiento psicológico y en una preparación a la comprensión de la psiconeurosis. ¿Quién puede sospechar hasta dónde puede elevarse aún y qué importancia puede adquirir un conocimiento fundamental de la estructura y las funciones del aparato anímico, cuando ya el estado actual de nuestro conocimiento permite ejercer una influencia terapéutica sobre las formas curables de psiconeurosis? ¡Cuál puede ser ahora me oigo preguntar el valor práctico de estos estudios para el conocimiento del alma y el descubrimiento de las cualidades ocultas del carácter individual? Estos impulsos inconscientes que el sueño revela, ¿no tienen, quizá, el valor de poderes reales en la vida anímica? ¿Qué importancia ética hemos de dar a los deseos reprimidos, que así como crean sueños, pueden crear algún día otros productos? No me creo autorizado para contestar a estas preguntas. Mis pensamientos no han perseguido más allá esta faceta del problema del sueño. Opino únicamente que aquel emperador romano que hizo ejecutar a uno de sus súbditos por haber éste soñado que le asesinaba, no estaba en lo cierto.
Debía haberse preocupado antes de lo que el sueño significaba, pues muy probablemente no era aquello que su contenido manifiesto revelaba, y aun cuando un sueño distinto hubiese tenido esta significación criminal, hubiera debido pensar en las palabras de Platón, de que el hombre virtuoso se contenta con soñar lo que el perverso realiza en la vida. Por tanto, creo que debemos absolver al sueño. No puedo decir en pocas palabras si hemos de reconocer realidad a los deseos inconscientes y en qué sentido. Desde luego, habremos de negársela a todas las ideas de transición o de mediación. Una vez que hemos conducido a los deseos inconscientes a su última y más verdadera expresión, vemos que la realidad psíquica es una forma especial de existencia que no debe ser confundida con la realidad material. Parece entonces injustificado que los hombres se resistan a aceptar la responsabilidad de la inmoralidad de sus sueños. El estudio del funcionamiento del aparato anímico y el conocimiento de la relación entre lo consciente y lo inconsciente hacen desaparecer aquello que nuestros sueños presentan contrario a la moral. «Al buscar ahora en la conciencia las relaciones que el sueño mostraba con el presente (la realidad), no deberemos extrañarnos si lo que creímos un monstruo al verlo con el cristal de aumento del análisis, se nos muestra ser un infusorio» (H. Sachs).
Para la necesidad práctica de la estimación del carácter del hombre bastan en la mayoría de los casos, sus manifestaciones conscientes. Ante todo, hemos de colocar en primer término el hecho de que muchos impulsos que han penetrado en la conciencia son suprimidos por poderes reales en la vida anímica antes de su llegada al acto. Si alguna vez no encuentran obstáculo psíquico ninguno en su camino es porque lo inconsciente está seguro de que serán estorbados en otro lugar. De todos modos, siempre es muy instructivo
ver el removido suelo sobre el que se alzan, orgullosas, nuestras virtudes. La complicación dinámica de un carácter humano no resulta ya explicable por medio de una simple alternativa, como lo quería nuestra vieja teoría moral. ¿Y el valor del sueño para el conocimiento del porvenir? En esto no hay, naturalmente, que pensar . Por gustosos que saludemos, como investigadores modestos y exentos de prejuicios, la tendencia a incluir los fenómenos ocultos en el círculo de la investigación científica, mantenemos nuestra convicción de que dichos estudios no llegarán nunca a procurarnos ni la demostración de una segunda existencia en el más allá ni el conocimiento del porvenir. Diríamos, en cambio, que el sueño nos revela el pasado, pues procede de él en todos sentidos. Sin embargo, la antigua creencia de que el sueño nos muestra el porvenir no carece por completo de verdad. Representándonos un deseo como realizado, nos lleva realmente al porvenir; pero este porvenir que el soñador toma como presente está formado por el deseo indestructible conforme al modelo de dicho pasado.