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III. La forma geométrica de la pirámide egipcia responde a una forma social piramidal
III. 1. Una geometría pura que encarna la cultura y la sociedad egipcias
A pocos kilómetros de El Cairo se halla la gran necrópolis de Letópolis, hoy conocida como Meseta de Guiza, que se extiende por una llanura que ocupa más de 2000 m2 y cuyos monumentos principales son la Esfinge y las tres pirámides de Guiza (Fig. 8), construidas durante la Dinastía IV del Imperio Antiguo, es decir, entre el 2613 y el 2494 a.C. Éste es precisamente el conjunto piramidal que constituye la base de análisis del presente artículo, sin perjuicio de que cite algún edificio más para corroborar determinados aspectos.
Fig. 8. Vista general de las pirámides de Guiza. c. 2500 a.C. Foto Susana Alegre García.
Una de las cuestiones que nos llaman en seguida la atención de las pirámides es la regularidad de su trazado y la geometría pura de sus formas. Así es, estas pirámides están compuestas, al menos, de cuatro figuras geométricas. La primera, el cuadrado de su base (la de Quéope mide aproximadamente 230 m por cada lado, la de Quefrén 215 m y la de Micerino 108 m), que al parecer está relacionado con antiguas técnicas de irrigación transplantadas a la edificación de la pirámide[44]. La segunda, el círculo que actualmente no vemos pero que sabemos que fue utilizado en la construcción de la pirámide al erigirse sobre el cuadrado de la base una pared circular de barro en cuyo centro se colocaba un hombre para buscar el norte por medio de las estrellas[45]. Además, la altura e inclinación de la pirámide revela que los egipcios se plantearon el problema de la relación entre el cuadrado y el círculo, resuelto con el conocimiento del número pi que expresa la relación entre el radio de la circunferencia y su longitud. De este modo, la altura de la pirámide es exactamente el radio de un círculo cuya circunferencia es igual al perímetro de la base, lo que da una inclinación uniforme a sus lados de 51 grados, 5l minutos[46]. La tercera, el triángulo, figura que forma cada una de las caras de la pirámide y, finalmente la cuarta, el rectángulo de las grandes piedras utilizadas en su construcción. Esta geometría pura es coherente con un arte que ha sido definido como “conceptual”[47] y con una arquitectura que está basada en el poder absoluto del plano y de la forma abstracta. Además, tiene que ver con el orden matemático del arte egipcio[48], que considera al mundo como un cubo atravesado en ángulo recto por dos coordenadas: el fluir de Norte a Sur del Nilo y el paso del Sol de Este a Oeste por la bóveda del cielo, sostenida por un tercer eje. Así pues, los egipcios tuvieron una sensación ortogonal del espacio, esto es, lo concibieron como una estructura cúbica[49], pero esta estructura –como se ha visto– está sustentada sobre el Sol y el Nilo, y está vinculada con una determinada concepción del universo. Por tanto, no podemos considerar ni el pensamiento matemático egipcio ni tampoco la geometría pura de las pirámides como algo inmanente al propio arte, sino como una expresión social y cultural y esto es lo que voy a tratar de demostrar a continuación.
III. 2. La pirámide es una mediadora entre el cielo y la tierra
Desde el principio, las pirámides se han convertido en uno de los edificios históricos que más han llamado la atención de curiosos y especialistas, que se han ido preguntando cuál es su verdadero sentido. Ha habido épocas en las que se las ha considerado como escondite de tesoros, como observatorios, como graneros e, incluso, como un medio de predecir el futuro. Todavía hoy, aunque han avanzado considerablemente los descubrimientos que nos han permitido desvelar aspectos significativos de las mismas, se nos escapan numerosos elementos y detalles que nos permitan elaborar una interpretación global acerca del significado de esta característica construcción egipcia. Sin embargo, en la actualidad es evidente que es un monumento que contiene la tumba del faraón y que trata de preservar a salvo su cadáver y, junto con él, su vida eterna[50]. Y en relación con ello, yo voy a detenerme en tres aspectos simbólicos de las pirámides. El primero, es su papel mediador entre el cielo y la tierra, lo que está ampliamente aceptado. El segundo y el tercero están vinculados con mi visión del arte, puesto que la pirámide se inserta en un orden natural-teocéntrico y ya que revela una concepción de la Naturaleza dividida y con necesidad de ser trascendida.
Fig. 9.Micerinos con Hathor. Museo de El Cairo. Foto de Deana Paris García.
Tradicionales teorías hablan de la vinculación de la pirámide con el cielo y la tierra. Existe, por ejemplo, una hipótesis basada en uno de los cultos religiosos de los antiguos egipcios que expone que la pirámide es una rampa que representa los rayos del sol que caen al suelo y por los que el rey muerto puede ascender hasta el cielo. Desde la pirámide, el rey se sube al barco que cruza el cielo de Este a Oeste llevando dentro una bola de fuego que es el sol[51]. Luego, durante la noche, viaja de Oeste a Este por el mundo subterráneo. Así pues, este viaje es la manera de dar una explicación del día y de la noche[52]. Otra tesis indica que la pirámide de base cuadrada es un modelo a gran escala de la piedra benben de Heliópolis, un objeto cónico o piramidal, probablemente de origen meteórico, que se veneraba en esa ciudad y que se consideraba como la Alta Arena sobre la que Atum, el demiurgo del culto al sol, apareció por encima de las aguas del caos en el momento de la creación del mundo[53].
Pero, junto a estas tradicionales teorías, también se ha explicado la vinculación de la pirámide con el cielo y la tierra a través de su propia forma y disposición. En primer lugar, porque –como se ha visto– si el círculo es la figura adecuada para contemplar el cielo, también debe serlo para encarnarlo, mientras que el cuadrado, utilizado ancestralmente para medir los campos y para regarlos, expresa mejor el mundo terrestre y, finalmente, el triángulo cumple satisfactoriamente la función de ser un mediador entre las dos figuras anteriores y una escala de ascenso de una a la otra. En segundo lugar, porque cada uno de sus lados está orientado a un punto cardinal. En tercer lugar, porque la entrada a la bóveda o panteón (situada debajo de la masa cuadrada) suele estar al norte, frente a las estrellas polares; porque al este se halla el templo mortuorio que conduce por una calzada a un templo situado en el valle, al borde mismo del terreno cultivado; y porque en las cercanías se encuentran dos o más pozos para instalar barcas que son imitaciones de las barcas solares en las que el faraón surca las aguas del cielo en el séquito del dios del Sol. En cuarto lugar, porque el ángulo de inclinación de las pirámides (por ejemplo, la de Quefrén) combina perfectamente el carácter terrenal de su construcción con un impulso dinámico hacia el firmamento[54].
Fig. 10. Cámara funeraria de Unas en Saqqara (hacia 2350 a. C.). Foto Susana Alegre García.
El análisis de otras obras artísticas egipcias también ayuda a comprender el papel mediador que la pirámide efectúa entre el cielo y la tierra. Son interesantes al respecto las esculturas del conjunto de las pirámides. Así es, en el inacabado valle de la pirámide de Micerino aparecieron varios grupos escultóricos que muestran al faraón en estrecha relación con Hathor, la diosa de los cielos, así como con la divinidad local que representa las fuerzas de la tierra. El faraón, situado en el centro, avanza su pie derecho ligeramente por delante de las figuras de las diosas, que son levemente más bajas que el faraón (Fig. 9). Y si él es la encarnación del supremo dios Amón-Ra, ellas son unas divinidades secundarias, por lo que se comprenderá que se manifieste de este modo el poder del faraón y su orgullo con respecto a estas divinidades[55]. Por otra parte, también se observa esta mediación entre el cielo y la tierra en la Cámara Funeraria de la pirámide de Unas de Saqqara (hacia 2350 a.C.), pues ha mantenido unas pinturas que, al no conservarse en el conjunto de Guiza, se han revelado como muy importantes para la comprensión del significado de las pirámides. En Unas (Fig. 10), el sarcófago está pintado con diseños que representan las paredes de una casa interior con sus colgaduras de estera y sus paneles, mientras que las pesadas losas inclinadas de piedra caliza que forman el tejado de la cámara presentan estrellas amarillas de cinco puntas en relieve sobre el fondo azul del cielo nocturno[56]. Por lo que podemos inferir de ellas que, si la pirámide encarna el montículo primigenio, la decoración del sarcófago imita la “casa de la eternidad” del rey, juntándose así las dos ideas del destino mortuorio, es decir, el cadáver, abajo, en eterna residencia en la tierra y el alma, arriba, en el cielo, como estrella, o en el séquito del dios del Sol). Por tanto, la vida supraterrenal del soberano es, en parte, continuación de su vida en la tierra, pero principalmente se trata de un ascenso desde lo terrenal a lo celestial.
III. 3. La pirámide se inserta en un orden natural-teocéntrico
Las pirámides (Fig. 11) están dispuestas diagonalmente en un emplazamiento de NE-SO, de modo que ninguna cubra el sol a las demás[57]. A esto hay que añadirle que la serie de necrópolis desde Letópolis hasta Heracleópolis se situaban en el lado Oeste del río Nilo, esto es, siempre en su orilla occidental, por donde se pone el sol (Fig. 12), lo que tiene que ver con el viaje mítico del cuerpo muerto en su búsqueda de inmortalidad[58].
Fig. 11. Las pirámides de Guiza estás dispuestas diagonalmente NE-SO, para que ninguna tape el sol a las demás. Foto en R. M. y E. Hagen, Egipto. Hombres. Dioses. Faraones, Barcelona, 1999, p. 24.
Así pues, el sol[59] y el agua son los dos ejes geográficos y simbólicos de las pirámides y del conjunto de la civilización egipcia[60], lo que queda corroborado, además, porque para ésta la sociedad ideal en la tierra era el reflejo fundamental de un orden divino y el Nilo –con un ritmo que sigue a la naturaleza– era el ligamento natural entre el Hombre y Dios[61]. Pero todo ello conduce a pensar que la pirámide egipcia se sitúa, al igual que el zigurat mesopotámico, bajo un orden natural-teocéntrico[62].
Fig. 12. Localización de las pirámides en el lado oeste del Nilo, por donde se ocultaba el sol. Plano en A. Siliotti, Pirámides de Egipto. Guía de Arqueología, Madrid, 2005, p. 17.
III. 4. La división de la Naturaleza y la necesidad de trascenderla
Ahora bien, si Mesopotamia también se inserta en un orden natural-teocéntrico, Egipto no lo hace del mismo modo, pues posee características que le son específicas. Una de ellas se refiere a su visión de la Naturaleza, una visión que las pirámides nos revelan de un modo especial al contrastarse llamativamente con el entorno natural en el que han sido enclavadas. En efecto, la pirámide se contrapone al desierto (Fig. 13), al menos, en cuatro sugerentes aspectos:
1º) Mientras que las arenas del desierto son móviles y frágiles, la piedra de la pirámide es dura (los bloques pesan una media de 2,5 toneladas, pero pueden llegar hasta las quince y, en algún caso como en la pirámide de Micerino, a 200), estática y persigue ser eterna. Es razonable pensar esto, puesto que la búsqueda de la eternidad caracteriza al Estado egipcio, que es el primer garante, generador e institucionalizador de la permanencia y de la continuidad y puesto que éste se apoya, sobretodo, en el arte egipcio, una de cuyas características más importantes es precisamente la búsqueda de la inmortalidad[63]. Además, es la arquitectura de entre todas las artes[64], la que mejor refleja esta ideología al ser la piedra el lugar y la expresión de la inmortalidad y el discurso monumental la realización de la forma del espacio y del tiempo sagrado. Por tanto, con las tumbas monumentales, el faraón entra en el espacio sagrado de la permanencia[65].
2º) La horizontalidad del desierto (que era aplanado para construir encima la pirámide) contrasta con la verticalidad de la pirámide (146,73 m tenía en su origen la pirámide de Quéope, 143 m la de Quefrén y 66,2 m la de Micerino).
3º) La forma orgánica de la arena del desierto se contrapone con la forma geométrica pura de la pirámide.
4º) El desierto –el lugar donde se ubica la pirámide– se enfrenta al valle del Nilo, lo que está relacionado con la mitología de la pareja de Set y Horus que representan, respectivamente, el espíritu y la materia, el desierto de color rojo-amarillento y el valle verde que renacerá[66], después de la inundación, cada año bajo la forma de Osiris[67]. El río Nilo, por su parte, hace de eje central, pues es el “eje de vida del cuerpo egipcio, es el trazado del cuerpo de Dios”[68] y, por tanto, desarrolla un carácter mediador. En suma, todo esto nos manifiesta el contraste entre el desierto muerto y el valle lleno de vida.
Fig. 13. Contraste entre el árido desierto y el valle lleno de vida. Foto de Susana Alegre García.
Estas llamativas oposiciones me han llevado a reflexionar sobre el por qué los egipcios construyeron sus pirámides precisamente en el desierto y no en otro lugar. Antes de la unificación de Egipto, bajo Menes, en el Alto Egipto los muertos eran enterrados en cementerios situados en las márgenes del desierto y separados de los asentamientos de los vivos. En el Bajo Egipto, por el contrario, eran inhumados dentro de los recintos urbanos y, en ocasiones, bajo los suelos de las casas[69], al igual que otras civilizaciones antiguas como los sumerios o los micénicos, que sepultaron a sus fallecidos en el interior de sus ciudades. Así pues, la pirámide continúa el modelo del Alto Egipto para responder a las motivaciones religiosas ya señaladas, pero yo entiendo que su ubicación en el desierto probablemente también sea consecuencia de, al menos, otras dos causas. La primera, tiene que ver con la concepción dual que los egipcios poseyeron de la naturaleza, ya que bien la consideraron como sinónimo de vida –la agricultura– bien de muerte –el desierto. A mí me parece que esta cuestión puede ser asumida porque los egipcios concibieron un todo compuesto de dos partes, lo que se refleja en su idea de la monarquía dual –la corona roja del Bajo Egipto y la corona blanca del Alto Egipto–, en la del propio país –conformado por dos tierras– y en la de su geografía –formada por el desierto (“La Tierra roja”) y por el suelo cultivable (“La Tierra Negra”)[70]. Pero también nos ayuda a aceptar esta división de la naturaleza en dos el que la Biblia posea una concepción semejante[71]. La segunda, contiene sin embargo un carácter más especulativo y, si me atrevo a sugerirla en forma de pregunta, es porque, aunque no podrá ser fehacientemente solucionada en tanto no surjan nuevos hallazgos arqueológicos, al menos podemos basarla en dos argumentos. El primero, porque son evidentes los contrastes entre la pirámide y el desierto y esto tuvo que perseguir algún significado y más si tenemos en cuenta la meticulosidad con la que los pueblos antiguos trataban sus asuntos religiosos y, especialmente, los relacionados con la muerte. Y el segundo, porque el arte egipcio presenta, a diferencia del mesopotámico, una naturaleza en la que las fuerzas siniestras y hostiles son domadas e intelectualizadas[72]. ¿No es posible, por tanto, pensar que los egipcios quisieran con las pirámides domeñar a la naturaleza estéril del desierto?, ¿no sería viable imaginar que el hecho de que levantasen sobre la naturaleza muerta un edificio para la eternidad exprese la conciencia de que el hombre, al ser natural, muere y que para vencer a la muerte debe necesariamente trascender la naturaleza?
III. 5. La pirámide egipcia es un símbolo del poder absoluto del faraón
Se ha visto cómo la pirámide es una mediadora entre el cielo y la tierra y cómo se inserta en un orden natural-teocéntrico y, en mi opinión, esto está vinculado con el rol que se le adjudica al faraón, pues es considerado el mediador entre los mundos humano, divino y natural, es decir, que es visto como un hombre, como un dios y con poder para controlar y trascender la naturaleza[73]. En efecto, el rey es un hombre y, como tal, se debilita y envejece y de ahí que se creara la “fiesta Sed” para revitalizar su fuerza y poder[74]. Pero si el rey es un hombre también es un dios, pues ya desde las primeras dinastías es básico el concepto del rey divino, en tanto que el faraón gobierna en Egipto como un dios que vive en la tierra y entre los mortales[75]. Esto le confiere a la soberanía una característica de la que carece el hombre común, esto es, que posee una relación mucho más íntima con los poderes de la naturaleza que los otros seres humanos y, por eso, el rey ostenta la singular capacidad de dominar y promover los procesos naturales, especialmente la inundación del Nilo[76]. A esto hay que añadirle que en el Imperio Antiguo el faraón se considera la encarnación del Estado y la emanación del dios supremo (Horus), por lo que la monarquía egipcia constituye una “teocracia identificativa”[77], es decir, que cumple funciones de intermediaria entre el Hombre, la Naturaleza y la Divinidad, abrazados íntimamente e identificados en la figura del faraón. Se entiende, de este modo, que el soberano pueda concentrar en sus manos todo el poder.
Fig. 14. Las estructura social egipcia tiene forma de pirámide. En J. Santacana, G. Zaragoza, Atlas histórico, Barcelona, 2001, p. 14. 1. Faraón - 2. Sacerdotes - 3. Nobles - 4. Altos funcionarios - 5. Soldados - 6. Comerciantes - 7. Artesanos - 8. Extranjeros - 9. Campesinos - 10. Esclavos.
Este omnímodo poder del monarca tiene su representación en la última piedra de la pirámide, la cimera o piramidión, pues encarna al faraón y a su concentración solitaria de la soberanía (Fig. 14). Y es que este inmenso bloque en forma de pirámide está construido posiblemente de granito, como la propia Cámara del Rey y el sarcófago que albergaba su cuerpo, mientras que el recubrimiento del resto de la pirámide era de piedra caliza de Tura y la base de granito rojo. A lo que hay que añadir que, en algunos casos[78], la cimera estaba pintada o recubierta con una capa de oro y que nos ha quedado una cimera muy completa que nos ayuda a desvelar su significado. Ésta es la de la pirámide de Amenemes III en Dashur, que está en el Museo de El Cairo, y que muestra cuatro lados que poseen inscripciones en las que se invoca a divinidades relativas a las regiones geográficas a las que están orientados los lados. Una de estas inscripciones relacionada con el dios del sol naciente, Haractes, dice que “quizá la cara del rey se abrirá de modo que pueda ver al Señor del Horizonte...; quizá hará que el rey brille como un dios, señor de la eternidad e indestructible”[79]. Por eso, aparecen los ojos del faraón mirando hacia arriba, a la belleza del sol, desde dentro de la pirámide[80]. Parece, por tanto, razonable adscribir simbólicamente al piramidión a la figura del faraón. Y, para reforzar esta idea, baste comparar las pirámides de Guiza con las del cementerio real de Meroe, en Sudán (Fig. 15), que encarnan la pertenencia a la dinastía, mientras que las de Egipto personifican la identidad individual del soberano[81].
Fig. 15. Cementerio real de Meroe (Sudán, finales s. IV) encarna la pertenencia a la dinastía, mientras que en Egipto la pirámide personaliza la identidad individual. Foto en E. Fantusati, La última morada de los faraones negros, Aventura de la Historia 13/2, 1999, p. 73.
Pero, la pirámide no sólo simboliza al faraón, pues también expresa la jerarquía social piramidal egipcia[82]. Como se puede apreciar en la Fig. 14, si a la cabeza de ella se sitúa el monarca, bajo su mandato y por orden de consideración social se encuentran los sacerdotes, los nobles, los artesanos, los campesinos y los esclavos.... Los sacerdotes son los administradores de las riquezas de los dioses y los nobles los dueños de las tierras y los administradores del poder delegado por el faraón. Los funcionarios, por su parte, son los que sostienen el Estado y “los ojos y los oídos del faraón”, es decir, emisarios reales que ejercen un gran poder. Los soldados regulares o mercenarios –nubios y libios– son los que hacen la guerra y los comerciantes y los artesanos –carpinteros, constructores de carros, curtidores, zapateros, vidrieros, orfebres, fundidores de metales, alfareros, tejedores, panaderos, pasteleros, cerveceros, ladrilladores, lavanderos, tintoreros...– habitantes de las ciudades que gozan de una cierta consideración social. Los extranjeros son despreciados y a veces se les expulsa, pero en algunos momentos fueron minorías influyentes. Los campesinos viven explotados, soportan pesados tributos y son despreciados por las clases altas, pero constituyen la gran mayoría del país. En el último escalafón social, se hallan los esclavos, que no eran muy numerosos y que junto a prisioneros y cautivos de guerra, son utilizados como meros instrumentos de trabajo. Esta estructura social jerárquica también tiene su reflejo en el urbanismo egipcio, pues al lado de la ciudad capital nacional, que es la residencia del soberano y sede de la administración central, existen otras ciudades menores en una secuencia jerárquica de los asentamientos que refleja la dirección piramidal de la compleja y estratificada sociedad egipcia[83]. Igualmente, las cuadrillas de hombres que construían las pirámides estaban organizadas formando una estructura social piramidal, pues estas cuadrillas estaban divididas en bandas de cinco grupos o clanes, subdivididos en diez divisiones de veinte hombres o veinte divisiones de diez hombres[84].
Esta jerarquía social que refleja la pirámide es, por tanto, fruto tanto de la división como del deseo de unidad y ambas cuestiones están muy presentes simbólicamente en este monumento. En efecto, la diferenciación social se hace patente, por ejemplo, en el enorme contraste de tamaño entre la grandilocuente pirámide y las sencillas mastabas destinadas a los súbditos que se ubican a su lado. Igualmente se manifiesta en los diferentes colores con los que al parecer estaba pintada la pirámide[85], pues si la cimera era de color azul o amarillo –símbolos de la divinidad y del cielo–, el resto era de color blanco –como la propia piedra caliza–, menos la base que era de color ocre rojo, rojo marronoso o negro grisáceo –quizás, los colores de la tierra o del desierto–.
Al mismo tiempo, la pirámide manifiesta la unidad política y el deseo de equilibrio que subyace en el pensamiento egipcio. Por lo que se refiere a la unidad política se explicita en la pirámide porque unifica los dos sistemas mortuorios vigentes. Así es, en Egipto tradicionalmente existían dos tierras, la del Alto y el Bajo Egipto[86] y, junto a ellas, dos sistemas religiosos mortuorios diferentes, el solar y el osiriano. El primero, mantiene una vinculación de los muertos con el sol que se pone para descansar, pero que todos los días resurge con una nueva gloria y, el segundo, vincula a los muertos con Osiris, dios mortuorio de orígenes oscuros, pues no se sabe bien si es un dios terrestre que es el rey de los muertos o un dios de la tierra donde se sepultan a los muertos o el dios del Nilo. En cualquier caso, la pirámide unifica estos dos sistemas, pues la tumba subterránea corresponde a Osiris, mientras que la escala de ascenso y la disposición de la pirámide con respecto al sol tiene más que ver con la religión solar. Por lo demás, también presenta símbolos referidos a las dos tierras de Egipto, por lo que igualmente expresa la unidad del Estado. Y en lo que respecta al equilibrio social, lograr una armonía (la Maat, esto es, el orden, la justicia, la verdad y el derecho) de las diferentes estructuras es la tarea primordial del rey egipcio y lo que parece querer simbolizar la pirámide[87]. A ello ayuda también que existiera una clase media numerosa formada por funcionarios y por obreros especializados, que no parece que hubiera una sociedad rígida de castas y que los principios de reciprocidad con sus administrados conformaba el fundamento jurídico último. Se comprende entonces que el faraón revistiera tanta legitimidad, que en general existiera un equilibrio con los súbditos y, en definitiva, que el Estado faraónico tuviera tan larga supervivencia.
Y desde esta perspectiva, no me extraña que la pirámide sea la forma más adecuada para encarnar este Estado dividido que, sin embargo, siempre está a la búsqueda de equilibrio. Y a este respecto, a mí me parece, que se puede deducir de la forma de la pirámide que la sociedad egipcia en su conjunto, unida y bajo las órdenes del faraón, trabajaba para alcanzar la eternidad del monarca y todo ello, en último extremo, para lograr, a través de la divinizada figura, la estabilidad, la seguridad y la felicidad de toda la sociedad[88].
[44] J. Weeks, Las pirámides, p. 18 y I. E. S., Edwards, Las pirámides de Egipto, p. 256.
[45] Edwards, p. 259. Wecks, p. 19 y en Macaulay en Nacimiento de una pirámide, p. 22).
[46] Edwards, p. 265).
[47] J. Padró, Historia del Egipto faraónico, pp. 75 y sigs.
[48] C. Aldred, p. 13.
[49] Esto podemos apreciarlo en los relieves de los templos, que también son de estructura cúbica y que están enmarcados por figuras geométricas cuya línea de base es el glifo de la tierra y la línea del techo el signo del cielo, sostenido a veces en los extremos por centros was en representación de los dos polos que mantienen en alto a los cielos en sus cuatro esquinas. También la estatuaria egipcia posee un carácter volumétrico cúbico, lo que se deriva no sólo del concepto del universo, sino también de la naturaleza del espacio en el que estaba encerrada (Aldred, pp. 53-44).
[50] Weeks, p. 14.
[51] Como señala Edwards (p. 284), m(e)r, pirámide, significaría “lugar de ascensión” o el “objeto utilizado para ascender”.
[52] Weeks, p. 14.
[53] Aldred, p. 59).
[54] D. Wildung, Egipto, p. 54).
[55] En contraposición, la estatua de Amenofis III arrodillado expresa la humildad del faraón frente a la divinidad y, por tanto, la evolución del concepto de la realeza desde el Imperio Antiguo hasta el Nuevo.
[56] El color amarillo es el color del oro, “carne de los dioses”, el símbolo de la divinidad y, por tanto, el color de la eternidad (G. Desroches-Noblecourt, La pintura egipcia, pp. 107 y sigs.).
[57] A. C. Carpiceci, Arte e Historia de Egipto, p. 56 y Aldred, p. 59.
[58] Weeks, p. 16.
[59] Es preciso recordar que, junto a las ideas solares que dominan en la pirámide, se mantienen viejas ideas astrales. Y ello desde Esnofru, que escogió ser enterrado en una pirámide perfecta en lugar de una pirámide escalonada porque las ideas solares del Más allá prevalecieron por encima de los viejos conceptos astrales, sin que éstos desaparezcan del todo de las pirámides. Por lo demás, el proceso de solarización se acentuó bajo el reinado de Quéope y de sus sucesores.
[60] J. F. Héry, T. Enel, Animaux du Nil, pp. 27 y sigs.
[61] J. J. Kemp, El Antiguo Egipto, p. 28.
[62] F. Héry, T. Enel, pp. 106-111.
[63] En Padró, p. 75
[64] La pintura egipcia también aspira a la inmortalidad, pues traduce el ceremonial funerario de una divinidad dominadora que persigue ser inmortal. Véase, “La pintura egipcia”, de Christiane Desroches Noblecourt, pp. 103 y sigs. Igualmente, la escultura anhela la eternidad, pues cada figura busca la vida eterna por su solidez e impasibilidad, evitando toda apariencia de flexibilidad, de acción momentánea y de emoción pasajera. Así pues, no está localizada ni en el espacio ni en el tiempo, lo que está vinculado con la persecución de la seguridad y de la calma conseguidas con la detención del tiempo, con la adhesión a los orígenes establecidos por la divinidad y con la ignorancia del futuro. Véase, John A. Wilson, La cultura egipcia, pp. 88-90.
[65] J. Assmann, Egipto a la luz de una teoría pluralista de la cultura, p. 22).
[66] Es significativo al respecto que la pintura egipcia dedique el color rojizo, que es el color de las arenas del desierto, para simbolizar la esterilidad, mientras que el verde es el color del papiro tierno y evoca simultáneamente el frescor y la juventud (Desroches Noblecourt, p. 107).
[67] F. Héry, T. Enel p. 92.
[68] F. Héry, T. Enel, pp. 106-111.
[69] Edwards, p. 278.
[70] H. Frankfort, Reyes y Dioses. pp 43-44.
[71] Como nos indica Northrop Frye, en Poderosas Palabras. La Biblia y nuestras metáforas, pp. 200 y sigs., en el Génesis de la Biblia existen dos concepciones diferentes de la naturaleza, la Naturaleza del Paraíso, que es sinónimo de vida, y la Naturaleza a la que Adán y Eva son expulsados, que representa el trabajo, el dolor, la vejez y la muerte, pues el hombre es “polvo y al polvo volverá”. Véase, el Génesis, 2,4.
[72] En relación con este dominio sobre la naturaleza es preciso recordar que un epíteto corriente del rey es di anj, es decir, “dador de vida” o “dotado de vida” y esto, según sostiene Henri Frankfort, en Reyes y Dioses (p. 83), quiere decir que el rey “dispone de la vida de un modo soberano y puede mantener a la muerte acorralada”.
[73] Es muy significativo que el faraón sea mostrado en el arte como una mezcla de rasgos animales, humanos y divinos. La esfinge, por ejemplo, tiene un cuerpo de león, mientras que la cabeza y el rostro es al parecer un retrato del rey Kefrén. Además, su cabeza muestra el nemes o velo real y otros emblemas reales como la cobra en la frente y la barba. Pero al mismo tiempo, representa al rey como un ser de un poder físico sobrehumano, característico de los dioses. Por tanto, la esfinge está compuesta de elementos humanos, animales y divinos unidos que encarnan a Quefrén como el dios-sol Atúm y que expresan también la idea del león como guardián de la necrópolis. Véase, Henri Frankfort, Reyes y Dioses. p 35 e Edwards, pp. 138-139.
[74] E. Bresciani, A orillas del Nilo, p. 68.
[75] Wilson, p. 75.
[76] H. Frankfort, Reyes y Dioses, pp. 57 y 82.
[77] En el Imperio Medio se transforma esta visión, pues el faraón ahora es visto como el hijo del dios solar Ra. Así pues, de la “teocracia identificativa” del Imperio Antiguo se va a pasar a la “teocracia representativa” del Imperio Medio y Nuevo y de las pirámides a los templos como principales monumentos de la arquitectura egipcia. (Assmann, pp. 42 y sigs.)
[78] Por ejemplo, en la pirámide de la reina Ud-yebten y en la Pirámide Roja de Esnofru en Dashur.
[79] Edwards, p. 271.
[80] M. Lehner, p. 34.
[81] Esta individualidad es buscada, sobre todo en las cuestiones de detalle, igualmente en la estatuaria del Egipto del Imperio Antiguo.
[82] E. Bresciani, A orillas del Nilo, pp. 65 y sigs. P. Davoli, Città e Villaggi dell’Egitto, pp. 16-17.
[83] M. Lehner, pp. 224-225.
[84] Edwards, p. 276.
[85] El Alto Egipto se situaba en el Valle del Nilo propiamente dicho y abarcaba desde la primera catarata, al Sur en la frontera con Nubia, hasta la región de Menfis, al Norte. El Bajo Egipto es la zona del Delta que incluye a Menfis en el extremo meridional.
[86] J. M. Parra Ortiz, Las pirámides, pp. 183-184.
[87] No hay que olvidar que también ayuda a lograr este equilibrio el que la construcción de la pirámide sea un importante asunto económico del Estado egipcio, pues éste contrata y, por tanto permite la subsistencia, de un numeroso ejército de súbditos.
[88] Causa que no excluye que, junto a esta concentración de poder, también variara la ideología mortuoria, pues ahora se sustituye el carácter astral de la misma por uno de contenido solar. Ahora bien, ¿acaso la Historia no nos ha ofrecido suficientes ejemplos de que los cambios religiosos son utilizados para reforzar ideológicamente los cambios políticos?.
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