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por Juan José Castillos
A menudo leemos en la prensa acerca de un nuevo libro o de una nueva exposición en un museo sobre la Edad de Oro de una determinada civilización.
En cada caso debemos continuar leyendo los detalles para saber a qué período específico se refieren, ya que no hay en general unanimidad en las opiniones.
Por ello, me he planteado en el caso del antiguo Egipto intentar definir cuál puede haber sido la Edad de Oro de esa civilización, que tuvo una sorprendente continuidad que se extendió por miles de años.
Quizás sea apropiado comenzar nuestra indagatoria con algunas definiciones de diccionarios, que si bien no son siempre las más adecuadas, por lo menos revelan lo que la mayoría de las personas entienden por la cosa o concepto que se procura identificar y definir.
El Gran Diccionario Salvat, por ejemplo, da las siguientes acepciones: 1) Versión griega del mito universal del paraíso perdido. A ella siguieron las Edades de Plata, Hierro, Cobre, etc.; 2) Tiempo de paz y ventura; 3) Época en que las artes, las letras, la política, etc., han tenido mayor esplendor en un país. El Diccionario de la Real Academia Española brinda definiciones similares a las anteriores.
El New Imperial Reference Dictionary, por otra parte, nos dice en su frugal y conciso estilo británico: 1) Un imaginario tiempo pasado de inocencia y felicidad; 2) Cualquier época de mayores logros.
Por lo general, cuando alguien habla de la Edad de Oro de una nación, se refiere a una época en casi todo mejor que la presente, en prácticamente todos los casos una impresión subjetiva en que se exageran aspectos negativos del presente y se olvidan o minimizan los que sin duda aquejaban a nuestros antepasados.
No es esa la acepción que motiva este artículo, aunque como cuando a muchas personas y a todos los pueblos, en este caso los antiguos egipcios, las cosas les empezaron a ir mal y vieron a su país conquistado por extranjeros, débil, dividido e impotente, ellos también intentaron ese retorno imposible a un pasado más glorioso en su arte, su religión, en algunas de sus costumbres, como antídoto ante los males del presente.
A lo que quiero referirme es a la época de mayores logros espirituales y materiales de un pueblo, la época en que esa nación alcanzó su punto más alto de desarrollo cultural, político y social.
Las discrepancias entre los historiadores aparecen cuando se priorizan determinados aspectos de la vida de un pueblo en un período precisamente delimitado, sobre otros, otorgándoles mayor importancia desde un punto de vista decididamente subjetivo.
No significa esto que sea imposible llegar a un acuerdo fundamentando debidamente cada opinión y comparándolas luego, pero sí que en muchos casos tal acuerdo es bastante improbable.
En lo que me es personal, pienso que el Siglo de Oro español o el siglo XIX para Gran Bretaña o el Período de los Macabeos para Israel (considerando lo históricamente comprobable más que lo mítico o legendario), no presentan mayores dificultades para lograr tal acuerdo, pero cuando estudiamos civilizaciones o pueblos de más compleja y larga historia, como Egipto o Mesopotamia, la situación se complica.
En el caso del antiguo Egipto, y a pesar de la prolongada evolución y desarrollo de esa civilización, hay sólo unas pocas épocas que han sido definidas como la Edad de Oro faraónica.
Voy a comenzar este estudio con una de ellas, que si bien quizás no soy el único que la entiende como tal, sí estoy seguro que no somos muchos sus defensores.
Se trata del Período Dinástico Temprano o Arcaico, y más concretamente, la Primera Dinastía de Egipto. Por los miles de años, casi cinco mil, que nos separan de ella, así como por las vicisitudes históricas que borraron mucha de la información existente acerca de ese remoto período, debemos por lo menos tener en cuenta la opinión de los antiguos egipcios quienes dejaron constancia escrita en un papiro del Nuevo Imperio de que el advenimiento de los reyes Menes, Mentuhotep y Ahmosis marcó en cada caso el comienzo de nuevas épocas en la historia de su país.
Aunque todavía subsisten las dudas sobre qué rey del Dinástico Temprano fue este Menes, primer rey de Egipto y fundador de la monarquía faraónica, mencionado en las listas reales egipcias, y aún si ese rey realmente existió como tal, este período marcó un cambio significativo para Egipto.
La unificación permitió una consolidación del sentimiento nacional, más allá de las lealtades a jefes o reyes locales, así como el nacimiento de la arquitectura monumental, los cánones del arte posterior, la escritura y los principios fundamentales que habrían de regir el destino futuro de la religión y la monarquía faraónica.
En este período podemos encontrar casi todas las características que habrían de diferenciar netamente a Egipto de las naciones y pueblos vecinos y esto por sí solo, ya subraya la importancia del Dinástico Temprano y corrobora las pretensiones de quienes ven en esta época la Edad de Oro de Egipto.
No debemos olvidar que con frecuencia los períodos fundacionales de naciones son considerados luego como tiempos en que las esperanzas, los ideales y el entusiasmo optimista de tales próceres forjaron los principios que definirían más tarde la identidad de esos países. El caso de Estados Unidos de Norteamérica es típico, donde se brinda particular reverencia a esos padres fundadores (the founding fathers), muchos de ellos intelectuales de la talla de Thomas Jefferson o Benjamin Franklin, con quienes líderes posteriores difícilmente pueden aspirar a compararse.
Sin embargo, otra corriente de pensamiento que goza de apoyo más numeroso entre los historiadores es la de atribuir tal galardón al Antiguo Imperio y especialmente a la Cuarta Dinastía, en la que reyes como Snofru, Khufu, Khafra y Menkaura (mejor conocidos estos últimos como Kheops, Khefrén y Micerino) brillan con luz propia como responsables de maravillas que han desafiado casi incólumes al tiempo, nos referimos a las grandes pirámides de Dashur y Guiza.
Es imposible soslayar el hecho que la Gran Pirámide de Khufu fue durante más de cuatro mil años y hasta época muy reciente, el edificio más grande y más alto del mundo.
El hecho de que estos monumentos funerarios fueran construidos y jamás igualados en tiempos posteriores se debe al poder centralizado de los reyes de Egipto en ese momento, un poder tan grande y tan absoluto que seguramente habría hecho palidecer de envidia al propio Luis XIV, el Rey Sol de Francia y símbolo del absolutismo monárquico en Europa, un poder que les permitió movilizar todos los recursos humanos y económicos del país para llevar a cabo tales colosales construcciones.
Jamás tendrán los sucesores de estos reyes el poder que ellos detentaron ni se atreverán a intentar emularlos en su poder personal o en las construcciones que llevaron a cabo para asegurarse un destino en el más allá de acuerdo con su exaltada posición en vida.
El siguiente período que podría ser visto como la Edad de Oro del antiguo Egipto es el Imperio Medio y muy especialmente, la Dinastía XII.
Los testimonios de esta época son más abundantes que los del Dinástico Temprano, pero aquí también encontramos enormes espacios vacíos, entre ellos mucha información referente a la arquitectura, en que son muy pocas las construcciones que han llegado hasta nosotros en aceptable estado de conservación.
Los faraones del Imperio Medio reunificaron a Egipto luego de un período de crisis de la monarquía en el país, pero reinaron respetando al principio los derechos adquiridos por poderosos gobernantes locales y aunque paulatinamente pudieron imponer a todos su autoridad y restablecer en gran medida el absolutismo real, no les fue posible recuperar el grado de poder político que los reyes habían obtenido en el Antiguo Imperio.
A pesar de tales limitaciones al poderío real y a pesar de las contraposiciones entre el rudo sur y el refinado norte, especialmente visibles en el arte de principios de este período, esta época es considerada por los historiadores como el período clásico del Egipto faraónico.
La lengua en su forma escrita es la que se enseña hoy en todo el mundo como el primer paso en el aprendizaje por los estudiantes de egiptología y es llamada Egipcio Medio. Respetando las distancias culturales y a modo de comparación, difiere de la lengua que se hablará luego en Egipto como el griego clásico diferirá del koiné helenístico posterior.
En el terreno de la arquitectura, dentro de lo poco que ha sobrevivido y llegado hasta nosotros, contamos con el complejo funerario del rey Mentuhotep en Deir el Bahari, que sirvió de inspiración para uno de los más hermosos e innovadores templos en toda la historia de la arquitectura faraónica, el de la reina Hatshepsut de la XVIII dinastía, que fue construido a pocos metros de distancia, así como también una pequeña joya arquitectónica, la capilla del rey Sesostris I, que fue construida en el terreno que hoy ocupa el enorme templo de Karnak en Luxor.
Tampoco podemos ignorar que muchos de los más importantes textos de la literatura egipcia, entre ellos el cuento de Sinuhe, así como tratados de medicina y de matemática, fueron concebidos y escritos en esta época.
No sería disparatado pues suponer que la Dinastía XII marcó la Edad de Oro de un Egipto que aspiraba a restablecerse de una de sus periódicas crisis y sentar las bases para una monarquía estable, según las pautas que los dioses habían fijado y que los reyes debían mantener en este mundo.
Lamentablemente, el episodio de los hiksos dio por tierra con tales expectativas y cuando después de duros combates los príncipes tebanos expulsaron a los reyes extranjeros y reunificaron a Egipto bajo su autoridad, dio comienzo el último de los períodos que puede aspirar a ser llamado la Edad de Oro de Egipto, nos referimos al comienzo del Nuevo Imperio, a la Dinastía XVIII.
La lucha contra los hiksos originó algo que iba a impulsar a los egipcios fuera de sus fronteras en busca de seguridad y cerrarle el paso a nuevos posibles invasores, también para extender su control e influencia a regiones a las que no había podido llegar hasta ese momento, tanto en el sur, hasta la quinta catarata del río Nilo, como hacia el noreste, hasta el río Éufrates, nos referimos a un ejército profesional, incomparablemente superior a las levas de campesinos anteriores.
Si muchos historiadores consideran a esta dinastía como la Edad de Oro de Egipto, es en gran medida por las riquezas que fluyeron hacia el país de las tierras conquistadas como tributo y botín de guerra, que posibilitaron el esplendor y las construcciones de esta época.
Las más impresionantes contribuciones de estos faraones victoriosos al gran templo de Karnak, los templos de Deir el Bahari, Luxor y los posteriores de Abu Simbel, Medinet Habu y tantos otros testimonian la grandeza de este período que estableció la reputación de Egipto como una de las grandes potencias del mundo antiguo.
Llegamos pues a la ingrata y difícil elección de cuál de estas grandes épocas del antiguo Egipto faraónico puede ser considerada como la Edad de Oro de ese país en la primera parte de su muy larga historia.
Como decíamos al principio, los criterios que elegimos para hacer tal atribución van a decidir el resultado y ella no va a ser necesariamente la que los propios egipcios habrían hecho si hubieran contado con mucha de la información de que disponen hoy los modernos egiptólogos, que reducen y corrigen hasta cierto punto las incertidumbres originadas por la evidencia parcial y fragmentada y las tradiciones que respondían a necesidades políticas y religiosas más que a un afán sincero de ver su pasado como realmente fue.
Por lo tanto, finalizo señalando que en mi opinión este tema está y quizás permanecerá siempre abierto a la discusión al no haber forma de resolver tajantemente el dilema que esta cuestión plantea.
Sin embargo, no quiero evadir una toma de posición personal y confieso que luego de pensar por mucho tiempo, me atrevería a elegir a la Cuarta Dinastía como la Edad de Oro de Egipto, por las razones que expuse más arriba y por considerar que en esa época Egipto alcanzó una madurez como civilización que a pesar de los avances logrados más tarde en algunas direcciones, nunca pudo superar, y si algún día, que esperemos nunca llegue, los otros monumentos de Egipto se reducen a escombros, las pirámides de Guiza seguirán desafiando al tiempo, diciéndole al mundo que en las riberas del Nilo vivió un pueblo que supo expresar en piedra que hay muy pocos límites a la capacidad del ser humano por triunfar en casi cualquier empresa si pone en tal empeño constructor toda su energía y todo su talento.
Ch. Desroches-Noblecourt, “Le style égyptien”, París, 1946.
J. Harris, “The legacy of Egypt”, Oxford, 1971.
M. Lehner, “The complete pyramids: solving the ancient mysteries”, Nueva York, 1997.
R. Leprohon, “Middle Kingdom, overview” en la Encyclopedia of the Archaeology of Ancient Egypt, Londres, 1999, 47-53.
J. Malek, “In the shadow of the pyramids: Egypt during the Old Kingdom”, Oklahoma, 1986.
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W. Stevenson Smith, “The Art and Architecture of Ancient Egypt”, Harmondsworth, 1981.
T. Wilkinson, “Early Dynastic Egypt”, Londres, 2000.
Fuente del documento: http://www.reocities.com/jjcastillos/edad_oro.doc
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