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UN RESUMEN COMPLETO DE EL CAPITAL DE MARX
DIEGO GUERRERO
A María, mi amor
UN RESUMEN COMPLETO DE EL CAPITAL DE MARX
DIEGO GUERRERO
INTRODUCCIÓN:
<< ECONOMÍA Y FILOSOFÍA EN EL CAPITAL DE MARX:
LA TEORÍA LABORAL DEL VALOR >>
A los proletarios que no saben que lo son.
Y, sobre todo, a los que sí lo saben… y saben
que saber es bueno contra el capital.
I. Mi lectura de El capital
Decía su amigo Engels que Marx (1818-1883) fue ante todo un revolucionario. Y es cierto. Pero hay que añadir: un revolucionario muy especial. Por una parte, el socialismo y el comunismo son hoy y para siempre ideas inseparables del pensamiento de Marx, para quien “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores”. Pero, por otra, Marx es un revolucionario muy especial porque, aunque su figura es inseparable de su actividad política práctica en el movimiento obrero y la I Internacional, además filosofó y analizó teóricamente las condiciones sociales de la revolución presente y, a nuestro juicio, lo hizo con más profundidad y visión que ningún otro pensador, obrero o no. Desde Marx sabemos por qué el capitalismo no puede ser eterno, por qué es el propio desarrollo de este sistema social lo que engendra el comunismo y por qué este cambiante estado de cosas no altera una verdad esencial: que mientras haya capitalismo surgirán, surgiremos, continuamente nuevos comunistas.
Como filósofo y estudioso de la sociedad Marx llegó pronto a construir un sistema teórico revolucionario, al mismo tiempo que en su vida práctica tomaba el camino de la revolución. Es sabido que tuvo vocación de carrera universitaria, pero, dado el ambiente ideológico reinante, no pudo ingresar en ella y tuvo que ganarse la vida como periodista y escritor en las difíciles condiciones sociales de lo que siempre fue: un exiliado apátrida que fue expulsado sucesivamente de varios países por la actividad política anticapitalista que combinó durante toda su vida con su trabajo de estudioso de la sociedad. El enfoque materialista que dio a su filosofía ya desde la juventud –es decir, la idea de que es la realidad social la que engendra y explica la conciencia social, y no a la inversa– lo llevó a preocuparse por la “base real” del mundo de las ideas, y ese principio analítico que siempre llevó a la práctica terminó convirtiéndolo, casi a su pesar, en un “economista”. Pero economista, no en el sentido de esos estrechos “sicofantes del capital” que él mismo denunciara largamente en su obra –esos científicos chatamente positivistas que desprecian la metafísica, esa metafísica que ignoran–, sino en el sentido de un buen metafísico necesitado y capaz de una radical concreción de las ideas especulativas y su conversión en un sistema coherente y unitario de categorías destinadas a revelar lo más profundo de la realidad social contemporánea (contemporánea suya pero también contemporánea nuestra, como veremos), mediante la crítica del pensamiento existente. Y ello, mediante los métodos de la mejor elaboración científica, expuesta siempre por tanto a las mejores y habituales formas de contrastación teórica, crítica y empírica.
Aunque pensó al principio que el dominio de las cuestiones económicas apenas le llevaría un corto espacio de tiempo, la verdad fue que la lectura de tantos hechos y autores en este campo (que siempre remitían a nuevos autores y hechos) y la creciente conciencia de la necesidad de lidiar con la base material de la vida social para entender esta realmente, terminaron haciéndolo bregar la mayor parte de su vida con la economía (su “economía”) y los economistas. Esto no le hizo olvidar nunca las otras esferas que estudió, pues siempre fue consciente de que el económico no es ningún ámbito aislado sino una parte de la realidad social y a la vez de la ciencia y el pensamiento en general. Las discusiones sobre si Marx fue más economista que historiador o filósofo…, y otras contraposiciones por el estilo (como la omnipresente cuestión de si fue más un revolucionario que un científico, o la inversa), pierden tanto más sentido cuanto más se profundiza en su obra. Si uno la estudia a fondo, comprende finalmente que todo lo unificó en el terreno de las ideas, a todo le dio coherencia con su pensamiento y, también, que todos los hechos importantes de su vida sólo pueden entenderse una vez puestos en íntima conexión con su pensamiento, del que nacían y al que daban vida ellos mismos.
Como otros autores, Marx escribió muchísimo pero sólo publicó una parte de lo escrito. Su obra fundamental es sin ninguna duda la que aquí nos ocupa, El capital: Crítica de la Economía política, de la que sólo vio publicada en vida el primero de los 3 o 4 volúmenes de que constaba. El primero (1867) se publicó antes de su muerte, mientras que el II y III los editó y publicó Engels en 1885 y 1894, respectivamente, y el IV (conocido como Teorías sobre la plusvalía) Kautsky en 1905-10, todos a partir de manuscritos inacabados. Y esto es un motivo más que suficiente para prestar una especial atención al volumen I , que él mismo pudo revisar, corregir y pulir para la imprenta (sobre todo su 2ª ed. alemana, de 1873, que fue la última que nos dejó), y del que pudo ver varias ediciones publicadas (la francesa de 1872-75 tenía un valor científico “independiente”, según su propia opinión). Pero también es cierto que el lector tendrá una idea más completa del significado de la obra de Marx si profundiza en la multitud de borradores inacabados que se publicaron posteriormente en los siglos XIX y XX (¡y hasta XXI!: véase el Anexo I), empezando por los libros II y III de El capital. Esta es la razón de que presentemos aquí un resumen completo de esta obra, lo cual es, que nosotros conozcamos, una novedad absoluta en lengua española (y probablemente en cualquier lengua).
Pero, antes de dar paso al “puro” resumen de lo que Marx dejó escrito, haremos en esta Introducción un “resumen interesado” de nuestro propio resumen, en el que expondremos libremente la particular lectura que proponemos de esta obra. Como dice Marzoa, hay muchas lecturas posibles de cualquier obra de pensamiento, como también ocurre con El capital de Marx, interpretaciones potencialmente infinitas…; pero debe quedar claro que también hay lecturas que son sencillamente imposibles. Esperamos que el lector, tras leer la nuestra, piense que no sólo es una lectura posible sino además útil y sugerente.
II. Marx filósofo, revolucionario, economista-sociólogo
Filósofo, periodista, político…: como todo el mundo sabe, Marx fue muchas cosas. Y descubrió muchas, importantísimas, a lo largo de su vida . No siempre es fácil fechar y clasificar cada uno de sus descubrimientos, pero, en esencia, la filosofía de Marx y su economía son una misma cosa (y ambas son, como veremos, su teoría del valor). Si se quiere, la primera es el punto de partida de la segunda pero lo cierto es que la sociedad capitalista es ese tipo de sociedad –¡esta!– en la que todo se ha convertido ya en mercancía. Esta idea de Marx es primero una “ontología de la sociedad moderna” , en efecto; una metafísica realista y verdadera: “buena” metafísica , por cierto; pero de alguien que es a la vez moralista y científico, más concretamente: cuya filosofía es al mismo tiempo la base moral de su labor científica. Pues ¿cómo se puede ser libre en una sociedad donde uno mismo se ha convertido en una mercancía, donde nuestra (de todos) capacidad vital y humana para trabajar e intervenir en el mundo, de expresarnos como hombres activos, se ha vuelto algo condicionado, sólo una posibilidad limitada y determinada por las condiciones del mercado, y donde incluso la minoritaria “voluntad” de quienes buscan su propio interés en forma de beneficio monetario está tan sometida a las leyes del sistema como la general “ausencia de voluntad” a la que la primera condena a las demás personas?
El antiliberalismo de Marx es su punto de partida teórico (como su anticapitalismo lo es en el terreno de la práctica): su conciencia profunda y temprana de que liberal es el que defiende sólo una libertad falsa, la “libertad” de la burguesía que proclama la Revolución francesa, con sus correspondientes (falsa) igualdad y (falsa) fraternidad pero sobre todo con su (verdadera) propiedad (esta sí: auténtica), productos todos de una sociedad capitalista que, además de crear esa libertad y a esos liberales, todo lo invierte y lo muestra al revés. La filosofía tiene que mundanizarse y volverse real, la sociedad son hechos y actos humanos verdaderos, estructuras reales y relaciones del mundo exterior que existen por debajo de donde brotan las ideas y antes que estas… Y esa realidad material básica consiste cotidianamente, sobre todo y antes que nada, en aquello que para la mayoría significa más tiempo de vida: su trabajo.
La sociedad tiene que ganarse la vida antes de poder vivirla y disfrutarla, y la economía no es otra cosa que el despliegue histórico de esta realidad social y sociológica primaria . Lo económico específico –ese campo de lo social que hay que analizar en su realidad histórica precisa y no de forma abstracta– es un ámbito concreto que debe ser objeto de estudio pormenorizado y desprejuiciado y someterse a análisis riguroso más que a la especulación vaga de algunos “filósofos”. Pero se trata de un análisis liberado también de las teorías burdas y apologéticas de muchos “economistas”, esos asalariados indirectos del capital, esos torpes científicos positivistas incapaces de pensar que hay algo más allá de, y más determinado que, el abstracto homo economicus…
El primer análisis económico de Marx, previo y todavía ajeno a la Teoría laboral del valor, e impregnado aún de perspectivas “historicistas” , dio pronto paso a su estudio cada vez más especializado de los economistas, en los que fue descubriendo el mismo tipo de materialismo analítico que él reclamaba. Como hemos dicho, lo que en un principio le pareció un necesario y corto excursus en el marco de sus estudios de la sociedad se convirtió en el campo teórico al que terminó dedicando en su vida y al que consagró sus obras más importantes. Esto es de fundamental importancia hoy, pues ¡nos exige estudiar economía para entender a Marx! No basta con comprender su filosofía ni con simpatizar con su epistemología dialéctica . No es suficiente con compartir su posición política ni sus impulsos revolucionarios. Insistimos: revolucionarios ha habido muchos en la historia, anónimos o no, pero este revolucionario en concreto ha hecho historia precisamente gracias a su potentísima teoría y su práctica teórica singular. El capital no es simplemente un Manifiesto comunista más largo y detallado; no es tampoco un libro del que baste decir que “hay que leer” (para luego no leerlo: Althusser), ni un libro para no leer (puesto que, supuestamente, uno ya puede sentirse marxista antes de leerlo: Korsch). Es un libro para leer y estudiar una y otra vez. Y precisamente su no práctica, la ausencia de costumbre del trabajo teórico, convierte a la mayoría de los marxistas en ese género de “marxistas” al que el propio Marx no quería pertenecer .
Marx nos transmite la convicción de que hay que revolucionar también la manera de estudiar y comprender la sociedad, hasta hacer posible, por parte de cada uno, una comprensión cada vez mayor, una conciencia del sentido de nuestra vida y de los intereses por los que debemos luchar: esto es la mejor forma de contribuir a una lucha efectiva por la revolución social de todos . Y con El capital él pretende contribuir a dicho conocimiento en la medida de sus capacidades. Y por eso su economía y su filosofía confluyen en la Teoría laboral del valor que se encierra en este libro y lo resume. Porque hay que crear un sistema de categorías que dé cuenta por completo de la esencia social moderna, y de eso arranca dicha teoría:
Todo es mercancía, en efecto, todos nos comportamos como mercancías y, lamentablemente, no tenemos otro remedio en esta sociedad que queremos cambiar… Pero para transformar adecuadamente esta sociedad hay que entender y explicar qué son las mercancías y cómo se comportan: cuál es su necesidad. En primer lugar, las mercancías tienen un precio (¿por qué?), y un precio distinto cada una: ¿por qué son los que son y no otros distintos? Esto exige una teoría de los precios mercantiles y Marx se pone a ello: los precios normales de los bienes reproducibles –que son la inmensa mayoría de esas “cosas con precio” que son las mercancías, pero no todas– expresan fundamentalmente la cantidad de trabajo social que requiere cada una de ellas (cada tipo de ellas) para ser reproducida en condiciones técnicas y sociales normales. Pero esta primera y clara afirmación requiere una serie de mediaciones que no se pueden explicar en pocas páginas. El capital “produce” las mercancías con trabajo, trabajo tanto vivo como muerto, pero también compite cada capital con otros capitales y la competencia entre todos exige que los precios no sean exactamente proporcionales a dichas cantidades de trabajo. Más aun: hay mercancías que no han sido producidas con trabajo –por ejemplo, la tierra¬– pero sí tienen precio, y estas anomalías deben explicarse por sí mismas (aparte de porque su incidencia sobre el caso general es cada vez más importante…). Tanto la competencia como la renta de la tierra exigen cientos de páginas para ser comprendidas: no basta con decir que el valor lo da el trabajo (¡como si Marx se limitara a repetir lo que simplemente postularon Smith o Ricardo!).
Pero luego hay que aplicar dicha teoría del valor a la mercancía humana: ¿qué sale de ello? Nada menos que la teoría de la explotación. Ante todo, la explotación no es un fenómeno moral ni su análisis puede reducirse a una crítica política; es una categoría dentro de un sistema teórico y tiene un significado preciso que hay que describir con la exactitud de un científico y contrastar con la realidad como hacen los científicos. La explotación del trabajo por el capital se produce porque dominan determinadas condiciones sociales que hacen posible que el conjunto de los trabajadores (“trabajadores = asalariados” en el puro “modo capitalista de producción” que se usa en El capital como punto de partida analítico) trabaje demasiado. Trabajan de más y con ello producen:
1) no sólo la fracción del producto social que ellos mismos consumen en su vida y basta para reproducirlos a su nivel habitual (es decir, a su nivel de subsistencia, pues con él no pueden hacer otra cosa que sobrevivir como asalariados y seguir vendiendo su fuerza de trabajo como mercancía una y otra vez),
2) sino también el producto que repone los medios de producción consumidos y, en tercer lugar,
3) el que requieren los beneficiarios del sistema para su propio consumo y para la formación de nuevo capital en las empresas que poseen (el beneficio, o expresión monetaria del plustrabajo).
Precisamente porque la reproducción del trabajo será posible de otra manera en la forma social que sustituya al capitalismo, la teoría del valor y el precio de la fuerza de trabajo es, además de una teoría del salario, una teoría del comunismo. En el capitalismo, cuando la sociedad aún debe contar mezquinamente el trabajo según el coste (monetario) que tiene para los propietarios (los capitalistas mismos y su francmasónica sociedad anónima de propietarios), las personas se reproducen y tienen que reproducirse como personas desiguales, que cuestan más o menos dinero según los casos porque consumen una porción mayor o menor del dinero (recursos en último término) creado por esta sociedad. Pero en la sociedad de iguales –cuando todos juntos y asociados puedan recuperar la dignidad del trabajo igual, la propiedad igual y la libertad auténtica– reproducir a cada miembro de la sociedad, a cada ciudadano –como tarea colectiva de la ciudadanía–, costará lo mismo en todos los casos sin excepción: todos “costaremos” simplemente una fracción idéntica del coste global de autorreproducción de la sociedad. De la misma manera en que ya hoy nos parece mezquino cargar un precio diferente a un billete de autobús según se vaya a realizar un trayecto de sólo 2 paradas, o bien de 5 ó 10 paradas más, la sociedad futura decidirá en términos que ya habrán superado la ley capitalista del valor. Y, por tanto, es cierto que sustituirá el valor por el valor de uso, pues el valor de uso principal de la nueva sociedad, de la ciudad libre e igual, es permitir materialmente a cada uno ser para la sociedad igual que los demás: poder colaborar en la vida social como un igual (igual a todos los demás) en la obra colectiva de la construcción de la libertad, y también en su resultado, que entre todos se disfrutará también por igual.
En cambio, ser hoy mercancía tiene más consecuencias para el simple poseedor de fuerza de trabajo. Aparte de quedar al albur del mercado general, que exigirá que el desempleo aumente o disminuya según los casos y que el pauperismo de ciertas capas sociales vaya en aumento –todo lo cual será más evidente en las épocas de crisis a las que nos referiremos luego–, no tiene más remedio que estar cada vez más explotado. Dado que la productividad del trabajo social será cada vez mayor (tendencialmente) –porque los progresos de la ciencia y la técnica así lo harán posible–, cada unidad de mercancía tenderá a tener un valor cada vez más pequeño. Eso significa que reproducir el consumo global habitual de una unidad familiar tenderá a costar una fracción decreciente del trabajo total que realiza esa familia en su jornada laboral.
La clase obrera puede organizarse y luchar para intentar mantener (o aumentar) para su propio consumo la misma proporción del producto creado; pero podría también conformarse con una menor –y, en todo caso, siempre estará tentada a hacerlo– si gana un salario real creciente y tiene acceso a una cantidad mayor de bienes y servicios (aumento en su nivel de vida “absoluto”). Puede también ser capaz, en ciertos momentos, de reducir su jornada laboral de forma que la fracción impagada de su jornada descienda, y compensar así hasta cierto punto la disminución inmediata del salario “relativo” que genera la productividad creciente (el aumento en el grado de plusvalor). Pero si ello es posible, y hasta potencialmente duradero en tanto perdure la expansión de la acumulación de capital, las tornas cambiarán necesariamente cuando la acumulación entre en crisis, y el creciente desempleo y la mayor competencia entre los propios asalariados-mercancía les haga perder el terreno que a duras penas pudieron conservar en la época de vacas gordas.
Esta caída de la parte del producto social que los trabajadores tienden a disfrutar a largo plazo es una auténtica e inevitable depauperación relativa que mantendrá potencialmente viva la rebeldía del trabajo frente al capital, pues nunca los trabajadores podrán llegar a ser completamente inconscientes de la brecha creciente que abre el desarrollo capitalista entre su nivel de vida y el de los propietarios. Y este doble efecto de las leyes del capital es la base de la dialéctica social y psicológica más básica en que se encuentra sumida hoy la clase obrera asalariada. Pues si la caída del salario relativo la hace cada vez más rebelde y “exterior” al sistema del capital, el aumento del salario real tiende a lo contrario, “integrándola” cada vez más en el sistema y aumentando su sumisión ante el capital (subsunción formal, real y política). Sobre la base espontánea de estas leyes del capital, de estas antitéticas fuerzas, centrífuga y centrípeta, se desarrolla la lucha de clases, lucha que naturalmente está abierta –¡si no, no sería posible la esperada superación del capitalismo!– pero también sometida a los efectos de esa ley, que le impone estrictos límites y la regula de forma nada arbitraria ni aleatoria. Es precisamente el descubrimiento de estas leyes o tendencias necesarias, piensa Marx, lo que debe ser objeto de atención colectiva, y por eso la lucha también colectiva por la revolución no puede hacerse sin ayuda de la ciencia (eso no significa que cada uno tenga que convertirse en un científico), y por eso El capital, al ayudar a construir esa ciencia de forma consciente, es al mismo tiempo una piedra al servicio de la revolución (un “obús dirigido al estómago de la clase capitalista”, lo llamó Marx una vez). Nada más vulgar que pensar que el científico puede sustraerse a las ideologías políticas: tiene que tenerlas por necesidad, ¡sólo que, según los casos, sus preferencias irán hacia un tipo de sociedad u otro!
Pero precisamente la ciencia y la técnica marcan el destino de la producción capitalista y con ella el contenido básico de la evolución social moderna. La ciencia, al transformar el modo de trabajo y desarrollar su productividad por medio de la cooperación del trabajo en el taller artesanal primero, y en la manufactura después, al permitir finalmente fundar sobre la máquina y la mecanización (= “maquinización”) la producción de la “Gran industria moderna” –ese auténtico “sistema automático de máquinas” en realidad–, hace posible que el modo de producción en ella basado, el capital, supere y domine al resto de modos de producción hasta el punto de desplazarlos progresivamente de la escena histórica. Esta revolución productiva –triple revolución, pues la “Revolución Industrial” es una revolución en los medios de trabajo, la “Acumulación Originaria de capital” una revolución en las relaciones de producción, y la “Revolución burguesa” una revolución en la superestructura social– aumenta por tanto la conversión de los trabajadores de cada país en puros asalariados, en la nueva clase social que el capital necesita (pero puros asalariados con un nivel de vida y conocimiento cada vez mayores). Y esta creciente subsunción formal del trabajo en el capital –hecha posible en último término por la disciplina que impone el hambre sobre esta masa de expropiados que ahora sólo puede sobrevivir si se deja esclavizar por el capital y condiciona su posibilidad de trabajo al objetivo de la ganancia de este– va de la mano de su subsunción real. Es decir, el sometimiento “productivo” que le sirve de base, por el cual el trabajo vivo se somete, también desde el punto de vista técnico, a la disciplina de la máquina, por una parte; y, por otra parte, a la disciplina política y militar del capataz que le obliga a cumplir la ley del capitalista individual y colectivo.
Pero, al mismo tiempo que aumenta este doble sometimiento del trabajo al capital, aumenta la conversión del trabajo de la sociedad entera en trabajo capitalista y con ello aumenta la proletarización social (y tienden a disminuir, correlativamente, las capas y segmentos sociales que vivían y viven en el espacio intermedio situado entre capitalistas y asalariados). El proletario es, para Marx, el simple asalariado. Para serlo no hace falta estar entre los más pobres de los trabajadores ni ser de los más revolucionarios ni siquiera tener más conciencia de clase ni conciencia política. Esto dependerá de múltiples circunstancias adicionales que se pueden dejar de lado al considerar por primera vez y en forma pura las consecuencias directas del funcionamiento del capital. Pero la definición del proletario es la del asalariado, y a ellos se refiere Marx al hablar de proletarización. Todas las teorías críticas (también entre los marxistas: Bernstein, por ejemplo) que surgieron inmediatamente poniendo énfasis en uno u otro segmento de los asalariados, y olvidando el conjunto, no son sino teorías interesadas en confundir, o temerosas de las consecuencias sociales de la proletarización social .
Entre otras consecuencias, esa tendencia que Marx prevé en El capital y muestran hoy todas las estadísticas del mundo real con toda evidencia: que cada vez son más, en términos absolutos y relativos, y en todos los países, quienes cuentan como asalariados en la población activa, de forma que pronto la figura del proletario y del ciudadano coincidirán, haciendo cada vez más factible la identificación de los intereses sociales globales con los de la actual clase asalariada. Pero si la tendencia social es a que los propietarios sean cada vez menos y los trabajadores cada vez más, y al mismo tiempo que los primeros acaparen una parte creciente de la riqueza social y del ocio y tiempo libre colectivos, es cada vez más probable que cualquier rebelión –o revolución, ¿por qué no?– pueda triunfar haciendo tambalear el estado de cosas presente.
Pero el desarrollo científico (de las “fuerzas productivas” todas, en realidad) tiene todavía más consecuencias. Su uso en la producción, donde se incorpora en los elementos materiales del capital constante (es decir, en las máquinas en primer lugar), requiere un empleo más que proporcional de los medios de trabajo (en relación con la fuerza de trabajo y el trabajo mismo). Y esta mecanización creciente de la producción acarrea su capitalización progresiva, es decir, el aumento de valor del capital constante necesario (el que, por destinarse a comprar medios de producción, no puede crear valor nuevo aunque sí contribuya a la riqueza) en relación con el capital variable que se necesita (los salarios, que hacen posible que la fuerza de trabajo trabaje y cree por tanto valor). Por tanto este aumento de la “composición en valor del capital” –que, en cuanto viene directamente determinada por el tipo de cambio técnico mencionado, Marx llama “composición orgánica del capital”– sólo refleja la sustitución progresiva de mano de obra directa por máquinas, contribuyendo así de forma directa al desarrollo contradictorio del sistema.
Vemos que, puesto que funciona como un vampiro que chupa la sangre del trabajador y se alimenta sólo de ella, único medio de conseguir expandir el plustrabajo que sustenta al plusvalor y la ganancia, este sistema tiene que avanzar y desarrollarse aplicando métodos productivos que disminuyen relativamente la cantidad de trabajo que un cierto capital, de magnitud dada, puede emplear. Pero esto significa que el sistema tiende a matar continuamente a su gallina de los huevos de oro, y este es el origen de sus problemas: que sus “relaciones” de producción –es decir, las relaciones sociales que hacen que el proceso de trabajo sea sólo posible si se condiciona su producción al beneficio y se somete a los trabajadores al mando de los capitalistas– entran en contradicción creciente con el método que el capital se ve obligado a emplear. Significa que el progreso exige el desarrollo sin límite de las fuerzas productivas mediante la mecanización, pero a la vez el uso de esas fuerzas productivas exige sustituir progresivamente la fuente de la ganancia (que es la cantidad de trabajo, y por tanto de plustrabajo, de los trabajadores al servicio del capital), obstaculizando así el desarrollo mismo.
Pero no se trata sólo de que la ciencia y el desarrollo de la productividad exijan capitalizar cada vez más la producción, y por tanto convertir la acumulación de simples “medios de producción” en algo más –en concreto, en acumulación de “medios de producción que han de comportarse como capital” o acumulación de capital a secas–, sino que exigen hacerlo cada vez más rápida y compulsivamente. No se trata sólo tampoco de que por medio de la máquina y el ritmo creciente de un sistema automático de máquinas cada vez más acorde con este compulsivo funcionamiento del capital, someta cada vez más y mejor al trabajo doblegando su posible resistencia o rebeldía. Sino, también, de que la competencia entre los múltiples capitalistas se encarga de recordarles a cada paso que están permanentemente en peligro de que sus rivales se les adelanten introduciendo cualquier mejora técnica que permita a esos rivales abaratar antes su producto y poner así la base para arrebatarles parte de la propia cuota de mercado de la que hasta entonces disfrutaban.
Este miedo permanente hace que la inversión (formación de capital) global del sistema –fragmentaria e independientemente decidida por un sinnúmero de capitalistas descoordinados y hostiles entre sí– tienda a ser la máxima posible, es decir, excesiva. Se consigue así que la acumulación de la clase capitalista como un todo sea, además de compulsiva, desequilibrada y, al poder y deber cada decisión individual contradecir a las demás, resulte sometida a los albures del devenir cotidiano de la producción y el mercado, con sus fluctuaciones, ajenos a todo control y planificación colectivos. Y, en efecto: veremos que todo ello hace que tarde o temprano la acumulación de capital se convierta en sobreacumulación de capital, con su doble momento: el inadvertido y el expreso.
Porque en tanto la acumulación siempre renovada y creciente sigue impulsando la demanda de medios de producción junto a la cantidad de trabajo necesaria y el producto social resultante, todo parece ir bien. Es más: precisamente cuando la acumulación adquiere un ritmo vertiginoso y excesivo y el crecimiento parece no tener fin, es cuando parece ser el mejor momento y la mejor oportunidad para hacer ganancia, y más grande la compulsión para aprovechar esa edad de oro. Pero esta es la sobreacumulación subterránea, la fase en la que se generan los efectos que sólo estallan más tarde, saliendo a la luz repentinamente, cuando el proceso de sobreacumulación llega a un determinado punto. Entender la crisis capitalista como “crisis de sobreacumulación” (vid. Grossman ), y su momento, requiere analizar en detalle sus mecanismos, y esto Marx lo lleva a cabo mediante el análisis de la “ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia”.
Como él mismo explica, esta ley es de naturaleza “dual”, o más bien triple, y deriva íntegramente del citado sesgo que impone al sistema el desarrollo de la productividad del trabajo generado por el progreso científico-técnico. Por una parte, la creciente acumulación y capitalización –que además adopta la forma de creciente concentración y centralización del capital, que refuerzan lo anterior– hace subir sin límites la composición en valor del capital ; por tanto, a pesar de los aumentos limitados de la tasa de plusvalor, crea una tendencia a la baja de la rentabilidad o tasa de ganancia (g). Pero al mismo tiempo la productividad creciente desarrolla contratendencias que, unidas a la creciente explotación, frenan la caída de g (o incluso la detienen o invierten en ciertos casos y momentos), de manera que la ley se manifiesta, más que en forma de caída lineal, como un movimiento cíclico cuya apariencia vela su caída tendencial. Una de las contratendencias básicas es la propia crisis de sobreacumulación que, al detener momentáneamente la alocada carrera colectiva hacia la acumulación, hace crecer repentinamente el desempleo y quebrar o desaparecer a los capitalistas menos preparados para continuar en la carrera de los beneficios (en último término son menos eficientes los que consiguen menores beneficios y por tanto menos posibilidades de crecer mediante la acumulación). De esta forma parte del capital creado en exceso durante la sobreacumulación oculta o subterránea se destruye y desaparece en cuanto valor, ya se produzca o no al mismo tiempo la destrucción o desecho real de sus elementos materiales.
El capital que sobrevive y al mismo tiempo sale reforzado y crecido de esa crisis tiene que volver a empezar de nuevo. Y así, uno tras otro, cada ciclo hace que los desequilibrios, compulsiones, crisis y derrumbes periódicos de la acumulación, se repitan cada vez a una escala mayor y más elevada, en un movimiento sin fin y en espiral lleno de contradicciones que sólo puede hacer cada vez más cercano el final del sistema. Como escribe Marx, “el propio capital se convierte en el principal obstáculo del capital”: el fin y objeto del capital, su crecimiento a base de nuevas y crecientes cantidades de trabajo expropiado, se ve contradicho cada vez más por el medio que utiliza en su crecimiento: la expulsión del trabajo creador valor y su sustitución por máquinas que no lo crean.
III. La Teoría Laboral del Valor (TLV) antes y después de Marx
Muchos marxistas se opusieron desde el principio a la teoría del valor de Marx –es decir, a su teoría–, y eso les ocurrió tanto a los que tuvieron relevancia política (Bernstein, por ejemplo) como a los que no, y tanto en el pasado como hoy en día (por ejemplo, los “marxistas analíticos”). Por otra parte, hubo defensores de la TLV anteriores a Marx que no eran necesariamente revolucionarios o críticos del sistema: aunque algunos de los discípulos de Smith o Ricardo sí lo fueron, ellos mismos no lo eran. Smith fue un académico y profesor, un analista realista (incluso materialista) de la sociedad de su tiempo pero liberal convencido y partidario de la economía capitalista. Ricardo fue especulador en Bolsa, diputado y terrateniente. Pero deberíamos imitar a Marx en sus reiteradas consideraciones sobre la distancia que suele mediar entre las ideas políticas y las teóricas de una misma persona: él mismo alabó la honradez científica de Ricardo y lo imitó, pues, por ejemplo, estando mucho más cercano políticamente del socialista Sismondi, prefería a la de este la interpretación que hacía Ricardo del funcionamiento del mercado en relación con su capacidad total de absorción (lo que luego se ha llamado universalmente la “ley de Say”).
Smith heredó una tradición (Locke, Hume, Franklin, etc.) que, como algo natural, veía en el trabajo el origen del valor mercantil. Pero pensaba en una TLV que era más propia de la época precapitalista que capitalista (pues en esta, pensaba, el principio del trabajo se entremezclaba con otros que, como mostró luego Marx, eran incompatibles con el primero). Pero Smith aportó ideas importantes para la TLV, como la sistematización de la diferencia entre valor de uso y valor de cambio; el concepto de un precio “real” subyacente, de mayor interés analítico que el precio monetario aparente; las diferencias entre el fluctuante precio cotidiano, dependiente del comportamiento de la oferta y la demanda de mercado, y el más estable precio natural o normal que le servía de base y regulador; o la concepción de las relaciones económicas internacionales como ámbito regulado por la ventaja absoluta, principio coherente con la TLV al que luego renunció Ricardo (quien, con menos coherencia, lo sustituyó por la ventaja comparativa).
Por su parte, Ricardo fue en general mucho más allá de Smith y, sobre todo, tras dejar claro que el ámbito de la TLV se extendía al mayoritario mundo de las mercancías industrialmente reproducibles (lo cual dejaba fuera una pequeña minoría de bienes raros, cuyo precio se regula por otros principios), estableció la decisiva diferencia entre valor y riqueza, que tantísima importancia tuvo luego para Marx. Inspirado en un economista matemático como William Petty, e inspirador a su vez de un marginalista no utilitarista como fue Cournot, esta diferencia la alzó Ricardo contra Say y todos aquellos que, al prescindir de ella, divulgan una falsa “opinión” que es la “fuente de muchos errores”, aunque se haya convertido “casi en un axioma en Economía política”.
Marx arranca de este punto para desarrollar lo que él mismo considera la esencia de su TLV y de todo su análisis: la dualidad de los fenómenos sociales (y de las categorías que los representan teóricamente) hace necesario distinguir entre su contenido material genérico y su forma social específica. No se trata sólo de la tradicional diferencia entre valor de uso y “valor” (en Marx es valor, no valor de cambio) sino sobre todo de las que introduce él como novedad, como la diferencia entre trabajo concreto y abstracto y muchas otras que derivan de ella: entre medios de producción y capital; fuerzas productivas y relaciones de producción; riqueza y valor… o, lo que nos interesa ahora especialmente, “factores productivos de riqueza” y “factores productivos de valor”. Porque, entiéndase bien: la riqueza la producen todos los factores conjuntamente y en su creación participan inseparablemente tanto la fuerza de trabajo como los medios de producción. Pero el valor es el producto exclusivo de un único factor: el trabajo. Marx se empeña en demostrar y probar esto por partida doble (atendiendo a lo que puede observarse tanto en la producción como en el consumo) y efectivamente lo consigue, lo que es un signo distintivo más de su TLV respecto a la de sus precedentes.
I. Marx arranca del mismo principio o caso general que admiten todos los economistas: que en el mercado domina el intercambio de equivalentes; y razona que, al igual que el valor se crea conjuntamente con el valor de uso, también tiene que extinguirse al destruirse este último o desaparecer. Pues bien, con esas premisas el análisis de la producción conduce necesariamente a la conclusión de que sólo el trabajo puede ser el creador del valor. Veamos. El proceso capitalista es:
D-M…P…M’-D’
Como el dinero (D) que pone en marcha el proceso es la misma cantidad de valor que tienen los medios de producción y fuerza de trabajo comprados (D = M), y como asimismo las mercancías producidas se cambian, al venderse, por una cantidad de dinero igual a su valor (M’ = D’), se tiene que el incremento de D a D’, igual al incremento de M a M’, sólo puede haberse producido en “…P…”. Ahora bien en “…P…” sólo hay y están presentes dos tipos de mercancía y una actividad: el trabajo mismo. Por tanto:
1) El conjunto de medios de producción usados desaparece en el proceso de producción al integrarse en el producto, y por tanto su valor total se transfiere íntegramente al producto (tanto el del capital circulante como del fijo ).
2) Por otra parte, la mercancía fuerza de trabajo no desaparece sino que, tras un descanso suficiente, se recupera y reproduce continuamente, por lo que su valor de uso se mantiene inalterable y no puede transferir su valor a ninguna parte.
3) Sólo queda el trabajo. Luego la creación de valor nuevo, lo que hace que D se transforme en una cantidad mayor, D’, tiene que ser obra del proceso de trabajo mismo, la íntegra actividad laboral en que consiste la producción, que no es otra cosa que “transformación de fuerza de trabajo en trabajo”.
II. En la observación de lo que acontece en el mercado tenemos la segunda prueba de que sólo el trabajo puede producir valor. Si vemos que en el mercado real se forma una relación estable que equipara el valor medio de cantidades determinadas de cualquier tipo de mercancías, por ejemplo: 1 ensalada (E) vale igual que 3 copas de vino (V) o 6 periódicos (P)… y así sucesivamente, esto parece mostrar que:
1 E = 2 V = 6 P = …
Pero sabemos que, en cuanto valores de uso, cada tipo de mercancía difiere de los demás, por tanto: E ≠ V ≠ P ≠ y, por supuesto, cualquier múltiplo de ellas conlleva la misma desigualdad, incluido nuestro ejemplo: 1 E ≠ 2 V ≠ 6 P ≠… En realidad lo que tendremos en el caso general es:
xE ≠ yV ≠ zP ≠,
donde las mayúsculas designan a los diferentes valores de uso y las minúsculas representan cualesquiera cantidades o coeficientes numéricos que se desee. Por consiguiente, lo que el mercado iguala tiene que ser otra cosa, algo adicional pero real que han de tener todas las mercancías. Si usamos minúsculas para representar la cantidad de “ese algo” que tiene o porta cada uno de los valores de uso representados por las respectivas mayúsculas, y los llamamos valores, escribimos para nuestro ejemplo:
1 e = 2 v = 6 p = …,
lo cual nos permite representar el caso general como:
x·a = y·b = z·c = …, [1]
donde x, y, z… son determinados números, y a, b, c… son los “valores” de las mercancías A, B, C…, siendo por tanto los cocientes a/b, a/c… los valores relativos (o “valores de cambio”) de A respecto a B, respecto a C... Pues bien, el razonamiento de Marx es que, necesariamente, esos valores tienen que ser un algo o propiedad real de las mercancías, una propiedad caracterizada necesariamente por ser:
1) diferente de las propiedades que, en cuanto valores de uso, tienen los valores de uso que la poseen (o sea: a ≠ A, b ≠ B…);
2) algo que está universalmente presente en todas las mercancías, sin excepción (incluidos los servicios); y
3) algo de magnitud determinada y por tanto cuantificado y cuantificable; por ejemplo, se desprende de [1] que el valor de cambio de A respecto a B (vcab) que aparece en el mercado real (= y/x) es un número exactamente igual al cociente de otros dos números (= a/b) que representan las cantidades de esa propiedad que contienen las mercancías:
vcab = y/x = a/b.
Ahora bien: lo único que está presente en todas las mercancías, incluidos los servicios, y por tanto lo único que puede ser a y b, etc., es la propiedad de ser cada mercancía producto de un proceso humano de trabajo, donde se ha consumido una cierta cantidad o fracción de todo el trabajo social nuevo realizado (junto al trabajo materializado en los medios de producción utilizados). Puede que haya más propiedades en común (como la utilidad abstracta de la que hablaba el economista austriaco, luego ministro de Hacienda, E. Böhm-Bawerk) pero ninguna es cuantificable ni por aproximación y por tanto ninguna puede servir de base a la exacta igualdad que se observa en el mercado.
Todos los críticos de la TLV durante más de un siglo han ignorado esta doble demostración de Marx, pero también sus defensores se han mostrado inconscientes de los argumentos marxianos.
Digamos brevemente que dos han sido las teorías principales que se han propuesto como pretendidas alternativas a la TLV, lo cual se ha hecho no sólo por razones teóricas sino sobre todo políticas (en varios sentidos). Son teorías nacidas con un sesgo clara o veladamente anti-marxista o bien (más recientemente) supuestamente postmarxista, pero en ambos casos tienen algo en común. Sus defensores, o bien no aceptan las consecuencias sociales de admitir como conclusión de la TLV que el trabajo está explotado por el capital (y que el capital no es sino trabajo impagado y previamente expropiado a los trabajadores, cuya devolución material estos reclamarán algún día mediante una revolución social); o bien no están dispuestos a pagar el precio personal al que se arriesgan al defender públicamente esta teoría revolucionaria y poner así en peligro su puesto de trabajo o su carrera profesional. En este último caso, lo que suele suceder al autor típico es que empieza ocultando en público la TLV; al cabo de un tiempo de no usarla comienza a olvidarla (si es que alguna vez la aprendió en serio); continúa leyendo cada vez a los críticos de la TLV, siempre más académicos, y poco a poco leyendo sólo a sus críticos… y termina defendiendo una teoría distinta y contraria a la TLV.
Veamos la primera propuesta de alternativa: la Teoría utilitarista del valor. Es obvio que la utilidad existe y es algo objetivo y a la vez subjetivo. Aceptar esto no tiene ninguna consecuencia negativa para la validez de la TLV y es perfectamente asumible por un defensor de la TLV. Pero los críticos de esta han pretendido ir mucho más allá y afirman que el precio es la expresión monetaria de la utilidad marginal de las mercancías. Nunca, jamás, ha logrado ningún economista dar una explicación o prueba científica de esta afirmación, que es tan descabellada como pretender deducir de la incontrovertible existencia objetiva y subjetiva del amor, el odio, la rabia… o cualquier otro sentimiento ¡sus respectivas derivadas matemáticas! (y no otra cosa es la utilidad marginal sino la derivada de la utilidad). Lo único que pueden demostrar es que, si se abandona el camino de la introspección y se deja de definir la utilidad como un fenómeno psicológico, “es posible afirmar” que un comportamiento “optimizador” del consumidor (es decir, dirigido a minimizar el coste de adquisición de cualquier cesta de consumo que le convenga, o bien a maximizar lo que pretende conseguir al gastar su renta, sea esto lo que sea) es compatible con la “ley de la demanda” (la relación inversa entre precio y cantidad demandada). Pero esto no puede ni siquiera pretender ser una teoría del precio sino que, como mucho, podría aspirar a ser una teoría de la cantidad consumida (cuya crítica hacemos en otro lugar ).
Por otra parte, se da el curioso fenómeno de que el segundo grupo de críticos de la TLV han sido previamente, en su mayoría, sus defensores, y además críticos con la teoría utilitarista que acabamos de criticar, pero han terminado encontrando más “útil” imaginar una teoría distinta de esas dos. Se trata de la que podríamos llamar teoría excedentista del valor, cuya base filosófica es parecida al “hipermaterialismo” que ya criticara Marx. Argumentan estos autores que hoy es posible, gracias a la metodología de las tablas de insumo-producto, cuantificar la cantidad de cualquier recurso productivo (insumo) utilizado “directa o indirectamente” en la producción de cualquier mercancía. Y por ello mismo creen que si Marx “definía” el valor como la cantidad de trabajo directa (trabajo vivo) e indirectamente (trabajo materializado en los medios de producción) consumida en la producción de la mercancía, es igualmente posible “definir” n valores distintos de cada mercancía, identificando cada uno de ellos con la cantidad de insumo xi (con i = 1…, n) directa o indirectamente empleado en su producción. No hay razón teórica, en su opinión (a lo sumo la habría de índole política), para dar primacía a la teoría del trabajo sobre la que se podría construir en términos de “cualquier otro factor productivo” o mercancía.
Estos autores sencillamente olvidan la sensatez. Olvidan que si bien son muchos los factores que intervienen directa “o” indirectamente en la producción de las diferentes mercancías, sólo hay uno que interviene directa “e” indirectamente en su producción. Al igual que a los primeros utilitaristas-subjetivistas les vino muy bien el “marginalismo” del primer cálculo diferencial que se popularizaba por entonces (con su amplia gama de problemas de optimización a los que aplicarlo), a estos modernos autores que se consideran herederos de la tradición clásico-objetivista del valor (es decir, no neoclásicos pero también no marxistas) les ha fascinado el álgebra matricial que el análisis input-output se encargó de popularizar varias décadas más tarde. Con un enfoque tan atemporal e irrealista como el de los utilitaristas, a estos autores les resulta indiferente saber si algo funciona como medio de producción o como producto (resultado). Debido a la similitud formal de la solución matemática de ambas cuestiones, les parece equivalente plantearse el problema práctico y real de, por ejemplo, cuántos tomates necesita (la sociedad) para producir una determinada cantidad de gazpacho que el absurdo problema, especulativo e irreal, de saber cuánta cantidad de gazpacho necesitan (ellos) “directa o indirectamente” para producir (en sus cabezas) cierta cantidad de tomates (se necesita sólo “indirectamente”, claro, pues nadie usa realmente gazpacho para sembrar tomates ni recolectarlos, y sólo se puede hablar de su uso “indirecto” en la medida en que los que producen tomates, o insumos necesarios para la producción de tomates, o para la producción de esos insumos, etc., consumen gazpacho como parte de su dieta, etc.).
En serio: les parece equivalente, y por eso pretenden calcular el valor-gazpacho del tomate en relación con el valor-gazpacho del recipiente de gazpacho.
Y como esta teoría del valor-gazpacho, existen otras mil… como podrá imaginar el lector. Allá ellos.
IV. Crítica de otras lecturas de Marx
Decía Bertolt Brecht que “se ha escrito tanto sobre Marx que éste ha acabado siendo un desconocido”, a lo que podemos añadir que siempre ha sido un desconocido para los marxistas, que en su mayoría prefirieron leer a otros marxistas que a Marx. Mientras que los marxistas han sido en realidad (sobre todo) lassallianos partidarios de un “socialismo de estado” incompatible con las ideas de Marx, este es el creador de las ideas maduras del comunismo y del anarquismo (a este respecto también se equivocan la mayoría de los anarquistas). No podemos desarrollar aquí este punto, pero sí es cierto que “Marx fue un crítico del marxismo” y que, por tanto, “Rubel tenía razón” .
Pero hay otra forma de “desconocer” e incluso traicionar a Marx que, como hemos insinuado y se hace habitualmente, es relegar su aportación económica al papel de mero apéndice de su trabajo de filósofo, político y/o revolucionario. Por eso, nuestra interpretación de la obra teórica de Marx –que sin duda muchos considerarán “economicista”– es, al contrario, una crítica del “enfoque hiperpolítico del pensamiento marxiano” que utiliza la mayoría de los marxistas. Para Marx el objeto primario de análisis es el impersonal sistema capitalista, donde los sujetos, incluidos los propios capitalistas, son figuras, es decir, criaturas de las leyes del sistema, tanto como los trabajadores que los padecen (a ellas y a ellos). Para la mayoría de los marxistas, en cambio, el problema parece ser la alianza entre “malvados” capitalistas con nombre y apellidos (y sobre todo sus monopolios) y el Estado que los apoya, personificado en su Gobierno. Para estos la explotación es una consecuencia de la violencia política que precede y limita el funcionamiento económico , y para Marx la primera violencia de nuestro tiempo, la específica y definitoria de nuestro sistema, es la propia existencia y dominio de las leyes económicas del capital, empezando por la primera: que el hambre amenaza y fuerza a la sumisión a quien, en un mundo de mercancías, no tiene otra cosa que vender que su propia fuerza de trabajo. En estas violentas leyes del capital descansan, entre otros, el Estado capitalista y su Gobierno; por tanto, es la violencia económica la que limita y define el funcionamiento político, y no al revés.
Para Marx, la lucha entre los capitalistas adopta la forma (económica) de una competencia creciente y sin cuartel, y las crecientes concentración y centralización del capital no son sinónimos de monopolización de la economía; es decir, el único monopolio que domina la economía es el de la propiedad privada. Pero para los marxistas el monopolio se presenta como una categoría política que de facto anula las categorías económicas de Marx (desde la competencia al valor), al presentarse como un sinnúmero de acuerdos monopolistas que entorpecen las bondades de la competencia y eliminan las leyes descubiertas por Marx. Leyes que supuestamente sólo serían válidas para su época, pero no para la fase “actual” del capitalismo, caracterizadas por Lenin como “capitalismo monopolista” o “imperialismo” (ideas muy similares a las de los economistas burgueses de todos los tiempos, sostenidas incluso por no economistas anteriores a él, como Mazzini o Buchez, por ultraliberales actuales como Milton Friedman y sus discípulos, o ¡incluso por los economistas franquistas! ).
Y aunque es verdad que “en el siglo XXI se seguirá leyendo a Marx” –y se lo seguirá leyendo, “si es que algo se lee”, porque “estará claro, como lo está hoy, que Marx es un clásico” –, a la mayoría de los marxistas se les puede hacer la crítica de no haberlo leído (y mucho menos, estudiado): “El destino del Capital como obra científica es, en su conjunto, nada envidiable. Si fuera menos alabado y menos denunciado y más ampliamente leído, habría existido menor número de ideas falsas sobre él, y la economía habría hecho progresos más rápidos” . Pero también: “Frecuentemente, y en especial en América Latina, muchos estudiantes, profesionales, militantes intentan penetrar el pensamiento de Marx, en un afán de poseer un marco teórico para su acción política o sus investigaciones. Lo que les acontece es que se enfrentan a ‘manuales’ –como los de Politzer o Marta Harnecker, que han cumplido una gran función– que, en realidad, los conducen a ciertas ‘interpretaciones’ del pensar de Marx, pero no a Marx mismo.”
Desde luego, hay que leer y estudiar a Marx, pero no sólo eso. Pues todavía queda mucho por desarrollar, más allá de Marx, si se quiere avanzar desde el socialismo inmaduro y utópico al “científico” (Marx prefería llamarlo “materialista crítico”). Pero tampoco será posible esto si para “modernizar” a Marx se le traiciona o se desconoce su obra o se piensa que esta puede utilizarse a beneficio de inventario, por ejemplo prescindiendo de su principal contenido: la TLV. Hay marxistas que, por creer que la TLV está superada, llegan incluso a afirmar que “en la actualidad, la economía marxista, con pocas excepciones, está intelectualmente muerta” . Dicen eso pero siguen considerándose marxistas.
Otro problema es que hay quienes deslegitiman al Marx científico por su compromiso político explícito. Simplemente, no han entendido que, aunque la ciencia no tiene más remedio que terminar siendo objetiva, su proceso de construcción es el producto directo de subjetividades, de personas que no son cosas objetivas sino sujetos pensantes que, por muy científicamente que investiguen en su campo, tienen ideas políticas generales y posiciones morales que en parte explican necesariamente su propia actividad científica. Quienes denuncian como un caso especial la “tensión entre un Marx científico y un Marx revolucionario” ignoran que esa tensión subjetivo-objetivo está presente en la labor creativa de cualquier científico, y además no saben hasta qué punto el especial compromiso ético de Marx le obligaba precisamente a ser lo menos moralista posible en su estudio objetivo de la realidad capitalista (lo que, por cierto, lo obligó muchas veces a enfrentarse a la mayoría en todos los partidos y organizaciones en los que militó). Hasta el punto de que Marx, el teórico máximo del proletariado, llega a decir (y así consta en las actas de la sesión del Comité central de la Liga de los Comunistas del 15-9-1850) que “siempre me he opuesto a la opinión momentánea del proletariado”; y es ese mismo Marx, al que se suele acusar de catastrofista y permanente predicador de la revolución a la vuelta de la esquina, quien afirma en esa reunión:
“Nos debemos a un Partido que, por su propio bien, todavía no debe alcanzar el poder. Si el proletariado ocupara el poder, tomaría unas medidas claramente pequeñoburguesas, pero no proletarias. Nuestro Partido sólo podrá hacerse cargo del gobierno cuando la situación permita que lleve a la práctica sus puntos de vista. Louis Blanc nos ofrece el mejor ejemplo de lo que ocurre cuando se alcanza demasiado pronto el poder” (cursivas añadidas: DG).
Hay, por último, multitud de “intérpretes” de Marx que, intencionadamente o no, deforman el sentido revolucionario de su TLV (o de otras de sus teorías que derivan de ella). Muchos, porque creen hablar desde el “posmarxismo” y “no ven qué pueda ganarse” en la lucha por el socialismo con “el intento de utilizar en esta tarea materiales tomados del viejo edificio levantado por Marx” . Otros, porque niegan la posibilidad de “cambios sustanciales en el sistema capitalista” que operen en “un sentido revolucionario, tal como Marx lo concebía”, y creen sólo posibles los cambios “en un plano reformista” . Muchos, porque tergiversan la teoría comunista de Marx contraponiendo, por ejemplo, democracia y dictadura del proletariado en la transición desde el capitalismo al comunismo . Algunos, porque incomprensiblemente caracterizan a Marx como un simple “progresista” de esos que comparten el “convencimiento de que la humanidad se movía a través de una senda lineal e ilimitada de avances” , o no comprenden que predecir el surgimiento del comunismo a partir del capitalismo no es una forma de “mesianismo” ni una versión de la teoría de la “predestinación” ni encierra “fatalismo mecanicista” alguno, sino una aplicación de la idea de que la marcha de las sociedades está sometida a leyes que condicionan y restringen la libertad de los individuos.
Marx piensa, en concreto, en una ley parecida a la de la gravitación natural: de hecho fue quien con más claridad expuso por qué el capitalismo dará paso al (o se transformará en) comunismo, afirmación arriesgada y al mismo tiempo similar a la que sostiene que el agua de lluvia que cae sobre la tierra tiene que terminar bajando hasta el nivel del mar (o, lo que es lo mismo, que no puede subir, salvo para remontar excepcionalmente algún obstáculo pasajero). Marx no se limitó a eso, desde luego, ni esa tesis significa que pueda predecirse con exactitud por dónde va a transcurrir cada nuevo torrente de agua que vengan a descargar las tormentas de la historia, ni cuánto va a durar su viaje hasta el mar. Pero no se puede pasar por alto la importancia que tiene afirmar que, aunque la manzana del capitalismo se moverá necesariamente en dirección al suelo, haríamos mejor en cogerla y comérnosla ya –puesto que tenemos hambre y la manzana es en realidad nuestra– sin esperar a que eso ocurra.
Los autores que se enmarañan en las dudas sobre el “marxismo como ciencia y como crítica” se preguntan: “si en verdad el capitalismo está gobernado por regularidades que lo condenan a ser suplantado por una nueva sociedad socialista (cuando hayan madurado las infraestructuras necesarias), entonces, ¿por qué insistir en que ‘lo necesario es cambiarlo’? ¿Por qué tomarse tanto trabajo para preparar el funeral del capitalismo si su defunción está garantizada por la ciencia?” . Parecen no entender que, aunque ellos vivan bien, perfectamente adaptados a la sociedad capitalista y disfrutando de las ventajas que esta reserva a las minorías, hay inmensas mayorías de la población que necesitan darle muerte cuanto antes si quieren salvaguardar sus propios intereses y recuperar la dignidad. Como ha afirmado uno de los principales estudiosos de Marx en el siglo XX:
“No cabe hablar de contradicción (...) Marx concibe el advenimiento del socialismo a la vez como una posibilidad económica y una necesidad ética. Cuando presenta, tanto en El Capital como en el Manifiesto Comunista, la caída de la burguesía y el triunfo del proletariado como ‘igualmente ineluctables’, no hace otra cosa que enunciar una hipótesis racionalmente válida, fundada en el análisis científico de las leyes del movimiento económico del capitalismo y en la percepción directa de la lucha que opone a los dos clases principales de la sociedad moderna (...) La predicción del socialismo no es como tal una predicción científica sino un juicio de valor apuntalado por una convicción y una actitud éticas que se nutren de un conocimiento objetivo de los datos materiales, económicos e históricos, capaces de conducir a una revolución total de la sociedad actual y al nacimiento de la ‘humanidad social’ (Décima tesis sobre Feuerbach). Resumiendo: la tesis de la ineluctabilidad del socialismo pertenece al dominio de las verdades que, para volverse ‘objetivas’, imponen la participación activa, el compromiso ético (Segunda tesis sobre Feuerbach) (...) Posibilidad objetiva y exigencia ética: el propio Marx distinguió claramente el ‘dualismo’ de su mensaje, dualismo que sus críticos consideran irreductible y que sus discípulos menos inteligentes se empeñan en negar por todos los medios (...)” .
V. El estudio de El capital
Marx repitió muchas veces su otra consigna revolucionaria: “¡estudiar, estudiar, estudiar!”, y sin duda habría suscrito las palabras de Max Horkheimer: que “el que no se esfuerza en lograr un conocimiento mejor se hace vulnerable para el conocimiento peor, e incluso desarrolla una propensión a adherirse a lo primero que se le presenta” . Los marxistas se cansaron pronto de leer a Marx (si es que alguna vez lo hicieron). Hasta hoy, se han limitado en su mayoría a leer a otros marxistas sin leerlo directamente a él (normalmente porque es más sencillo leerlos a ellos, o porque les bastaba pensar que estos eran más “modernos”, es decir, posteriores en el tiempo). Por eso abunda el revolucionario marxista que se cree un hombre “práctico” (es decir, antiteórico y mal estudiante, más que cansado ya de estudiar) que, como en las superficiales lecturas habituales de la 11ª tesis de Marx sobre Feuerbach, contrapone “interpretar” a “cambiar”, y cree que hay que dejar ya de teorizar para “pasar a la acción” . No sorprende por tanto que un no marxista que estudie acierte, en la interpretación de Marx, más que muchos marxistas (lo cual debería servirles de cura de humildad). Nada menos que Isaiah Berlin, uno de los teóricos liberales más importantes del siglo XX, comprendía perfectamente por qué fue Marx un revolucionario muy especial: por su comprensión del papel de la ciencia y la racionalidad humana, pues para Marx:
“Sólo es racional aquel hombre que se identifique con la clase progresiva, esto es, la que está en ascenso (...) Marx, después de identificar la clase ascendente en las luchas de su tiempo con el proletariado, dedicó el resto de su vida a planear la victoria de aquellos a cuya cabeza había decidido colocarse (...) Su posición es, por lo tanto, la de un comandante en el campo de batalla (...); la única tarea del comandante consiste en derrotar al enemigo, y todos los otros problemas son académicos, basados en condiciones hipotéticas que no se han dado y, por lo tanto, están fuera de lugar (...) Todo lo que importa durante la guerra es el cabal conocimiento de los propios recursos y de los del adversario, para lo cual es indispensable conocer la historia anterior de la sociedad y de las leyes que la gobiernan” .
Ya vimos que Engels dijo ante la tumba de Marx que este fue un gran teórico pero sobre todo un revolucionario. Pero no hace falta recurrir a un amigo para eso, sino insistir en por qué fue un revolucionario especial y “durante toda su vida” una figura “extrañamente aislada entre los revolucionarios de su época, igualmente antipático hacia sus personas, sus métodos y sus fines”, debido a que, “creyeran o no en la revolución violenta, la gran mayoría en último análisis, apelaban explícitamente a normas morales comunes a toda la humanidad”, mientras que “Marx jamás tuvo simpatía por esta actitud, común a la gran mayoría de revolucionarios y reformadores de todos los tiempos” .
Lo cual no contradice cuanto llevamos dicho, ya que es fácil comprobar que Marx tuvo un sentido moral muy desarrollado, pero, en su crítica teórica y práctica, renunció a todo “moralismo” porque basó ambas en el estudio, el estudio siempre inacabado:
“Estaba convencido de que la historia humana está gobernada por leyes que no pueden ser alteradas por la mera intervención de individuos empujados a la acción por tal o cual ideal. Creía en efecto que la experiencia interior (...) tiende a veces a engendrar mitos e ilusiones (...[y]) los mitos encarnan todo aquello en que los hombres, en su miseria, desean creer; bajo su traidora influencia, los hombres interpretan mal la naturaleza del mundo en que viven, comprenden mal su propia posición en él y, por consiguiente, calculan mal la amplitud de su poder tanto como el de los otros (...) La verdadera aprehensión de la naturaleza y de las leyes del proceso histórico ha de esclarecer, sin la ayuda de las normas morales conocidas independientemente (...) cuál es el rumbo más en consonancia con los requerimientos del orden al que pertenece. Consecuentemente, Marx no ofrecía a la humanidad una nueva ética o un nuevo ideal social; no pedía un cambio de sentimientos (...); apelaba (...) a la razón, a la inteligencia práctica, denunciando nada más que el error intelectual o la ceguera (...) Marx denunciaba el orden existente apelando no ya a los ideales, sino a la historia; lo denuncia no como injusto o desdichado, o engendrado por la maldad o locura humanas, sino como efectos de leyes de desarrollo social ”.
VI. Conclusión
El resultado principal del estudio de Marx durante toda su vida, el fruto de su minucioso trabajo artesanal de científico práctico que vivió siempre, además, como un revolucionario práctico, es la obra cuyo resumen presentamos aquí, El capital. Pues bien, insistamos una vez más:
“Das Kapital intenta suministrar este análisis [científico de la sociedad capitalista]. La casi completa ausencia en él de argumentos explícitamente morales, de apelaciones a la conciencia o a principios (...) deriva de la concentración de la atención en los problemas prácticos de la acción. Recházanse, por considerárselas ilusiones liberales, la concepción de los derechos naturales y de la conciencia como inherentes a cada hombre con abstracción de su posición en la lucha de clases. El socialismo no formula apelaciones sino exigencias; no habla de derechos sino de la nueva forma de vida, libre de estructuras sociales coactivas (...) Esta diferencia fundamental de perspectiva (...) es lo que distingue netamente a Marx de los radicales burgueses y los socialistas utópicos a quienes, para desconcertada indignación de éstos, combatió y denostó salvaje e implacablemente durante más de cuarenta años (...) No ofreció ni pidió concesiones de ningún tipo y no entró en ninguna alianza política, puesto que no admitía ninguna forma de transigencia o transacción. Los manifiestos (...) que suscribió apenas contienen referencias al progreso moral, la justicia eterna, la igualdad de los hombres, los derechos de los individuos o las naciones (...) las consideraba jerga falta de valor, reveladora de confusión de pensamiento e ineficacia en la acción. La guerra debe librarse en todos los frentes (...)” .
¿Qué podemos concluir? Algunos autores, como Mészáros o Balibar , han insistido con mucha fuerza en la plena actualidad de Marx. En nuestra opinión, no es que Marx sea tan actual en el presente como lo era en su tiempo, sino que es más actual a medida que pasa el tiempo (tiempo de capitalismo, por desgracia) y que la estructura económica real de nuestras sociedades se parece cada vez más a la que sólo él supo ver con claridad, anticipándose como nadie a la auténtica evolución real de nuestro sistema . Si decíamos que Marx elaboró la ontología de la sociedad contemporánea, no nos estamos refiriendo a aspectos más o menos relevantes y parciales de una u otra forma de los capitalismos históricos concretos, sino a su esencia y definición. Si afirmamos que él descubrió las leyes esenciales de este sistema, decimos que desarrolló lo esencial para la comprensión de la vida social del siglo XX, del XXI y del que sea… mientras sigamos estando en este sistema. Sólo que ¡ojalá que este sea el último!
Estudiemos pues El capital si queremos acabar con el capital. Hagamos buena ciencia como científicos y valorémosla como revolucionarios, pues ambas cosas son un sine que non de la revolución.
II PARTE:
RESUMEN DE EL CAPITAL DE MARX: LOS TRES LIBROS
Lo que hoy en día se conoce como El capital se divide en un total de 17 secciones que se distribuyen así entre los tres libros que componen la obra (el primero, publicado por Marx, en 1867; el II y el III, editados por Engels, tras la muerte de Marx, en 1885 y 1894, respectivamente):
Libro I: EL PROCESO DE PRODUCCIÓN DEL CAPITAL
Sección Primera: Mercancía y dinero
Sección Segunda: La transformación del dinero en capital
Sección Tercera: La producción del plusvalor absoluto
Sección Cuarta: La producción del plusvalor relativo
Sección Quinta: La producción del plusvalor absoluto y del relativo
Sección Sexta: El salario
Sección Séptima: El proceso de acumulación del capital
Libro II: EL PROCESO DE CIRCULACIÓN DEL CAPITAL
Sección Primera: Las metamorfosis del capital y el ciclo de las mismas
Sección Segunda: La rotación del capital.
Sección Tercera: La reproducción y circulación del capital social global
Libro III: EL PROCESO GLOBAL DE LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA
Sección Primera: La transformación del plusvalor en ganancia y de la tasa de plusvalor en tasa de ganancia
Sección Segunda: La transformación de la ganancia en ganancia media
Sección Tercera: Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia
Sección Cuarta: Transformación de capital mercantil y de capital dinerario en capital dedicado al tráfico de mercancías y al tráfico de dinero (capital comercial).
Sección Quinta: Escisión de la ganancia en interés y ganancia empresarial. El capital que devenga interés.
Sección Sexta: Transformación de la plusganancia en renta de la tierra.
Sección Séptima: Los réditos y sus fuentes.
En este resumen tomaremos las 17 secciones como la unidad más adecuada al tamaño del mismo, y encabezaremos cada uno de los epígrafes que componen nuestras “secciones” con unas pocas palabras en negrilla que indican el número y el título de los capítulos originales resumidos en ellas.
Digamos, por último, antes de empezar con la lectura propiamente dicha, que invitamos al lector a seguir la sugerencia que hace Enrique Dussel en su comentario a los Grundrisse, el manuscrito de Marx que sirvió de larga preparación para El capital:
“Unas aclaraciones externas con respecto al texto que sigue. Recomendamos al lector seguir el adecuado orden en la lectura. En primer lugar, leer un parágrafo de esta obra (por ejemplo, el 1.1). De inmediato, y en segundo lugar, leer en los Grundrisse [aquí debemos sustituir ese título por El capital] las páginas correspondientes escritas por Marx mismo. En tercer lugar, volver nuevamente a nuestro parágrafo para retener el asunto.” (Dussel, 1985, p. 26).
Libro I: EL PROCESO DE PRODUCCIÓN DEL CAPITAL
Sección Primera: Mercancía y dinero
El libro I de El capital se compone de siete secciones, que tratan, respectivamente, de la mercancía y el dinero, la transformación del dinero en capital, el plusvalor absoluto, el relativo, la relación entre ambos, el salario y la acumulación de capital. La primera sección se compone, a su vez, de tres capítulos, el primero de los cuales –titulado “La mercancía”– fue señalado muchas veces por Marx como el más importante y difícil de toda la obra. Ésta es la razón de que el resumen de este capítulo sea también el más largo de todo el libro. Los otros dos tratan sobre el proceso del intercambio y sobre el dinero.
I. La mercancía. En este primer capítulo, el punto de partida es el siguiente: puesto que en la sociedad moderna, actual, capitalista, toda la riqueza aparece en forma de un montón o cúmulo de mercancías, el análisis debe empezar también con “la mercancía”. Lo más importante de la mercancía es su carácter dual, o doble, su naturaleza bifacética, que llega a desarrollar una antítesis interna que más tarde se expresará, en la circulación mercantil, como una antítesis externa. La mercancía es, por una parte, una simple cosa, y por otra parte una cosa que tiene precio. Ser cosa –o bien, un objeto exterior– es lo mismo que tener “valor de uso”, es decir, consiste en su cualidad o conjunto de propiedades naturales que se manifiestan en su utilidad, aunque dichas propiedades “naturales” estén al mismo tiempo determinadas históricamente. Por otra parte, su precio no es sino una forma de tener “valor de cambio”, algo que tiene una dimensión cuantitativa inmediata, que se puede y debe medir (aunque esas medidas se desarrollen también de forma históricamente cambiante).
Por tanto, el valor de uso de la mercancía es la “corteza natural” de la mercancía, su “cuerpo”, y constituye la riqueza material o el “contenido material de la riqueza”, por lo que debería ser el objeto de una disciplina especial, la merceología. Por su parte, el valor de cambio de la mercancía parece una contradicción (contradictio in adiecto, dice Marx) porque en realidad lo que se ve es que la mercancía no tiene uno sino múltiples valores de cambio. En efecto, cuando se dice que una unidad de la mercancía X equivale a una cantidad a de la mercancía Y, o a una cantidad b de la mercancía Z, etc., salta a la vista que todos estos valores de cambio no son sino “formas” de un contenido diferenciable, expresiones de un algo que es común, que es igual, algo de la misma magnitud presente a la vez en las dos cosas que se comparan en cada caso. Pero ese algo no puede ser una propiedad corpórea o sensible de la mercancía en cuanto cosa, porque todas las propiedades de este tipo que caracterizan a los distintos bienes sólo sirven para distinguirlos entre sí, no para igualarlos. Por consiguiente, si abstraemos de los diferentes valores de uso todas esas propiedades, y no dejamos ni un ápice o átomo de valor de uso, a las mercancías sólo les puede quedar una cosa en común: la propiedad de ser todas ellas producto del trabajo.
Ahora bien, el trabajo que es común a todas las mercancías es el trabajo humano indiferenciado, el trabajo abstractamente humano. Por tanto, la sustancia que se manifiesta en los valores de cambio es algo distinto del valor de cambio: es “el valor” de la mercancía. Y el valor de cada mercancía, este valor mercantil que subyace a los valores de cambio, es una sustancia social, la cristalización de esa sustancia social común. No es por tanto una sustancia natural sino supranatural, abstracta, suprasensible, y hace de cada mercancía no la mera cosa que es sino también una gelatina homogénea de trabajo, una crisálida social general con una objetividad espectral.
Pero en esta sustancia generadora de valor lo esencial es lo cuantitativo: la “magnitud” de su valor. Y esta magnitud viene determinada por la “cantidad de trabajo”, que a su vez se mide por la duración o tiempo de trabajo, expresada en las unidades habituales de tiempo (día, hora, año, etc.). Sin embargo, no es cualquier trabajo lo que se mide, sino el trabajo “de la misma fuerza humana de trabajo”, el trabajo requerido por cada mercancía como parte del realizado por el “conjunto de la fuerza de trabajo de la sociedad”, de forma que cada fuerza de trabajo individual se toma sólo con el carácter de una “fuerza de trabajo social media”, que opera exclusivamente con “el tiempo de trabajo socialmente necesario” en cada caso. Por consiguiente, la creciente fuerza productiva de cada trabajo concreto tendrá como consecuencia que la magnitud de valor de la mercancía resultante sea decreciente.
Es muy importante entender que todo lo anterior significa que, absolutamente siempre, cada mercancía se toma como simple “ejemplar medio de su clase”, así como el trabajo que se gasta en ella, de forma que si un tejedor manual de telas continuara trabajando manualmente mientras que el resto de los productores de tela lo hicieran mecánicamente, por medio de una máquina que modifica el proceso social de producción, o modo de producción de la mercancía, ocurriría lo siguiente: este productor continuaría necesitando x horas por unidad de tela, pero la sociedad, que ahora usa telares de vapor, sólo requeriría x/2 horas, de forma que también la mercancía de este productor individual pasará a contener sólo el trabajo gastado en x/2 horas.
Si bien esta dualidad de la mercancía es muy importante para Marx –debe tenerse en cuenta que, desde Aristóteles a Adam Smith y Ricardo, muchos autores distinguieron entre valor de uso y valor de cambio, pero ninguno entre valor de uso y valor, como hizo él–, este señala que era esencialmente conocida por los economistas que le precedieron. Sin embargo, Marx reivindica enérgicamente haber sido él el primero, en la historia de la economía política, en aclarar además la dualidad contenida en el trabajo representado en la mercancía, aspecto tan importante que para él constituye el eje sobre el que gira toda la economía.
El trabajo que crea la mercancía es ante todo “trabajo útil”, una actividad productiva específica condicionada por la división social del trabajo tal como ha sido desarrollada históricamente. Esta actividad específica nos muestra el cómo y el qué del trabajo, es lo que los ingleses llaman “work”, y es lo que, junto a la tierra (es decir, la naturaleza), crea la riqueza que resulta de todo lo producido. Marx suscribe aquí las famosas palabras de William Petty: que la riqueza tiene “un padre” y “una madre”: la hand (la mano, el trabajo) del trabajador y la land (tierra o naturaleza que se trabaja). Pero el trabajo es a la vez “labour”, es decir trabajo humano del que nos interesa saber sobre todo su cantidad, el cuánto. En este segundo sentido, el trabajo es tan sólo gasto de fuerza de trabajo humana, gasto productivo de cerebro, músculo, mano, órganos sensibles... humanos. No es trabajo específico de sastre o de tejedor, sino “trabajo humano puro y simple”.
Marx insiste en este trabajo a partir de la siguiente analogía fundamental. De igual forma que un mismo hombre puede trabajar al mismo tiempo como sastre y como tejedor, repartiendo su tiempo de trabajo entre los dos tipos de tareas, otro tanto ocurre con el “hombre social” cuando la sociedad desarrolla las condiciones para esta transformación. Pero en la sociedad moderna, capitalista, cuando la evolución de la demanda exige que el organismo social en su conjunto transfiera trabajo humano desde la labor de tejer a la de sastrería, o a la inversa, ocurre como en el caso del individuo anteriormente señalado. Por consiguiente, el trabajo resultante es también trabajo humano en general, o indiferenciado, cierta cantidad del trabajo medio simple que puede realizar cualquier hombre común y corriente en cuanto actividad normal de la vida. Y es precisamente este trabajo simple el único cuya cantidad le va a interesar a Marx en todo El capital, como él mismo se encarga de advertir aquí expresamente.
Por supuesto, no todos los trabajos son simples, también hay trabajo calificado o complejo, pero este queda reducido a trabajo simple cuando lo que importa es medir la cantidad de trabajo. En esos términos, el trabajo complejo sólo es trabajo simple “potenciado, o mejor multiplicado”, y esta reducción es algo que se produce constantemente en la práctica por medio de un proceso social que no por quedar a espaldas de los productores deja de ser menos real. Por consiguiente, Marx es muy claro aquí porque quiere evitar cualquier posible confusión: el trabajo del sastre o el trabajo del tejedor sólo son sustancia del valor chaqueta o del valor lienzo en tanto que ambos poseen la misma cualidad: la de ser simple trabajo humano, y consistir en puro gasto fisiológico del organismo de los hombres sociales.
Este carácter bifacético del trabajo es de fundamental importancia para entender, además, lo siguiente: es bien posible, y de hecho necesario, que aumente la riqueza material que se crea con el trabajo y que al mismo tiempo disminuya la magnitud de valor creado por él. Esto es posible porque dada cierta cantidad, x, de trabajo, ésta siempre será responsable, como hemos dicho, de la creación de la misma cantidad de valor; pero la mayor o menor productividad del trabajo útil y concreto en el que se manifiesta el trabajo humano puede hacer aumentar o disminuir el volumen de valores de uso por unidad de tiempo que resultan del proceso de la producción.
Tras el carácter doble de la mercancía y del trabajo mismo, Marx pasa a una tercera cuestión central de este capítulo I: la “forma de valor”, o el valor de cambio, a la que dedica la parte más extensa de su exposición (de hecho, en la edición de siglo XXI se incluye como apéndice al libro I la primera versión de lo que Marx escribiera sobre la forma de valor, no publicada en su momento). Aquí también se muestra el autor orgulloso de su aportación personal, como descubridor de la génesis de la forma dinero gracias a su análisis de la forma de valor, análisis que consiste precisamente en su desarrollo, que, como dirá más tarde, coincide con el propio “desarrollo de la forma mercancía”. En el desarrollo de la forma de valor, Marx escoge cuatro fases, y por esa razón divide en cuatro apartados el largo epígrafe que le dedica, a saber: las formas “simple”, “total”, “general “y “de dinero”.
A. La forma simple o singular de valor contiene, en realidad, “todo el secreto”. Esta forma es simplemente:
x A = y B (1)
Las dos mercancías que se igualan así no desempeñan el mismo papel, sino que A tiene un papel activo, mientras que B interpreta un papel pasivo. Más en particular, la forma de valor tiene dos ingredientes: la “forma relativa” (A) y la “forma de equivalente” (B). Pero estos ingredientes son en realidad extremos excluyentes y contrapuestos, son dos “polos” de la misma expresión de valor. Por eso, se analizan sucesivamente, por separado, antes de volverlos a reunir en un análisis de conjunto.
En la forma relativa de valor, hay que distinguir su “contenido” de su “carácter cuantitativo” determinado, y Marx señala que hay que proceder empezando por el primero, y no, como sucede habitualmente, a la inversa. El contenido de esta forma de valor es sencillamente A = B, que es el “fundamento” de la ecuación (1), o ecuación de valor. Esto quiere decir que la dualidad intrínseca entre valor de uso y valor se manifiesta ahora como una antítesis externa: la figura del valor de uso A manifiesta su valor por medio de otra mercancía, la B, que figura aquí sólo como valor, o “espejo de valor”, de A. Esto tiene la mayor importancia para Marx. Ya que no se trata sólo de la creación de valor por medio del trabajo. Es verdad que el trabajo humano crea valor, pero no es valor, dice Marx. Para expresar el valor como gelatina de trabajo humano, hay que expresarlo en cuanto objetividad, es decir, en una cosa distinta. Por tanto, B es, en la relación de valor que representa A = B, un valor, mientras que fuera de dicha relación, cuando se considera a B por sí misma, esa cosa es simplemente, como en todas las mercancía, una “portadora de valor”.
Por eso es tan importante lo siguiente: en la relación de valor, en la “equiparación” de A con B, en su relación de intercambio, se va más allá de la pura abstracción de valor. Como hemos dicho, B es valor, y en cuanto valor A es igual a B, tiene su mismo aspecto, por lo que adopta de esta forma una forma distinta de su forma natural: su forma de valor. Esta forma relativa o relacional quiere decir que el cuerpo de B hace de espejo de valor de A, de la misma forma que Pablo puede ser para Pedro tan sólo la “forma en que se manifiesta el genus hombre” para él.
Pero, además del contenido, está en segundo lugar el “carácter determinado cuantitativo” de la ecuación de valor, pues la forma de valor no sólo expresa “valor en general” sino una determinada magnitud o cuantía del mismo. Esto quiere decir algo esencial: que se hace posible que el valor relativo varíe aunque su valor (su contenido en trabajo humano) siga siendo el mismo; o bien lo contrario: que el valor relativo puede mantenerse igual a pesar de haberse modificado el valor que subyace al valor relativo.
En cuanto a la forma de equivalente, sucede lo contrario: no contiene ninguna determinación cuantitativa del valor. Para Marx, su función es triple:
1) El valor de uso se convierte en la forma de manifestación de su contrario: el valor. Para entenderlo mejor, recurre al ejemplo del trozo de hierro, que se utiliza como pesa en la “relación ponderal” (de peso). O sea: aunque su cuerpo férreo tiene, por sí mismo, peso, y además un cierto peso, en cuanto polo de la relación ponderal esta pesa de hierro sólo es “figura de la pesantez”, y en toda la relación viene ya presupuesto que las dos cosas que se comparan tienen peso.
2) El trabajo concreto se convierte en la forma de manifestación de su contrario: el trabajo abstractamente humano.
3) El trabajo privado se convierte en la forma de manifestación de su contrario: trabajo bajo forma directamente social.
Y una vez considerados los dos polos de la forma simple o singular de valor (se entenderá luego mejor por qué liga Marx el adjetivo “simple” a la forma relativa, mientras que “singular” se vincula a la forma de equivalente), pasa a considerar la forma en su conjunto. Rinde primero homenaje al genio de Aristóteles, que supo ver que en esta forma se contiene la igualdad de las cosas que se comparan; pero señalando al mismo tiempo la raíz de la limitación de su análisis: no pudo llegar a descubrir el contenido del valor a partir del análisis de la forma de valor porque su contexto social se lo impedía. Para hacer posible este descubrimiento habría hecho falta que la Grecia clásica conociera lo que sólo ocurrió en la sociedad capitalista moderna: la conversión de todos los hombres en “poseedores de mercancía” y su igualación por medio de las leyes de la mercancía. Hubiera hecho falta, no la desigualdad humana y de las fuerzas de trabajo que existía en la sociedad esclavista de su época, sino la igualdad humana actual (en cuanto trabajadores) que genera el capitalismo, hasta hacer de ella una verdad aceptada con el carácter de un auténtico “prejuicio popular”.
B. La forma total o desplegada de valor se expresa en una fórmula mercantil modificada:
z A = u B = v C = w D = x E = etc. (2)
Marx llama ahora a la forma relativa (z A) “forma relativa desplegada”, y considera que la forma de equivalente (el resto de la fórmula) se descompone en tantas “formas particulares de equivalente” como miembros aparecen en la ecuación, razón por la cual considera que esta forma total es siempre incompleta y deficiente, y necesita su “inversión” en la forma que estudia a continuación: la “general”. Una particularidad de esta forma total es que, según Marx, hace evidente que es la magnitud de valor la que regula las relaciones de intercambio, y no al revés, puesto que ahora la pluralidad de valores de cambio de A aparecen todos directamente en la fórmula. Por consiguiente, basta con invertir la total para obtener la general.
C. La forma general de valor es general sencillamente porque es simple y común (unitaria):
Cada uno de los miembros de la izquierda son ahora una “forma relativa social general (o unitaria)”, y todos se expresan en lo que es el “equivalente general” (la mercancía A, cuya forma relativa propia, en caso de que necesitáramos expresarla, sería la forma total, a diferencia de lo que ocurre con las demás mercancías). Marx aprovecha aquí para recordar que el desarrollo histórico de la forma de equivalente es un resultado del desarrollo histórico de la forma relativa de valor, y que en la medida en que ambas se desarrollan se desarrolla asimismo la antítesis que expresan. Por consiguiente, es posible ahora conectar cada una de esas formas con su momento histórico: la forma simple se corresponde con el momento en que los intercambios son fortuitos, ocasionales, excepcionales; la forma total sucede cuando se ha vuelto habitual el intercambio de algún tipo particular de mercancía, por ejemplo, las reses; mientras que cuando domina la forma general podríamos decir que “la tarea de darse una forma de valor” se convierte en una obra común, y no en un asunto privado, del mundo de las mercancías.
La forma general requiere, por tanto, que la relación social se haga omnilateral, o multilateral, que se convierta en una “forma socialmente vigente”. Por tanto, sólo cuando la forma equivalente se circunscribe a una clase específica de mercancías adquiere esta forma su “consistencia objetiva”, su “vigencia social general”, y se ponen las condiciones para que esta forma se desarrolle, a su vez, en dirección a la siguiente (la forma dinero), y para que la mercancía que hace de equivalente general “devenga mercancía dinero”, es decir, funcione realmente como dinero.
D. La forma de dinero, cuyo germen existe ya realmente en la forma simple, no es sino una modificación de la anterior:
Por esta razón, estamos ahora ante una variación que, a diferencia de las dos anteriores, no es esencial, sino de grado, dada por la práctica social y consuetudinaria que hace que una mercancía específica –por ejemplo, el oro– que antes fue, como todas, sólo un equivalente singular y particular, haya pasado a convertirse en un equivalente realmente general.
En la fórmula anterior, se pueden sustituir los y gramos de oro por cualquiera de sus denominaciones monetarias nacionales, por ejemplo, la libra esterlina, de forma que ya no resulta misterio alguno la comprensión de la “forma de precio”. La forma de precio adoptada por el valor de una mercancía (por ejemplo, v C = 2 £) será, pues, la forma relativa simple de esa mercancía (expresada) en la mercancía dineraria.
Una vez acabado el repaso de las diferentes formas de valor, y antes de pasar a los otros dos capítulos que componen la primera sección de El capital –que en realidad pueden entenderse como una explicación más detallada de esta última “forma de dinero”–, Marx hace una interesante digresión por uno de sus temas favoritos, al que volverá más tarde una y otra vez: “el carácter fetichista de la mercancía, y su secreto”.
Este carácter fetiche de la mercancía –“fetichista”, “fantasmal”, “fantasmagórico”, “enigmático”, “misterioso”, “mágico”, “místico”, “fantástico”, “ilusorio”, “neblinoso”..., son algunos de los adjetivos que usa para designarlo– se reduce esencialmente a algo simple: basándose en la apariencia, los mercaderes, hombres prácticos, y los economistas, sus teóricos o sicofantes, conceden carácter social a lo que sólo es lo natural de la mercancía (por ejemplo, llaman capital a lo que sólo es un medio de producción); y, a la inversa, toman por natural lo que no es sino su lado social y nada natural (por ejemplo, que la mercancía tenga precio se considera una propiedad natural más de la cosa-mercancía). El famoso “fetichismo” se reduce por tanto a este doble quid pro quo, que surge, no del cuerpo de la mercancía, que es fácil de comprender, sino de su forma, su propia forma mercantil, debido a la “peculiar índole social del trabajo que las produce”, es decir, debido a que los trabajos privados e independientes que las producen sólo se vuelven sociales, parte del todo al que realmente pertenecen, por medio del intercambio y el mercado.
Pero la escisión de la mercancía en cosa y valor sólo se produce realmente cuando, ya desde el momento de su producción, el producto del trabajo se convierte en mercancía, y el trabajo privado en doblemente social: ha de cumplir su parte en la división social del trabajo como algo natural, y ha de materializarse en una mercancía que pueda realizar su valor. Los productores no saben lo segundo; o más precisamente, “no saben” que al equiparar en el mercado sus productos heterogéneos están reduciendo a trabajo humano homogéneo sus trabajos específicos, “pero lo hacen”, y este carácter particular de ser valor lo conciben como algo universal. Sin embargo, un repaso de las distintas formas posibles de sociedad nos convencerá de lo específico de la forma mercantil.
También en una sociedad reducida a un solo individuo –la economía “de Robinsón Crusoe”– existe la necesidad de distribuir el trabajo social entre las distintas necesidades que deben cubrirse. Pero aquí las relaciones entre Robinsón y las cosas son “sencillas y transparentes”, por lo que el trabajo total se distribuirá directamente como algo social. Igualmente, en la sociedad medieval europea, la particularidad de los diferentes trabajos naturales individuales es compatible con su distribución social directa, de forma que las relaciones entre personas como productores se identifican con las relaciones sociales de tipo personal en que consiste el feudalismo. Otro tanto sucede con el trabajo colectivo de la familia en la forma productiva basada en la producción familiar: el gasto de cada trabajo individual está determinado socialmente de forma directa como parte del conjunto natural del trabajo social de la unidad familiar. Y lo mismo sucederá en el cuarto caso alternativo analizado: en la sociedad colectiva global, o asociación de hombres libres, la distribución planificada del trabajo social será al mismo tiempo la distribución de los trabajos cualitativamente determinados de cada uno.
Por el contrario, sólo en la producción mercantil de tipo capitalista –pues Marx considera que las formas de producción mercantil anteriores al capitalismo sólo tuvieron un papel subordinado en el marco de modos de producción distintos que las dominaban (antiguo, asiático, etc.)– aparece el precio de las mercancías en la conciencia burguesa como una necesidad natural. Y ello porque “la apariencia objetiva de las determinaciones sociales del trabajo” se presenta como apariencia de una realidad que sus agentes no comprenden –quienes, por cierto, tienen la misma actitud hacia las formas sociales anteriores que cada religión respecto a las demás: sólo la propia se considera verdadera por ser la natural, mientras que las otras se creen falsas porque son artificiales–. Por ello es imposible que se planteen correctamente la pregunta crucial: ¿por qué? Más en concreto: ¿por qué adopta la producción en el capitalismo la forma mercantil o de valor?
Al no entender eso, los economistas piensan que el valor es un “atributo de las cosas”, mientras que el valor de uso les parece un “atributo del hombre” (la utilidad les parece sólo algo subjetivo, que implica al individuo que consume) que no depende tanto de sus propiedades como cosas; es decir: todo parece justo al revés.
II. El proceso del intercambio. Recordemos que cuando Marx habla de personas o individuos en el plano teórico se trata siempre de personificaciones de relaciones económicas reales, o máscaras (“figuras”) de las auténticas categorías económicas. Así ocurrirá luego con “el capitalista” y “el asalariado”, y así sucede ahora con las primeras personas que aparecen en El capital: los poseedores de mercancías, personas que se reconocen entre sí como propietarios privados y establecen entre ellos una relación jurídica voluntaria. Pero esta relación presupone una relación económica según la cual las mercancías intercambiadas son para sus poseedores valores sin uso, pero sí son valores de uso para los no-poseedores (por eso quieren ambas partes cambiarlas de lugar). Por tanto, las mercancías deben realizarse como valores antes de que puedan realizarse como valores de uso.
Esto es así históricamente porque, en la medida en que los productos (P) se van convirtiendo en mercancías (M), se está produciendo la escisión completa, se está completando “el desdoblamiento de la mercancía”: en mercancía, por una parte, y dinero por otra. Marx señala que existió primero un intercambio directo de productos, que, más que por la relación M-M, debería representarse como P-P, en la cual la fórmula no sería todavía x A = y B, sino tan sólo x valor de uso A = y valor de uso B, siendo “fortuita” la proporción cuantitativa en que se cambian. Sólo cuando la repetición convierte a este intercambio en un proceso social regular, esta proporción pasa a depender de su producción, convirtiéndose así en valor.
Pero el otro paso, el de la fórmula M-M a la forma más actual de M-D-M se hace con la intermediación de M-M-M, en la que el papel central lo ocupa la mercancía que está convirtiéndose ya en dinero pero aún no lo es, ya se trate de importantes artículos de cambio provenientes del exterior, o de los objetos que forman la propiedad local enajenable (nunca la tierra). Las propiedades naturales de ciertas mercancías –como la calidad uniforme y divisibilidad de los metales preciosos– hacen que el oro adquiera poco a poco un papel creciente, hasta convertirse finalmente en la mercancía general, pero este equivalente general tiene tan poca determinación cuantitativa como cualquier otro. Y como el valor no lo confiere el intercambio sino la producción, el valor del oro se determina exactamente igual que el del resto de las mercancías, y sólo puede expresar su magnitud de valor en otras mercancías diferentes, como en los demás casos. Por tanto, el enigma que encierra el “fetiche del dinero” no es sino el desarrollo del enigma que ya vimos que encerraba el “fetiche de la mercancía”.
III. El dinero, o la circulación de mercancías. En este tercer capítulo, Marx desarrolla el análisis del dinero repasando sus distintas funciones en la economía mercantil, y en particular el carácter o aspecto específico con que interviene cuando cumple cada una de esas funciones. El primer epígrafe se dedica a su función fundamental como “medida de los valores”, partiendo ya del supuesto permanente (salvo excepción expresa) de que la mercancía dineraria es el oro, y por tanto la forma de valor el dinero áureo. Una vez dicho esto, el oro se convierte en la forma de manifestación necesaria de la medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo. Pero como toda forma de valor, la forma oro también es una forma “ideal o figurada” –y los valores se transforman en cantidades de “oro figurado” o magnitudes de la misma “denominación”–, de modo que el cuerpo material del oro no se requiere realmente para desempeñar esta primera función del dinero.
Ahora bien, su segunda función, como “patrón de los precios”, es algo muy diferente: si la función de medida del valor la desempeñaba el oro como “encarnación social del trabajo humano”, y por tanto como algo que puede variar de valor, el patrón de los precios lo ejerce como “peso metálico fijo”, como medida exacta de esa cantidad particular de oro. Esto exige fijar un determinado peso en oro como la unidad de medida de ese patrón, y esta segunda función no se ve afectada por el cambio de valor del oro. La confusión entre ambas funciones es especialmente grande en inglés ya que, como señala Marx, a la primera función se le llama en esta lengua measure of value, y a la segunda standard of value.
En el análisis histórico de la forma de precio hay que tener en cuenta además que los nombres de las monedas son al principio directamente “ponderales” (o sea, dados a partir de la propiedad “peso” del oro) y luego se divorcian crecientemente de ella hasta convertirse en simples denominaciones “dinerarias” o “de cuenta”, en las que apenas queda rastro de la propia relación de valor. El precio es actualmente sólo esta denominación dineraria del trabajo objetivado en la mercancía. Además, la forma de precio admite una “incongruencia cuantitativa”, o divergencia, con la magnitud del propio valor, pero también una “contradicción cualitativa”, hasta el punto de que algunas cosas que no tienen valor –como la tierra virgen y demás bienes naturales, es decir, los bienes puestos directamente por la naturaleza sin intervención humana– pueden “tener formalmente precio sin tener valor”, con lo que la forma de precio se vuelve aquí puramente “imaginaria”.
La tercera función del dinero tiene que ver con la metamorfosis de las mercancías y es su función como “medio de circulación”. Se trata de que en el proceso M-D-M se asiste a “dos metamorfosis contrapuestas”: primero se vende una mercancía por dinero, y después se usa el dinero para una nueva compra (el lema adecuado para la operación total podría ser “vender para comprar”). El primer paso, la venta, exige que el estómago del mercado sea capaz de absorber la cantidad total que los vendedores pretenden convertir en dinero –que de hecho cuenta como un “artículo único” del que las piezas individuales sólo son “partes alícuotas”–; y si no es así sucede como cuando los productores individuales gastan más tiempo de trabajo del socialmente necesario: ha habido un exceso de producción. Esta necesaria transformación del producto del trabajo en dinero hace conscientes a los productores de mercancías de que su comportamiento privado como productores independientes no anula su dependencia de un sistema social de producción que funciona más allá de sus voluntades individuales.
Pero si se analiza M-D-M se observa que la primera metamorfosis (M-D), por ejemplo lienzo que se cambia por dinero, es a su vez la segunda metamorfosis, contrapuesta, de otra mercancía (salvo que el propietario de dinero lo haya obtenido directamente de la producción de oro): por ejemplo, de la venta de trigo. Asimismo, la metamorfosis final (D-M, por ejemplo, el vendedor de lienzo usa el dinero para comprar una biblia) es una suma de primeras metamorfosis de otras mercancías. Esto significa que las dos metamorfosis del “ciclo de una mercancía” (en nuestro caso, el lienzo) constituyen a la vez metamorfosis parciales de otras dos mercancías (el trigo y la biblia), es decir, que el ciclo de cada mercancía “se enreda” necesariamente con los ciclos de otras mercancías en el seno del proceso conjunto de la circulación mercantil. Así que, aunque sea verdad que nadie puede vender sin que otro compre, “nadie necesita comprar inmediatamente por el solo hecho de haber vendido”: precisamente por esto la circulación de mercancías supera las barreras y límites que se oponían a la mera circulación de productos y, al mismo tiempo, al escindir la venta y la compra, acarrea la “posibilidad de una crisis”.
Por el contrario, el “ciclo del dinero” no existe, sino que existe su “curso”, su constante alejamiento respecto a su punto de partida pero siempre dentro de la esfera de la circulación. Aunque el movimiento del dinero sólo expresa la circulación de mercancías, ésta se presenta en él invertida, “como mero resultado del movimiento dinerario”. Para poner en claro esta inversión hay que desvelar cuánto dinero exige la esfera de la circulación en su conjunto. Aquí Marx recurre, sin escribirla, a la ecuación del dinero: P · Q = M · V, y argumenta que, con la explotación de los nuevos yacimientos americanos (siglos XVI-XVIII), los precios (P) subieron en Europa, no porque aumentara la cantidad de oro (M), sino debido a que bajó su valor (por el aumento de productividad en su extracción), tras lo cual la masa de medios de circulación aumentó “en proporción directa al precio de las mercancías”.
Por tanto, la auténtica relación de estas dos variables con las otras dos (Q, índice de la cantidad física del producto social, y V, velocidad de circulación media del dinero) se expresa en la dependencia de M respecto de (P·Q)/V. De esta forma, si se supone dada V, cualquier masa de mercancías (Q) exigirá tanto más dinero (D) cuanto mayor sea su precio (P). Esta “ley” se puede expresar también diciendo que la idea opuesta –es decir, que los precios de las mercancías están determinados por la masa de los medios de circulación– es una “ilusión”, una ilusión basada en la doble confusión de que en el proceso de circulación entran “mercancías sin precio” y a la vez “dinero sin valor”.
De esta tercera función del dinero surge también su figura monetaria: su aparición como “moneda”, es decir, como pieza áurea acuñada por el Estado nacional, ese “uniforme” nacional que la caracteriza en la esfera de la circulación interna (por oposición a su figura de oro en lingotes característica del “mercado mundial”). Pero como las monedas se gastan, siempre está latente la posibilidad de sustituir el dinero metálico por “signos” o “símbolos de dinero” (de valor, es decir del oro al que representan), ya sea moneda fraccionaria en metales menos nobles (plata, cobre), ya “papel moneda estatal de curso forzoso”. Este último no debe confundirse con los billetes de banco ni con el dinero crediticio en general, que exigen históricamente condiciones capitalistas más desarrolladas que la simple circulación mercantil considerada en este capítulo: mientras los otros corresponden a la función del dinero como medio de pago, aún no estudiada, el papel moneda del Estado surge de su función como medio de circulación y sólo requiere la “vigencia socialmente objetiva” que le confiere el “curso forzoso estatal” en la esfera de la circulación interna.
Ahora bien: cuando la circulación de mercancías se interrumpe, se inmoviliza también el curso del dinero, que deja de ser moneda para convertirse en dinero. El dinero como fin en sí mismo constituye el “tesoro”; y su busca por el atesorador es el “atesoramiento”. Esta búsqueda tiene sentido porque, si toda mercancía tiene valor de uso y es un elemento de la riqueza material, el dinero es valor y por tanto el medio de la “riqueza social” de su poseedor, ya que este puede acceder con él a todos los elementos de la primera. Y aunque el dinero está siempre limitado en cantidad, cualitativamente es ilimitado, siendo esta carencia de límites lo que hace que el atesorador “sacrifique al fetiche del oro sus apetitos carnales”. Esta cuarta función del dinero como tesoro proporciona a la circulación un colchón de seguridad que permite que la masa de dinero que necesita refluya y afluya constantemente a ella en caso de necesidad.
La quinta función del dinero –y la segunda del “dinero como dinero”, ya que las tres primeras eran más bien funciones del dinero “como mercancía específica”– es la de servir de “medio de pago”. Al separarse cronológicamente la venta de la mercancía de su realización en el precio (mediante el sistema de compra a plazos), el vendedor se convierte en acreedor del comprador, quien se convierte en su deudor al realizar la segunda metamorfosis de la mercancía antes que la primera, es decir, “antes de haber transformado la mercancía en dinero, vuelve a convertir el dinero en mercancía”. Y aunque la autonomización de esta función permite cancelar y compensar numerosos pagos (el dinero sólo funciona aquí idealmente), los pagos efectivamente realizados sí que suponen trabajo social materializado. La contradicción que estalla en la fase de “crisis dineraria” que ocurre durante las crisis de producción y comerciales provoca una hambruna o “hambre de dinero efectivo”. Asimismo, el “dinero crediticio” surge de esta función, pues los propios certificados de deuda circulan como medio de transferir los propios créditos. Por último, con el desarrollo de la sociedad burguesa tiende a desaparecer el atesoramiento como forma autónoma para desarrollarse como “fondo de reserva constituido por medios de pago”.
Finalmente, en su última función y sólo en el mercado mundial, el dinero funciona como dinero mundial, es decir, en forma de lingotes, como la mercancía oro que realmente es.
Sección Segunda: La transformación del dinero en capital
IV. Transformación del dinero en capital. En esta sección, que se compone de un único capítulo, el cuarto, Marx arranca de la afirmación de que la circulación de mercancías es el punto de partida del capital, pero el capital es algo más que la simple circulación de mercancías. Dicho de otra manera: el “dinero en cuanto dinero” y el “dinero en cuanto capital” se distinguen entre sí por su distinta forma de circulación. La forma que corresponde al capital es D-M-D (la inversa de la vista hasta ahora), que se resume en el lema “comprar para vender”, y sería un proceso “absurdo y fútil” (por ejemplo en comparación con el atesoramiento) si no redundara en una cantidad de dinero al final mayor que al principio. Por tanto, se trata en realidad del ciclo D-M-D’ (donde D’ > D). Si en M-D-M el dinero corría y se alejaba de su punto inicial, en D-M-D’ sucede lo contrario: refluye siempre a su punto de partida, y en este ciclo el “motivo impulsor y su objetivo determinante es el valor de cambio mismo”. Como D’ = D + ΔD, este incremento de dinero es un plusvalor, y el movimiento que lo genera es lo que transforma al dinero en capital.
Al no tratarse ahora de un objetivo externo (como era el consumo en M-D-M), el proceso ya no tiene término: aunque 100 libras se conviertan en 110, siguen siendo una cantidad limitada, y lo que distingue al capital del tesoro es querer “valorizar su valor” permanentemente, tender intrínsecamente a la “riqueza absoluta” mediante un crecimiento cuantitativo siempre renovado. Como vehículo consciente de este movimiento, el poseedor de dinero se convierte en “capitalista”, que identifica así su fin subjetivo con el contenido objetivo de la circulación de capital, haciendo “racional” la irracionalidad del atesorador. Pero el auténtico sujeto es el valor, que pasa alternativamente por las formas de dinero y mercancía. De esta forma el valor se vuelve “valor en proceso”, o dinero en proceso, es decir, se convierte en capital, y ello sucede en todas las clases de capital que encierra su fórmula general, D-M-D’: el industrial, el comercial y el “capital que rinde interés”.
Mas lo que caracteriza a la circulación de capital no es la inversión respecto a M-D-M, sino el plusvalor que se obtiene. Éste no puede tener su origen en la circulación, ya que ésta, mediante las metamorfosis del intercambio, sólo produce un cambio formal de la mercancía, pero no en su magnitud de valor. Es verdad que el comprador gana utilidad al cambiar su dinero por la mercancía, así como el vendedor tampoco la vendería si el dinero no fuera para él de una utilidad mayor. Pero se supone siempre que en la circulación se da un intercambio de equivalentes, no un aumento de valor, que no se produce por mucho que aumente la utilidad de quienes intercambian. Tanto el capital comercial como el que rinde interés son formas “derivadas”, y al mismo tiempo “anteriores”, a la forma básica del capital, que es el capital productivo. En efecto, el plusvalor nace de la producción y el poseedor de mercancías sólo puede “crear valores por medio de su trabajo, pero no valores que se autovaloricen”. El secreto está en la “compra y venta de fuerza de trabajo”, que junto a un intercambio mercantil encierra otro tipo de intercambio. Pero veámoslo en detalle.
El cambio en la magnitud de valor no puede operarse en el dinero mismo. Tampoco en el segundo acto de circulación. Tiene que operarse por tanto en la mercancía que se compra, pero no en su valor sino en su valor de uso, es decir, en su consumo. Tiene que tratarse de una mercancía que posea el especial valor de uso de ser fuente de valor, y esa mercancía específica es la (capacidad o) fuerza de trabajo, es decir, el conjunto de facultades físicas y mentales que existen en la personalidad del ser humano. Pero se deben dar ciertas condiciones históricas, no naturales, para que esta fuerza de trabajo se haya convertido en una mercancía y el propietario del dinero pueda encontrarla en el mercado en forma de “obrero o trabajador libre”. Este obrero debe ser libre o estar “liberado” en un doble sentido: debe disponer de su fuerza de trabajo como mercancía propia, y al mismo tiempo debe carecer de otras mercancías que él mismo pudiera vender para ganarse la vida o para gastar en ellas su fuerza de trabajo.
Pero esta mercancía tiene un valor, como las demás, que se determina por las mismas leyes, es decir, por el tiempo de trabajo necesario para su reproducción. Pero como la fuerza de trabajo sólo existe en el “individuo vivo”, y sólo pervive en el tiempo si éste puede asegurar la “procreación” de su descendencia, la reproducción de la fuerza de trabajo consiste en la reproducción del trabajador y su descendencia. Su valor es, por tanto, el valor de los medios necesarios para la familia, es decir, de los medios de consumo con que satisface esta sus necesidades naturales (en el sentido “histórico”, es decir, de forma cambiante en el tiempo, pero en cuantía dada para cada sociedad y momento determinados), incluyendo las normas de salud y de formación o educación requeridas en cada caso. Se trata de una media diaria, que puede calcularse mediante la fórmula:
(donde A son los gastos diarios, B los semanales, C los trimestrales, etc.). Transitoriamente, esta fuerza de trabajo puede reproducirse con una cantidad inferior de bienes de consumo, pero entonces lo hará de forma “atrofiada” (en la sección III, Marx ilustra con múltiples ejemplos históricos ingleses la realidad de esta reproducción atrofiada de la fuerza de trabajo, que no puede sostenerse a largo plazo).
Como en todas las demás mercancías, su valor se determina antes de entrar en la circulación –aunque es el obrero quien realmente “adelanta” o abre crédito al capitalista, ya que este le paga al terminar el periodo contratado–, pero su valor de uso consiste en la exteriorización posterior de esa fuerza. Una vez comprada, la mercancía pertenece por completo, como todas, al capitalista, quien la consume. Pero este proceso de consumo es al mismo tiempo el proceso de producción de la mercancía y del plusvalor, exterior a la esfera de la circulación y el mercado. Tenemos pues, ahora, como protagonistas de la circulación de capital, no a simples poseedores de mercancías, sino a dos nuevos actores: el “capitalista” y su “obrero”. Y estamos ya en condiciones de abordar la sección tercera.
Sección Tercera: Producción del plusvalor absoluto
Esta sección, compuesta por cinco capítulos, comienza por la distinción clave entre “Proceso de trabajo y proceso de valorización” (cap. 5), y su consecuencia: la distinción entre “Capital constante y capital variable” (cap. 6). Y termina con la cuestión de la medida de la plusvalía (cap. 7: “La tasa de plusvalor”; y cap. 9: “Tasa y masa de plusvalor”) y su relación con “La Jornada laboral” (el largo cap. 8, con casi cien páginas de ilustraciones históricas en apoyo de la exposición).
V. Proceso de trabajo y proceso de valorización. El vendedor de la fuerza de trabajo es también quien trabaja, pero no debe confundirse la “capacidad de trabajar” con “el trabajo mismo” (como tampoco se confunden capacidad de digerir y digestión): la primera sólo existe en potencia (potentia), pero la segunda existe de forma efectiva (actu) y consiste en la “fuerza de trabajo que se pone en movimiento a sí misma, obrero”. Por tanto, el proceso de consumo de la fuerza de trabajo en la producción es dos cosas a la vez; y, como la mercancía y el trabajo mismo (vid. el capítulo I), tiene una naturaleza también dual:
Por una parte, es un proceso “natural” entre el hombre y la naturaleza –un metabolismo o transformación en el que el primero transforma a la segunda y, al mismo tiempo, se transforma a sí mismo–, proceso que podemos llamar, si reservamos el término trabajo para la especie animal humana, “proceso de trabajo”. Los elementos simples (o “abstractos”) de este proceso laboral, analizado “cualitativamente”, son la actividad orientada a un fin –que es el trabajo mismo–, junto al “objeto de trabajo” (los bienes naturales vírgenes, que una vez trabajados se convierten en “materias primas” de los procesos de producción) y los “medios de trabajo”, que sirven de vehículo y ayuda a la acción del trabajo sobre su objeto (fundamentalmente, los instrumentos de trabajo). Benjamín Franklin dio tanta importancia a éstos últimos que definió al hombre como el toolmaking animal (animal que fabrica instrumentos), y Marx se muestra de acuerdo ya que, en efecto, lo que diferencia una época de las demás no es lo que en ella se hace sino cómo se hace. Tanto el objeto como los medios son las condiciones o factores objetivos (o materiales) de la producción –y en esa medida ambos constituyen los “medios de producción”–, mientras que la fuerza de trabajo es su factor subjetivo (o personal). Y el resultado conjunto de esta actividad –que por eso mismo llamaremos “trabajo productivo”– es el producto o valor de uso de la mercancía.
A su vez, estos productos pueden reingresar (como condiciones de existencia) en un nuevo proceso de producción en forma de materias primas o auxiliares, productos semielaborados o intermedios, o nuevos instrumentos de trabajo. Pero en todo caso la única manera de conservar y realizar su valor de uso es arrojarlos a la producción “en contacto con el trabajo vivo”. O sea, consumirlos productivamente mediante el trabajo. Se trata de un proceso de trabajo que se lleva a cabo en el capitalismo bajo el control del capitalista y en un contexto en que todo le pertenece a éste. Sin embargo, en cuanto proceso natural, y antes y después de transformar el capital el modo de producción mismo, lo único que ocurre materialmente es que el capitalista “incorpora la actividad laboral misma, como fermento vivo, a los elementos muertos que componen el producto”.
Pero, en segundo lugar, el proceso es al mismo tiempo un “proceso de valorización”, y como tal debe analizarse desde un punto de vista “cuantitativo”, porque ahora sólo se producen valores de uso en la medida en que sirven de “sustratos materiales” o “portadores materiales” del valor. Es decir, lo que quiere el capitalista es producir una mercancía para que su valor sea superior al de las mercancías que usa en su producción. Es decir, quiere el plusvalor. Si hablamos de mercancías simples, su proceso de producción es a la vez proceso laboral y proceso de “formación de valor”; si hablamos de mercancías capitalistas, es a la vez proceso laboral y “proceso de valorización”.
Tenemos ya los dos componentes del proceso de producción global capitalista. Pero si, desde el punto de vista del valor de uso, se pueden considerar los diversos procesos particulares de trabajo como “fases sucesivas del mismo proceso laboral”, en el que unos trabajos son más pretéritos que otros, desde el punto de vista del valor, todos esos trabajos son “idénticos” porque constituyen “partes del mismo valor global”. Así, en el proceso de producción de hilado, por ejemplo, cultivar el algodón, hacer husos o hilar, sólo difieren entre sí “en lo cuantitativo”, interesando sólo contar y sumar el total como simple trabajo social medio, ya que sólo cuenta como formador de valor el trabajo socialmente necesario. Esto es extremadamente importante, ya que cualquier medio de producción –por ejemplo, la materia prima– sólo cuenta, en el proceso de valorización, como materia que “absorbe determinada cantidad de trabajo” vivo, sin que tenga importancia alguna si esa cantidad de materia es mayor o menor, pues sólo se tiene en cuenta de cuánta materialización o concreción de trabajo social estamos hablando en cada caso (es decir, como cuánto trabajo cuenta cada medio de producción). Es decir, las mercancías que ingresan en el proceso de trabajo no cuentan como “factores materiales”, sino como “cantidades determinadas de trabajo objetivado”.
Para que se entiendan bien todas estas determinaciones, Marx analiza luego el proceso de formación de valor en dos pasos: primero, suponiendo que no se genera plusvalor; después, suponiendo que sí. Si el valor del producto fuera sólo igual al del capital adelantado –el dinero para pagar los medios de producción más los salarios–, no habría nada parecido al plusvalor, por mucho que el capitalista o sus profesores de economía política a sueldo quieran convencernos de que hay que remunerar su “servicio” en cuanto “abstinencia”, “renuncia”, o “trabajo propio” –no trabajo de su “overlooker [capataz] y su manager [gerente]”, que sí trabajan realmente–.
Para entender de dónde nace el plusvalor hay que partir de la diferencia entre el trabajo pretérito “encerrado en la fuerza de trabajo” y el “trabajo vivo que ésta puede ejecutar”, o sea entre su “costo de mantenimiento” y su propio “rendimiento”. Esta diferencia es tenida muy en cuenta por el capitalista cuando adquiere fuerza de trabajo, aunque quien se la vende no comprenda que “realiza su valor de cambio” y a la vez “enajena su valor de uso”. Si el mantenimiento de la mercancía sólo cuesta media jornada de trabajo, pero el rendimiento es la jornada completa, eso no es “en absoluto una injusticia” contra el vendedor, dice Marx, sino una “suerte extraordinaria” para el comprador (el capitalista), que se aprovecha de que el proceso laboral se prolongue más allá del coste de reproducción de la fuerza de trabajo. De esta manera, el dinero se ha transformado en capital sin que se haya infringido ninguna de las leyes del intercambio de las mercancías.
Tenemos como resultado neto de nuestro análisis que todo esto ocurre a la vez dentro y fuera de la esfera de la circulación. La transformación del dinero en capital significa, por tanto, que la formación de valor se ha “prolongado” más allá del punto clave, y su proceso simple se ha convertido en proceso de valorización. Si la producción mercantil consiste en la unidad de proceso de trabajo y de formación de valor, ahora añadimos que la “forma capitalista” de la producción de mercancías es la unidad de trabajo y valorización.
VI. Capital constante y capital variable. Vemos, pues, que no todos los elementos o factores del proceso laboral se comportan igual de cara a la valorización. El obrero adiciona determinada cantidad de trabajo y, al mismo tiempo, con esa misma actividad, consigue que el valor de los medios de producción se conserve mediante su transferencia desde su cuerpo al de la mercancía. Esta dualidad surge de la dualidad del trabajo mismo: con su trabajo concreto (cualitativo) “conserva” el valor de los medios de producción, y con su trabajo abstracto (cuantitativo) “crea” el valor nuevo. Sólo que no trabaja dos veces: su trabajo tiene las dos dimensiones simultáneamente. Por consiguiente, si un invento multiplica la fuerza productiva del trabajo, éste adicionará ahora la misma cantidad de valor nuevo pero transferirá mucho más valor desde los medios de producción. Con un modo de producción dado, en cambio, la conservación y transferencia de valor será proporcional a su agregado.
Esta transferencia de valor sólo es posible en la medida en que los medios de producción pierden su propio valor, lo cual puede ocurrir de golpe (como en el caso de las materias primas y auxiliares y la energía usada) o bien por partes, fraccionadamente, mediante el desgaste progresivo de los medios de trabajo. Pero ningún medio de producción puede transferir al producto más valor del que él mismo tiene; e, incluso, si se trata de bienes naturales (la tierra, el viento, el agua, etc.), no transfieren valor alguno ya que ellos mismos no tienen valor. Por su parte, el obrero no puede crear valor nuevo ni añadir trabajo nuevo sin conservar al mismo tiempo valores antiguos. Éste es su “don natural”. El trabajo consigue que el valor de los medios de producción “reaparezca” en el valor del producto (aunque no lo reproduzca realmente), pero al mismo tiempo reproduce realmente el valor gastado en la compra de fuerza de trabajo, que se reemplaza con valor nuevo.
Al prolongar la creación de valor más allá del valor de la fuerza de trabajo, el plusvalor es el excedente de valor del producto por encima del valor de los factores consumidos en la producción, pero todo el excedente es creado por el trabajo. Vemos ahora que la parte del capital adelantado que se transforma en medios de producción no modifica su valor; de ahí su nombre de capital constante. Por el contrario, la parte que se gasta en comprar fuerza de trabajo sí lo modifica, y por eso se llama capital variable. Pero, a pesar de su nombre, el capital constante no excluye que sus elementos puedan cambiar de valor: dichos cambios tendrán su origen en cambios en el modo de producción de dichos elementos (objetos y medios de trabajo), pero no en el proceso de producción y valorización del producto, que es lo que se considera aquí. Por eso, aunque dichos cambios puedan generar un “efecto retroactivo”, es decir, que retroactúen sobre el valor mismo del producto que se considera, ese capital seguirá siendo constante.
VII. La tasa de plusvalor. Si llamamos C al capital total adelantado, hemos visto en el capítulo anterior que sus dos componentes son el capital constante (c) y el variable (v). En realidad, los medios de trabajo duran más de un ciclo de producción, por lo que nos referiremos primero al capital “consumido” a lo largo de un único ciclo de producción. Tenemos entonces un capital inicial C = c + v, y un capital final de C’ = c + v + p, donde el plusvalor (p) aparece como resultado del cambio de valor en v, que pasa a ser v + p = v + Δv. Esto queda oscurecido por el hecho de que, al crecer el capital variable, aumenta todo el capital adelantado, lo cual exige una aclaración en dos pasos: 1) primero, un análisis “puro” del proceso de valorización (en el que, para no enturbiar el análisis, supondremos = cero el capital constante); 2) segundo, el análisis completo, en el que la presencia de un capital constante ≠ 0 modifica lo anterior.
Este doble análisis tiene una importancia realmente crucial, ya que, cuando c = 0, la “tasa de ganancia” (p / [c+v]) –elemento básico del libro III de El capital– coincide con la tasa de plusvalor (p/v), pero precisamente su no coincidencia en un análisis ulterior exige estudiar en el libro III las modificaciones de las primeras conclusiones del análisis “puro”. No estará de más recordar las dos analogías con que Marx justifica este proceder (acorde, por lo demás, con el procedimiento general de las tareas científicas). Se refiere en primer lugar a las Matemáticas, y su argumento sería: puesto que la derivada (respecto a x) de una suma en la que uno de sus sumandos es constante (digamos: a + 3x) es independiente de este, podemos analizarla mejor –o sea, analizar (a + 3x)’ = 3– si nos olvidamos del elemento constante (a) y nos centramos en el variable (3x, cuya derivada coincide con la del total: 3). Y su segundo ejemplo, tomado de la Química, se entiende por sí mismo con sólo citarlo: “La circunstancia, sin embargo, de que para efectuar un proceso químico se requieran retortas y otros recipientes, no obsta para que en el análisis hagamos abstracción de las retortas”.
Por consiguiente, para el análisis puro de la valorización –y Marx define aquí la creación de valor como “conversión de fuerza de trabajo en trabajo”–, la naturaleza de la “materia a la que debe fijarse la fuerza líquida creadora de valor”, es decir, la naturaleza de los medios de producción, es tan indiferente como su valor: sólo cuenta la masa de dichos medios, porque es ella la que absorbe más o menos trabajo y, por tanto, más o menos valor nuevo creado. Por consiguiente, de momento hacemos c = 0, y si la valorización la expresamos en términos “relativos” o “proporcionales”, escribiremos la tasa de plusvalor como p/v. Si llamamos tiempo de trabajo necesario a la parte de la jornada laboral en que se reproduce el valor de la fuerza de trabajo, y tiempo de plustrabajo al resto de la jornada, obtenemos, por una parte, que p/v = plustrabajo/trabajo necesario –siendo la tasa de plusvalor la expresión exacta del “grado de explotación de la fuerza de trabajo”–; y, por otra, que el plusvalor sólo es el “coágulo” u “objetivación” del tiempo de plustrabajo. Pues bien: lo que distingue entre sí a las diversas formaciones sociales o socio-económicas es la forma en que se expolia ese plustrabajo en cada tipo de sociedad, y es interesante señalar que, en una nota a la segunda edición del libro I, Marx incluye un cálculo de la tasa de plusvalor real gracias a la información de “un fabricante de Manchester” que no es otro que Federico Engels (la tasa en la fabricación textil es un 153.8%, y en la producción agrícola inglesa asciende a un 100.3%).
A continuación, dedica Marx un epígrafe a la “Representación del valor del producto en partes proporcionales del producto mismo”, idea que le permite criticar la llamada “Última hora de Senior”. La idea en sí es muy sencilla: si la producción de 20 kilos de hilado contiene un valor de 30 chelines que se descompone en c = 24, v = 3, p = 3, esto significa que los 20 kilos pueden descomponerse en la misma proporción, de forma que corresponden 16 kilos a c, 2 a v y 2 a p (o sea, 80%, 10% y 10% respectivamente). Para Marx, “es algo tan sencillo como importante” pues permite desmontar los argumentos de los capitalistas y sus representantes teóricos, como el inglés Nassau Senior, defensores de la imposibilidad de rebajar la jornada laboral en 1 hora porque esa última hora de la jornada laboral es supuestamente la que contiene la ganancia del capitalista. Sencillamente, esto es falso. Si fuera verdad que en una jornada de 10 horas se reproducen los valores de c (8 horas), v (1 hora) y p (1 hora), esto no significa que su rebaja a 9 horas eliminaría la ganancia. Los obreros trabajan sólo 2 horas en este ejemplo, una para ellos mismos, la otra para su patrón (tasa de plusvalor del 100%), pero “el producto de valor” de 10 horas de trabajo de hilar es igual al “valor que alcanza el producto” de 2 horas de hilar; y, por tanto, el “producto de valor” de 5 horas, igual al “valor del producto” de una hora. Por consiguiente, si la jornada cayera a 9 horas, la tasa de plusvalor bajaría de 100% (= 5/5) al 80% (= 4/5), pero no desaparecería; igualmente, si se prolongara una hora no se duplicaría pero subiría al 120% (= 6/5).
Por consiguiente, el “plusproducto” así obtenido no debe medirse en relación con el resto del producto total, sino sólo con la parte del producto en que se representa el trabajo necesario.
VIII. La jornada laboral. Se parte de que la fuerza de trabajo se vende y se compra siempre a su valor. Con ello, definimos la “parte necesaria de la jornada laboral” (ab en la figura), de la que sólo sabemos que será siempre una “fracción” de la jornada total (ac). Pero no sabemos a cuánto ascenderá la prolongación de la misma por encima de su parte necesaria (bc):
Es decir, la jornada laboral es “determinable, pero en sí y para sí indeterminada”, pues de la naturaleza del intercambio mercantil no se desprende ningún límite para ésta. Si la prolongación bc fuera cero, estaríamos ante un “límite mínimo”; pero en la sociedad capitalista éste será necesariamente mayor, ya que la parte necesaria es sólo una fracción de la total. Existe también un “límite máximo”, ya que la jornada nunca podrá superar la barrera “física” de las 24 horas aunque se superen antes sus barreras “morales”. Como el capital es “trabajo muerto” y sólo se reanima, como los vampiros, al “chupar trabajo vivo”, siempre procurará llevar al máximo posible esa prolongación. Ahora bien, una cosa es la “utilización” de la fuerza de trabajo, y otra muy diferente su “expoliación”: si se sobreexplotara al trabajador y se consumiera su capacidad laboral –en principio apta para durar 30 años– en tan sólo 10, su reproducción no sería normal sino “atrofiada”. Esto sirve de ayuda al obrero en su lucha “en torno a los límites de la jornada laboral”, base histórica a su vez de toda la regulación pública, estatal, de la jornada.
El resto del capítulo contiene numerosos ejemplos de las luchas reales en torno a esta regulación, que prueban la “hambruna de plustrabajo” mostrada siempre por la clase capitalista. Antes del capitalismo también existía plustrabajo, y en todas las sociedades de clase la diferencia de clases misma se ha basado en la expropiación del plustrabajo de la clase más numerosa por la (más) pequeña clase dominante. Que “el capital no ha inventado el plustrabajo” lo muestra el ejemplo del boyardo, el señor feudal ruso que explota al campesino valaco (de los valles del bajo Danubio) o moldavo: en este caso tenemos una separación “espacial” (el trabajo necesario y el plustrabajo tienen lugar en espacios físicamente diferentes) y las numerosas mañas de los propietarios para aumentar al máximo la explotación, cuya tasa calcula Marx en un 67% (inferior a la capitalista). A continuación, señala Marx que las leyes fabriles inglesas no son sino una “limitación coactiva” de la hambruna capitalista de plustrabajo –pues “los átomos de tiempo son los elementos de la ganancia”–, que es más aguda aun que la precapitalista y tiene efectos indeseados para la clase capitalista, cuya “rapacidad” se manifiesta también en fenómenos como “las epidemias periódicas” o la “estatura decreciente de los soldados”.
El resto de los epígrafes de este capítulo (más de 70 páginas) se divide en los siguientes títulos: “Ramos industriales ingleses sin limitaciones legales a la explotación”; “Trabajo diurno y nocturno: el sistema de relevos”; y tres más dedicados a “La lucha por la jornada normal de trabajo”, que tratan sucesivamente de las “leyes coercitivas para la prolongación de la jornada laboral de mediados del siglo XIV a fines del XVII”, la “limitación legal coercitiva del tiempo de trabajo” en la legislación fabril inglesa de 1833-1864, y la “repercusión de la legislación fabril inglesa en otros países”. Se trata de una lectura utilísima para complementar la reflexión teórica que nos ocupa con ilustraciones históricas relevantes, reflexión que puede reducirse aquí a un par de apuntes.
Por ejemplo, las luchas inglesas muestran cómo se ha visto siempre al obrero como “puro tiempo de trabajo”, considerándose “pamplinas” cosas como el tiempo para la “educación” o el “desenvolvimiento intelectual”. O cómo la prolongación “antinatural” de la jornada laboral, al acortar artificialmente la vida del obrero, ha hecho necesario un “reemplazo más rápido” de las fuerzas desgastadas. O cómo, antes de la legislación tendente a recortar la jornada, existieron muchos intentos legales de extenderla, ya que los obreros del periodo de transición –recién expulsados de la sociedad no asalariada de la que procedían– se conformaban, una vez asegurada su subsistencia normal, con trabajar 5, 4 o 3 días a la semana (en vez de los 6 posibles). Se ilustra también que lo que un economista recomendaba en 1770 –“casas del terror” para hospedar y obligar a trabajos forzados a los pobres– pronto se quedó corto, pues la “fábrica” capitalista demostró que “lo ideal resultó pálido comparado con lo real”. Y se muestra, por fin, cómo analizar las leyes inglesas sobre el trabajo de adultos, niños y mujeres (1833, 1844, 1847, 1850, 1853, etc.), tanto generales como sectoriales, cuando en esa “guerra civil” entre trabajo y capital uno se coloca inequívocamente del lado del primero.
IX. Tasa y masa de plusvalor. Este breve capítulo muestra las relaciones cuantitativas entre la tasa y la masa de plusvalor y explica las posibles variaciones (aumento o disminución) de las magnitudes en que se descompone la “masa del plusvalor” (P). Así:
donde p y v son el plusvalor y el capital variable diarios; V, la suma total de capital variable; t’ y t, el plustrabajo y el trabajo necesario diarios; f el valor de una fuerza de trabajo media; y n el número de obreros utilizados. Marx enfatiza que no se puede suplir el crecimiento de n o V mediante un aumento constante de p’ (= p/v), que presenta “límites infranqueables”. Y también –algo en verdad importante– que “el trabajo que el capital total de una sociedad pone en movimiento día por día, puede considerarse como una jornada laboral única” de la sociedad. Asimismo, es importante saber qué debemos entender por un capitalista (por oposición al “pequeño patrón”, que es una figura “híbrida” entre capitalista y obrero): debe tener un nivel de vida suficientemente superior a la de un obrero común y ser capaz de reconvertir en capital una parte importante del plusvalor obtenido, y todo ello “sin participar directamente en el proceso de producción”.
Como el capital tiene el “mando” sobre el trabajo, al que impone una “relación coactiva”, se convierte en el mejor “productor de laboriosidad ajena” y “succionador de plustrabajo”, lo cual será aun más cierto cuando cambie el modo técnico de producción, sustituyéndose la situación en la que el obrero es quien emplea los medios de producción por su contraria, en la que “son los medios de producción los que emplean al obrero”.
Sección Cuarta: La producción del plusvalor relativo
Las secciones IV y V del libro I tienen que ver con el plusvalor relativo, pero mientras la IV presenta este plusvalor por oposición al plusvalor absoluto, la V los presenta conjuntamente. La sección IV contiene cuatro capítulos, el primero dedicado al “Concepto del plusvalor relativo” (cap. X), y los tres siguientes a los distintos “procedimientos particulares” para su obtención: “Cooperación” (cap. XI), “División del trabajo y manufactura” (Cap. XII), y “Maquinaria y gran industria” (el larguísimo capítulo XIII).
El plusvalor relativo tiene que ver con el hecho de que la fracción no pagada del trabajo puede aumentar incluso si “la jornada laboral se mantiene constante”. Así, podemos representar esquemáticamente esta posibilidad advirtiendo que, con una duración ac constante, el plusvalor aumenta cuando baja el valor de la fuerza de trabajo (el trabajo necesario), desplazando el segmento ab hacia la izquierda (hasta ab’):
Esto no se consigue normalmente reduciendo el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo –aunque también puede ocurrir–, sino mediante un aumento de la “fuerza productiva”, o productividad, del trabajo; que a su vez se consigue revolucionando el modo de producción en cuanto tal (es decir, desde el punto de vista técnico, en cuanto proceso laboral). Este aumento de la productividad debe darse en los sectores que producen los elementos del capital variable (abaratamiento directo del consumo obrero) o del constante (pues su abaratamiento redunda en medios de consumo más baratos), pero no tiene este efecto cuando se trata de bienes que entran sólo en el consumo de los capitalistas. Cuando se abarata un elemento del capital, su valor “individual” –dicho entre comillas pues el auténtico valor es siempre un valor “social”– baja en relación con su valor social (en el sentido de “medio”); y esta diferencia constituye para el capitalista individual un “plusvalor extra”, que existirá incluso cuando el precio de venta individual, aun estando por encima de ese valor individual, se sitúa por debajo del valor y el precio social. Esto significa que ese trabajo de fuerza productiva excepcional opera como “trabajo potenciado”, que genera más valor por unidad de tiempo que el trabajo social medio. Esto hace que, en un primer momento, el capitalista que usa el nuevo método de producción reciba una fracción mayor de la jornada del obrero como plusvalor. Pero al generalizarse ese método –y la competencia se impondrá siempre a todos los productores del sector como una necesidad o “ley coactiva”–, el plusvalor extra desaparecerá.
El valor de las mercancías, y por tanto también el de la fuerza de trabajo, evolucionará en razón inversa al aumento de productividad, mientras que el plusvalor relativo lo hará, por tanto, en razón directa. O sea: la tendencia intrínseca del capital es al abaratamiento de la mercancía y, por su medio, al abaratamiento del obrero, pero y no debe interpretarse que la “economización de trabajo” hecha posible por la creciente productividad tiene por objeto la reducción de la jornada laboral. En el capitalismo, su único objetivo es la disminución del tiempo necesario del obrero mismo; por eso, a veces se alcanza este resultado sin la mediación del abaratamiento de la mercancía.
XI. Cooperación. Para entender mejor la industria capitalista moderna –que Marx llama “gran industria” y define simplemente como “industria mecanizada” o “maquinizada”– hay que distinguirla adecuadamente de sus dos precedentes históricos inmediatos: la industria “gremial” (el “taller del maestro artesano”) y la “manufacturera”. Entre estas dos últimas no sólo hay un cambio cuantitativo –que lo hay, ya que la manufactura amplía el volumen y la escala de la producción, poniendo así las bases para la producción capitalista que, desde el principio, exige un número grande de obreros–, sino cualitativo. Y ello por dos razones. En primer lugar porque, al aumentar el número de trabajadores, facilita que la “magnitud media” que es el trabajo social se obtenga como “promedio de muchas y diversas magnitudes individuales”, de forma que ahora la “jornada laboral conjunta” dividida por el número de obreros es “en sí y para sí una jornada de trabajo social medio”, y las divergencias individuales se reducen a simples “errores” estadísticos. La jornada individual es ahora realmente una parte alícuota (por ejemplo, un doceavo) de la jornada conjunta. Y para el productor individual la “ley de la valorización” sólo existe realmente cuando pone en movimiento desde el principio este trabajo social medio. En segundo lugar, los medios de producción se consumen ahora colectivamente –es decir, se convierten en condiciones de trabajo “social”, o condiciones “sociales” de trabajo–, de forma que estas economías de escala permiten rebajar el consumo de capital constante por unidad de producto y, por tanto, el valor unitario de las mercancías.
Marx lo define así: “la forma del trabajo de muchos que, en el mismo lugar y en equipo, trabajan planificadamente en el mismo proceso de producción o en procesos de producción conexos, se denomina cooperación”. Este conjunto, que coopera en una “operación indivisa”, “crea” en realidad una nueva fuerza productiva: la “fuerza de masas”, que surge de la “fusión” de fuerzas y la emulación características del hombre como animal “social”. Por otra parte, el capital paga las fuerzas de trabajo individuales que componen el “obrero social”, pero no la fuerza “social” del “organismo laborante” combinado, de la que se apropia gratuitamente. Este “obrero colectivo”, o “combinado”, o “cooperativo”, logra acortar las fases del proceso de producción –eliminando interrupciones, simultaneando varias en el tiempo– y, con ello, permite que cada obrero se despoje de sus “trabas individuales” y desarrolle su capacidad laboral “en cuanto parte de un género”. Por supuesto, ello exige que aumente la magnitud del capital que contrata a esos obreros, de forma que la “concentración de masas mayores de medios de producción en manos de los capitalistas individuales” se convierte en condición “material” (no sólo “formal”) para la cooperación de los asalariados.
La cooperación de muchos exige ahora una “dirección”, un “mando” –como en una orquesta–, y su sometimiento a la valorización capitalista genera una “resistencia” mayor por parte de esta masa de trabajadores, que debe ahora “controlarse” y “doblegarse” por el capital. Esta dirección es por tanto “dual”: no sólo “planifica” la actividad, sino que la somete a su “autoridad despótica”, para lo que se vale de un “ejército” de oficiales (managers) y suboficiales (capataces) que contribuye a asegurar el “mando supremo” del capital. Esta fuerza “social” aparece como fuerza productiva del capital, como forma “específica” del proceso “capitalista” de producción que, frente a los “trabajadores independientes” y los “pequeños patrones”, permite avanzar hacia la subsunción “real” del trabajo bajo el capital. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, “en su figura simple” –es decir, en cuanto a su contenido de “producción en gran escala”–, esta cooperación “simple” existe en todas las formas sociales precapitalistas (pueblos cazadores, Egipto clásico, etc.), así como, ya en el capitalismo, en los “comienzos aún artesanales de la manufactura” y en la “agricultura en gran escala” del periodo manufacturero.
XII. División del trabajo y manufactura. Más allá de la cooperación simple tenemos la “cooperación fundada en la división del trabajo”, típica de la manufactura, o “periodo manufacturero” del capitalismo (desde mediados del siglo XVI al último tercio del XVIII). La manufactura surge de dos maneras. La primera, reuniendo en un taller, bajo el mando de un capitalista, a trabajadores de “oficios artesanales diversos e independientes”, como, por ejemplo, en la manufactura de coches y carrozas. Un cambio esencial es el proceso de “unilateralización” del trabajo, por el que los antiguos artesanos pierden poco a poco su capacidad de realizar su antiguo trabajo en toda su amplitud, y se convierten en simples “obreros parciales” que forman parte de la nueva asociación. Se trata, por tanto, de la “combinación de oficios artesanales autónomos que pierden su autonomía”. La segunda forma sigue el camino inverso (por ejemplo, en la producción de agujas): muchos artesanos que producen lo mismo o algo similar son utilizados simultáneamente por un mismo capital en un mismo taller, aunque sigan trabajando en principio a la manera artesanal (haciendo la mercancía íntegra), hasta que poco a poco se origina su “disgregación” o división sistemática de su trabajo dentro de esa cooperación. En ambos casos, se trata de un “mecanismo de producción cuyos órganos son hombres” (no medios objetivos), y en ambos la base técnica sigue siendo artesanal, una base “estrecha” que depende de la “destreza” o “virtuosismo” individuales (por la “índole semiartística de su labor”).
Este mecanismo vivo de la manufactura –el obrero colectivo– aumenta la productividad respecto a la artesanía independiente: cierra los “poros” de la jornada laboral individual que antes necesitaba interrumpirse al pasar de una actividad a la siguiente; incrementa la intensidad del trabajo; y consigue aumentar, gracias a la creciente “perfección de las herramientas” de trabajo, la productividad laboral (por su mayor “diferenciación” y “especialización”, que las simplifica, mejora y multiplica, poniendo así la base material de las futuras máquinas).
La manufactura puede organizarse de dos formas: como manufactura “heterogénea”, basada en el “ensamblamiento” (caso de la industria relojera), o como manufactura “orgánica”, o secuencial (secuencia de procesos consecutivos, como en la fabricación de agujas de coser). En ambos casos, sigue siendo necesario transportar continuamente el artículo de unas manos a otras y de un proceso a otro –esto sólo se superará con la gran industria–, pero ahora la “interconexión” o “interdependencia directa” de la producción hace que cada obrero “ocupe directamente” al siguiente, por lo que el mecanismo de la manufactura “obliga a cada individuo a no emplear para su función más que el tiempo necesario”, base “técnica” del incremento de la intensidad de trabajo. Esto supone un nuevo cambio “cualitativo” (subdivisión creciente de las tareas) y a la vez “cuantitativo” (las proporciones exactas adecuadas para formar grupos de trabajo, tanto “individuales”, como grupos de “talleres” en una misma manufactura, y grupos o “combinaciones” de diversas manufacturas). De aquí surge el periodo manufacturero, ya basado en el “principio consciente” de la “reducción del tiempo de trabajo”.
Si el periodo artesanal nos legó cuatro grandes inventos –brújula, pólvora, imprenta y reloj automático; todos sucesores del molino hidráulico heredado del Imperio Romano–, la herencia del periodo manufacturero es su “maquinaria específica”: el obrero colectivo mismo, obligado ya, por la interconexión del mecanismo total, a “funcionar con la regularidad inherente a la pieza de una máquina”. En este periodo, el grado de adiestramiento necesario baja en muchos casos –los obreros “calificados” requieren menos tiempo de formación que los artesanos– o incluso desaparece –en los “obreros no calificados”–, y surge la “jerarquía” o “separación” entre ambos, con la consiguiente “escala de salarios”. En todos los casos, esta “desvalorización” de la fuerza de trabajo es un medio para la mayor valorización del capital.
Pero no debe confundirse la división “manufacturera” del trabajo (en el taller) con su división “social” (la que existe fuera del taller, ya sea en sectores, ramas o esferas de actividad, divisiones por razones fisiológicas, o debidas a la separación entre la ciudad y el campo, etc.). La diferencia no es sólo de grado sino esencial: mientras que la segunda hace, por ejemplo, que el ganadero, el curtidor o el zapatero se relacionen como productores de “mercancías” distintas (piel, cuero curtido, zapato), los obreros parciales de la manufactura no producen mercancía alguna, y sólo su producto colectivo se transforma en mercancía. Si en la segunda dominan la anarquía de la producción y la competencia, en la primera rigen el plan y la autoridad. Pero se trata de diferencias (Marx desarrolla algunas más) típicas del capitalismo, pues en formas sociales anteriores o posteriores puede ser al revés, estando la división social planificada, mientras la manufacturera puede estar muy limitada (gremios) o no existir. La división manufacturera es, pues, una creación típicamente capitalista.
El carácter capitalista de la manufacturera se expresa también en el aumento del “mínimo” de capital necesario para operar como capitalista individual, pues la división manufacturera exige, técnicamente, un número creciente de obreros y, por tanto, un volumen creciente de capital variable y constante para emplearlos a todos. Además, la unilateralidad del trabajo parcial del obrero ya no le permite vender su fuerza de trabajo fuera de la “concatenación” que existe en el taller del capitalista, del cual se ha convertido en mero “accesorio”. Esto transforma la cooperación basada en la división manufacturera del trabajo, de algo espontáneo y natural, en forma “consciente, planificada y sistemática” del modo capitalista de producción, que busca la “mutilación” del obrero individual y logra, por esa vía, el “medio para una explotación civilizada y refinada” del trabajo. Como el mecanismo colectivo es subjetivo, y no posee aún el “esqueleto objetivo” típico de la gran industria, el capital debe luchar contra la insubordinación e indisciplina de los obreros. Por otra parte, uno de sus resultados más importantes fue el “taller para la producción de los propios instrumentos de trabajo..., aparatos mecánicos y máquinas”, de forma que, al desarrollarse, su propia base técnica artesanal “entró en contradicción con las necesidades de producción generadas por ella misma”, cayendo así, poco a poco, las barreras que existían para el desarrollo de la industria mecanizada.
XIII. Maquinaria y gran industria. (Los diez epígrafes en que se divide este capítulo serán señalados simplemente con números arábigos, sin título aparte).
1. Si en la manufactura la revolución del modo de producción se basaba en la fuerza de trabajo, en la gran industria se basará en el medio de trabajo, transformado ahora de “herramienta” en “máquina”. Entre ambas hay una diferencia esencial, pues es incorrecto ver la herramienta como una “máquina simple”, o la máquina como “una herramienta compleja”. También es incorrecto poner el énfasis en el primero de los tres elementos que componen la “maquinaria desarrollada” (el “mecanismo motor”, el de “transmisión” y la “máquina-herramienta” o máquina de trabajo). El importante es el tercero, el mecanismo que, una vez puesto en marcha, “ejecuta con sus herramientas las mismas operaciones que antes efectuaba el obrero con herramientas análogas”. Como el número de herramientas de la máquina ha superado la “barrera orgánica” que limitaba la herramienta del obrero, es ahora cuando se hace realmente necesaria la “revolución industrial”. La máquina de vapor (inventada a finales del siglo XVII) no es pues la responsable de ésta, sino que “fue, a la inversa, la creación de las máquinas-herramientas lo que hizo necesaria la máquina de vapor revolucionada”.
Ahora bien, la máquina –y la fábrica no es sino el “taller fundado en el empleo de la máquina”– se puede presentar de diversas formas. En primer lugar, está la máquina como “elemento simple” de la producción mecanizada. En segundo lugar, la máquina que ya requiere un mecanismo motor más voluminoso y una fuerza motriz más poderosa que la humana. El propio inventor de la máquina de vapor de efecto doble, James Watt, al presentarla como “agente general de la gran industria”, y no como un invento para fines especiales, nos da la clave de este paso: “ahora una máquina motriz podía accionar muchas máquinas de trabajo”. Por tanto, en tercer lugar, se hace necesario distinguir dos cosas diferentes: la simple “cooperación de muchas máquinas similares” y el “sistema de máquinas”. En el primer caso, simplemente reaparece la cooperación simple, ahora “como conglomeración espacial de máquinas-herramientas” homogéneas, como órganos homogéneos de un mismo mecanismo motor (por ejemplo, la tejeduría). Por contra, el sistema de máquinas hace que el objeto de trabajo recorra “una serie conexa de procesos graduales y diversos, ejecutados por una cadena de máquinas heterogéneas pero complementarias entre sí”, es decir, máquinas “específicas” constituidas ahora en “órganos particulares” del sistema (por ejemplo, la hilandería).
El sistema de máquinas es ya un “autómata”, tanto más perfecto cuanto más “continuo” sea su proceso total. Y como puede ejecutar “sin el concurso humano” –o sólo con su “asistencia ulterior”– todos los movimientos necesarios para elaborar la materia prima, tenemos ya el “sistema automático de máquinas”, como en la “moderna fábrica de papel”.
Hemos dicho que mientras la propia producción de máquinas fue simplemente manufacturera, el desarrollo de la gran industria estuvo entorpecido. Luego, la producción mecanizada entró en conflicto con esta base artesanal, y sólo mediante la “producción de máquinas (máquinas-herramientas y motores) por medio de máquinas” –es decir, mediante la creación de su base técnica adecuada– fue posible obtener los productos más acabados de la gran industria (la “moderna prensa de imprimir”, por ejemplo). Esta última revolución en el modo de producción tenía que trastocar la producción en todas las esferas particulares, así como en las “condiciones generales”, de la producción: los “medios de comunicación y de transporte” (ferrocarril, vapores fluviales y transoceánicos, telégrafo) adaptados a la gran industrial y su mercado: el mercado mundial.
Sólo en cuanto maquinaria, el medio de trabajo reemplaza la fuerza humana por las fuerzas naturales, la rutina por las ciencias naturales, y la organización puramente subjetiva del proceso social de trabajo por “un organismo de producción totalmente objetivo” que el obrero encuentra como condición “preexistente y acabada”. Sólo ahora el carácter cooperativo del proceso de trabajo es una necesidad técnica impuesta por el propio medio de trabajo.
2. Una vez analizado este “desarrollo de la maquinaria”, veamos cómo transfiere su valor al producto. La máquina, como la herramienta, no crea ningún valor pero transfiere su valor a lo producido: como todo medio de trabajo, ingresa “íntegramente” en el proceso de trabajo (su uso), pero sólo parcial o “fraccionadamente” en el de valorización (su desgaste); y esta diferencia entre uso y desgaste se eleva a un “máximo” por la mayor duración de la vida útil de la maquinaria. Por tanto, una vez contados sus “costos diarios medios”, ahora una cantidad “ínfima” o “mínima” de valor, la fuerza productiva de la máquina opera, como las fuerzas naturales (tierra virgen, viento, etc.), de forma gratuita para el capitalista. Y una vez dada esta proporción diaria, la magnitud de valor transferida dependerá de la magnitud de valor de la propia máquina. El análisis empírico muestra que, cuando se producen máquinas por medio de máquinas, el valor de la mercancía se reduce en relación con otros modos de producción, y en particular “el componente de valor debido al medio de trabajo aumenta relativamente, pero en términos absolutos decrece”.
Como medio para el abaratamiento del producto, el “límite” para su uso lo fija el que “cueste menos trabajo que el trabajo que desplaza su empleo”; pero como medio específicamente “capitalista”, el límite es inferior aun, debido a que sólo una parte del trabajo requerido es trabajo pago. Esto explica por qué máquinas que se inventan en algunos países no se usan allí, y sí donde los salarios son más altos (por ejemplo, en Estados Unidos y no en Inglaterra, igual que los ingleses usaban en el siglo XVIII máquinas francesas, y los holandeses en el XVI y XVII máquinas alemanas). O por qué sus efectos (por ejemplo, la “superabundancia de trabajo”) se manifiestan en otros países.
3. Esto permite analizar otros efectos de la industria mecanizada –y en particular, del “sistema de máquinas” que es la “fábrica”– sobre el obrero. Al hacer prescindible la fuerza muscular subjetiva, la máquina permite usar la mano de obra “femenina e infantil” que no permitía la industria gremial, y, por tanto, al distribuir el trabajo total entre toda la familia, permite la “desvalorización” de la fuerza de trabajo –aunque incrementa también los costes monetarios de reproducción de la familia, al sustituir por mercancías los trabajos que exigía el antiguo consumo familiar. Esto significa “ampliar el material humano de explotación” así como el grado de dicha explotación, además de otros efectos adicionales, como son: convertir al varón adulto, en muchos casos, en simple “tratante de esclavos” respecto del resto del trabajo familiar; aumentar la mortalidad infantil; degradar moral e intelectualmente a los nuevos tipos de trabajadores; o quebrar “la resistencia que en la manufactura ofrecía aún el obrero varón al despotismo del capital”.
Por otra parte, la máquina permite prolongar la jornada laboral. Ello es así porque su desgaste no depende sólo de su uso (o no uso, en ocasiones), sino que en condiciones capitalistas hay también un “desgaste moral” que le hace perder valor si algún competidor utiliza otra “mejor”: esta amenaza de desvalorización impulsa a reproducir el valor de la máquina en el menor tiempo posible, “y cuanto más prolongada sea la jornada más breve será dicho periodo”. Al mismo tiempo, al hacer caer el valor individual por debajo del social, o convertir el trabajo en trabajo potenciado, esto proporciona plusvalor extra a quien produce con máquinas antes de su generalización. Sin embargo, el resultado general de este impulso será una “contradicción inmanente” pues cada uno de los dos factores que explican la magnitud de plusvalor que genera un capital dado apuntará en una dirección contraria (aumenta el grado de explotación, pero disminuye el número de obreros que puede contratar cada capital). Y ello conducirá a intentar superar esa contradicción mediante el aumento de la jornada laboral.
En tercer lugar, si la jornada legal fue al principio una reacción contra el plusvalor absoluto creado por la simple prolongación de la jornada, ahora esta limitación se convierte en estímulo para la intensificación del trabajo. La intensidad acrecentada (aumento de la velocidad de la máquina, ampliación de la “escala de la maquinaria que debe vigilar el mismo obrero”, etc.) requiere “mayor gasto de trabajo en el mismo tiempo” (mayor “condensación” o densidad del trabajo), de forma que 10 horas de trabajo más intenso pueden contener más trabajo y valor que 12 horas de trabajo normal. Por esa razón, es la intensificación del trabajo el factor que más empuja hacia una nueva reducción de la jornada laboral.
4. La fábrica –la fábrica automática– no es sólo su “cuerpo” sino que en su forma más desarrollada se presenta como “el conjunto de la fábrica” o “sistema fabril”. Se trata de un “autómata” que es a la vez un “autócrata” y donde el virtuosismo y la destreza en el trabajo se han transferido ya desde el obrero a la máquina, aboliéndose así la división manufacturera del trabajo. Pero aunque se ha remplazado la jerarquía de los obreros especializados por “la equiparación o nivelación de los trabajos”, la “división” reaparece ahora como “distribución de obreros entre las máquinas especializadas”. Esta distribución o asignación no es “permanente”, o consolidada, como resultado de la máquina en sí, pero debido a su uso capitalista se convierte en la “especialidad vitalicia” que obliga a cada obrero a “servir a una máquina parcial”, consumando así su desvalimiento y “tortura”, cual Sísifo moderno a quien la máquina no libera de trabajo pero sí del “contenido” de su trabajo. Ahora son las condiciones de trabajo las que emplean al obrero –no al revés–, y a la subordinación técnica de éste a la marcha de la máquina se une su sometimiento a la “disciplina cuartelaria” (capataces, supervisores, obreros) que impone el “régimen fabril” y se expresa en el “código fabril” del “legislador privado”: el capitalista.
5. En este régimen es, pues, esencial la lucha entre el obrero y la máquina, tan antigua como el propio capitalismo. El movimiento “ludista” y otros precedentes mustran que “se requirió tiempo y experiencia antes que el obrero distinguiera entre la maquinaria y su empleo capitalista”. La máquina capitalista “compite” con el obrero porque la autovalorización del capital que se produce gracias a ella es proporcional al número de obreros “cuyas condiciones de existencia aniquila”. El medio de trabajo “asesina”, pues, al trabajador y lo convierte en “superfluo”, en especial a los obreros expulsados de los modos de producción aún no mecanizados. Y además, el capital se habitúa a usar la máquina como “potencia hostil al obrero”, arma para “reprimir” revueltas y huelgas, etc.
6. La falsa “teoría de la compensación” de los economistas clásicos, según la cual toda maquinaria “libera” el capital adecuado para dar empleo a un número de obreros igual a los que desplaza su uso, debe rechazarse porque, en vez de liberación, produce lo contrario: “sujeción” de ese capital bajo una forma distinta, pues deja de ser variable para convertirse en constante. Bajo la figura de la máquina, el capital que antes se pagaba como salario representa ahora: 1) el valor de los medios de producción de la máquina; 2) los salarios de esos obreros; 3) el plusvalor de su capitalista. Por tanto, tampoco se liberan los medios de subsistencia de los trabajadores; simplemente se desvía la demanda hacia mercancías de otro tipo. Aunque aumente la ocupación en los ramos que producen máquinas, no habrá compensación puesto que, precisamente, si la producción mecanizada es más barata, lo es por ser el tiempo total de trabajo empleado en la producción de máquinas inferior al tiempo trabajado por los obreros desplazados. La producción mecanizada “aumenta la diversidad productiva, impulsa la división social del trabajo, abre nuevos campos de trabajo”, y eleva el peso relativo de los medios de producción (pero también, al aumentar la parte no pagada del trabajo, de los bienes de lujo). Por último, el enorme incremento de la productividad permite elevar el empleo de los “trabajadores improductivos” y de las clases “domésticas”.
7. Repulsión y atracción de obreros al desarrollarse la industria maquinizada. El progreso del modo de producción basado en la máquina desplaza ante todo obreros “artesanos” y “manufactureros” (precapitalistas), que son menos productivos. En la fase de transición hacia el capitalismo puro que es la Revolución Industrial –ese “periodo inicial fermental y de turbulencia” en que se introduce por vez primera la maquinaria– la composición global del capital se dispara en la medida en que se sustituyen las formas pretéritas de trabajo, sin que ello obstaculice el aumento absoluto del número de obreros. Pero también es posible que a la elevación de la composición le sucedan “lapsos de reposo” o estancamiento. Sin embargo, en su “madurez”, cuando la producción de máquinas mediante máquinas es la norma, la capacidad de expansión es una capacidad “súbita” y “a saltos” que se enfrenta sólo a las barreras de la materia prima y del mercado, haciendo nacer una “nueva división internacional del trabajo” que divide al mundo en dos partes: el “campo de la producción agrícola” y el de “la producción industrial por excelencia”.
Esta capacidad de expansión y su dependencia del mercado mundial generan las cinco fases del ciclo industrial, cuyo “flujo y reflujo”, que pasa por “animación mediana, prosperidad, sobreproducción, crisis y estancamiento”, hace más “insegura e inestable” la situación vital del obrero. La lucha competitiva entre las naciones estimula la reducción del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, cuyas “vicisitudes” revela el caso de la industria algodonera: mientras que en 1770-1815 (cuando Inglaterra ejercía un “monopolio mundial”) sólo hay “cinco años de crisis y estancamiento”, en el segundo periodo, de 48 años (1815-1863) (cuando la industria inglesa compite con las de otros países), aparecen “28 años de depresión y estancamiento”.
8. Revolución operada por la gran industria en la manufactura, la artesanía y la industria domiciliaria. Tras recordar el famoso ejemplo de Adam Smith, en La riqueza de las naciones, sobre cómo se multiplicaba la productividad del trabajo en la manufactura de “agujas de coser” (hasta 48.000 agujas diarias con sólo diez hombres), dice Marx que, 90 años después, “una mujer o una muchacha” vigila máquinas que pueden producir “600.000” de esas agujas. Esto pone en claro que, salvo excepciones, las industrias pasan por el régimen artesanal, el manufacturero y la gran producción industrial, y esa evolución, de la mano del “trabajo barato” de niños y mujeres, se da también en la industria domiciliaria –convertida ahora “en el departamento exterior de la fábrica, de la manufactura o de la gran tienda”–, que sufre una explotación aun mayor y “más desvergonzada” por la “disgregación” de sus obreros, “dispersos por las grandes ciudades y por la campaña” y sin “capacidad de resistencia”.
Marx menciona diversos ejemplos tanto de manufactura como de industria domiciliaria “modernas”, así como “una abigarrada maraña de formas de transición” hacia la gran industria. Tanto en las dos primeras (imprentas, talleres de encuadernación, tejares, sastrerías, por una parte, y clavos, encaje de bolillos, confección de puntillas y paja trenzada, por otra) como en las terceras (producción de indumentaria), los capitalistas “economizan las condiciones de trabajo” de los obreros y desarrollan el “martirologio de los productores”: falta de aire, espacio, salud, educación..., y exceso de enfermedades, degradación y competencia... En todas ellas se combinan “todas las monstruosidades del sistema fabril pero no los aspectos positivos de su desarrollo”, todo lo cual se acelera y refuerza por la competencia social resultante de las leyes fabriles.
9. Legislación fabril. (Cláusulas sanitarias y educacionales.) Su generalización en Inglaterra. Al resaltar la distancia entre la letra de las leyes fabriles, que proclaman “la enseñanza elemental, como condición obligatoria del trabajo”, y la realidad capitalista inglesa, Marx reivindica el papel del socialista “utópico” Robert Owen, quien supo ver que del sistema fabril “brota el germen de la educación del futuro, que combina para todos los niños, a partir de cierta edad, el trabajo productivo con la educación y la gimnasia” –y ello porque este sistema, mitad trabajo y mitad escuela, “convierte a cada una de las dos ocupaciones en descanso y esparcimiento con respecto a la otra”. Por otra parte, el principio de la gran industria creó “la ciencia modernísima de la tecnología”, lo que sirve para recordar la “contradicción absoluta” entre su base técnica, continuamente revolucionaria, y su uso capitalista, que implica “el cambio de trabajo, la fluidez de la función, la movilidad omnifacética del obrero” convertidos en “hecatombe” de la clase obrera, “despilfarro” de fuerza de trabajo y “anarquía social”.
10. Gran industria y agricultura. En la agricultura, la máquina no produce los “perjuicios físicos” que tiene para el obrero fabril, pero sí convierte a los obreros agrícolas en supernumerarios (sin resistencia, por su mayor dispersión). En esta esfera, al transformar al campesino, “baluarte de la vieja sociedad”, en asalariado, la gran industria es más revolucionaria que en ninguna. Pero en ella no sólo “se esquilma” al obrero sino también el suelo, es decir, “los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”.
Sección Quinta: La producción del plusvalor absoluto y del relativo
XIV. Plusvalor absoluto y relativo. Son tres los capítulos de esta sección, y en el primero se repasan las formas específicas del “plusvalor relativo”. Así como la mano y el cerebro forman una unidad “natural”, en el proceso laboral también operan juntos, hasta que se separan finalmente en una “antítesis radical”. El producto es ahora plenamente “social”, no individual, y ello obliga a modificar la concepción del “trabajo productivo” (la actividad que opera con los medios y el objeto de trabajo): para trabajar productivamente “ya no es necesario hacerlo directa y personalmente; basta con ser órgano del obrero global, con ejecutar cualquiera de sus funciones particulares”; por tanto, la definición es la misma “pero ya no es aplicable a cada uno de sus miembros, tomado singularmente”. Esto amplía la esfera del trabajo productivo, pero a la vez la restringe pues ya no basta con producir cosas, sino que hay que producir “plusvalor para el capitalista”, es decir, producir “directamente capital” o “servir a la autovalorización del capital”.
En las secciones anteriores, se presentaron ambas formas de plusvalor como típicas de épocas distintas y sucesivas (si bien no debe olvidarse que el plusvalor relativo es absoluto, y el absoluto es relativo). En efecto: la producción de plusvalor absoluto sólo presupone la “subsunción formal” del trabajo en el capital (o conversión del obrero en asalariado) mediante procesos reales que son comunes a todas las formas de explotación del trabajo “sin intervención del capital”. Por el contrario, la producción de plusvalor relativo presupone ya “un modo de producción específicamente capitalista”, surgido sobre la base de la subsunción formal pero más desarrollado, hasta convertirse en subsunción real.
¿Existe una “base natural del plusvalor”? Marx responde a esto que la “benignidad” de las condiciones naturales del hombre sólo brinda “la posibilidad”, nunca la “realidad”, del plustrabajo (en realidad, de “tiempo libre”). Pero la patria del capital no es el clima tropical, sino las zonas templadas; y no es la “fertilidad absoluta” del suelo, sino su “diferenciación”, así como “la diversidad de sus productos naturales”, lo que constituye el fundamento natural de la división social del trabajo, pues esa diversidad hace que “la misma masa de trabajo” satisfaga “diferentes masas de necesidades” en países diferentes, y por tanto que el tiempo de trabajo necesario sea diferente.
XV. Cambio de magnitudes en el precio de la fuerza de trabajo y en el plusvalor. Este capítulo se desarrolla a partir de un doble supuesto: 1) las mercancías se venden a su valor; 2) el precio de la fuerza de trabajo puede subir, pero no bajar, del valor de la fuerza de trabajo. Se ve entonces que las magnitudes relativas del plusvalor y el precio de la fuerza de trabajo pueden cambiar debido a tres factores: duración, intensidad y productividad de la jornada laboral. Marx analiza primero el caso en que los dos primeros factores son fijos y el tercero variable (y luego tres casos más: el segundo, variable; el primero, variable; y variaciones simultáneas en los tres), pues Ricardo ya descubrió “tres leyes” para dicho caso: 1ª: “Una jornada dada siempre se representa en el mismo producto de valor”; 2ª: el valor de la fuerza de trabajo y del plusvalor “varían siempre en sentido opuesto”; 3ª: la variación del plusvalor es siempre consecuencia, nunca causa, de un cambio en el valor de la fuerza de trabajo. Pero el análisis de Ricardo presenta dos defectos: concibe las condiciones capitalistas como universales, y no analiza el plusvalor por separado y de forma pura, confundiendo sus leyes con las de la ganancia. Luego reclama Marx su propia aportación: el salario real puede aumentar al mismo tiempo que la tasa de plusvalor. Pues si el precio de la fuerza de trabajo disminuye como proporción del producto de valor, y al mismo tiempo baja el valor de las mercancías de consumo obrero, puede aumentar la masa de las que puede comprar con un precio menor de su fuerza de trabajo. En el segundo supuesto del capítulo, tendríamos, pues, un valor de la fuerza de trabajo constante en términos absolutos y descendente en cuanto proporción; una tasa creciente de plusvalor; y un aumento del salario real.
Por último, entre las “variaciones simultáneas” de los tres factores, elige Marx dos casos de especial “importancia”: a) “fuerza productiva decreciente del trabajo y prolongación simultánea de la jornada laboral” (ejemplo del encarecimiento de los productos agrarios por la “esterilidad creciente del suelo”); y b) la “intensidad y fuerza productiva del trabajo crecientes y reducción simultánea de la jornada laboral”. Tras lo cual precisa que también habrá plustrabajo en la sociedad postcapitalista: “Una vez dadas la intensidad y la fuerza productiva del trabajo, la parte necesaria de la jornada social de trabajo para la producción material será tanto más corta, y tanto más larga la parte de tiempo conquistada para la libre actividad intelectual y social de los individuos, cuanto más uniformemente se distribuya el trabajo entre todos los miembros aptos de la sociedad”. Es decir, la tasa de plustrabajo crecerá.
XVI. Diversas fórmulas para la tasa de plusvalor. Este breve capítulo repite simplemente que la forma correcta de dicha tasa es p/v o t’/t (los símbolos significan lo que en el capítulo IX), y que es incorrecto suponer que p/(v+p) o t’/(t+t’) son equivalentes a ellas (aunque es cierto que dichas fórmulas “pueden siempre reconvertirse” en las correctas).
Sección Sexta: El salario
XVII. Transformación del valor (o, en su caso, del precio) de la fuerza de trabajo en salario. Este capítulo trata de deshacer dos equívocos. El primero, aclarando que cuando se habla del “valor de la fuerza de trabajo” no se trata nunca del “valor del trabajo” (expresión absurda porque el trabajo “es la sustancia y la medida inmanente de los valores, pero él mismo no tiene valor ninguno”). Pero el segundo puede pasar desapercibido si se piensa que el salario es sólo el precio de la fuerza de trabajo. El valor de una mercancía es la “forma objetiva del trabajo social gastado en la producción de la misma”, pero no se trata de la cantidad de trabajo “efectivamente objetivado” en ella, sino la “cantidad de trabajo vivo necesario para su producción”. Así, si por alguna invención una mercancía requiere la mitad de tiempo que antes (digamos, 6 horas en lugar de 3), “también el valor de la mercancía ya producida se reduce a la mitad”.
A continuación, se hace una reflexión sobre los precios (valores expresados en dinero), recordando que los clásicos ya vieron claro que una cosa es el “precio natural” (“precio necesario” en los fisiócratas), y otra los precios “accidentales” u “oscilaciones de los precios del mercado” en torno a los primeros (con los cuales coinciden sólo en su magnitud “media, promedial”). Pero, en tercer lugar, tenemos aquí el salario, que no es sino la “forma transmutada” del valor y el precio de la fuerza de trabajo, una forma “irracional” que “borra toda huella de división” de la jornada laboral entre trabajo pago e impago, mostrando todo como trabajo pago. Así, si el trabajo necesario es la mitad de la jornada (6 de 12 horas), el “valor del trabajo” (o su precio, el salario) parece el doble del valor de la fuerza de trabajo (o su precio). En esta forma de manifestación “se fundan” las nociones “jurídicas” (mistificadas, ilusorias, apologéticas) del obrero y el capitalista.
XVIII. (El salario por tiempo); XIX. (El pago a destajo). Estos capítulos analizan sucesivamente las dos formas básicas del salario. La distinción entre el valor de la fuerza de trabajo y la masa de los medios de subsistencia aparece trasmutada en una nueva pareja: salario “nominal” y salario “real”. El primero es la expresión monetaria del precio del trabajo, que se obtiene dividiendo el valor diario de la fuerza de trabajo por el número de horas que componen la jornada laboral: el “precio de la hora” se convierte, así, en la unidad de medida del salario por tiempo. Este precio podría caer por debajo de su nivel normal si se prolongara la jornada más allá de su magnitud habitual. En segundo lugar, el salario o pago a destajo, forma trasmutada del primero, es tan irracional como aquel pero no expresa ya ninguna relación de valor. Además de contribuir a aumentar la intensidad y la duración de la jornada –lo que va en interés inmediato del propio obrero–, el salario a destajo permite medir rigurosamente dicha intensidad, además de hacer superflua en gran medida la vigilancia del trabajo (como en la industria domiciliaria moderna) y permitir usar auxiliares, dando paso así a la explotación de otros obreros por el obrero. Por ello, esta forma es “la más adecuada al modo de producción capitalista”, una palanca para alargar la jornada e, indirectamente, rebajar el salario.
XX. Diversidad nacional de los salarios. Esta diversidad está determinada por: la diversidad de valores nacionales de la fuerza de trabajo (a su vez, basados en diferencias en el volumen de las necesidades vitales y de su precio, costos de la educación, etc.); la longitud relativa de las diversas jornadas nacionales; los diferentes niveles nacionales de intensidad media –que difieren y deben por tanto recucirse a jornadas de intensidad “media del trabajo universal”–; los diferentes niveles nacionales de productividad del trabajo, que se computan como más intensos cuando son mayores; y, por último, los diferentes niveles nacionales de precios (y salarios nominales, pero inversamente las tasas de plusvalor), tanto mayores cuanto más desarrollado sea un país. Por tanto, allí donde los salarios monetarios son más elevados, por ejemplo en Inglaterra, suelen ser más bajos los salarios “en proporción al producto”. Pero eso no significa que los salarios sean estrictamente proporcionales a la productividad, como pretende Carey, pues hay que tener en cuenta todos los factores señalados, y no uno sólo.
Sección Séptima: El proceso de acumulación del capital
Antes de comenzar esta sección, última del libro I de El capital, hay ya una remisión a los siguientes libros que componen la obra. Por una parte, el proceso de acumulación de capital “supone su proceso de circulación”, y esto se estudia en el libro II. Por otra parte, el plusvalor “se escinde” en varias partes (ganancia, interés, margen comercial, renta de la tierra, etc.) y estas “formas trasmutadas” del mismo se estudian en el libro III. Pero Marx afirma que es preciso, antes, estudiar la acumulación “en términos abstractos”, es decir, como mera fase del proceso inmediato de la producción. Esta sección consta de 5 capítulos. En el XXI se estudia la “reproducción simple”, en el XXII la “transformación del plusvalor en capital”, en el XXIII la “ley general de la acumulación capitalista”, en el XXIV la “llamada acumulación originaria”, y en el XXV “la teoría moderna de la colonización”.
XXI. Reproducción simple. Todo proceso social de producción es un proceso “continuo” y por tanto de “reproducción”: esa continuidad es la esencia de la reproducción. Y la forma capitalista de este proceso hace que la reproducción se convierta en simple medio de “reproducir como capital el valor adelantado”. La mera continuidad, “reiteración” o “repetición” del proceso le imprime características nuevas. Como incremento “periódico”, el plusvalor asume la forma de “rédito” del capital. El capital variable aparece ahora como forma histórica particular del “fondo de medios de subsistencia” (medios de consumo), o “fondo de trabajo” que el trabajador requiere (universalmente) para su reproducción, y que él –cuando se considera el proceso capitalista de producción “en la fluencia constante de su renovación”, en su “fluencia interconexa” o “interdependencia”– “adelanta” al capitalista (pues lo produce antes de ser pagado con el salario). Por último, el valor del capital adelantado “desaparece” por completo, una vez dividido por el número de años en que lo consume el capitalista –es decir, por el número de “periodos de reproducción” de ese capital–, por más que éste lo interprete al revés y piense que conserva su capital y consume plusvalor.
Por tanto, la simple continuidad del proceso –la reproducción “simple”– permite ver la importante realidad de que todo capital no es sino “plusvalor capitalizado” (o “capital acumulado”), es decir, todo capital se convierte, tarde o temprano, en “valor apropiado sin equivalente” y concreción material de trabajo impago. Los medios de producción son ahora “medios de valorización”; el obrero sale de la producción tal como entra: como fuente personal de la riqueza, como productor de la “riqueza objetiva como capital”, pero empobrecido y reproducido –“perpetuado”– como asalariado; y su producto no sólo se transforma en mercancía sino en capital. La reproducción hace que la diferencia entre el consumo individual y el consumo productivo desaparezca hasta cierto punto, en la medida en que los medios de consumo del obrero se convierten ahora en “meros medios de consumo de un medio de producción”, y el propio obrero se convierte en el “medio de producción más indispensable” para el capitalista.
Asimismo, al comprar fuerza de trabajo el capitalista “mata dos pájaros de un tiro”: valoriza su capital convirtiendo una parte en capital variable, y al mismo tiempo reconvierte los medios de subsistencia en “nuevos obreros”, de forma que “la clase obrera, también cuando está fuera del proceso laboral directo, es un accesorio del capital”, un “accesorio móvil de la fábrica”, un “esclavo” sujeto a su propietario por “hilos invisibles”, en vez de por cadenas. El proceso capitalista reproduce así, constantemente, la “escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo”, es decir, las “condiciones de explotación” del obrero, que se ve continuamente arrojado al mercado como “vendedor de su fuerza de trabajo” y como alguien que “en realidad pertenece al capitalista aun antes” de venderse a él. Reproduce la relación capitalista misma: “por un lado el capitalista, por la otra el asalariado”.
XXII. La transformación de plusvalor en capital. Esta transformación, su empleo o reconversión en capital, es la “acumulación” de capital. Este proceso se da en una escala “ampliada” (o “progresiva”) que, en primer lugar, convierte las leyes de la propiedad en leyes de la “apropiación capitalista”. Veamos. El plusvalor es transformable en capital sólo porque el plusproducto contiene ya los elementos materiales del nuevo capital. Pero “el pluscapital nº 1”, que es ya simple plusvalor capitalizado, “reitera” la compra de fuerza de trabajo con una parte de ese pluscapital, y lo mismo ocurre con el “pluscapital nº 2” generado por el nuevo ciclo; hasta que, finalmente, “todo el valor de capital adelantado se transforma en plusvalor capitalizado”. Por consiguiente, bajo la “apariencia” de una relación de intercambio entre capitalista y obrero, se ve ahora su contenido real: “el capitalista cambia sin cesar una parte del trabajo ajeno ya objetivado, del que se apropia constantemente sin equivalente, por una cantidad cada vez mayor de trabajo vivo ajeno”. Por tanto, la propiedad del capitalista aparece ahora como “el derecho a apropiarse de trabajo ajeno impago”, y se manifiesta para el obrero como “la imposibilidad de apropiarse de su propio producto”. Donde aparentemente había “identidad” entre propiedad y trabajo, lo que hay realmente es una “escisión”.
Los economistas clásicos, empezando por Smith y Ricardo, conciben “erróneamente” todo el plusvalor capitalizado como “mera conversión del mismo en fuerza de trabajo”, como si sólo existiera capital variable, cuando en realidad se distribuye entre éste y el nuevo capital constante. Pero peor aun es el dogma de la economía vulgar: la “teoría de la abstinencia” (Senior y otros). En realidad el plusvalor ni se consume íntegramente (como se supuso en el capítulo XXI) ni se acumula totalmente (como en este capítulo hasta aquí): una parte se consume como “rédito”, y la otra se acumula como capital. Como “capital personificado”, o “fanático de la valorización”, el capitalista constriñe a la humanidad a “producir por producir”, poniendo así las bases de una formación social “superior”. Además, la competencia, que se le impone como “ley coercitiva externa”, lo obliga a “expandir continuamente su capital para conservarlo”. Ambos impulsos le presentan su propio consumo como si fuera “un robo”, pero también se ve empujado al consumo y disfrute de su riqueza: dos almas hay en su pecho, y una quiere divorciarse de la otra, se da en él un “conflicto fáustico entre el afán de acumular y el de disfrutar”. Se impone finalmente el primero, el imperativo de acumular; por eso, para los clásicos, “el proletario sólo era una máquina destinada a producir plusvalor”, y el capitalista otra “máquina dedicada a la transformación de ese plusvalor en pluscapital”. Los economistas burgueses quieren sacar provecho de la “abstinencia” del disfrute, olvidando que “todo acto humano” es una “abstinencia del acto contrario” (Marx recuerda que MacCulloch, que “patentó su ‘salario del trabajo pretérito’ mucho antes que Senior obtuviera la patente correspondiente al ‘salario de la abstinencia’”).
A continuación se examinan las “circunstancias que, independientemente de la división proporcional del plusvalor en capital y rédito, determinan el volumen de la acumulación”. La primera es el grado de explotación de la fuerza de trabajo. Marx comenta que, aunque en teoría el precio de la fuerza de trabajo coincide con su valor, en la práctica tiende a caer por debajo. Si los capitalistas critican hasta su propio consumo, ¿cómo no van a considerar “superfluidades” muchos elementos que integran el consumo obrero? Su objetivo y “misión histórica” (en Inglaterra, por ejemplo) es “rebajar el salario inglés al nivel del francés” –de hecho, citando al Times, puntualiza: “No los salarios continentales, oh no, sino los salarios chinos: he ahí el objetivo que actualmente se ha fijado el capital”–. La segunda es la creciente productividad del trabajo, que permite aumentar la masa de bienes que entran en la parte consumida del plusvalor aunque no se modifique la tasa de plusvalor (y aunque aumente también el salario real). La tercera es el incremento de la “magnitud del capital adelantado” –y, aunque esta esté dada, la fuerza de trabajo, la ciencia y la “tierra” (es decir, todos los bienes “naturales”) son “potencias elásticas del capital” que le dan a éste un margen de actividad independiente de su magnitud. Y, por último, la “diferencia creciente entre el capital empleado y el consumido”.
Finalmente, Marx atribuye la idea de la supuesta “fijeza” del “llamado fondo de trabajo” a Jeremy Bentham, Malthus y otros autores que lo usaron con fines “apologéticos”. De esa manera, lo convertían en una parte especial de la riqueza social. Pero Marx arguye que lo que es constante, o técnicamente dada en cada momento, es la “masa de trabajo vivo” que ha de poner en movimiento los elementos del capital constante, pero “no el número de obreros que se requiere para poner en acción” esa masa de trabajo, ni tampoco el precio de su fuerza de trabajo. Esta falsa teoría sólo pretende justificar que los obreros queden al margen de la distribución del producto social, salvo en situaciones excepcionalmente favorables.
XXIII. La ley general de la acumulación capitalista. Este capítulo esencial investiga “la influencia del acrecentamiento del capital sobre la suerte de la clase obrera”, destacando los cambios en la “composición del capital” como su factor más importante. Esta puede concebirse como una relación “técnica” –la “composición técnica”–, o como una relación de valor –“composición en valor”–, pero existe un tercer concepto que capta la “correlación” entre ambas. De forma que esta última, la “composición orgánica del capital”, la que se usará salvo advertencia expresa, coincide con la composición en valor “en tanto se determina” por la técnica y refleja sus variaciones.
Hemos visto que la acumulación de capital es crecimiento del capital en un polo y “aumento del proletariado” en el otro polo. Los clásicos erraban al suponer que todo nuevo capital era capital variable, pero tenían clara la importancia del trabajo productivo para “la riqueza de las naciones”, así como la naturaleza “polar” de la relación capitalista. Discutían cuál era la mejor situación de los trabajadores: Bellers decía que “el trabajo de los pobres es la mina de los ricos”; Mandeville exigía un “salario moderado” pensando que “la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos”, pues “es necesario que la gran mayoría siga siendo tan ignorante como pobre”; y Eden creía que “lo que conviene a los pobres no es una situación abyecta o servil, sino una relación de dependencia aliviada y liberal”. Pero a los críticos como Linguet no se le escapaba que “el espíritu de las leyes” (de Montesquieu) no es nada más que “la propiedad”.
Las condiciones más favorables de la acumulación requieren una composición orgánica inalterada, pues, si no, cabe la posibilidad –y luego la necesidad– de que la “demanda de obreros supere su oferta” y los salarios aumenten. En ese caso, la “dependencia” de los obreros aumenta sólo “en extensión”: su fondo de consumo aumenta, pesando “sus cadenas de oro” un poco menos. Sin embargo, la reproducción seguiría enfrentando a este polo obrero con el capital, con independencia de su salario, y a lo más que se llegaría es a una “merma” del trabajo impago que no pondría “en peligro seriamente” el carácter capitalista de la producción. Porque, una de dos: o bien el alza salarial no impide que la acumulación continúe, o bien sí la “perjudica”, en cuyo caso la reacción –el freno mismo de la acumulación– hace bajar los salarios propiciando que desaparezcan las causas del problema. Son, pues, los movimientos de la acumulación los que se reflejan en la masa de fuerza de trabajo, no al revés: mientras que los primeros son la variable “independiente”, la magnitud del salario es la variable “dependiente, no a la inversa”. Y esto es la ley de la acumulación capitalista, que “excluye toda mengua en el grado de explotación” que pueda amenazar seriamente la relación capitalista. Así, le ocurre al obrero lo que a cualquier hombre con la religión: este se deja dominar “por las obras de su propio cerebro”, y el asalariado, “por las obras de su propia mano”.
Pero el proceso avanza más allá de esta fase de composición técnica constante, hasta hacer de los incrementos de “productividad” la palanca más poderosa de la acumulación. Esta creciente productividad se expresa en la cantidad creciente de “medios de producción” (maquinaria como “condición” y materias primas y auxiliares como “consecuencia”) que un obrero transforma en producto por unidad de tiempo, es decir, en la disminución del factor subjetivo del proceso laboral a favor del objetivo. Y “de manera aproximada”, el aumento de la composición técnica hace subir también la de valor (aunque en menor proporción, pues baja también el valor de los elementos individuales del capital constante, y se economiza su uso) y esto implica una acumulación “acelerada” de capital que expande el modo de producción específicamente capitalista.
En él, por una parte crece cada capital individual, pero esta concentración del capital se ve limitada por el crecimiento de la riqueza social y el número de capitalistas, que se repelen entre sí. Pero junto a este “fraccionamiento” opera una fuerza contraria, de “atracción”, que es la centralización del capital, ya sea por “anexión” (absorción) o “fusión”. Es decir, la concentración de capitales “ya formados” es una redistribución del capital global mediante la “expropiación del capitalista por el capitalista”, en particular del grande por el pequeño o, mejor, de los menos competitivos y productivos por los que lo son más. La “competencia” y “el crédito” se convierten en las dos palancas más poderosas de esta centralización, la cual, junto a las “sociedades por acciones”, que concentran “medios dispersos por la superficie de la sociedad”, sirve para completar la obra de la acumulación y elevar aun más la escala de operación del capital. Pero como la creciente composición del capital hace que todo capital “suplementario” atraiga cada vez a menos obreros, a la vez que el capital antiguo repele a un número creciente de ellos, esto produce la “sobrepoblación relativa” típicamente capitalista.
Al igual que el modo de producción específicamente capitalista, esta sobrepoblación o “ejército industrial de reserva” crece más deprisa que la propia acumulación de capital. Se “acortan” los periodos o “intervalos” de estancamiento de la composición de capital; y la sobrepoblación relativa, que crece por esta “ley de la población peculiar” al capitalismo, se convierte en una nueva palanca de la acumulación. No sólo eso: se vuelve una “necesidad” o “condición de existencia” del sistema, que, en su ciclo “decenal” (“diez u once años”), pasa por las fases de “animación media, producción a toda marcha, crisis y estancamiento”. Es decir, ante la necesidad de hacer frente a expansiones y contracciones “súbitas”, debe superar las barreras naturales del simple crecimiento demográfico, que al ser más limitado y lento –se requieren “16 ó 18 años” para llevar al mercado a una nueva generación de trabajadores–, exige el colchón de seguridad que es este ejército de reserva para el capital. Esta “liberación de obreros” o sobrepoblación relativa es más rápida aun que el cambio técnico, pues el capital pone no sólo la demanda de obreros sino también, mediante este ejército, su oferta creciente; así, aumenta la competencia entre los trabajadores, que a veces sufren el “ocio forzoso” del desempleo, y otras veces (cuando están ocupados) el “exceso de trabajo”.
Sin embargo, la proporción entre el ejército “activo” de trabajadores y el “de reserva” es variable: depende del ciclo económico, no de un ciclo demográfico presuntamente regulado por el nivel salarial, “dogma” (de Malthus y otros) que el simple uso “bélico” de la maquinaria de los capitalistas se encarga de desmentir. Esta “ficción” apologética es fruto de la confusión de la ley general con las oscilaciones “locales” o sectoriales del mercado de trabajo, que obedecen a movimientos redistributivos del capital de una a otra esfera. Pues en el mercado global “los dados están trucados” porque el capital opera a la vez en “ambos lados” –oferta y demanda– de forma que esta ley de la oferta y la demanda “completa” su despotismo mientras los economistas, “sicofantes” del capitalista, predican que los sindicatos, al intentar paliar sus efectos negativos, obstaculizan el libre juego de dicha ley.
La sobrepoblación relativa adopta tres formas principales de existencia: “fluctuante, latente y estancada”. La fluctuante, típica de la industria, hace que aumente la ocupación femenina y que el obrero de edad mediana esté pronto “desgastado y caduco” y deba ser reemplazado por otro más joven. La latente, típica de la agricultura, es ese exceso de población rural “siempre a punto de convertirse” en proletariado urbano o manufacturero. La estancada es sobre todo el empleo “irregular” de la economía “negra o sumergida”, entonces la “industria domiciliaria”, caracterizada por condiciones de vida “por debajo del nivel medio normal”. Junto a estas tres capas, o por debajo, se encuentra el “sedimento” inferior que forman los “pobres” –la esfera del “pauperismo”–, compuesto a su vez por tres categorías: los que aún pueden trabajar, los incapacitados (viejos, mutilados, degradados, etc.); y los “huérfanos e hijos de indigentes”; y, en quinto lugar, el lumpenproletariado propiamente dicho: vagabundos, delincuentes, prostitutas. Con el incremento de la riqueza capitalista, aumenta no sólo la proporción del proletariado que integra el ejército laboral de reserva y el pauperismo, sino su “miseria” y “precariedad”: esta es la “ley general, absoluta”, de la acumulación capitalista. Esta “acumulación de miseria”, que acompaña a la de riqueza en el otro polo, es independiente de que el salario sea alto o bajo y tiene ese carácter “antagónico” mostrado por los economistas (Ortes, Townsend, Storch, Sismondi, Destutt de Tracy).
Marx dedica más de 80 páginas a “ilustrar” esta ley con experiencias reales de la Inglaterra e Irlanda de entonces, denunciando a los economistas y políticos, como Gladstone, que pretenden demostrar lo contrario –que “los pobres, en todo caso, se han vuelto menos pobres”–, de forma que “las estadísticas oficiales se convierten en un índice cada vez más engañoso”. Pasa luego revista a múltiples e interesantes segmentos de la población: las capas “mal remuneradas” de la industria (algodoneros, etc.), comparando su dieta deficiente con el consumo “excesivo” y “dilapidador” de los ricos, o sus condiciones de vivienda y alquiler y de acceso a la beneficencia; la población “nómada” (drenaje, ferrocarril...); la “aristocracia” obrera (siderúrgicos, astilleros...); el proletariado agrícola, que desde la edad de oro del siglo XIV “ha empeorado de manera extraordinaria” (aquí el detalle desciende a una “docena de condados”, incluido un análisis exhaustivo del sistema de “cuadrillas” que enriquece a “los grandes arrendatarios”); ...y, por último, el caso irlandés, convertido en simple “distrito agrícola de Inglaterra” tras la hambruna de 1846 y consiguiente emigración y caída demográfica (no de riqueza ni de producción), donde la sobrepoblación relativa “hoy es tan grande como antes de 1846”.
XXIV. La llamada acumulación originaria. Este capítulo, penúltimo del libro I, se compone de siete epígrafes, pero según la interpretación del marxólogo francés Maximilien Rubel, que explicaremos más tarde, el 7º epígrafe debería intercambiar su posición con el capítulo XXV (“Teoría moderna de la colonización”), que pasaría a ser el último epígrafe del capítulo XXIV, de forma que el libro I terminaría entonces con la “Tendencia histórica de la acumulación capitalista”.
El capítulo comienza con “el secreto de la acumulación originaria” (o “primitiva” o “previa”), es decir: anterior a la acumulación capitalista propiamente dicha. El origen de la escisión o polarización que presupone la relación capitalista no es el “idilio” de derecho y trabajo que cuentan los “optimistas” economistas, sino la “violencia” de la historia real: es decir, “la conquista, el sojuzgamiento y el homicidio motivado por el robo”, base de la “escisión entre productor y medios de producción”. Aunque esto es la “prehistoria” del capital propiamente dicho, lo que se analiza es “la era capitalista” en Europa occidental, que data del siglo XVI (y “esporádicamente” en los siglos XIV y XV). Se trata de procesos históricos de naturaleza “dual” que cubren “toda la historia del desarrollo de la moderna sociedad burguesa” tal como surge de la estructura de la sociedad feudal y resulta en la doble liberación del trabajo: 1) respecto de la servidumbre feudal y la coerción gremial, 2) pero también respecto a sus antiguos medios de producción.
El fundamento de todo el proceso es la “expropiación” del campesino o “productor rural” (en su triple forma de campesino independiente, asalariado y siervo de la gleba), al que se le “despoja” de la tierra (Marx analiza el caso inglés, con algunas indicaciones sobre los casos francés, alemán o italiano). Su “preludio” fue la disolución de las mesnadas feudales, y su acto principal consistió en la “expulsión violenta” de los campesinos de la tierra. Varios factores influyeron aquí: 1) el florecimiento de la manufactura de lana flamenca empujó a la transformación de la tierra de labor en pastos, dando lugar a la situación descrita por Tomás Moro en su Utopía, en la que “las ovejas devoran a los hombres”; 2) la Reforma permitió la expoliación colosal de los bienes eclesiásticos, suprimió monasterios y arrojó a sus moradores al proletariado; 3) la restauración de los Estuardos permitió que los terratenientes abolieran el régimen feudal y reivindicaran la propiedad moderna, lo que se favoreció con el “robo de tierras fiscales” (bienes de la corona), del que también se aprovecharon los capitalistas burgueses; 4) las propias leyes “para el cercamiento de la tierra comunal” permitieron que los campesinos independientes (yeomen) fueran expulsados y remplazados por pequeños arrendatarios; 5) por último, el “despejamiento de las fincas” hizo posible la expulsión y el desarraigo de los campesinos, la destrucción e incendio de sus aldeas –sólo la duquesa de Sutherland se apropió así de más de 3.000 km2 de tierra–, y el uso de la tierra primero para pastos y luego para cotos de caza, siendo esto último una “transformación usurpatoria, practicada con el terrorismo más despiadado, de la propiedad feudal y clánica en propiedad privada moderna” (un cambio según el cual un rey de Inglaterra podría arrogarse, “con el mismo derecho”, la facultad de echar a sus súbditos al mar).
Esto se consiguió además con una “legislación sanguinaria” contra los expropiados que, al no poder ser absorbidos a ese ritmo por la manufactura, no podían adaptarse rápidamente a su situación y tuvieron que hacerse “mendigos, ladrones y vagabundos”. Desde el siglo XVI se dictaron leyes contra la “vagancia” por las que se encerraba, marcaba, convertía en esclavo y ejecutaba a estos “vagos”; de forma que, mediante esta legislación “terrorista y grotesca”, y a fuerza de latigazos, hierros candentes y tormentos, la población expropiada fue obligada a someterse a la “disciplina” del nuevo sistema del trabajo asalariado.
Esto le merece a Marx una reflexión de largo alcance. Una vez que la clase trabajadora, “por educación, tradición y hábito, reconoce las exigencias del modo capitalista de producción como leyes naturales, evidentes por sí mismas”, deja de hacer falta la coerción, porque las “leyes naturales de la producción”, es decir, la “dependencia del capital” y el hambre, se encargan de disciplinar al obrero por sí mismas, usándose la violencia directa sólo “excepcionalmente”. Pero “durante la génesis histórica” de este modo de producción, la burguesía “necesita y usa el poder del estado” para “regular” el salario, “prolongar” la jornada laboral y mantener al trabajador en esa “dependencia”. Y esto no sólo ocurrió en el campo: también en las ciudades se usó el Estado para desafiar la organización gremial, prolongar la jornada, aumentar el número de trabajadores permitidos, impedir las coaliciones obreras, etc.
En cuanto a la génesis del “arrendatario capitalista”, el antiguo bailío se convierte primero en arrendatario libre a quien provee el propietario, luego en aparcero o medianero de este, y finalmente en arrendatario propiamente dicho. Se va enriquecido, primero, por la inflación que siguió a la desvalorización del oro que acarreó el descubrimiento y conquista de América, que permitía una ganancia tanto frente a los trabajadores como frente a los propietarios (contratos de alquiler fijo por 99 años). Y, después, por la “revolución agrícola” y la creación del “mercado interno” para el capital industrial, pues el arrendatario podía vender ahora como mercancía lo que antes se consumía como medios directos de subsistencia, llegando esto a su apogeo con la gran industria mecanizada.
Por su parte, el capitalista industrial nace del “pequeño capitalista” –a su vez procedente de los maestros y artesanos independientes de la industria gremial, e incluso de algunos asalariados– y del capital usurario y comercial que ya existían en el régimen feudal. Pero a partir del siglo XVII se desarrolla gracias al “sistema colonial”, “la deuda pública y el moderno sistema impositivo” y el “sistema proteccionista”, que son todos métodos que “recurren al poder del estado, a la violencia organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero el proceso de transformación del modo de producción feudal en modo de producción capitalista”.
Hicieron falta todos esos esfuerzos para “asistir al parto” de las leyes “eternas” capitalistas, ironiza Marx, y para obtener ese producto “artificial” de la historia moderna que es la polaridad capital-asalariados. Pero así fue como vino al mundo el capital: ¡“chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde la cabeza a los pies”!
XXV. La teoría moderna de la colonización. [Saltamos el último epígrafe del capítulo XXIV para insertar primero el capítulo XXV: la crítica de la teoría de la colonización, de Wakefield. La razón es que, como afirma Rubel, Marx parece haber invertido conscientemente el orden natural de su discurso para engañar a la censura (a la que tuvo que lidiar desde su época de periodista), haciéndole creer que el libro terminaba como empezaba (con la misma dificultad de comprensión), de forma que pudiera pasar desapercibida la “tendencia histórica de la acumulación capitalista”, en la que se retomaban, e incluso se citaban expresamente, las mismas expectativas revolucionarias del Manifiesto Comunista].
La idea del capítulo sobre la colonización es que la experiencia de los Estados Unidos le debería servir a Wakefield o a cualquiera para comprender que el capital es una “relación social”, y por ello las condiciones coloniales son las opuestas de la expropiación que allana el camino del desarrollo capitalista, ya que “la esencia de una colonia libre” es que en ella “la mayor parte del suelo es todavía propiedad del pueblo”. Como no se dio allí la escisión, el obrero pudo apropiarse de una parte importante del producto y convertirse fácilmente en capitalista. Y esta indisciplina es lo que molesta a Wakefield. Sencillamente: el modo de producción y acumulación y la propiedad privada capitalista “presuponen el aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio”, o sea, la expropiación del trabajador.
Conclusión del libro I de El capital: la Tendencia histórica de la acumulación capitalista. Acabamos de ver que la acumulación originaria se resuelve precisamente en la “disolución de la propiedad privada fundada en el trabajo propio”. La “pequeña industria” del artesano y del campesino, al desarrollarse, genera los medios materiales “de su propia destrucción”, y su propiedad es desplazada por la propiedad capitalista. Pero asimismo el capital, al “socializar” el trabajo y los medios de producción, al centralizarse, expropia permanentemente a muchos capitalistas por parte de unos pocos, y a la vez “disciplina, une y organiza” a la clase obrera, cuya rebeldía aumenta. La centralización de los medios de trabajo y la socialización del trabajo alcanzan un punto en que se vuelven “incompatibles” con su corteza capitalista, y esto implica la “negación de la negación”: no se restaurará la propiedad privada, sino “la propiedad individual, pero sobre la base de la conquista alcanzada por la era capitalista: la cooperación y la propiedad común de la tierra y de los medios de producción producidos por el trabajo mismo”. Y esta segunda transformación será más sencilla que la primera porque sólo se tratará de la “expropiación de unos pocos usurpadores por la masa del pueblo”.
Libro II: EL PROCESO DE CIRCULACIÓN DEL CAPITAL
Marx advierte que en todo el libro II se supone siempre que las mercancías se venden a su valor y, en segundo lugar, que no hay variaciones en el valor de las diferentes mercancías. Este Libro se compone de tres secciones. En la primera se analizan las metamorfosis del capital y el ciclo de las mismas. En la 2ª sección se trata de la rotación del capital. Y en la Sección Tercera, de la reproducción y circulación del capital social global.
Sección Primera: Las metamorfosis del capital y el ciclo de las mismas
La primera sección se compone de seis capítulos: los tres primeros se refieren a cada uno de los tres ciclos del capital (dinerario, productivo, mercantil), el cuarto revisa las tres figuras en conjunto, y los capítulos 5 y 6 se dedican al tiempo y a los costes de la circulación, respectivamente.
I. El ciclo del capital dinerario. Desde cierto punto de vista, este ciclo D-M...P...M’-D’ ya se estudió en el libro I. En su primera “fase”, tenemos la circulación D-M, que nos interesa ahora por su contenido material, es decir, en cuanto la M son, por una parte, medios de producción (MP) y, por otra, fuerza de trabajo (FT); por tanto, tenemos , aunque junto a la relación cualitativa tenemos también una relación cuantitativa, una determinada proporción en la que se tienen que presentar los dos componentes, material y personal, de la producción. En esta fase, el “factor característico” es D-FT, por ser ésa la “condición esencial” para que el valor adelantado se transforme realmente en capital. Lo característico del capitalismo es que la fuerza de trabajo aparezca como mercancía, lo cual ocurre porque FT ya está en estado de “separación” respecto de sus medios de producción. Es decir, porque se suponen dados los procesos históricos que configuran esa especial “distribución” capitalista y, por tanto, que la circulación de mercancías es ya dominante y la producción capitalista está ya desarrollada. Por eso el ciclo del capital dinerario presupone ya la forma del ciclo del capital productivo.
La segunda fase es la producción: “...P...”, donde los puntos suspensivos indican que se suspende o interrumpe la circulación. El capital dinerario se ha transformado en capital productivo y adopta una “forma en especie” bajo la cual no puede circular, sino que tiene que ingresar en el consumo, en este caso “consumo productivo”. Al mismo tiempo, el proceso de producción se transforma en una “función del capital”, y éste lo convierte, gracias al perfeccionamiento de la técnica y la organización del trabajo, en el medio para revolucionar la estructura económica de la sociedad. A la vez, el producto no es sólo mercancía, sino mercancía “fecundada con plusvalor”.
La tercera fase es M’-D’, y en su forma mercantil el capital tiene que cumplir “función de mercancía”. M’ expresa una “relación de valor” en cuanto que M’ = M + m, es decir, en cuanto que expresa la composición de su valor como “formado por valor de capital y plusvalor”. Pero para cada componente, M’-D’ es algo diferente: para m (que nació en “...P...”) significa la primera circulación, pero no lo es en el caso de M, que simplemente “retorna” a –o se reconvierte en dinero para– el capitalista. M’ y D’ son sólo dos formas distintas, mercantil y dineraria, del “valor de capital valorizado”.
Resumiendo, la forma “desarrollada” del capital dinerario se presenta como:
que en el caso particular de la producción de material dinerario, es decir, de oro, se convierte en:
Analizando el ciclo globalmente, la consecuencia principal es que el cambio de valor “pertenece exclusivamente” a la metamorfosis “real” del capital, que es ...P..., frente a las dos metamorfosis “meramente formales” en que consiste la circulación. Al mismo tiempo, en cada una de las tres fases el valor del capital se encuentra en una “figura” distinta, a la que corresponde una “función” diferente y especial que debe realizar antes de pasar a la siguiente fase. Por su parte, el capital que realiza este ciclo es el capital “industrial” (en el sentido teórico), es decir, el de cualquier rama de la producción “explotada en forma capitalista”, ya se trate de una rama productora de “productos objetivos nuevos”, ya de otras cuyo efecto útil consista en simples “cambios de ubicación” (o “existencia modificada espacialmente”: transporte, correos…, en cuyo caso tendríamos la misma fórmula que en la producción de oro) o en “servicios” (en los que la producción y el consumo coinciden en el tiempo y lugar). Por último, el capital dinerario y el capital mercantil, anteriores históricamente al capital industrial, se convierten ahora, en cuanto “ramos especiales de los negocios”, en simples “formas funcionales que el capital industrial ora adopta, ora abandona, dentro de la circulación”.
Comparando este ciclo del capital dinerario (también llamado “forma I”) con los de capítulos posteriores (“formas II y III”), lo característico en él es que la producción aparece como simple “medio para la valorización” y el enriquecimiento, y por tanto el plusvalor aparece como “el alfa y omega” del proceso. Es por tanto la figura del proceso de valorización y acumulación.
II. El ciclo del capital productivo. Este ciclo es P...M’-D’-M...P, y comparado con el anterior es la figura de la “reproducción” (en vez de la valorización), “reproducción periódica del plusvalor”, razón por la cual se resumen aquí algunos resultados de la sección tercera. En él, todo el proceso de (doble) circulación aparece como “interrupción” de la producción, y a la inversa que en el ciclo de D (es decir, como circulación mercantil simple: M-D-M, en vez de D-M-D). En la reproducción simple, la circulación de M’ “se separa totalmente” en M-D-M y m-d-m, pues mientras que la primera vuelve a ingresar en el movimiento del capital, la segunda pasa a ser la “circulación del rédito” del capitalista (su dinero como dinero para gastar, consumir, no para adelantar nuevo capital). La forma desarrollada de este ciclo o forma II es por tanto:
En la reproducción ampliada, hay que formar un capital dinerario “latente” antes de que el capitalista pueda ampliar la escala de su producción, ya que, como se vio en el libro I, la condición para la conservación del capital es el aumento de su capital constante. Supongamos que se acumula todo el plusvalor. La fórmula debería ser P...P’, en vez de P...P, donde P’ expresa ahora, no que se produjo plusvalor, sino que el plusvalor producido “se capitalizó”, es decir, que se acumuló capital. La P, o P’, final expresa no el proceso de producción sino “la existencia renovada del capital industrial” en su forma de capital productivo. Pero esta acumulación implica también la “acumulación de dinero”, la formación de un “tesoro” temporal, dinero temporalmente retirado de la circulación y destinado a financiar en su momento la reposición del capital fijo. Se trata de un fondo de acumulación de dinero –o capital dinerario latente– que sirve como “fondo de reserva”.
III. El ciclo del capital mercantil. Tiene como fórmula general M’-D’-M...P...M’ (o M’’ si hay reproducción ampliada), y se caracteriza por que aquí la circulación “inicia el ciclo”, de forma que M’ se presenta no sólo como producto sino también como “supuesto de los dos ciclos anteriores” (incluso cuando el ciclo se repite a la misma escala, ya que M’ se presenta como M + m). El rasgo distintivo de esta forma III es que sólo ahora aparece el “valor valorizado de capital” como punto de partida. Además, aparece como punto de transición y punto final, y “por eso está siempre presente”. Por otra parte, M’...M’ presupone, dentro de su desenvolvimiento, otro capital industrial en la forma M, por lo que esta forma III puede considerarse también, aparte de individual, como la forma en que se mueve “el capital global de la clase capitalista”, un movimiento en el que cada capital individual sólo es una fracción del total, “entrelazada” con las demás. Esta forma también permite ver que la reproducción ampliada sólo es posible cuando el plusproducto ya contiene los elementos materiales del “capital productivo adicional”; por eso, acertó Quesnay al plantear de esta forma su Tableau Économique.
IV. Las “tres figuras del proceso cíclico”. Llamando Cc a la circulación, podemos escribir:
I) D-M...P...M’-D’
II) P...Cc...P
III) Cc...P (M’)
Común a las tres es la valorización como objetivo, y que el proceso global aparezca como la unidad de los procesos de producción y circulación. Pero en realidad cada capital industrial individual “se encuentra al mismo tiempo en los tres ciclos” porque los tres se verifican continuamente “uno al lado del otro”. Aunque la “sucesión” de las partes está condicionada por su “yuxtaposición” (la división del capital), esta es a la vez resultado de aquélla. Por eso, todo estancamiento de la primera “desordena” la segunda. Por otra parte, cada fase no sólo trae la siguiente “sino que al mismo tiempo la excluye”: el proceso cíclico es “interrupción permanente”. Todo esto es decisivo: el capital, como valor que se valoriza, no sólo es una relación de clases, sino también “un movimiento, un proceso cíclico”, y por eso no se lo puede concebir “como cosa estática”. Es algo que pasa por distintas fases sucesivas, no “coexistentes”, ocurre en sucesión “temporal”, y sólo puede ser, por tanto, capital si se mantiene en ellas idéntico a sí mismo y se compara consigo mismo.
El proceso sólo discurre “con total normalidad” cuando las relaciones de valor son constantes –algo que en la realidad no sucede, pero que suponemos en la teoría–. Los cambios en el valor generan “perturbaciones” y exigen aumentar el capital dinerario dedicado a hacerles frente y abordar los procesos de “liberación” o “fijación” de capital que producen. Otro rasgo real es que el proceso del capital industrial “se entrecruza” de hecho, en su forma de capital dinerario o mercantil, con los “modos sociales de producción más diversos” (esclavitud, entidades comunitarias, producción estatal, cazadores...), que lo condicionan aunque el primero tienda a convertirlo todo en mercancía. Otra simplificación del libro II es la consideración exclusiva del dinero “metálico”, dejando de lado el dinero crediticio y el fiduciario. Pero si no hay crédito, el capitalista debe acumular reservas de dinero, no sólo para hacer frente a las oscilaciones de precios y a la necesidad de incorporar los adelantos técnicos a su equipo productivo, sino para formar “tesoros”.
Y esto es especialmente importante porque cada capitalista ofrece más de lo que demanda, pues D’ es superior a D. En la reproducción simple, la diferencia se compensa con la demanda que hace él mismo con su rédito (como consumidor privado, no como capitalista); pero presuponer la reproducción simple equivale a no presuponer el capitalismo real, donde el objetivo no es el consumo sino la acumulación y el enriquecimiento, y la acumulación exige la formación previa de tesoros. Pues bien, “mientras dura el atesoramiento, la demanda del capitalista no aumenta” y el dinero está inmovilizado. Este importante punto se analizará con detalle en la sección III.
V. El tiempo de circulación. El tiempo global que requiere el transcurso del ciclo completo –lo que en la sección II se llama “tiempo de rotación”– es, pues, la suma del “tiempo de producción” (que incluye el “tiempo de trabajo”) y del “de circulación”, que se excluyen mutuamente. La diferencia (el exceso) entre tiempo de producción y de trabajo se debe a que no todo el tiempo en que el capital permanece en la esfera de la producción está de hecho en el proceso laboral, sino que hay “pausas” en el proceso de trabajo (interrupciones nocturnas, por ejemplo) e “intervalos en los que se abandona el objeto de trabajo a la acción de procesos físicos” (fermentación, secado, maduración, etc.) que operan sin intervención de trabajo humano, intervalos en los que el capital productivo está sólo “latente” o “en barbecho”. En estas interrupciones e intervalos no se crea valor ni plusvalor porque los medios de producción no absorben mientras tanto ni trabajo ni plustrabajo: por eso la tendencia es a acortar en lo posible el exceso citado. Igualmente, “durante su tiempo de circulación el capital no funciona como capital productivo”, y por ende no produce valor ni plusvalor: ese tiempo de circulación “limita” su tiempo de producción (aunque los economistas conciban esta influencia negativa como “positiva”, debido a las apariencias).
Aunque en la producción mercantil los “agentes de la circulación” son tan necesarios como los de la producción, no son iguales, pues los primeros deben ser pagados por los segundos, ni tampoco deben confundirse las funciones del capital mercantil y dinerario con las del productivo. El tiempo de circulación está formado por el tiempo de compra (D-M) y el tiempo de venta (M-D, que es más importante y normalmente más difícil).
VI. Los costos de circulación. En este capítulo se distingue entre los costos de circulación “propiamente dichos”, los “de conservación” y los “de transporte”. Entre los primeros está en primer lugar “el tiempo de compra y de venta”, o sea, la parte del tiempo en que el capitalista hace negocios, “compra y vende, se mueve en el mercado”, se pone de acuerdo con otros capitalistas, etc. Este tiempo, dedicado a la pura metamorfosis formal de las mercancías y el dinero, no crea ningún valor, ni cuando lo consume directamente el capitalista ni cuando lo hacen sus asalariados o comerciantes especializados (que lo más que pueden conseguir es acortar ese tiempo gracias a la especialización de tareas: ésta es su utilidad). Pero es siempre una “función improductiva” del proceso de reproducción, uno de los gastos “varios” (o “generales”) de la producción, que hay que pagar con “una parte del capital variable” e implican un desembolso adicional (como si se tratara de una máquina que sirviera para esa función). También es un costo de este primer tipo el tiempo (vivo y objetivado) gastado en la “contabilidad” capitalista, que incluye la determinación o “cálculo” de los precios y el “cobro y pago” de dinero (función de bancos y cajeros): son también una reducción del tiempo potencial de producción, aunque sean (tendencialmente, con la socialización del trabajo) una proporción decreciente del trabajo total. En tercer lugar, también es un coste de circulación mantener sólo en la esfera de la circulación determinadas mercancías: el dinero, que es un producto que no es ni bien de consumo ni de producción (aunque asimilado a estos en la sección III), y por tanto los costes a él asociados surgen de la forma social mercantil o capitalista de la producción. Estos tres tipos de costes de circulación puros deben, pues, reponerse “a expensas del plusproducto”.
En cuanto a los costes de conservación y transporte, son ya “de otra naturaleza”. En los de conservación, hay que distinguir entre “formación de acopio en general” y “acopio de mercancías propiamente dicho” (Smith confunde la “forma del acopio” con el acopio mismo). El primero se refiere al intervalo que va de la producción del producto a su consumo (ya sea improductivo o productivo), que requiere trabajo (vivo u objetivado) para almacenamiento, protección contra el deterioro, etc. Pero las necesidades aumentadas de acopio de capital mercantil, productivo o dinerario por causas puramente capitalistas (inseguridad en los suministros, demoras en la realización, “estancamiento de la circulación” y demás “formas involuntarias”) hacen de estos acopios un costo de circulación “pura”. Por último, en cuanto a los costes de transporte (y clasificación, embalaje, etc.) la circulación puede producirse sin “movimiento físico” y, a la inversa, puede haber desplazamientos sin circulación. Lo que sirve para mover el “título de propiedad” es trabajo que no crea valor; pero el trabajo de transporte propiamente dicho es trabajo de producción, un “ramo autónomo” de esta como otro cualquiera, aunque consista en la “continuación” de la producción “dentro del proceso de circulación”.
Sección Segunda: La rotación del capital.
Esta sección es la que más páginas y capítulos (concretamente, 11: del VII al XVII) ocupa dentro del libro II.
VII. Tiempo de rotación y número de rotaciones. Este breve capítulo de transición se limita a repasar ideas de la sección anterior. Así, el “tiempo de rotación” (tr) comprende todo el ciclo de un capital, desde su “adelanto” hasta su “retorno” –es decir, su valorización y recuperación–, y es por tanto igual a la suma del tiempo de producción y del tiempo de circulación. En cuanto a las tres formas del ciclo, la III (del capital mercantil) no se puede usar para el análisis de la rotación; las otras dos son más adecuadas, especialmente la I para el análisis del plusvalor, y la II para el del producto. Ahora bien: lo nuevo es que el ciclo, en cuanto “periodo” o “proceso periódico”, no como acto aislado sino como repetición, es la “rotación”. Para analizar ésta ya no usamos la jornada laboral, sino el “año”. Y si a éste lo llamamos TR, entonces el “número de rotaciones” es n = TR/tr.
VIII. Capital fijo y capital circulante. Los “medios de trabajo”, debido a su función, nunca abandonan la esfera de la producción. Por eso, parte del capital adelantado está “fijada” ahí: en cada elemento de este capital “fijo”, su valor va disminuyendo a medida que transcurre su vida útil y va transfiriendo valor al producto en cuya producción participa. El capital que no está fijo de esta manera, sino que es “fluido”, es el capital “circulante”, y su valor entra íntegramente, de golpe, en el producto (por ejemplo, la materia prima), incluso en los casos en que su valor de uso no entra “materialmente” en el producto mismo (por ejemplo, alguna “materia auxiliar”, energética, que sirve para hacer funcionar un medio de trabajo). La diferencia “fijo/circulante” no debe confundirse con la distinción “constante/variable” del libro I: la primera sólo tiene que ver con “el modo peculiar en que circula el valor” de los diferentes medios de producción, modo que depende de la índole particular de su “función”. Sólo los medios de trabajo (puros, o asimilados: por ejemplo, las “condiciones generales de trabajo”, como los locales en que se lleva a cabo la producción) son capital fijo; y los demás (los “objetos de trabajo”: materia prima, materia auxiliar, productos semielaborados...) son capital circulante. Es la función, no su movilidad o inmovilidad físicas, lo que les da ese carácter; por ejemplo, el ganado para engorde es materia prima, y el ganado de labor es medio de trabajo.
La parte del valor del capital productivo –ya que sólo éste puede dividirse en fijo y circulante– que se desembolsa en fuerza de trabajo (no esta ni sus medios de subsistencia) es también capital circulante. Por otra parte, como la máquina y demás medios de trabajo se desgastan poco a poco a lo largo de años, se precisa acumular dinero en un “fondo de reserva” para cuando llegue el momento de reponerla en especie (in natura). Este desgaste no sólo se produce por su uso –o su no uso, en ciertos casos–, sino también por el desgaste “moral” debido a la competencia (en particular, las crisis obligan a su renovación prematura). El fondo dinerario de reserva sirve tanto para “ampliar el negocio” como para introducir una “máquina perfeccionada”; es decir, para una reproducción ampliada tanto de tipo “extensivo” (se amplía el “campo de producción”) como “intensivo” (se aumenta la eficacia del medio de producción). El mantenimiento de estos equipos, su limpieza, las reparaciones o arreglos de desperfectos, y otros gastos varios generales de este tipo, calculados sobre una base media o promedial en el espacio y en el tiempo, también deben computarse entre los costes del producto, aunque no sean parte estricta del “fondo de amortización” que requiere el desgaste antes citado.
IX. La rotación global del capital adelantado. Ciclos de rotación. Esta rotación global es la rotación media de sus diversas partes constitutivas (los elementos del capital fijo y circulante, con su velocidad específica de rotación cada uno). Para reducirlas todas a una forma “homogénea”, hay que usar el ciclo I (D...D’), y no el II (P...P). El capital que rota en un año –o capital “rotado”– puede no coincidir –y en general no lo hará– con el capital “adelantado”. Por tanto, la rotación “del valor” se separa de la reproducción “real”, o tiempo real de rotación de sus elementos constitutivos, aunque sigue habiendo un fundamento “material” de la primera, como demuestran las crisis industriales decenales, ligadas a la reposición física concentrada en el tiempo de muchos equipos de larga duración. Por último, la ganancia debe calcularse en relación con el periodo medio de rotación de todo el capital.
X y XI. Teorías sobre el capital fijo y el circulante. Los fisiócratas y Adam Smith (X). Ricardo (XI). Estos dos capítulos, juntos, forman un interludio de 50 páginas dedicado al repaso de las doctrinas económicas sobre esta cuestión. Sin embargo, a diferencia de las Teorías de la plusvalía, aquí domina el análisis sistemático, no el histórico, por lo que las referencias a estos autores sirven para reforzar y completar ideas desarrolladas en capítulos precedentes, y adelantar otras de los siguientes.
Marx considera que, en este terreno, Smith dio un paso atrás respecto a los fisiócratas (en particular, Quesnay), quienes hablaron, más que de “capital” (salvo Turgot), de los “adelantos” (o “avances”) que hace el arrendatario capitalista, distinguiendo entre adelantos “originarios” (en capital fijo) y “anuales” (en capital circulante). Smith generalizó a la “industria” (o sea, al capital productivo en general) las categorías que ellos usaron sólo para la agricultura, pero su exposición es “muy inferior”. El principal problema es que Smith confunde el capital circulante con el “capital de circulación” (suma del capital mercantil y el dinerario), y Marx dedica muchas páginas a mostrar los sinsentidos y limitaciones de esta confusión (y de paso ilustrar otros deSmith). El origen de la confusión estriba en creer que la diferencia fijo/circulante depende de la “figura” del elemento del capital “en cuanto cosa”, y no de su “función”. Esto lleva a Smith a no incluir la compra de fuerza de trabajo dentro del capital circulante o a olvidar que sólo el capital productivo puede ser fijo o circulante, y de ahí la larga tradición que sustituye la “determinación esencial” (constante/variable) por la “secundaria” (fijo/circulante), ligando esta concepción con la doctrina errónea del fondo de trabajo como “magnitud dada”.
A Ricardo le agradece Marx, implícitamente, que sólo se ocupe del problema en relación con aspectos del valor que en El capital se relegan al libro III, pero mientras que Ricardo identifica correctamente capital fijo con medios de trabajo, iguala erróneamente (y también Stuart Mill) capital circulante y “capital desembolsado en trabajo”. Esto lo lleva a dejar fuera el capital constante circulante (que no aparece en ninguno de los polos) y a confundir la determinación principal con la secundaria (como Barton o Ramsay), sin entender que la creación de valor no es más que la “fuerza de trabajo en actividad”, o “trabajo que se está objetivando”.
XII a XIV. Periodo de trabajo, tiempo de producción, tiempo de circulación. La distinción fijo/circulante no tiene nada que ver con la “duración” mayor o menor de los procesos de producción, o con que el producto tenga naturaleza “discreta” (por ejemplo, el hilado, cuyo proceso comienza diariamente) o “continua” (una locomotora que insume tres meses). Esto sólo significa diferencias en el tiempo (y velocidad) de rotación, o de reflujo, condicionadas por la duración del “periodo de trabajo”, que es el número de “jornadas laborales conexas” que se requiere para terminar una unidad de mercancía. En todos los casos, el valor se va depositando en el producto “por capas”, pero este sólo es “producto sin terminar”, no mercancía, hasta que está terminado. Conforme se desarrolla la producción social, la tendencia histórica parece ser el aumento del periodo de trabajo medio, pues aunque el aumento de productividad tienda a acortarlo por una parte, exige, por otra, desembolsos crecientes de capital fijo.
Ya vimos que la naturaleza del producto puede exigir interrumpir o “suspender” la duración del periodo laboral en muchos casos, debido a procesos o modificaciones “físicas, químicas, fisiológicas”. (Precisamente, la divergencia entre tiempo de trabajo y tiempo de producción fue la base material para unificar las actividades industriales rurales y agrícolas.) El mosto necesita reposar; los productos de alfarería o las hormas de madera para calzado necesitan secarse; las pieles, curtirse...; y nada cambia porque en parte estos procesos “se entrecrucen o imbriquen”. En el valor hay que sumar todo gasto de trabajo por pequeño que sea, tanto vivo como objetivado, que ocasione ese exceso del tiempo de producción sobre el laboral (por tanto, ya se use “productiva” o “improductivamente” para estos fines).
En el tiempo de circulación cuenta mucho el “tiempo de venta”, que en parte se determina a su vez por la “distancia” –o “periodo migratorio”– que hay desde el lugar de producción al de mercado. El desarrollo de los medios de comunicación y transporte (y su peso creciente en la producción global) tiene mucho que decir sobre el recorte de ese tiempo, pero la “mundialización” de los mercados opera en sentido contrario. En cuanto al “tiempo de compra”, hará falta para afrontar los gastos de ese periodo un capital que funcione permanentemente (aunque su magnitud fluctúe) como dinerario.
XV. Efecto del tiempo de rotación sobre la magnitud del adelanto de capital. En este capítulo y el siguiente, que suman unas 80 páginas, se analiza la influencia del tiempo de rotación sobre la valorización del capital, valiéndose de un ejemplo numérico en el que el tiempo de producción y trabajo son 9 semanas; el de circulación, 3 semanas (12 semanas, por tanto, el tiempo de rotación); y el desembolso semanal asciende a 100 libras (900 en total). Puesto que la producción “se paraliza” durante 3 semanas, sólo se puede asegurar su continuidad de dos maneras: o bien reduciendo su escala, de forma que las 900 libras basten para cubrir producción y circulación, o bien “mediante un capital circulante suplementario” que permita la continuidad de la producción a partir de la décima semana. Tras comparar este ejemplo con otros en que el tiempo de producción coincide o es inferior al de circulación, Marx concluye que lo normal es que los movimientos del capital originario y del suplementario “se entrecrucen” ya desde el segundo periodo de rotación, haciendo posible la “sucesión ininterrumpida de los periodos de trabajo” y el funcionamiento constante, como productivo, de una parte igual del capital anticipado. Se crea así la apariencia de que el tiempo de circulación se ha “esfumado”, pero en rigor sólo parte del capital puede funcionar en el proceso de producción (como capital productivo), mientras otra fracción debe encontrarse “siempre en el periodo de circulación” (como capital dinerario o mercantil).
A continuación se analizan los tres casos posibles, sus resultados y el efecto que sobre el conjunto tienen los cambios de precio. 1) Si ambos periodos (producción y circulación) son iguales, los capitales originario (I) y adicional (II) –que pueden analizarse como si fueran autónomos e independientes– se alternan, sin superponerse. Si se suponen 51 semanas en el año, el I rotará 5.͡6 veces (es decir, 5 rotaciones de 9 días + sólo 6 días de la 6ª rotación), y el II, que sólo empieza a rotar a partir de la cuarta semana y media, 5.1͡6 veces: esto da una media de 5.41͡6 x 900 = 4.875 libras, una vez promediado el total a un “año de rotación unitario”. 2) Si el periodo de trabajo es mayor que el de circulación (por ejemplo, 6 y 3 semanas, respectivamente), los capitales se entrecruzan y al mismo tiempo se produce una “liberación” de capital (al final de cada periodo de trabajo, e igual al capital II): aquí el capital I rota 5.͡6 veces, y el II, que es sólo de la mitad de tamaño que I, rota 5 veces, con una media ponderada de 5.͡4 x 900 = 4.900 libras. 3) Si el periodo de trabajo es menor que el de circulación (por ejemplo, 3 y 6 semanas, respectivamente), se requerirán tres capitales de 300, que rotarán, respectivamente, 5.͡6, 5.͡3 y 5 veces, lo que da un total de 5.͡3 x 900 = 4.800 libras. Aquí también se da la liberación de capital si el periodo de circulación no es un múltiplo del laboral.
Al resumir los resultados, Marx resalta que “la liberación de capital constituye necesariamente la regla”, y la mera alternancia, la excepción. Por tanto, una parte “considerable” del capital liberado –como mínimo igual al capital variable, y como máximo su totalidad– estará siempre “bajo la forma de capital en disponibilidad”, una forma del capital dinerario, y será tan importante como el que libera “el reflujo paulatino del capital fijo”. Ambos serán un fundamento del sistema crediticio.
Por último, en el epígrafe dedicado a los efectos de un cambio de precio, Marx distingue entre un cambio de precio de los materiales (por ejemplo, una baja vuelve “superflua” una fracción del capital anterior, que quedaría, como cuando se acorta el periodo de circulación, “a la búsqueda de inversión”, es decir, como “un nuevo componente del mercado dinerario”) y un cambio en el precio del propio producto, que tendría un “efecto retroactivo”, como elemento de producción, en otros procesos de producción.
XVI. La rotación del capital variable. Antes de analizar eso, desde el punto de vista del capital individual y el social, se dedica un epígrafe a la “tasa anual del plusvalor”, para mostrar lo siguiente. Si un capital circulante, A, de 500 libras, rota en 5 semanas, en un año (de 50 semanas, suponemos) rotará 10 veces. Supongamos que todo el circulante es capital variable, y que el plusvalor es el 100% de éste. Entonces, A crea un plusvalor de 5.000, mientras que otro capital variable (B), de 5.000 libras, que sólo rotara una vez al año, creará el mismo plusvalor. La tasa anual de plusvalor será de 1.000% en el primer caso, y de 100% en el segundo, y sin embargo el capital variable semanal es de 100 libras en ambos casos (se explota la misma cantidad de fuerza de trabajo): ¿cómo es posible esto? Se crea la apariencia de que la circulación también afecta a la explotación. Pero la solución real es sencilla: los capitales variables “utilizados” –y “efectivamente actuantes”– en el proceso de trabajo son los mismos en A y en B, pero los capitales variables “adelantados” son absolutamente desiguales. La “ley de la producción de plusvalor” consiste en que, a igual tasa del plusvalor, “masas iguales de capital variable actuante generan masas iguales de plusvalor”. Lo que ocurre es que el capital adelantado por A es sólo 5 veces mayor que el que se emplea “de manera continua”, mientras que el de B es 50 veces mayor. Por tanto, si PV’ es la tasa anual de plusvalor, y pv’ la tasa efectiva, tenemos PV’ = pv’·n, donde n es el número de rotaciones .
Lo anterior puede verse también atendiendo a la rotación del capital variable individual. En A, lo que se gasta en salarios son 5.000 libras, aunque se haga “paulatinamente”: es decir, cuando se consume, o gasta, el primer capital de 500 (a las 5 semanas), hay que “reponerlo” con otro “recién producido”. En cambio, en B, el “producto de valor” que repone el capital variable adelantado y agrega plusvalor “no reviste la forma” bajo la cual que puede circular de nuevo como capital productivo, porque su “forma de valor” (su forma dineraria) no se ha renovado hasta el final del año. Por tanto, la conversión “más temprana o más tardía” en dinero es “indiferente” en sí misma para la producción de plusvalor, pero “modifica la magnitud del capital dinerario” que hay que adelantar, y por esta vía influye en la tasa anual de plusvalor. Por otra parte, desde el punto de vista “social”, tenemos: en A, lo que el obrero retira de la circulación al gastar su salario es a la vez “la forma dineraria del producto de valor” que crea; pero no ocurre lo mismo en B: aquí el obrero entrega dinero al vendedor de sus bienes de consumo, pero “no una mercancía” que pueda comprar dicho vendedor.
Por último, dos comentarios adicionales. Por una parte, es una “contradicción” capitalista que los obreros “como compradores de mercancías” sean “importantes para el mercado”, mientras que, como vendedores, la sociedad capitalista tienda a “reducirlos al mínimo de precio”. En segundo lugar, la duración del periodo de rotación global depende sobre todo del periodo laboral, que a su vez depende de las condiciones “materiales” de producción en las que se incorporan “las diversas inversiones de capital”.
XVII. La circulación del plusvalor. Por tanto, en A y en B se produce el mismo plusvalor en los mismos lapsos, pero no se realiza el mismo plusvalor: veamos la “frecuencia” de esta realización. A muestra cómo una parte del capital adelantado originariamente puede ser también puro plusvalor capitalizado, y no sólo el capital acumulado. Ya en el capítulo XV emparejó Marx esta cuestión con la del capital fijo: en ambos casos, antes de la acumulación “efectiva” se hace preciso acumular dinero como capital dinerario “latente” o capital “en ciernes” (in spe), cuya forma más simple es el “tesoro” (oro, signos de valor, títulos). También en la reproducción simple será preciso que una parte del plusvalor esté constantemente en dinero, y Marx se pregunta de nuevo por el origen del dinero que permite reconvertir el plusvalor en capital (cuestión diferente de la del origen del plusvalor), ya que los capitalistas como conjunto “vuelcan en la circulación” más capital mercantil del que retiran como capital productivo (o sea, más oferta que demanda). Según Marx, ni siquiera Tooke supo resolver este problema.
Para empezar, el problema coincide con otro más “general”: de dónde procede el dinero requerido para “hacer circular la masa mercantil” de un país (cuestión independiente de que dicha masa contenga o no plusvalor, o contenga más o menos, pues la variación de la tasa de plusvalor no afecta a la “masa de dinero en circulación”). Si esta desciende, aumentará la demanda de productos “necesarios” y disminuirá la de “suntuarios”, de forma que el capital social se redistribuirá o reequilibrará entre los sectores (aumentará también el precio de los productos donde “predomina el capital variable”, y bajará en los demás). Es falso que un aumento salarial vaya necesariamente seguido por una elevación de los precios: si esto estuviera al alcance del capitalista, lo estaría siempre. Esta apariencia se debe a que, al analizar las relaciones entre cantidad de dinero y nivel de precios, se confunde el efecto con la causa. Como ya escribiera Marx en el capítulo II, es la propia clase capitalista la que lanza el dinero necesario para realizar el exceso de oferta, pero no como capital sino como rédito (como “medio de compra para su consumo individual”). Entran aquí en juego los capitalistas que producen oro, ya que si los demás “succionan” de la circulación más dinero del que arrojan a ella, con este sector de la “producción áurea” ocurre lo contrario (tanto si es nacional como extranjero).
Tampoco la reproducción ampliada altera esto, aunque el dinero adicional que se requiere para la acumulación lo vuelcan ahora los capitalistas como capital dinerario, no como rédito. El dinero suplementario se obtiene como siempre: “economizando en más alto grado la masa dineraria circulante” o bien “haciendo pasar dinero de la forma tesáurica a la forma circulante”. En ambos casos, se reduciría la “gravosa partida” –la “quita”– que supone el dinero para la producción social (que deja, por su causa, de producir una parte de sus medios de producción y consumo potenciales); por eso, el sistema crediticio, al hacer esto posible, contribuye a aumentar directamente la “riqueza capitalista”.
Sección Tercera: La reproducción y circulación del capital social global
XVIII. Introducción. Esta última sección del libro II se abre recordando que el proceso de reproducción del capital, o ciclo global de su rotación abarca tanto el “proceso directo de producción” (a la vez proceso de trabajo y de valorización) como las dos fases de la circulación. Se enfatiza que cada capital “singular” o individual –únicos analizados en las secciones I y II– debe entenderse sólo como una “fracción autonomizada” del capital social global, por lo que en la sección III se analiza su circulación en cuanto “partes” de este último.
Hay luego nuevos recordatorios del papel del capital dinerario, a pesar de que su lugar es el “final de esta sección”. Por ejemplo: la escala de la producción no depende sólo del volumen del capital dinerario en funciones, ya que ciertos factores naturales, la velocidad de circulación o los adelantos científicos, también condicionan dicha escala. El aumento de la productividad, al aumentar la “masa” de productos en que se materializa una determinada cantidad de valor nuevo, es muy importante también, ya que aumenta la masa de medios de producción que sirven a la reproducción ampliada. Asimismo, la duración del periodo de producción –y su tendencia a largo plazo– es esencial, yendo su influencia más allá incluso del modo de producción capitalista.
XIX. Exposiciones anteriores acerca del mismo objeto. Nuevamente los fisiócratas y Smith ocupan lo esencial de esta exposición “comparada”, con una breve referencia a sus “continuadores”. Y nuevamente elogia Marx a Quesnay por hacer la “primera exposición sistemática” de la producción “capitalista”, cuyo carácter demuestran sus críticos no capitalistas (el reaccionario Linguet, el socialista Mably y los “defensores de la pequeña propiedad libre de la tierra”). Y critica el “paso atrás” que supone el “dogma” de Smith, según el cual cada mercancía y el “producto anual total” se descompone sólo en rentas (v+pv), de forma que c sólo aparece mediante un rodeo, como diferencia entre el ingreso “bruto” y el “neto”.
Lo esencial ya estaba en la sección anterior, pero Marx insiste en: las limitaciones de Smith. Por ejemplo: 1) sus “demostraciones” consisten sólo en “repetir la misma afirmación”; 2) su error es equiparar, por su desconocimiento del carácter “dual” del trabajo, “el valor del producto del año” con el “producto del valor anual”, pues si el segundo resulta del trabajo “útil” gastado en el año, el primero representa todo el trabajo humano (directo o indirecto) en forma de “fuerza de trabajo gastada”, es decir, “trabajo, prescindiendo aquí del carácter útil particular de este trabajo”; 3) no distingue Smith entre capital y rédito: la fuerza de trabajo es “mercancía” en manos del obrero, no capital, pero en realidad “funciona dos veces”, primero como mercancía, en la venta del obrero al capitalista, y segundo como “capital”, en cuanto funciona, en poder del capitalista, para la producción; 4) por último, no hay tres “partes constitutivas” del valor mercantil, sino que este “se resuelve” en tres partes.
En cuanto a los continuadores, Ricardo “reproduce casi literalmente” la teoría de Smith, con la diferencia de que elimina la renta de la tierra como parte constitutiva del valor, y toma éste como el prius, o sea, la suma de valor como punto de partida de sus partes. Por otra parte, ni Sismondi ni Mill aportan nada aquí; y en cuanto a Barton, Ramsay y Cherbuliez, “fracasan” en su intento de ir más allá de Smith, al no ver las diferencias entre la contraposición circulante/fijo y la de constante/variable.
XX. Reproducción simple. Este capítulo, el más largo de toda la sección y del libro II (unas 120 páginas), se compone de 13 epígrafes diferentes que comienzan por el “planteamiento del problema”: desde el punto de vista social, el producto anual incluye dos partes: la que repone capital y la que corresponde al “fondo de consumo”; dicho de otra manera, lo que se produce para consumo “productivo” e “improductivo” (“individual”). El producto social debe reproducir las clases obrera y capitalista, así como el carácter capitalista del proceso. Y esto exige analizar la figura III (M’...M’) en sus partes; o bien “el proceso de consumo mediado por la circulación” doblemente: como “valor” y como “materia” (en las secciones I y II esto era indiferente, al tratarse sólo de capitales individuales). Aunque, dentro del capitalismo, la reproducción simple es una abstracción o suposición “peregrina”, es con todo un elemento integrante o “factor real” de todo proceso de acumulación de capital.
En la producción social hay dos “sectores”: el que produce “medios de producción” (I: destinados al consumo productivo) y el que produce “medios de consumo” (II: destinados al consumo individual). En ambos, el capital es c+v, y el valor del producto c+v+pv (se supone provisionalmente que no existe la parte de desgaste de capital fijo en cuanto éste no se repone en el año) y se expone el siguiente ejemplo numérico (para un valor global de 9.000):
I) 4.000c + 1.000v + 1.000pv = 6.000 en medios de producción
II) 2.000c + 500v + 500pv = 3.000 en medios de consumo
Se analiza en tres epígrafes (3, 4, 6) el intercambio: 1) entre los dos sectores (o sea, I(v+pv) por IIc); 2) dentro del sector II; y 3) dentro de I (y en medio se incluye el epígrafe 5 sobre la mediación de la circulación dineraria en todo esto). El primero, el “gran intercambio”, no es un intercambio en especie entre los dos sectores, sino una conversión recíproca “mediante una circulación dineraria” (en el ejemplo, una circulación de mercancías de 4.000 libras, con una circulación de dinero de 2.000), donde suponemos “ciertas reservas de dinero” para gastos de capital y de rédito. En particular, los 1.000v que los capitalistas de I pagan a sus obreros, los convierten estos en medios de consumo de II por valor de 1.000, y con ese dinero los capitalistas de II pueden comprar a I 1.000 en medios de producción. Si suponemos que los capitalistas de ambas sectores adelantan la mitad del resto que hace falta para completar el intercambio –el porcentaje es lo de menos–, el resultado es que los capitalistas se compran finalmente entre sí otras 1.000 libras de los productos del otro sector. Resultado global: I(v+pv) ha de ser igual a IIc.
Seguidamente, se analiza el intercambio dentro de II, y en particular entre los medios de subsistencia (consumo) necesarios y suntuarios, es decir, entre los dos “subsectores” (a y b) de II; en los dos, los capitalistas compran bienes de consumo de ambos tipos en la misma proporción (por ejemplo, 3/5 de tipo a, y 2/5 de tipo b). Si los 500v + 500pv del sector II los dividimos en “a) 400v + 400pv” y “b) 100v + 100pv”, eso significa que los capitalistas de a tendrán que gastar el 40% de 400 (es decir, 160) en bienes de tipo b; y los de b, el 60% de 100 (es decir, 60) en bienes de tipo a. Por su parte, los obreros de a gastan el salario que reciben (400) en su propio subsector, y los de b lo gastan (100) en a. Se debe intercambiar, entre los dos subsectores, un total de 160 de cada uno (160 que compran los capitalistas de a por 100+60 que compran los trabajadores y capitalistas de b).
Se trata de algo “análogo” al “gran intercambio”, y esto implica dos cosas. Primero, la existencia y reproducción de la parte de la clase obrera ocupada en IIb está “condicionada por el derroche de la clase capitalista”, lo que nos recuerda que, en la medida en que la reproducción simple forma parte real de la ampliada, también el motivo de ésta, la producción por la producción misma, “va acompañado del móvil del enriquecimiento”, típico de la primera, que al mismo tiempo “se le contrapone”. Segundo: decir que las crisis provienen de “la carencia de consumidores solventes” es una “tautología cabal”, aunque parezca profundo afirmar que la clase obrera recibe una parte “demasiado exigua” del producto total, o argumentar que la crisis se remediaría “no bien recibiera aquélla una fracción mayor”. Marx critica ambas afirmaciones –típicas por cierto del moderno pensamiento de Keynes y los keynesianos de izquierda y kaleckianos– pues “bastará con observar” la experiencia histórica de que las crisis vienen preparadas por un periodo en que los salarios suben absoluta y relativamente, siendo “esta prosperidad relativa” de la clase obrera necesariamente “momentánea” y “anuncio” de la crisis.
Tras repasar la “mediación de los intercambios por la circulación dineraria”, se llega a la cuestión del “capital constante del sector I”, que es “todo sencillez” pues, como todo el producto mercantil de I “se compone de medios de producción”, sólo tenemos el consumo de una parte del producto in natura, que “reingresa directamente” en su propia esfera o “cambia de ubicación”, mediante “intercambios recíprocos”, hacia otras esferas del mismo sector de medios de producción. En cuanto al “capital variable y plusvalor” y “el capital constante” de los dos sectores, lo más importante es que, en la reproducción simple, “el valor global de los medios de consumo producidos anualmente es igual al producto anual de valor”. El “enigma” de por qué el producto de valor de toda la jornada laboral puede resolverse en v+pv si, por ejemplo, 2/3 de esa jornada se gasta en medios de producción, se explica sencillamente así: 2/3 del valor del producto II son, en cuanto valor, “el producto de 2/3 de una jornada laboral social transcurrida con anterioridad a este año”. Sólo en cuanto valor de uso, es la suma del producto I y II producto del trabajo concreto de este año. Pero en cuanto valor, el producto global contiene “tres jornadas laborales sociales de un año”, cada una de las cuales se expresa en 3.000; en I, 4/3; y en II, 2/3, de jornadas laborales transcurrieron “antes” del proceso de producción cuyo producto analizamos. Toda la dificultad se supera, pues, distinguiendo adecuadamente entre los “componentes de valor” y los “componentes materiales” del producto social.
A continuación, nueva “ojeada retrospectiva a Adam Smith, Storch y Ramsay” para recordar otra vez “el daño infligido” por Smith al “soterrar la diferencia” entre el par capital fijo/circulante, por una parte, y capital constante/variable, por otra. Luego, un largo epígrafe sobre las diferencias entre “capital y rédito: capital variable y salario”, es decir: el capital variable funciona como capital en manos del capitalista, y como rédito en manos del asalariado, del mismo modo que, para este, su fuerza de trabajo no es su “capital” sino simplemente su “patrimonio”. O más exactamente: no es que el capital variable se convierta luego en rédito para alguien (el obrero), sino que el capitalista el que “retiene en sus manos” el capital variable todo el tiempo: primero, como “capital dinerario”, luego como “elemento de su capital productivo” (en el proceso de trabajo), después como “parte del valor de su capital mercantil”, y finalmente de nuevo como dinero. Lo que se convierte en rédito del obrero es sólo el “valor, transformado en dinero” de su fuerza de trabajo.
Y nuevamente reaparece la “reposición del capital fijo”, que no es “mero intercambio recíproco, no mediado”, sino un fenómeno en el que “el dinero desempeña aquí un papel específico”. Por eso, se vuelve a distinguir la reposición “en forma dineraria” de la parte correspondiente al desgaste anual, de la reposición del “capital fijo in natura”. En la primera, surge la “dificultad” de que, en el intercambio de I(v+pv) por IIc, el valor de I(v+pv) no puede intercambiarse íntegramente ya que una parte “debe precipitarse siempre en dinero” para hacer frente al desgaste citado. Por tanto, con el resto, digamos 1.800 de las 2.000, sólo se puede comprar 1.800 en medios de consumo. ¿De dónde sale entonces el dinero que hace falta para comprar las 200 restantes de II? Se trata de un problema que “hasta ahora los economistas no han examinado en absoluto”, por lo que hay que analizar diversas “soluciones posibles” en un proceso nada sencillo. En primer lugar se descarta que este dinero sea “adelantado por I”, pues lo excluye la “ley” de que todo dinero adelantado en la circulación debe retornar a su punto de partida. Con lo cual queda sólo la hipótesis, “en apariencia aun más absurda, de que sea el propio II” quien lo adelante. Pero este absurdo es sólo “aparente”.
Hace falta dividir el sector II en dos subsectores pues, como se verá al final, lo que ocurre es que el dinero refluye también a II, “pero no a las mismas manos”, sino redistribuyéndose desde “una parte de la misma a otra”: 1) el primer subsector es el de los capitalistas que deben reponer este año capital fijo in natura y necesitan dinero para poder comprar; 2) el segundo, los capitalistas que atesoran dinero para el desgaste. El primer subsector compra los nuevos elementos del capital fijo, y con ese dinero el sector I compra, a su vez, medios de consumo al segundo subsector de II. Esto exige, como condición previa, “que este componente fijo del capital constante II” (o sea el renovado en el subsector I) sea “igual al desgaste anual del otro componente fijo del capital constante II” (subsector II). ¿Qué ocurre si no son iguales? Si el primer componente es mayor, habrá un excedente de dinero y al final será necesario importar; si es menor, habrá un déficit de dinero que se cubrirá con exportaciones.
Surge de aquí la posibilidad de una “crisis”, una crisis “de producción”, pese a tratarse de la reproducción simple (escala invariada). Si aumenta (respecto al año anterior) la fracción del capital fijo que hay que reponer en especie, disminuye consecuentemente la fracción que se desgasta. Esto tiene dos consecuencias: 1) en el sector I, si una parte de su producto anual, la que forman los elementos del capital fijo, tiene que aumentar para atender esa mayor demanda, la parte del capital circulante debe ser menor; y no se entiende bien cómo puede serlo si la producción de II es la misma y necesita los mismos insumos de materias primas, etc. 2) Si con la demanda de nuevos equipos fijos llega más dinero a I, la “masa mercantil de IIc, portadora de la reposición del valor correspondiente al desgaste” tendrá que disminuir en proporción, y con ella el dinero con el que podría contar I para reponer una parte de Ipv. Por consiguiente, habrá crisis si no hay “una proporción constante entre el capital fijo que se extingue” y el que “sigue operando en su forma natural”, desproporción que, para los economistas, es un “desequilibrio en la producción de capital fijo y capital circulante”.
El penúltimo epígrafe de este larguísimo capítulo vuelve a la “reproducción del material dinerario” (el oro, que es, como los metales en general, parte de I), y la dificultad, que ni siquiera Tooke resolvió, de que en la circulación nunca “vemos” al capitalista “cuando vuelca dinero” para consumir el plusvalor (su rédito), pareciendo que “paga” con ese dinero un plusproducto que en realidad “nada le cuesta”. La solución del problema es que mientras los demás capitalistas “retiran de la circulación más dinero” del que arrojan a ella, los capitalistas del sector que produce oro “no hacen más que volcar dinero” nuevo en la circulación. Finalmente, en el epígrafe sobre “la teoría de la reproducción, según Destutt de Tracy”, critica su “ofuscación lógica” por ver en la circulación el origen de las “ganancias”.
XXI. Acumulación y reproducción ampliada. El análisis de la acumulación en el sector I (donde se analiza el atesoramiento y luego el capital constante y el variable “adicionales”), en el II y, sobre todo, la “presentación esquemática de la acumulación” reposa sobre dos supuestos iniciales. Primero, que todo el plusvalor se acumula, siendo esa suma suficiente para la expansión del capital en funciones o para instalar una nueva empresa industrial (cosa que no siempre es cierta, porque se requiere más tiempo). Segundo, que ya antes de la acumulación “se ha verificado una producción en escala ampliada”, que “potencialmente” existe “en sus elementos” materiales antes de hacerse efectiva (y esta posibilidad misma “existe sin necesidad de dinero”, que no es, en sí mismo, un elemento de la reproducción real).
Tras recordar que el atesoramiento no es producción, y que la cantidad de dinero en una sociedad es mayor que la “inmersa en la circulación activa” –una fracción variable según las circunstancias–, analiza primero el capital constante. No se puede pasar de la reproducción simple a la ampliada si en la producción de I no aumenta la proporción de elementos destinados a I (y disminuye, por tanto, los que van a parar a II). Esto significa que “dentro de la reproducción simple se produce el sustrato material de la reproducción ampliada”. Pero no basta con que los capitalistas A, A’, A’’, etc., del sector I aumenten la producción; hace falta que otros capitalistas –B, B’, B’’...– hagan funcionar el plusproducto de los primeros “efectivamente como capital constante adicional”. Respecto al capital variable, se supone que “la parte del capital dinerario recién formado a la que es posible transformar en capital variable siempre encuentra, preexistiéndola, la fuerza de trabajo”. Pero la acumulación en el sector II exige que los B, B’, B’’, etc., pertenezcan a II, y también que una parte de las ventas de I a II sean “unilaterales”, es decir, que se vuelva “invendible” una parte “de las mercancías de B (II)”, lo cual entorpece la reproducción. Por tanto, tenemos: “subconsumo” en I, desde el punto de vista de II, y “sobreproducción relativa” en II; y al mismo tiempo “capital dinerario excedentario en I y déficit en la reproducción de II”.
Los esquemas de la reproducción ampliada se presentan por partes. En primer lugar, un par de ejemplos preliminares para evidenciar que la escala ampliada “no tiene nada que ver” con la magnitud absoluta del producto, sino con un “ordenamiento diferente” del mismo, una “determinación funcional distinta” de sus elementos, lo cual equivale a una producción “practicada con mayor inversión”. Por tanto, no es la cantidad lo que importa, sino la determinación cualitativa de esos elementos. A continuación, hay un epígrafe, titulado “primer ejemplo”, en el que se compara el esquema de la reproducción simple:
I. 4.000c + 1.000v + 1.000pv = 6.000
II. 2.000c + 500v + 500pv = 3.000,
que suma 9.000, con el correspondiente a la reproducción ampliada en su estado inicial (que también suma 9.000), que llamaremos (1a):
(1a)
I. 4.000c + 1.000v + 1.000pv = 6.000
II. 1.500c + 750v + 750pv = 3.000.
En primer lugar, aquí tenemos 1.500 IIc < 2.000 I(v+pv), y no 2.000 IIc = 2.000 I(v+pv), donde lo que importa es el distinto signo. Si reordenamos el último esquema, a efectos de la acumulación, suponiendo que se acumula la mitad del plusvalor y que el capital nuevo tiene la misma composición que el originario, tendremos:
(1b)
I. 4.400c + 1.100v + 500pv (FC) = 6.000
II. 1.600c + 800v + 600pv (FC) = 3.000.
(donde FC significa “fondo de consumo”). Esto deriva: 1) de que la mitad de 1.000pv se acumula, y lo hace en la proporción 4:1 en nuevo c y nuevo v; 2) lo anterior significa que la parte del producto I que se convierte en réditos que habrán de cambiarse por II ha subido a 1.600(v+pv), y por tanto se requieren 1.600 en IIc, o sea, un incremento de 100; y, para respetar la proporción entre c:v, se requieren ahora 50 más de v, con lo que el incremento total de capital en II (150) tendrá que salir de una disminución de 150 en pv. A continuación, si se opera la acumulación “real” tendremos:
(2a)
I. 4.400c + 1.100v + 1.100pv = 6.600
II. 1.600c + 800v + 800pv = 3.200 (Total, 9.800).
En una segunda tanda, tendríamos:
(2b)
I. 4.840c + 1.210v + 550pv (FC) = 7.260
II. 1.760c + 880v + 560pv (FC) = 3.520 (Total, 10.780);
(3a)
III. 4.840c + 1.210v + 1.210pv = 7.260
IV. 1.760c + 880v + 880pv = 3.520 (Total, 10.780).
Y así sucesivamente. En un “segundo ejemplo”, se supone una nueva composición o relación c:v igual a 5 (en vez de 4), y esto obliga a modificar todas las cifras. Por último, como conclusión general para la acumulación, resulta que hay que tener en cuenta, ante todo, su “tasa”. De modo que I(v+pv) puede ahora no ser igual a IIc; pero tendremos siempre, llamando 1/x a la fracción de plusvalor que se acumula, que Iv+(pv/x) “será siempre menor que II(c+pv)”, y además “precisamente menor en la parte de IIpv que la propia clase de los capitalistas II tiene que consumir sea como fuere”, lo que quiere decir que Iv+(pv/x) = IIc+(pv/x).
Libro III: EL PROCESO GLOBAL DE LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA
El libro Tercero se compone de 7 secciones agrupables en tres subconjuntos diferentes. Las dos primeras tratan, respectivamente, de la transformación del plusvalor en ganancia y la transformación de la ganancia en ganancia media. La sección III analiza los distintos aspectos de la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia. Por último, las secciones IV a VII tratan, sucesivamente, del capital comercial, el que “devenga interés”, la renta de la tierra y los réditos.
Sección Primera: La transformación del plusvalor en ganancia y de la tasa de plusvalor en tasa de ganancia
En los libros I y II, que trataban de los procesos de producción y circulación del capital, se hicieron algunas “reflexiones generales” sobre la unidad de ambos en el proceso global de la producción capitalista. En el libro III se trata más bien de las “formas concretas” que surgen de este último en su movimiento “real”. Esto significa pasar del “capital en general” (como relación que lo “enfrenta” polarmente al trabajo asalariado) a “la acción recíproca de los diversos capitales entre sí” (el “capital con el capital”, o “relación consigo mismo”), para aproximarse así a la realidad aparente, en la que aparecen los “múltiples capitales” y su “competencia” mutua, tal como se refleja en la conciencia de los propios “agentes de la producción”.
I. Precio de costo y ganancia. Un primer paso lo constituye el “precio de costo” (pc), que es sólo “lo que le cuesta la mercancía al capitalista” (es decir, pc = c+v, el trabajo pagado) y no lo que “realmente cuesta su producción”, que es su valor o “precio de coste verdadero” (c+v+pv, o pc + pv, es decir, todo el trabajo, sea pagado o no). El primero es el gasto “de capital”, el segundo es el gasto “de trabajo”. Los dos componentes del precio de costo “aparecen” como pago de elementos “materialmente diferentes”; pero la forma precio de costo no revela que son también “funcionalmente diferentes”, ya que uno hace que su valor “retorne”, mientras que el otro “crea” nuevo valor. Por tanto, el plusvalor aparece como un excedente por encima del precio de costo, como (c+v) + pv –tendiendo el capitalista a considerar el precio de costo como el verdadero “valor intrínseco”–, más que como lo que es: c + (v+pv). Por tanto, “parece” provenir por igual de sus diversos elementos de valor, por lo que en realidad se convierte en “ganancia” (g), y el valor en pc + g. Aparece pues la ganancia, que “es lo mismo que el plusvalor”, como forma “mistificada” de este; igual que en el libro I aparecía el salario como forma mistificada del valor de la fuerza de trabajo. El plusvalor parece surgir de la propia venta, y el capitalista cae en la “ilusión” de verlo como “excedente por encima del precio de costo”, como hacen también Torrens o Proudhon.
II. La tasa de ganancia. Puesto que el plusvalor se transforma en ganancia, la tasa de plusvalor (pv/v) se ha de transformar en “tasa de ganancia” (pv/C, con C = c+v), ya que, aunque la ganancia del capitalista proviene de que “tiene para vender algo por lo cual no ha pagado nada”, esto queda “encubierto”, apareciendo como un excedente “por encima del capital global adelantado”, que procede de la circulación. Y esto es tanto más “real” para el capitalista cuanto que es en la competencia en donde se “realiza” su ganancia. Por eso los economistas atribuyen al capital en cuanto “cosa”, y con independencia de su “relación social con el trabajo”, su cualidad de ser fuente “autónoma” del plusvalor. Esto es sólo un paso más en el proceso de “inversión de sujeto y objeto” que ya vimos en la producción (libro I), por el que las fuerzas productivas “subjetivas” del trabajo se presentan y aparecen como “fuerzas productivas del capital”. Pero sin la tasa de plusvalor no se puede entender la tasa de ganancia, porque no existe una “relación interna y necesaria” entre (c+v) y pv, ya que el valor de los medios de producción es “totalmente indiferente” en el proceso de valorización (en este sólo cuenta la “relación técnica” entre los medios de producción, como cantidad física, y la cantidad física de trabajo vivo que pueden absorber). Estos fenómenos de inversión serán más frecuentes a medida que progresemos; y así, en la sección II, la ganancia parecerá incluso cuantitativamente diferente del plusvalor.
III. Relación entre la tasa de ganancia y la tasa de plusvalor. Ahora entramos en un “terreno puramente matemático” y suponemos que el valor del dinero, la rotación y todos los factores que intervienen en la tasa de plusvalor están dados. Puesto que pv’ = pv/v, y g’ = pv/(c+v) = pv/C, la relación entre ambas tasas es igual a la relación entre capital variable y total: g’:pv’ = v:C, de donde se deduce en primer lugar que g’ siempre es menor que pv’. Sin embargo, antes de analizar matemáticamente las diversas posibilidades, se insiste en la “relación orgánica” entre el capital variable y la valorización, según la cual: 1) lo que importa “en primera instancia” no es el valor del capital variable, sino su valor como “índice del trabajo global que pone en movimiento”; 2) a la inversa, en el capital constante sólo cuenta entonces el valor global de sus elementos, y no su precio individual y su cantidad. [Esto aconseja definir la composición del capital en dos pasos: en el primero, tenemos la composición orgánica como el cociente C/(v+pv); en el segundo, la composición en valor como la relación C/v.] Dicho eso, Marx analiza ampliamente las relaciones entre pv’ y g’, primero suponiendo pv’ constante (con varios casos, según se supongan variables v, C o ambas), y luego pv’ variable (con v/C constante o variable); y extrae dos conclusiones principales: 1) una g’ decreciente, creciente o constante, puede corresponder a una pv’ “en ascenso o disminución” o “invariable”; y 2) g’ resulta determinada “por dos factores principales: la tasa de plusvalor y la composición de valor del capital” (dado que g’ = pv/C = pv’/(C/v)).
IV. Influencia de la rotación sobre la tasa de ganancia. Engels recuerda aquí que, debido al tiempo que exige la rotación del capital, no es posible que todo él esté en la producción, sino que una parte ha de estar “en barbecho” (como capital dinerario o mercantil). Por supuesto, si se acorta el tiempo de producción debido al “progreso de la industria” (por inventos y cosas así), o el de circulación –gracias a las “mejores comunicaciones”, donde se ha producido una revolución “sólo comparable” a la revolución industrial “de la segunda mitad del XVIII”–, la tasa de ganancia “deberá aumentar”, ya que entre ella y el tiempo de rotación existe una “relación inversa”. Al mismo tiempo, recordando que la tasa anual de plusvalor es PV’ = pv’·n, se obtiene una tasa anual de ganancia = pv’·n·v / C. Por último, en un ejemplo de cómo se calcula el número de rotaciones del capital circulante (constante y variable), se ve que una pv’ de 154% quivale a una PV’ de 1308%.
V. Economía en el empleo del capital constante. En este capítulo y el siguiente analiza Marx los cambios que afectan a la tasa de ganancia en segunda instancia, partiendo del supuesto –para evitar “complicaciones inútiles”– de que la masa y la tasa de plusvalor están dadas. Puede haber, en primer lugar, “economías en las condiciones de producción”, es decir, en el “empleo del capital constante”, gracias a la producción en gran escala típica capitalista, es decir, a la “concentración de los medios de producción” y a su aplicación masiva; o bien, por la “reconversión de deyecciones y desechos de la producción”, que también es resultado del trabajo social a gran escala. En ambos casos, aumentará la tasa de ganancia. En segundo lugar, puede aumentar la rentabilidad en una rama como consecuencia del desarrollo de la productividad del trabajo “en otras ramas” (en “talleres ajenos”, no en los “propios”): se trata de economías no en el empleo sino en la producción del capital constante, que abaratan sus elementos (en términos absolutos o relativos), y por tanto su “onerosidad” para los capitalistas que los compran. Pero en ninguno de los dos casos se trata de una “relación orgánica”, porque no afecta a la relación del “obrero con el capitalista”; y ello a pesar de que la búsqueda del abaratamiento, que en el capitalismo se convierte en “avidez furiosa” de ganancia, conlleva incluso la “dilapidación de la vida y salud del obrero”, pues la “tacañería” capitalista es enormemente “derrochadora” de “material humano”.
Tras estas “consideraciones generales”, siguen 4 epígrafes específicos. Primero, el “ahorro en las condiciones de trabajo a expensas de los obreros”, donde salta a la vista la “omisión de los desembolsos más necesarios” –con el beneplácito de los jueces de paz, “ellos mismos fabricantes o amigos de éstos”– para evitar accidentes y enfermedades, así como otros exponentes de la falta de “justicia sanitaria” predominante. En segundo lugar, la “economía en la generación y transmisión de fuerza motriz y en materia de construcciones”, así como en la “maquinaria de trabajo”. Tercero, el “aprovechamiento de las deyecciones en la producción” y en el consumo (por ejemplo, en la agricultura), es decir: su reutilización o su reducción mediante máquinas mejores. Por último, “economías mediante inventos”, pues la experiencia del trabajo colectivo permite a los empresarios “posteriores” (aunque los pioneros, en muchos casos, “quiebren”) aprovechar plenamente sus ventajas.
VI y VII. Influencia de los cambios de precios. En el capítulo VI se analiza, en dos apartados, la influencia de esos cambios, primero sobre el capital circulante y luego sobre el fijo, con un tercer apartado como “ilustración general: la crisis algodonera de 1861-65”. Y en el capítulo VII se añaden “consideraciones complementarias”. En el primer caso se trata sobre todo de la materia prima: si su precio baja en d, la tasa de ganancia aumentará porque tendremos ahora pv/(C-d). Esto significa que se afecta más al valor del producto que con el capital fijo; un aumento de su precio puede llegar a “cercenar o inhibir todo el proceso de reproducción”; de ahí, la importancia también para los países industriales de los aranceles a la importación de estas materias. El desarrollo capitalista hace que el valor de la materia prima forme un componente “constantemente en aumento” del valor del producto; y como el descenso de la parte que representa el desgaste de capital fijo será inferior, resultará un aumento de la fracción “c/(c+v+pv)” y un descenso de la fracción complementaria: “(v+pv)/(c+v+pv)”.
En cuanto al capital fijo, su aumento de valor o su desvalorización significan, respectivamente, “vinculación o liberación de capital”. La vinculación consiste en que “determinadas proporciones dadas” de c+v+pv deben reconvertirse en los elementos de c+v si la producción “ha de seguir en su antigua escala”; mientras que la liberación significa que un porcentaje de lo que hasta ahora se tenía que reconvertir en c+v queda “disponible y excedentario” en esas mismas condiciones. Por tanto, la primera significa un aumento, y la segunda una disminución, del cociente (c+v)/(c+v+pv). Una subida (descenso) del precio de la materia prima (por ejemplo, el algodón) se comunica al precio del producto (por ejemplo, el hilo de algodón) debido a que el tiempo de trabajo que hay en éste ahora “se convierte, retroactivamente, en la expresión de más tiempo de trabajo”, y por tanto aumenta C (lo que cuenta es el trabajo “socialmente” necesario, por lo que las condiciones de producción pueden volverse diferentes de las “originarias” debido a estas influencias indirectas).
Ello puede ocurrir de la noche a la mañana, ocasionando “violentas oscilaciones” (subidas seguidas de súbitos colapsos) y “catástrofes” y “convulsiones” en la reproducción (especialmente, en el caso de las materias primas “orgánicas”, como las agrícolas, vegetales y animales, a las que podríamos sumar hoy el petróleo, en cuyo caso también la demanda crece “más rápidamente que su oferta”). Y estas serán tanto más frecuentes cuanto más se consolide la tendencia capitalista a la “sobreproducción relativa de maquinaria” (frente a la “subproducción” relativa de materias primas) y más se dé la “alternancia constantemente repetida entre un encarecimiento relativo y la posterior desvalorización”. El “mayor ejemplo” de esto se ve en la “interrupción del proceso productivo por escasez y encarecimiento de la materia prima” en el caso de la Guerra Civil norteamericana (1861-64) y la llamada cotton famine (escasez de algodón) a que dio lugar.
En cambio, la parte del precio que repone el desgaste del capital fijo sólo entra “idealmente” en el cómputo mientras la maquinaria sigue funcionando. En cualquier caso, tanto para el capital circulante como fijo, lo esencial es distinguir la tendencia “orgánica” –que tiene que ver con la relación técnica entre trabajo vivo y objetivado– de las “oscilaciones” de la tasa de ganancia “independientes” de esos “componentes orgánicos”.
Sección Segunda: La transformación de la ganancia en ganancia media
VIII. Diferente composición de los capitales en diversos ramos de la producción, y consiguiente diferencia entre las tasas de ganancia. Ya demostró Adam Smith que las tasas de plusvalor en las diferentes esferas de producción tienden a “nivelarse” (que no es tanto como igualarse). Aunque los salarios del trabajo simple y del complejo sean diferentes, también lo será el plusvalor que crean, de forma que, con el desarrollo capitalista, dicha nivelación será cada vez mayor. Este análisis deja de lado las diferencias “internacionales”, porque el objetivo es la formación de una tasa de ganancia “nacional” o “general dentro de un país”, y sólo tiene en cuenta la diferente composición “orgánica” (es decir, el factor más importante de la composición en valor) y la diferente rotación de los capitales de las distintas esferas en su valor normal (no fortuito).
La composición “técnica” del capital es el fundamento de la de valor, y es simplemente la relación entre medios de producción y trabajo vivo. Siendo esta relación la misma, la relación en valor puede ser distinta si en una esfera se usa hierro y en otra cobre (como medio de producción). Por tanto, a la composición en valor, “en tanto resulta determinada por su composición técnica y la refleja, la denominamos la composición orgánica del capital”. Es decir, si, en la relación en valor (C/v), se toma v como “mero” índice de “determinada cantidad de fuerza de trabajo” –o “masa de trabajo vivo”, es decir: como índice “no sólo del trabajo contenido en el mismo” sino también del “plustrabajo”–, tenemos la composición orgánica (que por tanto se mide como C/(v+pv)). Lo importante es ver que capitales de igual magnitud generan “ganancias desiguales” debido a su diferente composición, ya que un capital de 100 generará un plusvalor de 90 si es = 10c+90v, y sólo de 10 si = 90c+10v (con pv’ = 100% en ambos casos). Por su parte, las diferencias de rotación y las diferencias entre la composición del capital en términos de capital fijo o circulante no afectan para nada, “en sí y para sí”, a la tasa de ganancia, aunque, históricamente, el desarrollo del capital fijo “expresa” una producción en mayor escala y por tanto un predominio del capital constante.
IX. Formación de una tasa general de ganancia (tasa media de ganancia) y transformación de los valores mercantiles en precios de producción. Como la composición orgánica es una relación de valor, no sólo depende de la relación técnica sino también del precio de los medios de producción. Para simplificar, supongamos primero que todo el capital fijo rota en un año (lo que equivale a suponer que sólo hay capital circulante), y relajemos luego ese supuesto. Si en la tabla siguiente imaginamos que los cinco capitales son “diversas secciones” de un capital “único”, se obtiene sin dificultad la tasa de ganancia media (el 22%) resultante de la tasa de plusvalor común del 100%.
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Capitales c consumido precio plusvalor valor g’ precio de desviación
de costo producción precio-valor¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬
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¬I) 80c + 20v 50 70 20 90 20% 92 + 2
II) 70c + 30v 51 81 30 111 30% 103 - 8
III) 60c + 40v 51 91 40 131 40% 113 - 18
IV) 85c + 15v 40 55 15 70 15% 77 + 7
V) 95c + 5v 10 15 5 20 5% 37 + 17¬¬¬¬¬¬¬¬
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390c+110v – – 110 – – – Total
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78c+ 22v – – 22 – 22% – Promedio
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Los “precios de producción” son simplemente los precios que se originan “extrayendo el promedio de las diversas tasas de ganancia” y agregándolo a los precios de costo. Son por tanto una “forma trasmutada del valor”. Pero esta tasa “media” de ganancia se desarrolla “a partir del valor de la mercancía”, y luego las diferentes tasas sectoriales son “niveladas por la competencia”. Por tanto, cada capital retira el valor del capital que ha consumido, pero no “rescata” el plusvalor o ganancia producido, sino una cantidad pro rata, o proporcional, al capital global invertido, una “parte alícuota” de este, una “enésima ava parte” de ese total, como si fueran “meros accionistas de una sociedad por acciones”. Por tanto, mientras su precio de costo es específico, su ganancia es un simple promedio. El precio global de las mercancías, su suma, es “igual” a su valor global, pero no ocurre igual con los precios y valores individuales.
Ahora bien, como en c también entran los precios de sus insumos, éstos no serán ya exactamente proporcionales al trabajo que contienen (es decir, no serán sus valores sino sus precios de producción, de manera que los precios de costo ahora tienen esta “significación modificada”). De forma que la ley se impone como tendencia dominante sólo de manera “intrincada y aproximada”, como un promedio de “perpetuas oscilaciones que jamás pueden inmovilizarse”; y es posible por consiguiente “un error” (aunque se trate de un error “pasado”, una premisa, un resultado, y el capitalista sea indiferente a eso de cara a su producción). Lo importante es que el precio de producción será mayor, menor o igual que el valor, en función de que la composición en valor del capital del sector sea mayor (“alta”), menor (“baja”) o igual (“media”) que la media de la economía. Pero ya no es (y si lo es, será una “casualidad”) la suma de trabajo pago e impago de la mercancía, sino del trabajo pago “más una cantidad determinada de trabajo impago” (= pc + pc·g’, es decir, pc(1+g’)).
A pesar de esta modificación “cuantitativa” –obsérvese que, hasta ahora, el paso de plusvalor a ganancia era sólo “cualitativo”–, la ley del valor se sigue cumpliendo, como demuestra el hecho de que los precios de producción sólo pueden variar, en último término, como consecuencia de cambios en el valor. Y eso ocurre tanto si se modifica la tasa media de ganancia –“obra muy tardía de una serie de oscilaciones”, que requieren “mucho tiempo” y no cambian todos los días, pues los movimientos en las distintas esferas se “compensan” y “neutralizan” recíprocamente–, como si cambia el precio de costo. Se ha desvelado entonces la conexión entre la “apariencia” de estos precios y su “determinación interna” por los valores; y cómo la ganancia que entra en los primeros está “mediada por la explotación global del trabajo por parte del capital global”. Se comprende así por qué para cada capitalista un “mayor empleo de trabajo inanimado” (su capital constante, que obtiene de la circulación) es una “operación totalmente correcta”, lo que, no sólo no compromete la tasa media de ganancia, sino que parece la “fuente” de una mayor rentabilidad.
X. Nivelación de la tasa general de ganancia por la competencia. Precios de mercado y valores de mercado. Plusganancia. Acabamos de ver que la suma de las ganancias coincide con la suma de los plusvalores, y que la competencia sólo nivela o redistribuye ese total entre las distintas esferas según el capital invertido en cada una. En los capitales de composición “media”, el precio coincidirá “aproximadamente” con el valor, y la tasa general de ganancia con la de estos capitales medios. Nada cambia si suponemos que, por cualquier motivo, algunos capitales de algunas esferas “no están sometidos al proceso nivelador”. Lo importante es ver que la tasa media se impone como tasa “general”. Si fueran los trabajadores los que produjeran mercancías con sus propios medios, no habría tendencia a la igualación de las rentabilidades sectoriales porque su “diversidad” les sería “indiferente”. Pero en el capitalismo las mercancías no son simples mercancías sino “producto de capitales”, y esto hace que cada capitalista exija una “participación en la masa global del plusvalor” proporcional a la magnitud de su capital. Por tanto, los valores deben estudiarse antes que los precios de producción, no sólo porque son un prius lógico o “teórico”, sino también anteriores desde un punto de vista “histórico” (no hay nivelación con los “campesinos propietarios” y “artesanos”: y los valores sólo exigen que el intercambio deje de ser puramente “casual u ocasional”).
Por otra parte, el “valor de mercado” es el valor medio social en una esfera (ya se trate de su valor o de su precio de producción); pero dentro de ella puede haber valores “individuales” que no coincidan con aquel. Sin embargo, el “precio de mercado” sólo puede ser “uno”, “uniforme”, para cada tipo de mercancía, debido a la competencia; y normalmente coincidirá con el precio al que la obtiene el productor que está en las condiciones de producción medias. La presión competitiva fuerza a los diversos vendedores del producto a sacar al mercado entre todos la cantidad demandada; si el valor baja (sube), se amplían (se contraen) en promedio las “necesidades sociales”, entendiendo por estas las “necesidades con capacidad de pago”, únicas que cuentan en el capitalismo (es decir, tal como están socialmente “condicionadas” por la “relación recíproca entre las diversas clases”, y “principalmente” por la tasa de plusvalor). Aun así, podemos distinguir tres casos. En primer lugar, si el “grueso” de mercancías de un sector se produce en condiciones sociales “normales”, supondremos que se compensan y anulan las que lo hacen en condiciones extraordinarias (mejores y peores, respectivamente). Pero se pueden dar otras dos situaciones: si las que se producen en peores condiciones dan “la tónica”, los restantes productores obtendrían un valor individual inferior al valor de mercado (y superior, si la tónica la dan los mejores).
En la realidad, intervienen las condiciones de demanda por medio de la competencia entre los compradores. Si la cantidad ofrecida es mayor o menor que la demandada, habrá “divergencias del precio de mercado con respecto al valor de mercado”; de forma que si se produce demasiado poco, éste vendrá regulado por el valor de quien produce en peores condiciones, y si se produce en exceso, por el de quien produce en las mejores condiciones. La “parte de la sociedad” que trabaja en producir esas mercancías tiene que “obtener un equivalente” mediante el trabajo social que representan sus mercancías. Y si esta parte aplica demasiado trabajo en relación con lo que reclama la sociedad, el exceso relativo de mercancías de ese tipo provocará que sean quienes producen en mejores condiciones los que regulen (a la baja) el precio en esas condiciones, y que se “malvendan” o no se vendan las de los otros productores. Si, al contrario, aplican demasiado poco trabajo, lo regularán (al alza) los productores “peores”. Por otra parte, la cantidad demandada no es fija, sino “elástica y oscilante”, de forma que si baja el precio aparece una “mayor ‘necesidad social’” (tanto de los consumidores individuales como productivos), ya que esta “necesidad de mercancías representada en el mercado –o sea la demanda– difiere cuantitativamente de la necesidad social real”.
Si demanda y oferta coinciden, “se anulan mutuamente” y dejan de explicar “nada”. Entonces se comprueba que el intercambio de las mercancías “a su valor” es lo racional y la esencia de su “equilibrio” de mercado; sin que esto implique que coincidan la oferta y la demanda cada día sino en “promedio”, considerando “el conjunto en un lapso mayor o menor”. Por tanto, la relación entre oferta y demanda sólo explica “las divergencias” de los precios respecto a los valores, siendo estos los que “determinan la oferta y la demanda”. Y esos valores vienen dados por la “cantidad global de trabajo social que se emplea para la masa global” de cada tipo de mercancía cuando esta corresponde a las “necesidades sociales solventes”. Además, el valor es importante porque el dinero sólo puede desarrollarse conceptualmente “a partir de este fundamento”, y el precio, como concepto, sólo es el valor “en forma dineraria”.
Por tanto, la oferta y la demanda “suponen la transformación del valor en valor de mercado”, y en el capitalismo ya suponen la forma precio de producción de este último, así como el trabajo asalariado, que es indiferente al “carácter específico” de su trabajo y “puede dejarse lanzar de una esfera de la producción a otra” según las necesidades oscilantes del capital. La nivelación es por consiguiente tanto más rápida cuanto más móviles sean el capital y la fuerza de trabajo, y cuanto más desarrollado esté el sistema crediticio. La existencia de “pequeños campesinos” y otras esferas no capitalistas de producción, que “se interpolan” entre las empresas capitalistas, obstaculizan dicha nivelación. Pero en cada esfera capitalista, los capitales constituyen una verdadera “cofradía francmasónica” frente a la totalidad de la clase obrera, y todos están interesados en aumentar el grado de explotación del “trabajo total por el capital global”. Por último, el precio de producción no es sino el precio “necesario” de los fisiócratas, el “natural” de Smith, o el precio o coste de producción de Ricardo, que no es sino la condición, “a la larga”, de “la oferta”, o de la reproducción de cada mercancía.
XI y XII. Efectos de las oscilaciones generales del salario sobre los precios de producción. Consideraciones complementarias. El breve capítulo XI demuestra con un ejemplo numérico que un aumento salarial que rebaje la tasa de plusvalor deja “inalterado” el precio de producción de las mercancías de composición media –y la suma total de precios de producción–, mientras que lo eleva o lo baja en las mercancías con composición baja o alta. Con la disminución del salario, ocurre justo lo contrario.
A esto se añaden dos consideraciones. Por una parte, el precio de producción puede cambiar aunque no lo haga el valor que le sirve de base, pero en ese caso debe haber cambiado el valor de otras mercancías. Es decir: si la tasa media no cambia, sólo puede cambiar el precio si ha cambiado el valor. En segundo lugar, la igualación tendencial de las tasas de ganancia de los diferentes sectores no es inmediata ni rápida, sino que se produce “en cierto ciclo de años”, por lo que el capital “pronto aprende a contar con esta experiencia”.
Sección Tercera: Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia
XIII. La ley en cuanto tal. El punto de partida es un ejemplo numérico que muestra que a una misma tasa de plusvalor (por ejemplo, 100%) le corresponde una tasa de ganancia cada vez menor a medida que aumenta la composición orgánica del capital. En el ejemplo, con un v = 100, la tasa de ganancia que corresponde a un capital constante de 100, 200, 300 y 400 sería, respectivamente, de 50%, 33.3%, 25% y 20%. En realidad, las composiciones en valor del ejemplo se toman como índices de la composición orgánica, y por tanto esa evolución significa que el “mismo número de obreros” pone en movimiento “una masa constantemente creciente de medios de trabajo” (la serie “hipotética” refleja la “tendencia real”). Este crecimiento de la composición orgánica es “expresión” del aumento de la productividad social del trabajo. Y, por tanto, aunque la tasa de plusvalor aumente tendencialmente –tendencia tan real que es “absurdo” explicar la baja de g’ por un “aumento en la tasa del salario”–, lo anterior se manifiesta como un descenso de la tasa de ganancia (ya que el numerador crece más lentamente que el denominador en la expresión g’ = pv’/cvc, donde cvc significa “composición en valor del capital”). Para Marx, dicho descenso no es “absoluto” sino una “tendencia hacia una baja progresiva”, y debe estudiarse antes de la “escisión” de la ganancia en sus partes componentes. Esta dimensión diacrónica de la ley se complementa con una dimensión sincrónica: a los países más desarrollados les corresponderá una tasa de ganancia más baja que a los menos desarrollados, aunque esta ley general puede “revertirse” en ciertos casos por causas que afectan a la tasa de plusvalor de forma no orgánica.
Aunque la ley parece “muy sencilla”, la economía política aún no la había descubierto. Esta ley significa en primer lugar que cualquier “capital social medio” (de 100) tenderá a emplear cada vez más medios de trabajo y relativamente menos trabajo vivo, por lo que podrá absorber “cada vez menos plustrabajo”. Pero como la ley no es “absoluta sino relativa”, ello no impide que las cantidades absolutas de trabajo y plustrabajo crezcan. De hecho, estas no sólo “pueden” sino que, “al margen de fluctuaciones transitorias”, “deben” aumentar, pues cualquier valor dado se traducirá ahora en más valores de uso y esa masa creciente de medios de producción tenderá a absorber más trabajo vivo que antes (lo que supone un nuevo punto de partida para la repetición del proceso, puesto que la acumulación acelerada por este motivo significa un nuevo aumento de la productividad).
Por tanto, la ley implica una doble tendencia “simultánea”: “una masa absoluta de ganancias en aumento y una tasa de ganancia en disminución”. O sea: es una ley “bifacética” que produce por “las mismas causas” dos efectos que son una “contradicción aparente”. “Aparente” porque el capital social global tiene que aumentar por la misma razón, y por ello la ley significa también, en tercer lugar, requerimientos crecientes de capital para poner en movimiento una cantidad dada de fuerza de trabajo y, por tanto, una tendencia a que el capital crezca más deprisa que la población activa, generando una sobrepoblación obrera permanente (o población “relativamente supernumeraria”). De hecho, para que la masa de ganancia aumente, el capital debe aumentar más deprisa y “en mayor proporción de lo que disminuya la tasa de ganancia”. Dicho de otra manera, el “efecto dual” de esta ley sólo puede representarse en un crecimiento del capital global “más veloz” que la progresión a la baja de g’, lo que sólo significa que las mismas causas “estimulan la acumulación” y la formación de nuevo capital como “acumulación acelerada del capital”. Por consiguiente, es “superficial” y “erróneo” ver en la disminución de g’ una “consecuencia” del aumento del capital. Es algo similar, e igual de “tosco”, que ver en la ganancia un simple margen arbitrariamente añadido por encima del valor de las mercancías.
Pero la ley también se manifiesta en una “baja” del precio de las mercancías y un aumento de la parte que representa en él el plusvalor (aumento de pv/(c+v+pv)); o sea, un “aumento relativo” de la ganancia que contiene (sin embargo, ese aumento de la parte de pv coincide con un descenso mayor de la parte de v, y por tanto un descenso de (v+pv) y un aumento de la parte de c). Esto contradice la idea popular de que el margen de ganancia se rebaja voluntariamente y se compensa con un volumen vendido mayor (masa mercantil creciente), que procede del concepto de J. Steuart de “ganancia por el intercambio (upon alienation)”, derivada de su concepción del capital comercial.
XIV. Causas contrarrestantes. La dificultad no está, para Marx, en explicar por qué baja g’, sino “por qué esa baja no es mayor o más rápida”. La razón es que operan influencias que interfieren y anulan sus efectos, dejándola en una “baja tendencial” que sólo se manifiesta “de forma contundente” en determinadas circunstancias y “en el curso de periodos prolongados”.
Estas “contratendencias” son: 1) en primer lugar, la “elevación del grado de explotación del trabajo”: se puede aumentar la duración o intensidad de la jornada laboral sin que aumente la composición orgánica (por ejemplo, mediante una mayor “velocidad de la maquinaria” o cualquier otra vía para aumentar la producción sin aumentar el capital). El aumento del plusvalor relativo también cuenta, aunque se consigue normalmente mediante incrementos de la composición orgánica del capital que producen efectos contrarios. 2) En segundo lugar, la “reducción del salario por debajo de su valor” es una causa muy real (pero se deja fuera del análisis teórico, como otras cosas, por no corresponder al “análisis general del capital”). 3) Lo tercero es el “abaratamiento de los elementos del capital constante”, que hace que la composición en valor no crezca tan rápidamente como la técnica (“desvalorización” del capital constante). 4) En cuarto lugar, la “sobrepoblación relativa” permite que afluya gente constantemente hacia nuevos “ramos” de la producción refractarios a la mecanización, o que usan más trabajo vivo que ninguno. 5) En quinto lugar, el “comercio exterior” puede abaratar los elementos de c y de v, mientras que la inversión en el extranjero, en especial en las “colonias”, puede arrojar una mayor rentabilidad. 6) Por último, el “aumento del capital accionario” permite dejar fuera de la nivelación a muchos ahorradores que si fueran capitalistas no se conformarían con este “dividendo” inferior.
XV. Desarrollo de las contradicciones internas de la ley. Este capítulo esencial, que incomprensiblemente suele dejarse de lado, comienza con la idea del capítulo XIII: que la baja de la rentabilidad y la “acumulación acelerada” sólo son “diferentes expresiones del mismo proceso”. Por una parte, la acumulación acelera el descenso de g’; pero, por otra, la baja de g’ “acelera” la concentración y centralización del capital, expropiando así a los últimos productores directos no capitalistas (es decir, elevando la “escisión” originaria a una segunda potencia, mediante la “descapitalización” de muchos) y volviendo “más lenta la formación de nuevos capitales autónomos”. Como ya vio Ricardo, perplejo, la misma acumulación se convierte entonces en una “barrera”: pero le faltó añadir que la misma demuestra que el modo de producción capitalista no puede ser absoluto sino “transitorio” o “relativo”.
La “creación” de plusvalor no tiene más obstáculos que la población obrera y su grado de explotación (el objetivo de la producción capitalista es este plusvalor, nunca el disfrute de los medios de consumo). Pero su “realización” requiere condiciones adicionales que, no sólo tienen que ver con la “proporcionalidad” entre ramas productivas y la “capacidad de consumo” de una sociedad de clases “antagónicas”, sino que está limitada además por el propio “impulso de acumular” y la consiguiente necesidad de “expandir constantemente el mercado”. Todo esto conlleva intentar superar la “contradicción interna” ampliando el “campo externo” de la producción. Por ello, se hace avanzar la corriente del capital, no en relación con el nivel de g’, sino con la “pujanza que ya posee” ese capital, es decir, en proporción a su propio volumen ya acumulado. Lo cual provocaría, a la larga, el “colapso” del sistema si, junto a la fuerza centrípeta primaria, no operase el “efecto descentralizador” de las fuerzas contrarrestantes.
Tenemos por tanto un conflicto entre “expansión de la producción” y “valorización”, o sea, los dos componentes del proceso directo de producción estudiados en el libro I, y que es mucho más que un problema en la circulación. El desarrollo de la productividad social del trabajo produce, pues, dos efectos antagónicos: el aumento de la magnitud de las fuerzas productivas ya producidas, y la relativa exigüidad del trabajo vivo en cada capital. Ambos movimientos corren parejos como “manifestaciones de una misma ley”, pero influyen “en sentido opuesto” sobre g’; el primero elevando pv’, el segundo disminuyendo el número de obreros. Pero la compensación de lo segundo con lo primero se enfrenta a “límites insuperables”; por tanto, puede obstaculizar la baja de g’ pero “no anularla” en ningún caso. Además, cada factor se enfrenta a los demás no en una “calma yuxtaposición”, sino implicando una “contradicción”; las fuerzas impulsoras antagónicas “operan a la vez unas contra otras”. Esto se manifiesta “ora de manera yuxtapuesta en el espacio, ora de manera más sucesiva en el tiempo”, pero tiene que desahogarse siempre “periódicamente mediante crisis”, que no son sino “soluciones violentas momentáneas” de las contradicciones existentes.
La forma más general de esta contradicción es, pues, la siguiente. El modo capitalista de producción implica una tendencia al “desarrollo absoluto de las fuerzas productivas”. Pero, como desea la “valorización” más rápida y “acelerada” posible, el “método” empleado contradice en la práctica esa tendencia, al incluir la baja de g’, pero también la desvalorización periódica del capital ya existente para contener esa baja. Todo lo cual “perturba” la circulación y reproducción del capital y provoca necesariamente paralizaciones y “crisis del proceso de producción”. Por tanto, el capital tiende constantemente a “superar los límites” que le son inmanentes, pero sólo lo consigue con medios que vuelven a levantar de nuevo “esos mismos límites”, sólo que a mayor escala.
De forma que “el verdadero límite”, el auténtico problema, es el “propio capital”. O sea, el hecho de que su autovalorización sea el punto de partida y llegada de todo el proceso; o que la producción sea sólo “producción para el capital”, y no a la inversa. Por tanto, nada menos que los límites (expropiación, empobrecimiento...) entran siempre en contradicción con los métodos de producción; y el medio (desarrollo de la productividad), con el objetivo limitado de este sistema (la valorización).
Lo anterior se refleja en el absurdo de que haya a la vez “exceso de capital con exceso de población”. Al aumentar el umbral mínimo de inversión, los “pequeños capitales fragmentarios”, tras arriesgarse en la “aventura” (especulación, estafas, crisis y demás manifestaciones de la “plétora del capital”), terminan en manos de los capitales centralizados. Pero la “sobreproducción absoluta de capital” (la caída a cero de la inversión, o al menos el cese del crecimiento del volumen absoluto de plusvalor) significa para estos se verificará con una nueva baja “intensa y repentina” de g’, motivada ahora por la subida salarial, que a su vez obedece a la excesiva tasa de crecimiento del capital. La sobreproducción absoluta de capital significa que lo que acompaña ahora a la baja de g’ es, no ya la subida, sino la caída de pv.
Se abre entonces una nueva fase, más intensa aun, en la “lucha competitiva”, en la que los rivales se resisten a desvalorizar al ritmo que requeriría su interés común. La razón es que la “cofradía práctica” de la clase capitalista funciona relativamente bien sólo cuando se puede repartir adecuadamente el “botín colectivo”; pero cuando aparecen las pérdidas, y la pérdida es inevitable para la clase, la lucha se convierte en una lucha entre “hermanos enemigos”, y aparece el antagonismo entre “el interés de cada capitalista individual y el de la clase”, lo que exige, como única solución posible, “aniquilar” todo el capital adicional, o al menos una parte de este. Esta aniquilación es en parte aniquilación de la “sustancia material” misma del capital, como consecuencia de su auténtica “paralización funcional”. Pero la destrucción “principal” atañe sobre todo a los “valores de capital”, incluida la desvalorización de títulos y la caída de precios del capital mercantil y productivo; de forma que se interrumpe, “en cien puntos” distintos, la cadena global de las obligaciones de pago, con el consiguiente “colapso del sistema crediticio” en su conjunto, y con las “violentas y agudas crisis” que acompañan entonces a todo el proceso de reproducción.
Ahora bien: así se consigue que comiencen a operar “otras fuerzas impulsoras”. Por ejemplo, el creciente desempleo obligará a muchos obreros a “tolerar una rebaja” del salario; o la crisis impulsará a usar “nuevas máquinas” y métodos de trabajo; aparte de que la desvalorización masiva contribuirá también a elevar g’. Se vuelve a una situación en la que se recorre de nuevo “el mismo círculo vicioso” de antes, a escala “ampliada”. Pero la sobreproducción absoluta de capital no es nunca sobreproducción absoluta de medios de producción. Es tan sólo sobreproducción de medios de producción en cuanto estos “funcionan como capital”, es decir, que “puedan actuar como capital” y “explotar trabajo con un grado de explotación dado”. No es que se produzca demasiado en general ¡Al contrario!: se producen “demasiado pocos” medios de subsistencia para “satisfacer decente y humanamente al grueso de la población”. Tampoco demasiados medios de producción: ¡al contrario! Por una parte, se produce demasiada población incapaz de trabajar, o capaz de hacerlo sólo en condiciones miserables “dentro de un modo miserable de producción”; y, por otra, “no se producen suficientes medios de producción como para que toda la población capaz de trabajar pueda hacerlo”. Y a la vez, se produce “periódicamente” un exceso de medios de producción capaces de explotar “obreros a determinada tasa de ganancia”.
La limitación del modo capitalista de producción se manifiesta, pues, en que el desarrollo de las fuerzas productivas genera una ley que “en cierto punto” se opone frontalmente al desarrollo ulterior de aquellas, y sólo puede superarse mediante “crisis”. También, en que es la ganancia la que decide si “expandir o restringir” la producción, en vez de determinarse esta por la relación “entre la producción y las necesidades sociales”.
Por último, añade Marx “consideraciones complementarias” de notable interés. En primer lugar, un ejemplo que demuestra que “para el capital” la ley del incremento de la fuerza productiva “no tiene validez incondicionada”, ya que sólo si se economiza “en la parte paga del trabajo vivo” se introduce una nueva máquina superior; pero nunca si se economiza trabajo vivo “en general”, cosa que para el capitalista es en sí misma “una estupidez”. Esto es un freno al desarrollo de la productividad social. Otra razón de que g’ no baje más rápidamente es que parte de la producción se expande “sobre la base del antiguo método de producción”, habiendo sectores (por ejemplo, la agricultura) en que el descenso del trabajo vivo no es sólo relativo sino también absoluto. En tercer lugar, los nuevos métodos de producción no se emplearán “voluntariamente”, por más que eleven la explotación, si conllevan una baja neta en la rentabilidad. Pero la ganancia extraordinaria que se obtiene al innovar impulsa primero al que innova; y luego, al segundo, el tercero, etc. Sólo cuando la competencia ha “generalizado” el método, convirtiéndolo en nueva “ley general”, les parecerá a muchos excesiva la innovación y consiguiente inversión, iniciándose necesariamente la caída general de g’ con independencia de la “voluntad” de los capitalistas involucrados.
Sección Cuarta: Transformación de capital mercantil y de capital dinerario en capital dedicado al tráfico de mercancías y al tráfico de dinero (capital comercial).
XVI. El capital dedicado al tráfico de mercancías. Aquí se trata del primero de los dos tipos de capital comercial (o “de comercio”), que no debe confundirse con el capital “mercantil” del libro II ni con las funciones “reales” del capital invertido en “transporte, conservación y distribución de mercancías”, que sólo son “procesos de producción que persisten dentro del proceso de circulación”. Se trata del comercio de mercancías “en forma pura”; o función del capital comercial en cuanto “comerciante”, que, una vez independizado y autonomizado del productor, realiza las operaciones que “deben realizarse para transformar el capital mercantil del productor en dinero”. Se analiza el capital mercantil que se ha de transformar en dinero, pero el M-D del productor se transforma en el D-M-D’ del comerciante. Esta es una “valorización especial” que realiza un “agente diferente” surgido de la división social del trabajo y que, como capital “mercantil actuante”, “adelanta” su propio capital dinerario (en realidad, una parte es capital mercantil), que sustituye la antigua “reserva dineraria” del capital industrial para ese fin. El D-M del capital comercial es al mismo tiempo el M-D del capitalista industrial –cuyo proceso de metamorfosis es así “abreviado”–, pero sólo el M-D del comercial, esa “segunda venta”, es la realización efectiva del capital mercantil en dinero.
Aunque el capital que requiere la sociedad para este fin es “menor” que el que requerirían los industriales personalmente “a cargo de la parte comercial de su empresa”, pues el capital mercantil global rota ahora “más rápidamente”, el desarrollo de la producción capitalista puede exigir que su magnitud absoluta sea mayor. Como capital que actúa “dentro de la esfera de la circulación”, no tiene nada que ver con la creación o modificación de valor, sino que “constituye una limitación a la creación de valor”; de forma que sus gastos son “costos necesarios para realizar el valor de la mercancía”, para transformarlo de mercancía en dinero, o viceversa.
XVII. La ganancia comercial. Por tanto, el capital dedicado al tráfico de mercancías, despojado de funciones productivas como el “almacenamiento, transporte, distribución, fraccionamiento”, tal como aparece en el “comercio mayorista”, no crea valor ni plusvalor, pero tiene que participar en la “ganancia anual media”, o “nivelación del plusvalor” que se convierte en ganancia media. Y no lo hace mediante un “recargo” sobre el valor –pura apariencia– sino mediante la apropiación de una parte del valor ya creado que él sólo ayuda a realizar. De forma que, si el comerciante aporta 10 al capital adelantado por el industrial (90), una tasa de ganancia bruta del 20% (= 18) se convierte en un 18% para ambos y al capitalista que explota directamente le parece “menor de lo que es en realidad”. O sea: el precio de producción que carga el industrial al comerciante es menor que el precio de producción “real”, formado ahora por pc + g + gc (donde gc es la ganancia comercial). Y este margen corresponde a todo el capital que se adelanta (variable y constante): para compraventa, “cálculo”, “contabilidad, mercados, correspondencia”, y costos de circulación “puros” adicionales. Todos pueden realizarlos “agentes comerciales directos del capitalista productivo” (compradores, vendedores o viajantes), en cuyo caso el capitalista industrial será “su propio comerciante” y pagará a esos empleados “una parte de la ganancia” (como salario o como participación en la ganancia).
Los “asalariados comerciales” del comerciante son parte de su capital variable, pero sus ganancias no son plusvalor creado por ellos –que no lo producen, aunque realicen “trabajo impago” para él permitiéndole la “apropiación de” o “participación en” el plusvalor–, sino una parte del plusvalor (creado por los trabajadores productivos del industrial) que el comerciante no paga a éste, pero éste “le transfiere”. Ahora bien, la concentración en el “taller comercial”, que es diferente de la “oficina” comercial de la empresa industrial, no sólo es grande sino “anterior” a la del taller industrial. Su ([K + B (mías) + b (v)](1+g)) disminuye socialmente. El problema es v (1+g), que se parece al capital constante. Su salario es superior al medio porque es “trabajo calificado”, pero tiende a bajar relativamente por la “generalización de la instrucción pública” y la mayor “competencia” entre estos trabajadores.
XVIII. La rotación del capital comercial. Los precios. Son 3 los puntos fundamentales. Primero, la magnitud de la ganancia comercial no depende de la masa de mercancías que hace rotar sino de la “magnitud del capital dinerario” adelantado para ello. Segundo, la velocidad de rotación del capital comercial influye decisivamente en los precios, y parece un recargo mayor cuanto menor sea el número de rotaciones, pues una masa de ganancia dada (función de la tasa general y del capital comercial adelantado) equivale, por ejemplo, a un margen del 15% si esta rota sólo una vez, pero del 3% si rota 5 veces al año. Esto crea el “prejuicio popular” del monopolio, aunque es sólo una cuestión técnica exigida por la igualdad (tendencial) de las tasas de ganancia sectoriales. Tercero, sólo se pueden comprender los márgenes y tasas de ganancia reales si “los límites del valor y del plusvalor están dados”. Si no, no hay manera de explicar por qué “la competencia reduce la tasa general” a un “15% en lugar del 1.500%”; a lo sumo podría “reducirla a un nivel”, pero sin posibilidad de “determinar ese propio nivel”.
XIX. El capital dedicado al tráfico de dinero. Una parte del capital global se separa y autonomiza del capital industrial y del dedicado al tráfico de mercancías para realizar las “operaciones”, funciones, o “movimientos puramente técnicos” que lleva a cabo el dinero en la circulación. Las operaciones de “pago”, “cobro”, “cálculos de balance”, “actos de compensación”, “conservación del tesoro”, “manejo de cuentas corrientes”..., son también un “costo de circulación” y no un trabajo que crea valor –su ganancia es una “deducción del plusvalor”–; y también se lo abrevia socialmente cuando lo realiza un tipo “específico de agentes”. Las formas más antiguas del “comercio dinerario” son el “negocio cambiario” y el comercio de lingotes, y tienen que ver con las funciones del dinero como moneda nacional y mundial respectivamente. El dinero como “tesoro” (fondo de reserva y capital en barbecho) se ahorra mediante el desarrollo del comercio dinerario, y este llega al máximo al comerciar con el “crédito” (aunque en esta sección no se tiene en cuenta el crédito sino el comercio dinerario “en forma pura”). Para este capital, no existe ninguna de las formas particulares de la circulación, aunque diremos que se lleva a cabo D-D’, que no se refiere aquí a los “factores materiales” de la metamorfosis, sino sólo a sus “factores técnicos”. Igualmente, una parte de esta función la llevan a cabo, sin división del trabajo, los propios industriales y comerciantes.
XX. Consideraciones históricas sobre el capital comercial. Es absurdo presentar los dos tipos de capital comercial como un “tipo particular de capital industrial”, “rama” o “esfera particular de inversión”, pues todo capital industrial desempeña esas funciones. Pero esto se explica por la tendencia “apologética” a presentar producción y producción capitalista como una misma cosa. El capital comercial es de hecho más antiguo que el modo capitalista de producción. Es incluso un supuesto histórico de este, pues sirve de medio para “concentrar el patrimonio dinerario”, aparte de que la producción capitalista es producción “para el comercio”. Pero su desarrollo “autónomo” es inversamente proporcional al desarrollo social, como muestra el “comercio intermediario” de ciertos pueblos comerciantes (venecianos, genoveses, holandeses) basado, no en el “intercambio de equivalentes”, sino en “comprar barato para vender caro” y en el “saqueo”. Por eso, en los primeros estadios de la sociedad capitalista sucede al revés que ahora: el comercio domina a la industria. El comercio, por otra parte, tiene una acción “disolvente” sobre los modos de producción en los que se inserta (aunque su efecto depende de la “firmeza y estructura interna” de estos); por eso en la antigüedad dio lugar a la economía esclavista y sólo en la era moderna, que tiene como base el “mercado mundial”, da el modo capitalista de producción. Los primeros teóricos del modo de producción moderno –los mercantilistas– sólo analizaron el fenómeno “superficial” de la circulación; pero la ciencia requiere pasar de ella al análisis del “proceso de producción”.
Sección Quinta: Escisión de la ganancia en interés y ganancia empresarial. El capital que devenga interés.
XXI. El capital que devenga interés. Ya sabemos que el capital obtiene la ganancia media tanto si está invertido “industrialmente” como “comercialmente”. El valor de uso del dinero como “capital potencial” o medio para producir ganancia lo convierte en una mercancía específica y sui generis. Ahora, el “capital como capital” se convierte en otra nueva mercancía, que se vende de modo peculiar: se presta capital, de forma que se duplica el desembolso y el reflujo y tenemos: D-D-M-D’-D’. En el “movimiento real”, el capital sólo aparecía como capital en la producción (explotación de fuerza de trabajo). Pero el carácter específico de este “capital que devenga interés” (mejor sería decir capital a interés) es que es un préstamo de capital (sólo se analizará el capital dinerario “propiamente dicho”, pero también podría ser un préstamo de capital fijo o circulante).
Frente al caso general (industria) –en que se entrega la propiedad del objeto vendido pero no su valor, que el capitalista conserva siempre en sus manos–, aquí se entrega tanto el valor de uso como el valor. Y con esta cesión (sin equivalente) se inicia, independientemente de este, el proceso “real” de reproducción del capital. Por eso, el retorno aparece ahora como “forma exterior” o “reintegro” separado del valor prestado. El prestamista, A, entrega el dinero; pero sólo B, el prestatario, lo convierte realmente en capital, y precisamente esto último es el “supuesto” (presupuesto) del préstamo de dinero como capital. Por tanto, lo peculiar es que el valor y el valor de uso (la ganancia) de esta mercancía, el capital, “no sólo se conservan, sino que se incrementan”. Por ello se paga un precio, que es el “interés”, que es la parte de la ganancia que corresponde al prestamista pero aparece bajo la forma “irracional” de “precio” del capital dinerario. No obstante, el valor del dinero (o las mercancías) prestado como capital no se determina por su valor en cuanto dinero (o mercancías), sino por “la cantidad de plusvalor que producen para su poseedor”. Y la consiguiente división de la ganancia entre interés y lo demás se produce por la competencia, “la oferta y la demanda”: es algo “arbitrario” (“casual”, puramente “empírico”, “fortuito”) y sin “ley” que lo explique; no hay por tanto una tasa “natural” de interés.
XXII. División de la ganancia. Tipo de interés. Tasa “natural” del interés. El “límite máximo” del interés es la propia ganancia (una vez descontados los “salarios de supervisión”, que se explican luego), mientras que su límite mínimo es “absolutamente indeterminable”. Su nivel es “inversamente proporcional” al desarrollo industrial y viene “regulado” por la tasa general de ganancia (pero sólo su máximo, sin que la proporcionalidad inversa sea estricta). El tipo de interés (i) alcanza su “máximo” durante las crisis industriales, pero también hay una tendencia a la baja de i “independiente” de las fluctuaciones de g: primero, porque cada vez hay más “rentistas” que pueden “vivir de los intereses” de capitales acumulados por sus antepasados; y, segundo, por el desarrollo y concentración creciente del sistema crediticio, que presiona a la baja. A diferencia de g, que es “relativamente constante” y sólo “cambia a la larga” y como resultado de un movimiento de “nivelación” de muchas tasas “particulares”, i es más bien “constantemente fluctuante”, como resultado de una contraposición “global” en el “mercado dinerario” (sin posibilidades de nivelación) entre la masa de “todo el capital prestable” y la “masa de capital funcionante” (como capital industrial “colectivo, en sí, de la clase”). De ahí resulta una “tasa de mercado del interés” directa e inmediatamente determinada por la “relación entre oferta y demanda”, entre “prestamistas y prestatarios”.
XXIII. El interés y la ganancia empresarial. El interés lo crea pues la competencia entre “ambas variedades de capitalistas”, y la división “cuantitativa” de la ganancia es también “cualitativa” porque “enfrenta realmente” a ambos tipos de capitalistas. El interés “es una relación entre dos capitalistas”: el capital “en cuanto propiedad” y el capital “en cuanto función”. En contraposición (o “antítesis”) al interés, el resto de la ganancia es la “ganancia empresarial”. Esta “aparece” –aun más porque lo prestado puede usarse también para el consumo, como rédito– como resultado de la propia “actividad” del capitalista “activo” (industrial o comerciante) “en contraste con la inactividad” del prestamista, que parece ganar un interés sin necesidad de un empleo productivo del capital. La ganancia empresarial “se le presenta” pues al empresario como resultado de sus funciones como “trabajador” (pero “trabajador como capitalista, es decir, como explotador”), como “salario de supervisión”, ocultando que son dos partes del mismo plusvalor. Además, como ambas parecen venir “de dos fuentes esencialmente diferentes”, la división surge también cuando el empleador trabaja con “capital propio”. Pero si todo el capital se hallara en manos de los industriales, no habría interés ni i. También el interés es anterior al modo capitalista de producción.
Por otra parte, el trabajo de “supervisión y dirección” es también dual: en cuanto que lo requerirá cualquier modo de producción, es “productivo”, pero, a la vez, en cuanto necesidad del “antagonismo entre el trabajador y el propietario”, no lo es: hay pues una “relación de dominación y servidumbre” entremezclada con la otra función. Este trabajo de los modernos “managers” asalariados, “calificado” por cierto, se ve “deambulando por las calles”, y su salario relativo se reduce progresivamente. Las cooperativas muestran que, en cuanto “funcionario” de la producción, el capitalista es “superfluo”. El salario “administrativo” de los directores industriales y comerciales –una clase ya “numerosa”– aparece “separado” de la ganancia no sólo en las cooperativas sino también en las sociedades anónimas, donde el “salario del director” es una parte más del capital variable. Esto supone una “estafa” de la “serie de consejeros de administración y supervisión” para quienes estas funciones sólo son un “pretexto para esquilmar a los accionistas” y enriquecerse.
XXIV. Enajenación de la relación de capital bajo la forma del capital que devenga interés. En esta forma, la relación de capital muestra su forma “más enajenada y fetichista”, donde todo aparece borrado en D-D’, con D’ = D + D·i. El capital aparece como fuente “misteriosa y autogeneradora” del interés; es la “cosa” o “atributo”, o “fetiche automático”, de una cosa (el dinero) consigo misma, así como lo es del “peral producir peras”. Es, pues, el colmo de la “cosificación” o “inversión” de las relaciones de producción. El capital, como “autómata” que crece en la progresión “geométrica” del interés compuesto: s = c (1+i)n, oculta que el valor sólo se conserva “en contacto con el trabajo vivo”; y esto le permite a Price decir que “un penique, colocado a un interés compuesto de un 5% cuando nació nuestro Redentor, ya habría aumentado al presente a una suma mayor que la contenida en 150 millones de Tierras, todas de oro macizo”.
XXV y XXVI. Crédito y capital ficticio. (XXVI). La acumulación del capital dinerario y su influencia sobre el tipo de interés. Dejando de lado el crédito “público”, hay dos ramas del sistema crediticio: el crédito “comercial” (centrado en las “letras de cambio” como representación del dinero comercial) y el “bancario” (los billetes de banco, originalmente letras del banco contra sí mismo y al portador). El primero surge de la función del dinero como medio de pago en la relación entre productor y comerciante. El segundo, de la administración centralizada y especializada, por parte de los bancos, del capital que devenga interés.
En el capítulo XXVI se citan las declaraciones de Norman y Lord Overstone, dos de los principales banqueros partidarios del principio de la currency. Como editor del libro, Engels “se permite interpolar aquí una observación” que ilustra la posición de los capitalistas industriales frente a los banqueros, extraída de su propia experiencia como fabricante: “Y puesto que especialmente el señor Loyd-Overstone sólo en casos rarísimos solía adelantar sus fondos sin cobertura alguna (fue banquero de mi firma en Manchester), resulta igualmente claro que sus bellas descripciones de las masas de capital que los generosos banqueros adelantan a los fabricantes carentes de capital, son un tremendo embuste”.
XXVII. El papel del crédito en la producción capitalista. Según Engels, este capítulo resume las observaciones de Marx sobre el sistema crediticio “hasta el presente”:
1) Su mediación necesaria en la nivelación de la tasa de ganancia.
2) Su contribución a la “reducción de los costos de circulación”: se economiza dinero al omitírselo en muchas transacciones reales, acelerarse su circulación o sustituirlo por papel, acelerando así la metamorfosis mercantil mediante el crédito.
3) Las sociedades por acciones: a) expanden la escala de producción; b) tienen carácter “social” más que privado; c) transforman al capitalista activo en mero “administrador de capital ajeno” enfrentado a “todos los individuos realmente activos en la producción, desde el director hasta el último jornalero”, lo cual supone el punto de “transición” para la reconversión del capital en “propiedad de los productores”; d) los dividendos que pagan son “un mero interés” que: no participa en la nivelación de la tasa general de ganancia, sirve de contratendencia que “detiene” la baja de g, y “constituye la abolición” del modo capitalista de producción dentro de sus propios límites, siendo una transición hacia una “nueva forma de producción”.
4) El capitalista puede disponer del “trabajo social” gracias a la centralización de fondos que permite el crédito, y arriesgar, no “su” propiedad, sino una “propiedad social”, lo que extiende la expropiación a los “pequeños y medianos capitalistas”.
5) El sistema crediticio tiene “características bifacéticas”: contribuye al desarrollo material de las fuerzas productivas, pero a la vez “acelera” los “estallidos violentos”, las crisis y los “elementos de disolución” del antiguo modo de producción.
XXVIII. Medios de circulación y capital. Concepción de Tooke y Fullarton. Para Marx, los críticos del principio de la currency son intelectualmente superiores a sus defensores, pero también confunden diferentes aspectos del medio de circulación en cuanto “dinero”, “capital dinerario en general” y “capital que devenga interés”. En el primer caso, el dinero funciona como “moneda”, como al consumir rédito (aunque al mismo tiempo reponga el capital del vendedor de la mercancía comprada con él). En el segundo caso, lo adelanta el comprador como capital. En ambos casos, funciona como “medio de circulación”. Pero estos autores conciben la diferencia entre ambos –la forma dineraria del rédito y la del capital– como diferencia entre “circulación” (o circulante: currency) y “capital”. Además mezclan esto con otros dos problemas: la cantidad de dinero que circula conjuntamente, y la proporción en que se llevan a cabo las dos funciones.
Tooke ve la diferencia en el banquero que emite sus propios billetes: en cuanto tal, este circulante se distingue de su capital (propio más ajeno: los depósitos). En relación con la “masa circulante”, lo dicho en el libro I es de plena aplicación aquí. Y en cuanto a las proporciones: en “tiempos de prosperidad”, aumenta la parte que sirve para gastar rédito (“circulación nº 1”), y la circulación de dinero aparece “colmada”. Los reflujos reales son rápidos y su apariencia persiste cuando los reflujos puramente “crediticios” empiezan a tomar el relevo de los primeros. Pero en tiempos de crisis, sucede lo contrario: la circulación nº 1 “se contrae”, y en la “nº 2”, al disminuir el crédito, “aumenta la necesidad de préstamos de dinero”.
Fullarton la ve como una diferencia entre demanda de “medios de circulación adicionales” y demanda de “capital a préstamo”. Pero esto no es correcto: no es que crezca la segunda en periodos de estancamiento, sino que es más “difícil”; y por tanto el crédito se vuelve “escaso”. A Fullarton le parece paradójico que disminuya el monto de billetes en circulación cuando al mismo tiempo aumentan las securities (letras y otras formas de crédito), pero ello se explica “muy simplemente” por que el banco puede conceder crédito por medios puramente contables, abriéndole al cliente A un “crédito en sus libros” del que puede disponer mediante cheques que luego se compensarán con cheques de otros bancos en la clearing house. Por tanto el crédito puede aumentar aunque “permanezca constante o disminuya el volumen global de los medios de circulación”. En cuanto a la controversia sobre si en tiempos de “estrechez” lo que falta es capital o dinero, Marx piensa que sobra capital mercantil (invendible) a la vez que faltan medios de pago (dinero).
XXIX. Partes constitutivas del capital bancario. El activo de los bancos se compone de la “reserva dineraria” (“dinero en efectivo, oro o billetes”) más “títulos y obligaciones” (letras y títulos públicos). En el pasivo están el capital “invertido por el propio banquero” y el “capital prestado” o “depósitos” (además de los billetes de emisión propia en el caso de los bancos autorizados). Por otra parte, cualquier rédito “aparece” como “interés de un capital” de determinada magnitud aunque realmente no provenga de él, como ocurre con la deuda pública o el salario. El capital que recibe intereses de esa deuda pública es un capital “ficticio” –un “déficit” que aparece como capital– que ya ha sido consumido o gastado por el Estado (aparte de que nunca estuvo destinado a gastarse como capital). Y es ficticio por mucho que se multipliquen las transacciones que se realice con esos títulos. Simplemente se forma mediante “capitalización” de las rentas regulares futuras esperadas.
Por tanto, dado que el capital no existe “de dos maneras” simultáneamente, también los títulos privados (es decir, lo que hoy llamaríamos “activos financieros” frente a los “activos reales”) son capital ficticio (o “imaginario”, o “inexistente”). Y, como tal, no se puede sumar al otro capital (que es la “riqueza de la nación”): no es capital adicional, pues los títulos son simples “réplicas de papel del capital real”, y este, el aporte de los activos reales que representan esos títulos, ya ha sido contabilizado. Su valor de mercado no se calcula, pues, como el del capital “real”, sino que es en parte “especulativo”, pues, como “rendimiento capitalizado” que es, dependerá de las “entradas esperadas, calculadas por anticipado”. Y estas “pompas de jabón” (las famosas burbujas de nuestros días) crecen y por supuesto “estallan”. Pero lo anterior significa que la mayor parte de los activos bancarios son puramente “ficticios” en el sentido señalado, y algo “constantemente cambiante” o volátil. Por tanto, “el banking department podría quebrar, como en 1847, aunque en el issue department” haya una enorme cantidad de reservas respaldando los billetes en circulación. La mayor parte de estos activos y pasivos bancarios, diríamos hoy, son sólo activos financieros (riqueza y deuda al mismo tiempo), pero no constituyen auténtica riqueza neta del país.
XXX-XXXI-XXXII. Capital dinerario y capital real. Según Marx, sólo hay dos problemas difíciles. En primer lugar, ¿es siempre la “plétora” o “sobreoferta” de capital dinerario prestable un indicio de exceso de capital real (productivo y mercantil)? Y segundo: ¿es su “estrechez” reflejo de una escasez real de capital, o más bien de medios de circulación? Los títulos, esas réplicas del capital real, “cotizan” y tienden a subir de valor debido a la baja tendencial de i (reflejo a su vez de la de g), por lo que el “patrimonio imaginario” de dinero alcanza proporciones crecientes. Son otra forma de prestar dinero, pero no son el dinero que se precisa en el crédito comercial o bancario. Prescindiendo de este, las letras se conceden con una mano y se reciben con otra, y su saldo (“saldamiento”) dependerá del reflujo de capital o de su “fluidez de reproducción” (proceso de producción y consumo). Pero el sistema crediticio no elimina la necesidad de pagos “en efectivo” (salarios, impuestos, etc.). Este crédito comercial crece con el capital industrial, y lo que se presta en él es parte del capital que está en su proceso de reproducción, no “capital ocioso”. El máximo de crédito equivale entonces a la “ocupación más plena del capital industrial”. En cuanto se produce una “paralización”, aparecen excedentes de capital industrial, mercantil, fijo; y el crédito se contrae por ese mismo atasco, y por la disminución de la confianza y la propia demanda de crédito. Se vuelve difícil. En la crisis, este capital se vuelve “ocioso” porque hay exceso de capital productivo. El crédito bancario (o dinerario “propiamente dicho”) no cambia nada de esto, por mucho que Overstone y Tooke creyeran, “justamente un mes antes de que estallara la crisis” de agosto de 1857, que los negocios eran muy sólidos.
Por tanto, no todo aumento de capital prestable indica una ampliación de la verdadera reproducción. Puede ser sólo síntoma de que antiguos tesoros se convierten en créditos gracias a la “difusión del sistema bancario”. La coincidencia en la abundancia de capital prestable y real se da en dos momentos diferentes del ciclo: 1) “después de la crisis”, cuando comienza la mejoría y la confianza y el tipo de interés están “bajos” pero “por encima del mínimo” (basta entonces el crédito comercial casi por sí solo); 2) cuando i “alcanza su nivel promedio”, entre el mínimo y el máximo del ciclo. Por el contrario, al “comienzo” del ciclo coinciden “bajo tipo de interés” y “contracción”; y a su “término” altos tipos de interés y superabundancia de capital industrial. Por supuesto, ninguna legislación bancaria puede “eliminar” la crisis.
Pero en las relaciones entre capital prestable y real hay que distinguir entre la transformación de: 1) “dinero en capital de préstamo”; y 2) “capital o rédito en dinero” en capital prestable. En cuanto a la primera, en la fase I (de las 4) el “excedente” de capital prestable no es expresión de la acumulación de capital sino de lo contrario, mientras que en la II coinciden “pero no es su causa”. Por otra parte, la masa de capital prestable no sólo no coincide con la masa del dinero circulante sino que no depende de esta, ya que en los países desarrollados está en forma de “depósitos”. En cuanto a lo segundo, se puede dar un “aflujo extraordinario” de oro, como en 1852-53, debido a las “nuevas minas de oro australianas y californianas”. Por todo ello, una plétora de capital dinerario en sí “no expresa necesariamente una sobreproducción”, y sólo significa que el “dinero se precipita como dinero prestable”. Además, aunque todo capital pasa por la forma dineraria o de capital dinerario, no por ello se convierte en capital dinerario prestable. Por último, en época de crisis, el capital demandado es básicamente dinero “para pagar” (no “para comprar”, como en la expansión y reanimación) y, si comerciantes y productores ofrecen buenas garantías, es simple demanda “de dinero”: sólo en caso contrario se transforma en demanda de “capital dinerario”.
XXXIII. El medio de circulación bajo el sistema crediticio. Aunque el “gran regulador” de la velocidad de circulación del dinero es el crédito, este no impide que la masa de dinero siga “determinada por los precios”, con o sin billetes. No son los bancos emisores los que regulan la masa de billetes “circulantes”: esta depende, como la de letras, de las “necesidades del comercio”, de forma que cada billete superfluo retorna de inmediato a su emisor. De los billetes en manos del público, una “parte” circula realmente y otra está “desocupada” como reserva bancaria. La proporción entre ambas “varía constantemente”: si aumenta la segunda “abunda el dinero”, y en caso contrario “escasea”. El tipo de interés no depende de la cantidad del dinero circulante, sino de la evolución de esta proporción durante el ciclo. En la crisis, la circulación de letras “se paraliza” precisamente porque a nadie le sirven entonces simples “promesas de pago”. La emisión de billetes más allá de su “respaldo” real –el “tesoro metálico” en los sótanos del banco emisor– es capital “ficticio”. Por otra parte, en tiempos de “gran estrechez”, el Banco de Inglaterra tiene poder para “determinar” el i de equilibrio. El sistema crediticio otorga así a “esta banda” o “clase parasitaria”, que nada tiene que ver con la producción, un “fabuloso poder”.
XXXIV. El principio de la currency y la legislación bancaria inglesa de 1844. Este capítulo, elaborado básicamente por Engels, incluye bastantes pasajes de la Contribución a la crítica de la economía política, de Marx (1859), y comienza atribuyendo a Ricardo la idea de que, aunque el valor del dinero se determina por el “trabajo objetivado” en su producción, será así “sólo mientras” conserve una proporción correcta con las mercancías puestas en el mercado. Su depreciación en caso contrario es, según Marx, uno de los principales “inventos de Ricardo” que Overstone usó gracias a la “legislación bancaria de Sir Robert Peel promulgada en 1844 y 1845”. El objetivo de estas leyes era “la elevación del tipo de interés”, para lo que se dividió al Banco de Inglaterra en un “departamento de emisión de billetes” y un “departamento bancario”; y su funcionamiento se basó en la “circulación ideal de papel overstoniana”. Supuestamente, esto permitiría seguir las leyes de la “circulación metálica”, destinadas a “imposibilitar las crisis a perpetuidad”; pero al “ditirambo” de Overstone ante la comisión parlamentaria en julio de 1844 “le respondió la antistrofa del 12 de noviembre” por la que el “gobierno suspendía la milagrosa ley de 1844 a fin de salvar lo que aún quedaba por salvar”. Algo parecido creía también el “ecléctico” Stuart Mill, que afirmaba, cuatro meses antes (junio de 1857) de que “estallara la crisis”, que esta ley “contuvo la sobreespeculación”. Marx argumenta con estadísticas que la evolución de los precios es “totalmente independiente del flujo y reflujo áureos y del tipo de interés”, aunque entre estos sí existe una “estrecha vinculación”. De hecho, la relación directa entre masa de oro monetario circulante y nivel de los precios mercantiles es una “vieja patraña”, pues la reducción de la cantidad de oro “sólo acrecienta el tipo de interés”.
XXXV. Los metales preciosos y el tipo de cambio. La afluencia de oro a un país alimenta la “reserva metálica de los bancos”, pero no en proporción “exacta” pues una parte es “absorbida por la circulación interna” y otra se dedica al “empleo suntuario del oro y la plata”. Además, dicha reserva no es lo único que “regula la magnitud del tesoro metálico”, que puede crecer también “por mera paralización de las operaciones internas y externas”. La importación de oro se produce principalmente en dos momentos del ciclo: “en la primera fase del tipo bajo de interés que sigue a la crisis”, y cuando “aumenta pero aún no ha alcanzado su nivel medio”. Pero el “perfeccionado sistema crediticio y bancario” genera una “hipersensibilidad” de todo el organismo económico a estas fluctuaciones cíclicas. No bien “se conmueve el crédito”, toda riqueza real “debe transformarse súbita y efectivamente en dinero”. En cuanto a la balanza de pagos y los tipos de cambio, no sólo cuenta el comercio: también la “exportación de capital” y los reflujos de “ulteriores réditos anuales”. Todo ello hace que aunque el oro quede en segundo plano cuando se analiza el capital en general, se convierta en el “capital par excellence” al tratar del sistema bancario. Por eso, el sistema monetarista es “esencialmente católico”, y el crediticio “protestante”. Pero, así como el protestantismo “no se emancipa de los fundamentos del catolicismo”, tampoco lo hace el sistema crediticio de “su base, el sistema monetarista”.
XXXVI. Condiciones precapitalistas. El capital que devenga interés en su “forma antigua, el capital usurario”, pertenece, como el capital comercial, a las “formas antediluvianas del capital”. Sus dos formas típicas eran “la usura por préstamo de dinero a nobles dilapidadores, fundamentalmente a terratenientes”, y la usura “al pequeño productor”; y ambas provocaron la “ruina” de los primeros y la “expoliación” de los segundos. Por eso, el capital usurario “causa la miseria” del modo de producción en que opera y “paraliza” sus fuerzas productivas, como lo hizo “socavando y destruyendo la riqueza y la propiedad antiguas y feudales”, pero no en el modo de producción capitalista porque las condiciones de producción y los productores “ya están separados”. Pese a la “aversión popular” contra la usura, ésta cumple una función “revolucionaria” como “uno de los medios de formación” del nuevo modo de producción, y es, “frente a la riqueza consumidora”, un proceso de “surgimiento de capital” que media, junto al capital comercial, un patrimonio dinerario “independiente de la propiedad de la tierra”.
El capital usurario posee “el modo de explotación” del capital sin su modo de producción, es decir: como el comercio, “explotan un modo de producción dado, pero no lo crean, se comportan exteriormente respecto al mismo”. Por eso, el desarrollo del sistema crediticio es en realidad una “reacción contra la usura” y por eso vemos a sir Josiah Child, el “padre de la banca privada normal inglesa” y de la “especulación bursátil”, declamar en contra del “monopolio de los usureros” y “en nombre de la libertad de comercio”. Por eso lanzaron “alaridos de rabia” contra el Banco de Inglaterra “todos los orfebres y prestamistas pignoraticios” pues su creación mostraba la adaptación y “subordinación” del capital que devenga interés a las “condiciones y necesidades” del modo capitalista de producción. El prestatario se ha convertido ya en una figura completamente distinta, al que se da crédito en su “carácter de capitalista potencial”.
Sección Sexta: Transformación de la plusganancia en renta de la tierra
XXXVII. Introducción. El punto de partida es el arrendatario capitalista de la agricultura, que se comporta como el gran fabricante industrial. Se supone, pues, que el modo capitalista de producción y sus condiciones dominan en todas las esferas: “libre competencia de los capitales, transferibilidad de los mismos de una esfera de la producción a otra, igual nivel de la ganancia media, etc.”. La forma “moderna” de propiedad de la tierra (o “el agua, etc., en la medida en que tenga un propietario”) se transforma al contacto con la inversión de capital en la agricultura. Por eso, el tratamiento de la renta se centra “en países de producción capitalista desarrollada”, pero vale tanto para los productos de origen vegetal y animal (por ejemplo, el trigo, etc.) como para los de la minería o los procedentes “la utilización del suelo como terreno para la construcción”. La propiedad presupone el “monopolio de ciertas personas sobre determinadas porciones del planeta”, y se trata de la “valorización de este monopolio” sobre una “base capitalista”, cuando el nuevo modo de producción, al encontrar la propiedad de la tierra en una forma que al principio no se adapta a él, toma posesión de ella. La “racionalización de la agricultura” por el capitalista arrendatario y la “reducción de la propiedad de la tierra ad absurdum” son los grandes méritos del modo capitalista de producción. Los agricultores son ahora “asalariados”. Y la “renta de la tierra” (o “del suelo”) es la forma en que se valoriza su propiedad: lo que paga el arrendatario al propietario “por el uso de la tierra en cuanto tal” (aparte del posible interés por el capital incorporado a la misma, que aparece también como “arriendo”, “tasa” o “tributo” por el uso del monopolio). Por cierto, que James Anderson, agrónomo y arrendatario, es el verdadero descubridor de la teoría moderna de la renta.
La renta puede confundirse con el interés porque “la renta capitalizada de la tierra se presenta como precio o valor de la tierra”, pero justificar la propiedad de la tierra por el coste de adquisición para su dueño sería como justificar la esclavitud por la misma razón. A diferencia de otras formas de propiedad, la de la tierra se presenta como “nociva” y “superflua” incluso desde el punto de vista del modo capitalista de producción. Por eso, liberales como John Bright se oponen a ella y son conscientes de que, en su denuncia, se le “acusará de comunismo”. Originalmente el trabajo industrial y el agrícola están unidos, “no se hallan separados entre sí”; y las demás cosas “que no tienen un valor intrínseco” (porque “no son el producto del trabajo” o “no pueden ser reproducidas mediante el trabajo, como las antigüedades, las obras de arte de determinados maestros, etc.”), son como la tierra: se les aplica la teoría de la renta de la tierra.
Los tres principales errores en relación con la renta son: 1) la confusión entre sus formas, correspondientes a diversas fases de desarrollo de la producción; 2) el olvido de que toda renta es plusvalor, producto de plustrabajo; 3) y la inconsciencia de que su monto “no está determinado en modo alguno por la intervención de su receptor”, sino por el desarrollo del trabajo social y el mercado para los productos de la tierra, y por el crecimiento de la población no agrícola y su demanda. Por tanto, lo “propio” del capitalismo es que “éste reduzca de continuo la población consagrada a la agricultura en proporción”, ya que “disminuye de manera absoluta el capital variable que se requiere para la explotación de una porción determinada de terreno”. Asimismo, “se desarrolla la capacidad de la propiedad de la tierra de interceptar una parte creciente” del plusvalor, y por tanto de “acrecentar el valor de su renta y el propio precio de la tierra”.
Por último se incluye en este capítulo una afirmación de largo alcance para toda la obra de Marx: “Ningún productor, tanto industrial como agrícola, considerado aisladamente, produce valor o mercancía. Su producto sólo se convierte en valor y mercancía en determinado contexto social. En primer lugar, en tanto aparezca como una manifestación de trabajo social, es decir en tanto su propio tiempo de trabajo aparezca como una parte del tiempo de trabajo social en general; en segundo lugar, ese carácter social de su trabajo se presenta como un carácter social impreso a su producto, en su carácter de dinero y en su intercambiabilidad general, determinada por el precio.”
XXXVIII. La renta diferencial: Consideraciones generales. Partiendo de que los productos agrícolas o mineros se venden a sus precios de producción (es decir, el “precio de mercado”, con sus oscilaciones, viene regulado por el precio “medio”, “precio regulador de mercado” o “precio de producción de mercado”), la primera pregunta es cómo puede “desarrollarse una renta” en ese supuesto. Para explicarlo, compara Marx los efectos que tiene sobre la producción de una rama el uso (habitual) de máquinas de vapor, frente al uso excepcional por algún productor de una “caída de agua natural”. Éste obtendrá una plusganancia pues su capital funciona “bajo condiciones excepcionalmente favorables”. ¿Por qué? En primer lugar, una fuerza natural “no es producto del trabajo, y por ende no tiene valor”, no “cuesta” nada. Pero también quien usa la máquina aprovecha fuerzas naturales gratuitas (aunque en menor proporción: la capacidad del agua “de transformarse en vapor (...) la elasticidad del vapor, etc.”). Por tanto, tiene que haber algo más: “deben intervenir otras circunstancias modificadoras”. En efecto: en el caso general, cuando un capital industrial logra una superioridad productiva, “la reducción del precio de costo y la plusganancia” derivan “de la manera en la cual se invierte el capital operante”, emanan “del propio capital (lo cual comprende el trabajo...)”. Pero en el caso de la tierra, no emana del capital ni del trabajo, sino “de la mayor fuerza productiva natural del trabajo, vinculada a la utilización de una fuerza natural” que es “monopolizable”, “monopolizada” y “sólo se encuentra de una manera local en la naturaleza”, ligada a “determinadas condiciones naturales de determinadas partes del suelo”, de forma que nada cambia en nuestro ejemplo si “el propio capitalista fuese el propietario de la caída de agua”.
Por tanto, es ésta una renta “diferencial”, pero la fuerza natural “no es la fuente de la plusganancia” porque “el valor de uso en general es el portador del valor del cambio, pero no su causa”. Por tanto, la propiedad de la tierra no crea esa parte de valor que es el renta, pero “capacita al terrateniente” para que “la plusganancia abandone los bolsillos del fabricante y vaya a parar a los suyos”. La renta capitalizada y convertida en el precio de este recurso natural no entra en el precio de producción general de la mercancía sino sólo en el precio de costo individual de este fabricante. Por eso, si los fabricantes que usan máquinas consiguieran usar una nueva para producir con los mismos costos que el propietario del salto de agua, “desaparecería la plusganancia (…) y con ella la renta, y por ende el precio de la caída de agua”.
XXXIX. Primera forma de la renta diferencial (Renta diferencial I). En cuanto a esta RD I, Marx sigue a Ricardo en que “la renta es siempre la diferencia entre el producto obtenido mediante el empleo de dos cantidades iguales de capital y trabajo”, aunque agregando: “en una misma cantidad de terreno”. De hecho, es cierto que “todo cuanto haga disminuir la desigualdad en el producto (...) tiende a disminuir la renta” (RD I), y no se trata sólo de las causas “generales (fertilidad y ubicación)” del suelo, sino otras como la “distribución impositiva”, el “diferente desarrollo” en diversas partes del país, o la desigualdad en que se “distribuye el capital entre los arrendatarios”. Marx resalta “las particularidades” de su propio análisis “a diferencia del de Ricardo”. Primero, trata las diferencias o “resultados desiguales” nacidos de “cantidades iguales de capital aplicadas a tierras diferentes de igual extensión”. Hay dos causas generales de estas diferencias: la fertilidad y la ubicación (esencial ésta en las colonias). La diferente “fertilidad natural” depende básicamente de diferencias “en la composición química de la superficie”, que es también una fertilidad “económica” condicionada por el nivel de la “fuerza productiva del trabajo” y presupone cierto nivel dado de “desarrollo de la agricultura”. Supongamos que, como resultado de una secuencia histórica, existen ahora 4 tipos diferentes de suelo, que el precio de un quintal de trigo son 3 libras (= 60 chelines), y que tenemos toda la información del cuadro I.
Cuadro I (precio unitario = 60 chelines)
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Tipos de Producto Producto Capital (K) Ganancia (G) Renta (R)
suelo en quintales en chelines desembolsado en Q en ch. en Q en ch.
(Q) (ch)
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A 1 60 50 1/6 10 – –
B 2 120 50 11/6 70 1 60
C 3 180 50 21/6 130 2 120
D 4 240 50 31/6 190 3 180
_____________________________________________________________________________________ Total 10 600 6 360
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Marx aclara que la secuencia histórica que muestra el cuadro puede darse de hecho en sentido “descendente” (¡ojo: de D a A!), “ascendente” (de A a D) o “de manera alternada”. En el primer caso (de D a A), suponiendo que el precio puede que hubiera subido de 15 a 60 chelines, puede que no basten los 4 quintales de la tierra D, en cuyo caso se necesita que pase a producir también la tierra C, luego la B, etc. En este caso, con el precio “aumentaría la renta y disminuiría la tasa de ganancia”. Marx no dice expresamente que está razonando como si a la situación del cuadro I se hubiera llegado a través de los tres pasos intermedios que muestran, por este orden, los cuadros I’’’, I’’ y I’:
Cuadro I’’’ (precio unitario = 15)
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Tipos de Producto Producto Capital (K) Ganancia (G) Renta (R)
suelo en quintales en chelines desembolsado en Q en ch. en Q en ch.
(Q) (ch)
_____________________________________________________________________________________
D (y total) 4 60 50 2/3 10 – –
_________________________________________________________________________________-____
Cuadro I’’ (precio unitario = 20)
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Tipos de Producto Producto Capital (K) Ganancia (G) Renta (R)
suelo en quintales en chelines desembolsado en Q en ch. en Q en ch.
(Q) (ch)
_____________________________________________________________________________________
C 3 60 50 1/2 10 – –
D 4 80 50 11/2 30 1 20
_____________________________________________________________________________________ Total 7 140 1 20
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Cuadro I’ (precio unitario = 30)
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Tipos de Producto Producto Capital (K) Ganancia (G) Renta (R)
suelo en quintales en chelines desembolsado en Q en ch. en Q en ch.
(Q) (ch)
_____________________________________________________________________________________
B 2 60 50 1/3 10 – –
C 3 90 50 11/3 40 1 30
D 4 120 50 21/3 70 2 60
_____________________________________________________________________________________ Total 10 270 3 90
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Puede comprobarse que la tasa de ganancia neta en conjunto (definida aquí como = (G-R)/Q) pasa de coincidir con la del arrendatario D en I’’’ (es decir, 1/6 = (2/3)/4); a ser luego 1/7 en I’’ (= 1 (=½ + ½) / 7 (4+3)); luego, 1/9 en I’ (= 1 (=1/3 + 1/3 + 1/3) / 9 (=4+3+2)); y, finalmente, 1/15 en I (= 2/3 (=1/6 + 1/6 + 1/6 + 1/6) / 10 (= 4+3+2+1)).
A continuación, el texto se hace muy engorroso. Primero, analiza Marx la secuencia inversa; luego añade nuevos cuadros en los que en vez de 4 aparecen más tierras…; finalmente, desarrolla toda una casuística numérica de la que podemos prescindir tras aclarar que en todos los casos puede formarse la renta diferencial. Lo que le importa es acabar con el supuesto erróneo que domina el análisis de Ricardo (y Malthus y West): “que presupone necesariamente un avance hacia suelos cada vez peores, o una fertilidad constantemente decreciente de la agricultura”. Es decir, para Marx, lo único que se requiere para tener RD I es “la desigualdad de los tipos de suelo”, ya sea esta (dinámicamente) constante, creciente o decreciente en el tiempo.
Otro aspecto general importante es que el valor de mercado de los productos del suelo “se halla situado siempre por encima del precio global de producción de la masa de productos”. En el cuadro I, por ejemplo, el segundo suma 240 chelines, mientras que el primero asciende a 600 (por tanto, cada quintal se vende a 60, que es un 250% del precio de producción de 24). Otro es la influencia de la “proporción” que guardan entre sí: (1) las cantidades de las distintas tierras, y (2) sus calidades relativas: de sentido contrario en cada caso. Asimismo, Marx define la “tasa media de renta”, que puede aumentar o disminuir, como el cociente entre la renta total obtenida y el capital global empleado. También varía “el nivel relativo de la renta media por acre”, que no debe confundirse con la tasa. Por último, 3 afirmaciones más: 1) el precio del suelo no cultivado de cada calidad está determinado por el precio de las tierras cultivadas de la misma calidad y ubicación (en ambos casos lo fijan las rentas “futuras” esperadas); 2) el avance hacia suelos de peor calidad sólo puede resultar de un aumento en los precios, es decir, será en cualquier modo de producción resultado del aumento de la “necesidad”; 3) la extensión del cultivo a superficies de terreno mayores no presupone un aumento de precios, pues “también en la agricultura se verifica constantemente” la sobreproducción relativa, que “de por sí es idéntica a la acumulación”.
XL. Segunda forma de la renta diferencial (Renta diferencial II). Hasta aquí el paso a cultivos más “extensivos” del suelo; ahora (en RD II) se analiza la “intensificación” del cultivo, o empleo de mayor cantidad de capital por unidad de superficie. Las plusganancias y sus tasas se forman igual en ambos casos, pero no su transformación en rentas del suelo, y se estudia RD II sobre la base histórica de RD I. Hay que contar ahora con las diferencias en la distribución de capital y capacidad de crédito de los arrendatarios. El que los pequeños campesinos desarrollen mucha cantidad de trabajo permite a los arrendatarios, que explotan sus tierras con asalariados, apropiarse de una parte de la plusganancia. No obstante, RD II “coincide intrínsecamente” con RD I, y a la vez la presupone. Pero su combinación puede ser “complicadísima”, y es un error de Ricardo tratar esto “en forma totalmente unilateral y como una cuestión sencilla”, analizando un solo caso (en que la productividad decreciente del capital posterior conduce a un aumento del precio de producción, un descenso de la tasa de ganancia y una RD más elevada). Marx señala “otros tres casos posibles” cuyo análisis en los 3 capítulos siguientes desvela “una diferencia esencial” entre RD I y RD II.
XLI, XLII, XLIII. [Los tres casos de] la renta diferencial II: 1) Precio de producción constante; 2) decreciente; 3) creciente. Resultados. Marx desarrolla este análisis a lo largo de 60 detalladas páginas repletas de cuadros y números.
En el caso 1, son posibles varios subcasos: a) que el capital suplementario invertido en B, C o D produzca lo mismo que el A (en cuyo caso no hay efectos sobre la renta); b) que en cada tipo de suelo se obtenga productos suplementarios “proporcionales a su magnitud”; c) que el aumento no sea “en proporción”, sino “con una tasa decreciente” (en este caso, la tasa de plusganancia disminuye, pero su magnitud absoluta aumenta, como en la sección 3ª de este libro); d) ídem, pero con una tasa “creciente”.
El caso 2 comprende otros tres subcasos, según que el precio de producción descienda con una productividad constante, a la baja o al alza.
En el tercer caso, el texto íntegro es de Engels (con 24 nuevos cuadros incluidos); y en ese capítulo, antes de que Marx exponga los “resultados generales” de la RD, sólo aparece este apunte (casi mnemotécnico): “Los rubros bajo los cuales debe tratarse la renta son los siguientes: A) Renta diferencial (concepto..., RD I..., RD II..., influencia de esta renta sobre la tasa de ganancia), B) Renta absoluta, C) Precio de la tierra, D) Consideraciones finales”. Y en efecto, este es el orden seguido hasta ahora y en lo sucesivo. En cuanto a los resultados, destacan 3: 1) Mientras los capitales suplementarios generen “plusproductividad” (aunque sea decreciente), “aumenta la renta absoluta en grano y en dinero por acre, aunque disminuya relativamente en proporción al capital adelantado”; 2) si esa plusproductividad es cero, no se alteran los niveles de plusganancia ni de renta; 3) si es negativa, estas inversiones acercarán progresivamente “el precio medio individual del producto global del suelo mejor al precio de producción general”, de forma que “cada vez entra una parte mayor de lo que constituyó la plusganancia o la renta en la formación de la ganancia media”.
XLIV. La renta diferencial también en el suelo peor cultivado. Hay tres posibilidades de que finalmente genere renta diferencial incluso la llamada tierra A (que hasta ahora no lo hacía)… Pero el resultado es siempre el mismo: “es el precio de producción medio individual del quarter [nuestro quintal: DG] en la producción global (o el desembolso global del capital) lo que decide”.
XLV. La renta absoluta (RA). Hasta ahora se ha supuesto que el suelo de peor calidad no abona renta. Pero las leyes de la RD son independientes de este supuesto. No es cierto que el precio de producción del producto de la tierra A (que llamaremos P) sea el precio regulador final; más bien será P + r (donde r, que será en general distinta de cero, es la renta que abona el suelo A). Sin embargo, la RA no elimina las leyes de la RD estudiadas, y por tanto las magnitudes de RD (I y II) serán las mismas que antes. Obsérvese que el monopolio de la propiedad de la tierra ya estaba presupuesto en la RD; pero la propiedad de la tierra “en cuanto barrera persiste inclusive allí donde la renta desaparece en cuanto renta diferencial”. Por tanto, aunque la mera “propiedad jurídica” del sujeto no crea una renta para el propietario del suelo, “sí le da poder de sustraer su tierra a la explotación hasta tanto las condiciones económicas permitan una valorización de la misma que arroje un excedente para él”, lo que ocurre tanto en la agricultura como en “edificaciones, etc.”.
De lo anterior se sigue que el precio de estos productos es un “precio monopólico en el sentido corriente del término”, y que la renta se ingresa “a la manera de un impuesto”; por tanto este ingresa en el precio del producto “como un elemento independiente de su valor”. Por tanto, aunque el precio de estos productos supere su precio de producción (P + r), todavía podría ser inferior a su valor (en ciertos casos) si P es inferior al valor (ocurre en los sectores con una composición del capital inferior a la media). Por tanto, si esto sucede en la agricultura –que en los países avanzados no se ha desarrollado hasta ahora tanto como la industria–, este “exceso”, r, no basta para explicar la existencia de una RA. Se ha supuesto siempre que “no hay barrera alguna, o a lo sumo alguna barrera accidental y temporaria, que impida a la competencia de los capitales” reducir los valores a los precios de producción. Pero si el capital se topa con “un poder ajeno” –como la propiedad de la tierra, que no permite “nuevas inversiones” sin percibir “un gravamen”–, a P se sumará una r que podrá ser mayor o menor que la diferencia entre P y el valor, dependiendo “por completo del estado de la oferta y la demanda”. En cualquier caso, los productos agrícolas siempre se venden a un precio monopólico, es decir, “no nivelado” al precio de producción, lo que no “ocurre con los precios industriales”. Por tanto, en este caso “el encarecimiento del producto no es causa de la renta, sino que la renta es causa del encarecimiento del producto”.
Las dos formas de renta estudiadas, RD y RA, son “las únicas normales”. Fuera de ellas sólo existe un “precio monopólico propiamente dicho”, determinado exclusivamente por “las necesidades y la solvencia de los compradores”. Si la composición de capital en la agricultura fuera la misma o mayor que en la industria, “desaparecería” esta RA (como algo a la vez diferente de RD y del precio monopólico puro). Por otra parte, como en la agricultura y la minería “no se trata sólo de la productividad social, sino también de la productividad natural del trabajo”, el aumento de la productividad social podría ser sólo el suficiente para compensar, o ni siquiera eso, una disminución en su productividad natural. Por último, la renta agrícola, en cuanto RA o precio monopólico (cuya causa es la no nivelación que introduce la propiedad de la tierra), sólo puede ser “pequeña”, y. En cambio, en la minería (o “industria extractiva”), donde predomina necesariamente la baja composición de capital, debido a que la materia prima “se halla ausente por completo”, esta RA “desempeña un papel más importante”; y “se requieren condiciones de mercado favorables en grado sumo para que las mercancías se vendan a su valor” (como en las “pesquerías, canteras, bosques naturales, etc.”).
XLVI. Renta de solares, Renta minera. Precio de la tierra. Pero hay que generalizar lo que podría parecer un fenómeno sólo agrícola: “en todas partes donde las fuerzas naturales sean monopolizables y le aseguren al industrial que las emplea una plusganancia”, el propietario de los recursos interceptará esta plusganancia al “capital actuante”. Por ejemplo, en “la tierra con fines de edificación” la influencia preponderante es “la ubicación”, como ocurre en la “viticultura” y en “los solares de las grandes ciudades”. En todos los casos tenemos: 1) la “total pasividad” del propietario; 2) el “predominio del precio monopolista”; 3) “la más desvergonzada explotación de la miseria” (pues la miseria es para los alquileres, escribe Marx adelantándose siglo y medio a nuestra época, “una fuente más lucrativa de lo que jamás lo fueron para España las minas de Potosí”); y 4) el “poder descomunal que confiere esa propiedad de la tierra cuando, unida en unas mismas manos con el capital industrial”, permite que una parte de la sociedad reclame a la otra “un tributo a cambio del derecho de habitar la tierra”.
El incremento de la población y el desarrollo del capital fijo son factores que elevan esta “renta edilicia”. Y en esto Marx “suena” especialmente contemporáneo: “En las ciudades en rápido progreso, en especial allí donde la edificación se practica, como en Londres [léase Madrid, por ejemplo, y tendremos a un Marx asombrosamente cercano], a la manera fabril, es la renta del suelo y no el propio edificio lo que constituye el objeto básico propiamente dicho de la especulación inmobiliaria”.
Tras repetir que la “renta minera propiamente dicha” se determina como la agrícola, distingue los casos en que “existe un precio monopólico de los productos” o “del mismo suelo”. Por ejemplo, un vino que sólo pueda producirse en cantidades muy exiguas (en relación con su demanda solvente) tiene en sí mismo un precio monopolista; en este caso, es el precio monopolista el que “crea la renta”. El caso contrario se produciría, por ejemplo, “si los cereales se vendiesen no sólo por encima de su precio de producción, sino por encima de su valor”. Por su parte, la renta capitalizada, o precio del suelo, hace que este pueda ser vendido como cualquier otro artículo comercial. A quien ha comprado la tierra, la renta le parecerá el “interés” que genera su capital, lo mismo que “a un esclavista que ha comprado un negro”. En ambos casos, el título debe existir previamente, y lo que lo crea son “las condiciones de producción”. Por eso, “desde el punto de vista de una formación económico-social superior, la propiedad privada del planeta en manos de individuos aislados parecerá tan absurda como la propiedad privada de un hombre en manos de otro hombre. Ni siquiera toda una sociedad, una nación o, es más, todas las sociedades contemporáneas reunidas, son propietarias de la tierra. Sólo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y deben legarla mejorada, como boni patres familias [buenos padres de familia], a las generaciones venideras”.
Por último: “no es posible deducir sin más de un aumento del precio de la tierra, un aumento de la renta, ni que de un aumento de la renta, que siempre trae aparejado un aumento del precio de la tierra, pueda concluirse sin más un aumento de los productos agrícolas”.
XLVII. Génesis de la renta capitalista de la tierra. Veremos 3 cosas: el origen de este excedente sobre la ganancia media; la transformación de la “renta en trabajo” en “renta en productos” y de ésta en “renta en dinero”; y el régimen de aparcería de la tierra. Para Petty, Cantillon y otros autores de la época feudal no existía el primer problema porque identificaban la renta como la forma general del plusvalor. El punto de vista “correcto” de los fisiócratas –que toda producción de plusvalor se basa en “la productividad del trabajo agrícola”– resulta ser cierto no porque el trabajo industrial no sea productivo, sino más bien porque “una productividad del trabajo agrícola que exceda las necesidades individuales del trabajador es la base de toda sociedad”.
La renta en trabajo, es la forma originaria del plusvalor y coincide con él en forma “visible y palpable”. Para hacer “posible” la renta, el productor directo debe “poseer suficiente fuerza de trabajo” y “las condiciones naturales de su trabajo”. Pero esta posibilidad no crea la renta, sino la “coerción” que obliga al trabajo a comportarse de cierta manera y “convierte la posibilidad en realidad”. Su transformación en “renta en productos” no altera “en absoluto” la esencia de la renta; sólo supone un nivel cultural superior y menor separación en el tiempo y el espacio de la proporción de su trabajo que el productor dedica a sí mismo y a su terrateniente. En cuanto a la renta “en dinero”, es una “mera trasmutación formal” pero modifica “el carácter de todo el modo de producción” pues, aunque la base sea la misma, se vuelven decisivos “la relación de los costos de producción” y “el excedente”. Esta última forma de renta es, a la vez, la forma de su “disolución”, porque ya no es casi lo mismo que la ganancia, sino un excedente por encima de ella. Por último, se estudia una “forma de transición” entre la forma histórica “originaria” de la renta y la “renta capitalista”: la “aparcería” o “medianería”.
Sección Séptima: Los réditos y sus fuentes
En esta última sección, Marx ofrece una visión de conjunto de mucho de lo expuesto en El capital. Y este paso del detalle a la visión general –véase un esfuerzo de síntesis parecido en los manuscritos de 1863, publicados modernamente con el nombre de “Capítulo sexto (inédito) de El capital”– hace especialmente valiosas algunas de las reflexiones y conclusiones de esta sección.
XLVIII. La fórmula trinitaria. Con esta expresión, Marx se burla del dogma cuasirreligioso de la “trinidad” de factores creadores de valor. La fórmula “capital-ganancia, suelo-renta de la tierra, trabajo-salario” (mejor aun, si se sustituye ganancia por interés, para dejar “afortunadamente eliminada la ganancia”, que aún recuerda algo al plusvalor) le parece tan coherente como unir los “aranceles notariales, las remolachas y la música” (es decir: “una incongruencia uniforme y simétrica”). Pero el capital no es una cosa, no son los medios de producción en sí, sino la relación social que hace de ellos algo “monopolizado por determinada parte de la sociedad” que presupone cierta forma específica de antagonismo. Por otra parte, y puesto que todo valor es trabajo –transformación de fuerza de trabajo en trabajo–, el plusvalor, que es una parte de él, “no puede ser tierra”. En cuanto al trabajo sin más, “eximido de toda sociedad”, sólo es mala abstracción.
Lo que deberían decir estos trinitarios es que tanto el trabajo asalariado como el capital y la renta de la tierra son “formas sociales históricamente determinadas”; y, más específicamente: “la una lo es del trabajo, la otra del globo terráqueo monopolizado, y ambas, por cierto, son formas correspondientes al capital y pertenecientes a la misma formación económico-social”. Decir que “la tierra” (o los otros dos) “actúa como agente de producción en la creación de un valor de uso, de un producto material, del trigo”, sí sería correcto, pero esto no tiene “nada que ver con la producción del valor del trigo”. Los defensores “vulgares” de esta trinidad ni siquiera se dan cuenta de que, al decir capital-interés, dicen el “absurdo” de “un valor desigual a sí mismo”, ya que es “imposible que 100 táleros sean 110 táleros”. Y ya se vio en el libro I que la expresión “precio del trabajo” es tan irracional como la de “logaritmos amarillos”.
Hay en este capítulo hermosos ejemplos de algunas de las tesis más conocidas de Marx. Por ejemplo, que producir es tanto producir “las condiciones materiales de existencia de la vida humana” como reproducir, a la vez, las relaciones sociales que se generan con ello: precisamente “la totalidad de esas relaciones con la naturaleza y entre sí” es “la sociedad, considerada según su estructura económica”. O que el plustrabajo sigue siendo plustrabajo y trabajo “forzado” también en la sociedad burguesa, por mucho que “aparezca como resultado de un libre convenio contractual”, y aunque sea “uno de los aspectos civilizadores del capital” que se “arranque ese plustrabajo” en condiciones “más favorables” (“para el desarrollo de las fuerzas productivas”) que las de las sociedades esclavista, servil, etc. Además, esto conducirá a una nueva fase en que la coerción misma desaparecerá, pues así se crearán “las condiciones materiales y el germen” de las relaciones que permitan ligar el plustrabajo social con una “mayor reducción del tiempo dedicado al trabajo material en general”, pues la “reducción de la jornada laboral es la condición básica” para todo ello. En cierto sentido, la producción para la satisfacción de necesidades seguirá siendo aún el reino de la necesidad, y no de la libertad, que sólo puede aparecer “más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha”; pero, por otra parte, “la libertad en este terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente el metabolismo social con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por él como por un poder ciego”, y también, en que “lo lleven a cabo con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana”.
Hemos visto que el terrateniente extrae del capitalista una parte del plusvalor que este extrae del obrero. Si el capitalista funciona como “una perenne máquina extractora de plustrabajo”, el suelo es un “perenne imán” que le succiona al primero una parte del mismo. Pero, como se vio en el libro I, el único “formador de valor” es el trabajo; y para nada cambia esto que se distribuya el valor entre los distintos perceptores de rentas. Los capitalistas y los economistas no entienden esto porque se dejan llevar por las apariencias de la economía: 1) El primer factor de “distorsión” o “encantamiento” sucede en el “proceso directo de producción”, pues las “conexiones sociales del trabajo aparecen en el proceso laboral directo como desplazadas del trabajo al capital”, que empieza a transformarse en un “ente místico”. 2) Luego se interpone el “proceso de circulación”, con sus dos influencias que parecen incidir en la creación de valor: las “ganancias por el intercambio” y el “tiempo de circulación”. 3) En tercer lugar, influye “el proceso real de producción como unidad” de los dos anteriores: esto se manifiesta en la transformación del plusvalor en ganancia, de la tasa de plusvalor en tasa de ganancia, y de los valores en precios de producción; con todo ello, la influencia del trabajo en los precios se manifiesta en su “movimiento” y no directamente en su magnitud. Además se realiza una ganancia “divergente” de la ganancia media, por varias razones, y entre ellas porque “se ubica la renta de la tierra como límite de la ganancia media”.
En la mistificación trinitaria se amalgaman sin sentido “relaciones materiales de producción con su determinación histórico-social”. Y es un mérito de la economía clásica haber superado “parcialmente” esta “religión de la vida cotidiana”; si bien sólo parcialmente, porque, aunque supere la “traducción didáctica” de los intereses burgueses que hacen los economistas vulgares, sigue prisionera de contradicciones e inconsecuencias. Estas mistificaciones eran menores en formas económicas precapitalistas, porque en ellas sólo se veía afectado el limitado ámbito del dinero y del capital a interés.
XLIX. Para el análisis del proceso de producción. Al analizar el capital social global, no cuenta la distinción entre valores y precios de producción. Por eso prescinde Marx de ella y se ocupa sólo de una dificultad. Si suponemos que no hay acumulación y todos los réditos se consumen, la dificultad es doble: 1) el valor en el que se consumen los réditos incluye una parte de capital constante (C), que no es un rédito: ¿cómo es posible que s + g + r (salario + ganancia + renta) pueda comprar s + g + r + C?; o, dicho de otra manera: “¿quién ha de pagar, y con qué?”; 2) además, todo el C que se consume en la producción hay que reponerlo in natura y en valor: ¿quién ejecuta el trabajo que se necesita para reponer ese valor?
A continuación hay varias digresiones antes de volver a esas preguntas. Tras referirse nuevamente al dogma de Smith y los esquemas de la reproducción, afirma que los economistas no comprenden la conexión del proceso de reproducción global; ni la “relación fundamental entre capital constante y variable”; ni que el trabajo, además de crear valor, “conserva el antiguo valor en forma nueva”; ni que no “se modifica la ley del valor” por que los precios de producción diverjan de los valores.
En cuanto a la solución positiva del problema, “una parte del valor del producto” no es “ningún producto de ese trabajo nuevo agregado, sino capital constante preexistente y consumido”. La parte de los productos en que se representa esa parte de valor “tampoco se transforma en rédito sino que repone in natura los medios de producción”; y la parte de valor nuevo agregado “no se consume in natura como rédito, sino que repone el capital constante en otra esfera”. Dicho de otra manera: lo que se transforma en capital no es la ganancia en cuanto tal, pero expresarlo así quiere decir “que el plusvalor y el plusproducto no son consumidos individualmente como rédito por el capitalista”.
L. La apariencia de la competencia. Prescindiendo ahora de la parte C, es cierto que el valor nuevo “se resuelve” siempre en salario, ganancia y renta (o que éstos son “partes” de aquél), pero sería “falso” a la inversa: “que el salario, la tasa de ganancia y la tasa de renta forman elementos constitutivos autónomos de valor”. Por tanto, la magnitud del total es previa e “independiente de su descomposición”. Tampoco la transformación de valor en precio modifica nada de esto pues “el recargo del 20%” que, por ejemplo, constituye la tasa de ganancia –y esto, siendo fundamental, no suelen comprenderlo tampoco los excedentistas modernos, herederos de las teorías clásicas objetivas del valor– “está determinado a su vez por el plusvalor que genera el capital social global y por su proporción con el valor del capital, y por eso es del 20% y no del 10 o del 100” (énfasis mío: DG). A su vez los precios de mercado pueden oscilar por encima o debajo de estos precios de producción, pero los “límites relativamente estrechos de las divergencias” son “sorprendentemente” pequeños, limitándose a la RD y la RA, los precios monopólicos, etc. Por tanto, “la competencia sólo puede nivelar desigualdades en la tasa de ganancia”, pero para nivelarlas la “ganancia debe existir ya como elemento del precio mercantil”; es decir, “la competencia no la crea”. Y por dos veces vuelve Marx a preguntar por qué esa ganancia es del 20% en vez del 10% o del 100%, y por qué el precio es 10, 20 ó 100, etc. Además, aunque fuera un “recargo”, por qué ese recargo es de esa magnitud, y no otra.
Para Marx, “la competencia debe encargarse de explicar todas las faltas de lógica en que incurren los economistas, mientras que, por el contrario, son los economistas los que tendrían que explicar la competencia”. Los economistas ven ciertas conexiones y recurren a la simple experiencia, pero “lo que no muestra la experiencia es la causa oculta de esa conexión”: no entienden que “la causa puede presentarse como efecto, y el efecto como causa”. El secreto último de por qué lo que es una simple descomposición del valor entre partes aparece, o se representa, como una adición, estriba en esto: la reproducción del sistema es constante, y esto hace que “sus presupuestos” aparezcan como “sus resultados”.
LI. Relaciones de distribución y relaciones de producción. Para la concepción habitual, las relaciones de distribución aparecen como “naturales”. Para un punto de vista más evolucionado (por ejemplo, Stuart Mill), las relaciones de distribución son “históricas”, y las relaciones de producción “naturales”. Para Marx, las dos posiciones son criticables pues ambos tipos de relaciones son “históricas”, y “las relaciones de distribución son esencialmente idénticas a esas relaciones de producción”: sólo son su “reverso”. El mero hecho de que exista capital ya presupone “una distribución: la expropiación a los obreros de las condiciones de trabajo”, y su concentración y propiedad exclusiva en la clase capitalista. Pero el propio “capital” significa a su vez dos cosas: 1) “que ser mercancía es el carácter dominante y determinante de su producto”; 2) que la producción de plusvalor es “el objetivo directo y motivo determinante de la producción”, y sólo esto conlleva la tendencia acuciante a reducir el trabajo necesario a un mínimo.
Por tanto, el trabajo asalariado no es el determinante del valor directamente, sino “en la medida en que sólo sobre esta base la producción mercantil se convierte en la forma general de la producción”; ahora bien, en la determinación del valor, de lo que se trata es del “tiempo social del trabajo en general, de la cantidad de trabajo que tiene a su disposición la sociedad en general y cuya absorción relativa por los diferentes productos determina, en cierta medida el respectivo peso social de éstos”. Todo el problema procede de confundir e identificar el proceso de producción “social” con el proceso “simple de trabajo, tal cual debiera ejecutarlo también un hombre anormalmente aislado”. Esto impide comprender el “conflicto entre el desarrollo material de la producción y su forma social”. Impide comprender que precios y producciones funcionan como lo que los matemáticos contemporáneos llaman un problema dual, y que “todo el proceso de producción capitalista, además, está regulado por los precios de los productos”. Y que a su vez –y esto lo ha desarrollado Rubin mejor que nadie a partir de Marx– “los precios de producción reguladores están regulados por la nivelación de la tasa de ganancia y la distribución del capital, correspondiente a ella, en las diferentes esferas de la producción social”. Esto significa, por tanto, que la ganancia no es un factor principal “de la distribución”, sino “de la producción misma” (énfasis mío: DG), y ello “como factor de distribución de los capitales y del trabajo mismo en las diferentes esferas de la producción” (es decir, lo que modernamente se llama “el mecanismo de asignación económica”).
XLII. Las clases. El manuscrito de Marx se interrumpe a los pocos párrafos de iniciar este capítulo 52 y último de El capital. En él, tras afirmar que las tres clases principales señaladas por los economistas clásicos –asalariados, capitalistas y terratenientes– no se articulan de forma pura “ni siquiera en Inglaterra”, se hace una pregunta que deja al lector con una tremenda curiosidad: “La próxima pregunta a responder es ésta: ¿qué forma una clase?”. ¿Por qué son las tres citadas las “tres grandes clases sociales” (tres, pero reducidas en realidad a dos, en el modelo teórico que se incluye en El capital)? Piense el lector en todo lo dicho a lo largo de este libro y encontrará realmente la respuesta; y, si no la respuesta completa, al menos el camino correcto hacia donde dirigir la mirada y la introspección en busca de esas respuestas…
ANEXOS
Anexo I: EL RECORRIDO DE MARX HASTA EL (INACABADO) CAPITAL
El resumen de Rosdolsky, centrado en los Grundrisse, sigue siendo muy adecuado para una perspectiva global de este recorrido teórico: desde una 1ª fase, en la que Marx se propone una crítica de la economía política (EP) y la política pero también del derecho, la moral y la filosofía, pasa a una 2ª, en que su objetivo son sólo la EP y la política; y una 3ª, en que “abandonó su plan anterior de incluir también una ‘crítica de la política’ en su obra”, para realizar [desde ff. 1851] “un ‘ajuste de cuentas’ con la EP anterior y los sistemas socialistas” (Rosdolsky, 1968, p. 30; citado infra en el Anexo III, 2.A: A-III/2.A). En Mandel (1967; vid. A-III/2.A) puede leerse otro específico “estudio genético” de este tipo. Rubel (1956, 1960: A-I, punto 7) contiene una exhaustiva bibliografía de las obras de Marx, actualizada en la completísima Enciclopedia de Draper (pero véase el punto 7, infra), donde se encuentra el detallado apéndice (1985/86, vol. I, pp. 292-7: A-I, punto 7) que inspira este cuadro cronológico. Distinguimos en total 6 etapas (a las que añadimos un apartado, el 7, sobre la bibliografía y las ediciones de la obra de Marx).
1) París: oct. 1843 – febr. 1845.
Febr. 1844: se publica en los Anuarios Franco-alemanes el art. de Engels (E) “Esbozo (o delineación) de una crítica de la economía política” (Umrisse), que lleva a Marx (M) a leer y extractar a los economistas ingleses.
Mar.-jun.: primera “obra” económica de M: los extractos de los Elementos de James Mill.
Abr.-mayo: primero de los Manuscritos de París; que deja inacabados en ag.
Sept.-nov.: escribe con E La sagrada familia y comienza su correspondencia: ya en su 1ª carta (oct.), E ve necesario difundir el trabajo “teórico” de M en Alemania y le reclama que acabe su proyectado libro de EP.
Dic. 1844-en. 1845: estudio de EP hasta su expulsión de París (3-febr-1845), justo después de firmar contrato con Leske para publicar una Crítica de la política y la economía política (2 vols.).
2) Bruselas (febr. 1845 – mzo. 1848)
Febr.-dic. 1845: 10 cuadernos con notas de EP.
Marzo: crítica inacabada de la EP de List (El sistema nacional de EP), negociada infructuosamente con Leske, quien propone a M, E y Hess una “Biblioteca” de grandes obras de autores socialistas y comunistas.
Mayo: E publica en Leipzig su Condición de la clase obrera en Inglaterra (2ª ed., 1848), que ejerció también una influencia decisiva sobre M.
Jul.-ag.: viaja con E a Londres y Manchester, para contactar con el movimiento obrero inglés y estudiar EP
Oct.: planea escribir con E sobre la cuestión arancelaria y el debate proteccionismo - librecambio (ed. Campe).
Nov.: escribe, con E, La ideología alemana, que trata de EP sólo de pasada. 1ª defensa de la teoría laboral del valor.
Jul. 1846-febr. 1847: proceso de ruptura con Leske por incumplimiento de fechas.
Dic. 1846: lee La filosofía de la miseria de Proudhon, y responde con su Miseria de la Filosofía, que publica en Bruselas en jul. 1847.
Sept. 1847: se le impide hablar en el Congreso Internacional de Economistas; a partir de sus notas publica “Los proteccionistas, los librecambistas y la clase obrera” (Atelier Démocratique, Bruselas) y el Discours sur la question du libre échange.
Dic. 1847: clases de EP en la Asociación de Trabajadores Alemanes de Bruselas, luego (febr. 1848) preparadas como “Salarios”. Plan de charlas quincenales libres sobre “temas sociales” (M, E y Schapper).
1848: la revolución interrumpe sus trabajos de EP.
Abr. 1849: aparece (incompleto) en 5 números de la Nueva Gaceta Renana (Colonia, de la que es director) Trabajo asalariado y capital [publ. en 1880 como panfleto en Breslau, sin conocimiento de M, y en 1884 con prefacio de E]. Lo interrumpe por su viaje por Alemania (movimiento obrero de Colonia, trabajo educativo de la Asociación de Trabajadores de Colonia).
3) Londres d. ag. 1849 h. los Grundrisse
Nov. 1849-sept. 1850: charlas de EP y sobre el Manifiesto comunista en la German Workers Educational Association (GWEA). Cursos intensivos para activistas de la Liga Comunista, en su casa de Soho.
Marzo 1850: nº 1 de la NRZ-Revue (proyectada continuación de la Nueva Gaceta Renana de Colonia)
Jun.: obtiene el carnet de la Biblioteca del Museo Británico. Se concentra en el estudio de la EP por el “fin de la situación revolucionaria” y la vuelta a la prosperidad económica y la reacción política.
Sept.: cierra una etapa: escisión de la Liga de los Comunistas, fin de la NRZ-Revue y dimisión de la GWEA.
1851 (h. golpe de estado de L. N. Bonaparte): escribe 14 cuadernos de EP. Planea terminar la EP en “5 semanas” y busca ya editor. Cotta rechaza la idea. Löwenthal (Frankfurt) le propone publicar algo diferente y pronto (lo que apoya E). M lo rechaza. Lassalle propone crear una compañía por acciones en Alemania para financiar la obra.
Mzo. 1852: 18 Brumario.
Ag. 1852: comienzan sus colaboraciones en el New York Daily Tribune; pregunta a Weydemeyer por un editor en EE. UU.
Abr. 1853: abandona de facto la EP, y en sept. (Guerra de Crimea) parece que no piensa ya en retomarlos.
1854-57: colaboraciones en el NYDT y la Neue Oder Zeitung (Breslau, vía Lassalle)
Nov. 1854-en. 1855: folleto “Dinero, crédito, crisis” (con referencias a Tooke, Thornton, Mill, Fullarton, etc.), que luego usa en los Grundrisse y El capital.
1856-1857: atención a la nueva crisis económica (crisis financiera, Crédit Mobilier, crisis europea…)
4) Los Grundrisse, la Contribución y “El capital indiferenciado”
1857-58: Redacción del manuscrito de los Grundrisse, con 2 secciones: a) la principal (764 pp.) contiene 2 partes: “Introducción” (Einleitung, 31 pp.) y 7 cuadernos (I a VII) agrupados en 2 caps.: “Dinero” y “Capital”. b) El resto es un suplemento con 6 documentos [vid. los “Apéndices” de OME, nº 22, ed. Sacristán (pp. 285-509; vid. A-I, punto 7)]. Estos manuscritos, publicados por 1ª vez en 1939-41 en Moscú (2 vols.), en ed. rarísima en Occidente (Rosdolsky la trabaja en 1948), y luego en Alemania (1953), son una “obra esencial” para entender a M, en la que “el lector no advertido será conducido por M mismo, con su propia mano de pedagogo, a sus descubrimientos centrales, fundamentales, con sus propias palabras, conceptos, categorías, y en el orden que él mismo fue descubriendo en su ‘laboratorio’ teórico” (Dussel, 1985, p. 11: A-III, 1º).
Mayo-jun. 1858: interrumpe los Grundrisse.
Ag. 1858: redacción del primer libro de la Contribución a la crítica de la economía política (CCEP, publ. en jun. 1859 en Berlín: 1000 ejs.), como 1ª parte de un trabajo más amplio sobre “el capital” (CCEP I). Son 2 caps. (“Mercancías” y “Dinero”), dejándose el “Capital” para un volumen posterior (CCEP II). “Conspiración de silencio” de la prensa alemana; M teme que sea “excesivamente teórico para el público de la clase obrera”. En sept. 1859 planea publicar el resto en inglés y hacerlo más “popular hasta cierto punto”.
Otoño 1859: clases privadas sobre el libro a un grupo de 20 ó 30 trabajadores, incl. antiguos miembros de la Liga de los Comunistas.
1860: el asunto Vogt interrumpe lo que entonces era su EP [= CCEP II, sobre “capital en general” = final del libro I de los 6 proyectados entonces].
Ag. 1861-jul. 1863: retoma la EP con el mismo título de 1859 (CCEP): 23 cuadernos manuscritos. Comienza a preocuparse por el editor (Brockhaus, que no se compromete hasta ver el manuscrito).
Dic. 1861: quiere hacerlo más popular, sin que el “método” se note tanto.
1862: progresa mucho ese año y comienza las Teorías sobre la plusvalía (TP), parte histórico-crítica de la obra. A ff. año abandona el plan de CCEP y concibe El capital como trabajo independiente (no como continuación de CCEP I).
En. 1863: termina la redacción del cuerpo de las TP. Planea las partes I y III (libros I y III) de El capital.
1863 (1ª mitad): cuando cree estar terminando, vuelve a empezar (ag.) para hacerlo más “popular”.
1863 (mediados): comienza el manuscrito “Resultados del proceso inmediato de producción”: publicado en el siglo XX como Capítulo sexto, inédito, de El capital.
1864: continúa trabajando en El capital.
Mayo-jun. 1865: Debate con Weston en el Consejo General de la Internacional (sobre luchas sindicales y salarios). Publica más tarde su posición en el folleto Salario, precio y ganancia.
Oct.: rechaza tajantemente la oferta de Bismarck (vía Lothar Bucher) de escribir artículos mensuales de EP para la Preussische Staats-Anzeiger.
1865 (ff.): acaba el manuscrito de donde saldrán los 3 primeros libros de El capital.
5) Volumen I de El capital: 1866-67
Febr. 1866: comienza el borrador final del vol. I
Nov.: envía las primeras páginas al editor (Meissner).
En. 1867: redacta el capítulo sobre “La ley general de la acumulación capitalista”.
Abril: Kugelmann lo convence para que escriba una versión más didáctica de la “forma de valor”, lo que hace para la 2ª ed. Al recibir las galeradas, escribe un suplemento con una exposición más popular de la “forma de valor”, que envía en julio junto al prólogo.
Ag.: Corrección de las galeradas definitivas.
14 sept. 1867: publicación (1000 ejs.), y aparición inmediata de reseñas en Zukunft, el Stuttgart Beobachter y el Bee-Hive. [La 1ª trad. española aparecerá en el periódico La República en 1886-87, a partir de la ed. francesa de 1872-73].
6) Después de 1867
E comienza a escribir recensiones y hacer publicidad. “Conspiración de silencio” a su pesar. Dühring publica un comentario a pp. 1868, que a M le parece “decente” pero lleno de errores.
Sept.: En el Congreso de la Internacional (Bruselas), Lessner explica la cuestión de la maquinaria. E cree necesario un resumen breve para trabajadores, y M le propone escribirlo.
Jun. 1871: comienza a recibir libros y artículos en ruso de Danielson; estudia las formas de tenencia de la tierra en Rusia, fisiología, agroquímica...
1877: manuscrito final del cap. primero del libro II.
1878: informado por Kovalevsky del debate en la prensa rusa sobre El capital.
1879: escribe que ciertos problemas teóricos retrasan la continuación del El capital…
7) … Y más allá de El capital
Todavía es útil el repertorio “completo” de las obras de M que dejara Maximilien Rubel en dos de sus libros: (1956): Bibliographie des oeuvres de Karl Marx. Avec un appendice un repertoire des oeuvres de Friedrich Engels, Paris: Librairie Marcel Rivière; y (1960): Supplement à la bibliographie des oeuvres de Karl Marx, Paris: Librairie Marcel Rivière. Más actualizada (y útil para todo lo relativo a la obra y vida de Marx) es la excelente y completísima Enciclopedia de Draper, Hal (1985/86) (y Center for Socialist History): The Marx-Engels Cyclopedia, New York: Schocken (3 vols.; I: The Marx-Engels Chronicle. A Day-by-Day Chronology of Marx and Engels’ Life and Activity, 1985; II: The Marx-Engels Register. A Complete Bibliography of Marx and Engels’ Individual Writings, 1985; III: The Marx-Engels Glossary. Glossary to the Chronicle and Register, and Index to the Glossary, 1986. Para Draper, “la fuente principal de información incluida en esta Cyclopedia es la producción científica del Instituto de Marxismo-Leninismo (IML) de Moscú, junto a las instituciones precedentes y colaboradoras de éste. El más importante precedente es el Instituto original Marx-Engels-Lenin fundado por D. Riazánov; su colaborador actual principal es el IML de Alemania del Este. Estos institutos, con sus editoriales filiales y asociadas, han llevado a cabo un trabajo prodigioso durante años. Al mismo tiempo, como todo el trabajo de investigación en el mundo de los Estados comunistas colectivistas-burocráticos, este trabajo se ha hecho bajo restricciones políticas bien conocidas que no tienen por qué preocuparnos salvo para explicar que la producción del IML tiene que ser sometida a un control constante. Además, el material extraído de las fuentes del IML debe compararse y completarse con información disponible a partir de otras fuentes, en la medida de lo posible.”
Las fuentes principales de Draper, como del IML y de los estudiosos contemporáneos, son las siguientes ediciones de la obra de M y E:
1. Las Marx-Engels Werke (MEW), publicadas en Alemania del Este (en alemán), que eran la única edición completa de la obra de M y E (o casi completa) hasta hace muy poco. Para Draper, “sus notas y apéndices son una mina de información”.
2. La ed. inglesa de las llamadas “Obras Completas de Marx y Engels” (Collected Works, MECW), organizadas en tres grupos: (1) obras filosóficas, históricas, políticas, económicas y de otro tipo, en orden cronológico; (2) El capital junto a versiones preliminares y trabajos directamente relacionados con él, en particular los Grundrisse; (3) cartas de M y E. Draper señalaba que “anda por un poco más de la cuarta parte de sus 50 vols. previstos, que quizás se acaben también en el próximo siglo” y, en efecto, hoy está recién completa esta obra o, mejor, el proyecto editorial resultante de la colaboración entre las editoriales Progreso (Moscú), Lawrence and Wishart (Londres) e Internacional Publishers (N. York). Porque, como Wikipedia se encarga de aclarar, no es realmente una colección completa: es posible obtener en Internet (vid. http://www.marxists.org/archive/marx/works/cw/index.htm) obras no incluidas en las MECW, como por ejemplo los “Manuscritos matemáticos” de M.
3. La llamada MEGA –nombre habitual de la antigua y original Marx-Engels Gesamtausgabe (1927-35)– todavía es útil para algunas cosas; aunque sólo cubría hasta 1848 e incluso para dicho periodo ha sido ampliamente superada.
4. La nueva MEGA, o “MEGA2” –en realidad es un proyecto independiente y no una continuación de la vieja MEGA¸ pero el IML le dio el antiguo nombre de Gesamtaussgabe– comenzó en 1975 y ahora sabemos que Draper acertó al escribir en 1985 que “puede que no se completen hasta después de 2001”. Esta obra tuvo que interrumpirse tras la caída del muro de Berlín, y su 3ª época, la actual, está todavía lejos de acabarse. Continúan apareciendo sin cesar nuevas obras, artículos, cartas, etc., de las que no se tenía noticia previamente. Uno de los editores contemporáneos de la aún “inacabada obra de Marx”, Marcello Musto, escribe [en (2006): “Karl Marx: la indiscreta fascinación de lo inacabado”, Cuadernos Nuevo Sur Sudaca, n° 21-22] que la nueva MEGA tuvo que ser “reiniciada en 1998 después de la interrupción que siguió al colapso de los países socialistas, la intensa fase de organización de las directivas editoriales (Richard Sperel, Edition auf hohem Nibeau. Zu den Grundsätzen der Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA), pp. 215, E 12, 90, Argument, Hamburg 2004) y el cambio de su dirección hacia la Berlin-Brandenburgische Akademie der Wissenschaften. De los 114 volúmenes previstos, de los cuales cada uno consta de dos tomos, con el texto y su aparato crítico, acaba de aparecer, recientemente, la entrega del volumen nº 50, el décimo de la reiniciada empresa.” (Vid. http://pom.bbaw.de/mega/start.html).
5. Pero hoy en día tenemos en Internet el MIA (Marxists Internet Archive o, también, “Marxists.org”: http://www.marxists.org/; vid. también, en español, http://www.marxismo.org/), obra de una labor internacional de voluntariado comenzada en 1990, en la que trabajan 62 voluntarios activos de 33 países, y se expresa hoy en unos 50 idiomas, algunos de los cuales son muy completos. De la “sección china” afirma Wikipedia que “tiene las obras completas de Marx, Engels y Lenin”; y se ha extendido a otros 600 autores. Según MIA, hoy se descargan por esta vía unos 20 millones de archivos al mes.
6. Dos buenas colecciones de obras de M son la de S. Padover (Nueva York, 1971-7), y la de la editorial Penguin. La primera son 7 vols. centrados en los aspectos histórico-políticos: On Revolution (1971), On America and the Civil War (1972), On the First International (1973), On Freedom of the Press and Censorship (1974), On Religion (1974), On Education, Women and Children (1975) y On History and People (1977). La 2ª consta de 8 vols. (Harmondsworth, 1973-1981): los Primeros escritos, editados por L. Colletti en 1974; 3 volúmenes más editados por D. Fernbach sobre temas políticos (1973-79); más los Grundrisse (ed. M. Nicolaus, 1973) y los 3 libros de El Capital, editados por E. Mandel (1976-81: A-III/3º). La introducción de Mandel está traducida al español como libro independiente (vid. Mandel, 1976-81). En D. McLellan (2000): Karl Marx: Selected Writings (Oxford: Oxford University Press, 2nd ed.) puede verse una lista de 20 selecciones más de “Obras escogidas” de M (sin o con E), y otra con 30 recopilaciones temáticas.
7. En español, destaca la labor editorial de Manuel Sacristán que, en 1975 proyectó “OME” (Obras de M y E), una edición crítica (en Grijalbo) de la obra completa de M y E en 68 vols., del que sólo aparecieron 12, entre ellos las traducciones que él mismo hizo de los libros I y II de El capital y del Anti-Duhring.
Anexo II: RESÚMENES PREVIOS DE EL CAPITAL
Tras el inacabado resumen (sólo los 4 primeros caps.) que hizo E de El capital en 1868, los 3 primeros resúmenes del libro I publicados en vida de M fueron hechos por socialistas marxistas convertidos luego en “anarquistas” (no olvidemos que el propio Bakunin tradujo el libro I al ruso), y sólo el 4º corrió a cargo del guesdista francés G. Deville (quien por cierto se hizo marxista en parte por influencia de José Mesa, antiguo bakuninista y editor de La emancipación, seminario internacionalista y marxista español que en 1872-73 publicó los primeros fragmentos de El capital en nuestra lengua).
El resumen de E (1868) se publicó como “Synopsis of Capital” en Fortnightly Review y puede verse hoy en: http://www.marxists.org/archive/marx/works/1867-c1/1868-syn/index.htm; y en http://www.marxists.org/archive/marx/works/download/ Engels_Synopsis_of_Capital.pdf)
En 1873 (1876, 2ª ed.) aparece el primer resumen, a cargo de Johann Most: Kapital und Arbeit: Das Kapital in einer handlichen Zusammenfassung von Marx und Engels selbst revidiert und uberarb (Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1972). 105 p. [Capital y trabajo, 2ª ed. española: Editorial Extemporáneos, México, 1977, que sigue la 3ª edición de Nueva York (1890: International Library, nº 2, Issued Quarterly by John Mueller)]. Existe edición electrónica: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/capital/indice_most.html, en la Biblioteca anarquista virtual, ed. Chantal López y Omar Cortés. Los propios M y E trabajan en la corrección del texto que publica finalmente Most, aunque M decide que no figure su nombre en él. En dic. 1877, el Labor Standard de N. York comienza a publicar una trad. inglesa (de Weydemeyer) del resumen de Most. Y en ag. 1878 se publica una ed. inglesa del resumen de Most en folleto sin firma.
En julio de 1879, M escribe a Carlo Cafiero que está de acuerdo, en líneas generales, con su resumen recién publicado en Milán. Se trata de Il capitale di Carlo Marx, brevemente compendiato. Milán, 1879 [vid. También: Il Capitale di Carlo Marx brevemente compendiato. Con cenni biografici e appendice di James Guillaume, seconda edizione, «Il Pensiero», Firenze, 1913 (170 pp.)], del que existe ed. española en El capital de Karl Marx: síntesis, Oikos-Tau, 1977, con prólogo de James Guillaume [y El capital: al alcance de todos, Carlo Cafiero, Carlos Díaz, James Guillaume. Ed. Júcar, 1978, que está en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/extaut?codigo=749844].
En 1880, apoya M el proyecto de un resumen en holandés por parte de F. Domela Nieuwenhuis, luego “socialista libertario”, aunque no puede revisarlo por desconocimiento de la lengua. Este texto se publica en 1881 (2ª ed. 1889), como Karl Marx: Kapitaal en Arbeid [capital y trabajo], Den Haag, Holanda.
Finalmente, en 1882, Gabriel Deville escribe un resumen en francés que discute parcialmente con M en un viaje de éste a París y publica en 1883: Le Capital de Karl Marx. Résumé accompagné d'un aperçu sur le socialisme scientifique. Flammarion. Paris. 1945 (324 pp.) [Carlos Marx: El capital. Desarrollo de la producción capitalista; resumido por Gabriel Deville. - Buenos Aires: Claridad, 1930 (201 pp.); con una “Semblanza de Carlos Marx”, por R. Wilbrandt, y “Juicios sobre los valores”, por Pablo Lafargue]. Este resumen (traducido por A. Atienza y aparecido en El Socialista en 1887), se convirtió “para muchos lectores en el sustituto del complejo libro I de la magna obra original de Marx” (P. Ribas, 1981: Aproximación a la historia del marxismo español (1869-1939). Madrid: Endymión, pp. 33, 41). Recientemente, Michel Husson ha escrito un prólogo a este libro con el título de “Leer hoy El Capital de Marx”, en Los libros de la frontera, Barcelona, 2007.
Otros autores de resúmenes importantes de El capital, publicados o no con este nombre, son Kautsky, Aveling, Bordiga, o McLellan. Karl Kautsky, el editor del “libro IV” de El capital (o Teorías de la plusvalía) en 1905-10, es el autor de (1887, 2ª ed., 1892): Karl Marx’ ökonomische Lehren (Las doctrinas económicas de Karl Marx), Stuttgart (vid. http://www.marxists.org/archive/kautsky/1903/economic/index.htm); el yerno de M, Edward Aveling escribió (1892): The Student’s Marx: an Introduction to the Study of Karl Marx’s Capital, L: Swan Sonneschein & Co.; el primer secretario general del PCI (luego expulsado por anarcosindicalista), Amadeo Bordiga, publica en 1929 (en la revista milanesa Prometeo, nº 5-14): Elementos de la economía marxista. Bilbao: Ed. Zero Zyx. 1977 (165 pp.); y el marxólogo británico David McLellan (1995): Capital: An abridged edition, Oxford: Oxford U. P. (xxxii + 499 pp.).
Anexo III: BIBLIOGRAFÍA SOBRE MARX Y MARXISMO
Esta bibliografía comenzó siendo un conjunto de sugerencias de lectura con un breve comentario sobre el contenido de los libros citados, que pertenecían sólo al campo de la EP . Pero como El capital es algo más que un texto de EP hemos querido complementarla con referencias (menos numerosas, en cualquier caso) a otros campos, de los que no somos especialistas. En todos los casos, ni que decir tiene que se trata de una selección personal, a gusto del autor de este libro, quien simplemente espera que también el lector la encuentre de interés. Por supuesto, como principio general, es aconsejable leer a M directamente, método correcto además para discriminar entre los marxistas que valen la pena y los que no. Pero esta selección, al igual que el resumen de El capital que es el cuerpo de este libro, van dirigidos a servir de complemento a la lectura del libro de M.
Dividiremos esta bibliografía en tres apartados: 1° Algunos textos introductorios recientes de EP; 2° algunos textos para profundizar en la EP (por temas); 3° textos que desarrollan otros aspectos de la teoría de M distintos de la EP (por temas). En todos los casos, citaremos en primer lugar los textos en español, aunque frecuentemente son más interesantes los que no están en nuestra lengua. Y en todos los casos usaremos las siguientes iniciales para referirnos a las ciudades de edición: Madrid (M), Barcelona (B), México (Mx), Buenos Aires (BA), Nueva York (NY), Londres (L), París (P).
1° ALGUNOS TEXTOS INTRODUCTORIOS RECIENTES DE ECONOMÍA
a) en español:
GOUVERNEUR, Jacques (2005): Los fundamentos de la economía capitalista. Una introducción al análisis económico marxista del capitalismo contemporáneo (http://www.i6doc.com/doc/a5economia). Excelente texto introductorio, claramente expuesto por un autor que lleva décadas escribiendo manuales de EP marxista. La versión en papel, que no es fácil de encontrar, es un “texto pedagógico con resúmenes y ejercicios”.
VYGODSKY, Vitaly (1976): ¿Por qué no envejece El Capital de Marx?, M: Villalar, 1978. Excelente introducción que resalta las principales aportaciones de la teoría económica de M. También difícil de encontrar en librerías y bibliotecas.
FOLEY, Duncan (1986): Para entender El Capital. La teoría económica de Marx, Mx: F. C. E., 1989. Compendio de los temas más importantes de la obra económica de M, este libro breve se ha convertido en un pequeño clásico.
HARVEY, David (1982, 2007): Los límites del capitalismo y la teoría marxista, Mx: F. C. E., 1990. Una perspectiva profunda, escrita por un prestigioso geógrafo que, no sólo plantea muy adecuadamente la cuestión del espacio en la obra de M, sino el conjunto de su teoría económica.
MATTICK, Paul (1969): Marx y Keynes: Los límites de la economía mixta. Mx: Era, 1975. La mejor crítica de las ilusiones keynesianas de controlar y/o suprimir, mediante la política económica, los efectos de las leyes del capital reveladas por M. De este autor véase también una versión previa y en artículo de este libro en http://www.marxists.org/archive/mattick-paul/1955/keynes.htm, y también: Mattick, P. (1974): Crisis y teoría de las crisis, B: Península, 1977 (en inglés, en http://www.marxists.org/archive/mattick-paul/1974/crisis/index.htm).
GILL, Louis (1996): Fundamentos y límites del capitalismo, M: Trotta, 2002. Volumen extenso que pasa revista con gran rigor a las principales cuestiones de la teoría económica de M, así como a la historia fundamental de los debates posteriores.
GUERRERO, Diego (1997): Historia del pensamiento económico heterodoxo. M: Trotta (ed. argentina: 2008, Buenos Aires: Ed. Razón y Revolución). Un complemento del libro de Howard y King (vid. infra), pero que defiende la teoría marxista del valor y hace una incursión por otras escuelas económicas no marxistas.
ALBARRACÍN, Jesús (1991): La economía de mercado, M: Trotta, 2ª ed. 1994. Buen resumen introductorio de algunos conceptos marxistas, centrados en la idea de mercado.
b) en otras lenguas:
HOWARD, Michael; KING, John (1989; 1992): A History of Marxian Economics (Vol. I: 1883-1929; vol. II: 1929-1990), Princeton: Princeton U. P. Estos 2 vols. en inglés, aunque escritos desde un enfoque crítico con la TLV, siguen siendo imprescindibles como la mejor panorámica general del pensamiento económico marxista. Para el campo teórico complementario, es recomendable Mátyás, A. (1985): History of Modern Non-Marxian Economics, L: Macmillan.
FINE, Ben; SAAD-FILHO, Alfredo (2003): Marx’s Capital, L: Pluto Press. Se trata de la 4ª ed., revisada y ampliada, de un libro que publicó inicialmente Fine en 1975, con el mismo título, el primero de los clásicos contemporáneos en este campo.
DUMÉNIL, Gérard; LÉVY, Dominique (2003): Économie marxiste du capitalisme, P: La Découverte. Libro reciente de dos autores que han trabajado largos años sobre numerosas cuestiones teóricas y aplicadas de la economía marxista.
WOLFF, Richard D. y RESNICK, S. A. (1987): Economics: Marxian versus Neoclassical, Baltimore: The Johns Hopkins U. P. Excelente análisis comparativo entre la economía convencional y la marxista, hecho con un enfoque didáctico para estudiantes universitarios.
GUERRIEN, Bernard (2002): Dictionnaire d’analyse économique, P: La Découverte, 1ª éd. 1997. Amplia recopilación de conceptos de la economía convencional analizados desde un punto de vista afín al marxismo. Para la microeconomía, véase también, del mismo autor, (2008): Microeconomía, Madrid: Abada.
OTROS TEXTOS que sirven de buena introducción general a la economía de M son, en español: Luxembur¬go, Rosa (1907, 1925): Introducción a la economía política, M: S. XXI, 1974; Sweezy, P. M. (1942): Teoría del desarrollo capitalista, Mx: F. C. E., 1945; el (más crítico) de Robinson, Joan (1942): Introducción a la economía marxista, Mx: Siglo XXI, 1968; o los de Kühne, K. (1972/1973): Economía y marxismo (4 vols.), B: Grijalbo, 1977; Eaton, J. (1966): Economía política. Un análisis marxista, BA: Amorrortu, 1971; y Guillén Romo, Héctor (1988): Lecciones de economía marxista, Mx: F. C. E. Véanse también los de Postone, Moishe (1993): Tiempo, trabajo y dominación social: una reinterpretación de la teoría crítica de Marx, M: Marcial Pons, 2006; Harrison, J. (1978): Economía marxista para socialistas. Una crítica del reformismo, B: Grijalbo; Horowitz, David, ed. (1968): Marx y la economía moderna, B: Laia, 1973; el primer vol. (I: Iniciación a la economía marxista) de Vidal Villa, J. M. (1973): Estructura y organización económica internacional, B: Laia; y los que recoge en español Vegara, Josep M., ed. (1982): Lecturas sobre economía política marxista contemporánea, B: Antoni Bosch. Más críticos y/o complejos son los libros de Desai, M. (1977): Lecciones de teoría económica marxista, M: Siglo XXI; Morishima, Michio (1973): La teoría económica de Marx. Una teoría dual del valor y el crecimiento, M: Tecnos, 1977; y el capítulo correspondiente de Schumpeter, J. A. (1938): Diez grandes economistas de Marx a Keynes, M: Alianza, 1971. Ian Steedman (1977): Marx, Sraffa y el problema de la transformación, Mx: FCE, 1985, y en gran medida los anteriormente citados, siguen las críticas originales de Tugán-Baranowsky, Mikhail (1905): Los fundamentos del marxismo, M: Hijos de Reus Editores, 1915; a su vez sigue (o copia) a Steedman el ex ministro socialista Abel Caballero (1982): La crisis de la economía marxista, M: Pirámide; y otras críticas de interés pueden verse en el ex marxista Manuel Castells (1978): La teoría marxista de las crisis económicas y las trans¬formaciones del capitalis¬mo, M: S. XXI; en el jesuita Méndez Ureña, Enrique (1977): Karl Marx, economista. Lo que realmente quiso decir. M: Tecnos; en el ambiguo libro de C. Berzosa y M. Santos (2000): Los socialistas utópicos. Marx y sus discípulos, M: Síntesis; o en el clásico librito de Bernis, Francisco (1912): Carlos Marx, M: Ed. Biblioteca Socialista de la ‘Escuela Nueva’, Imprenta de Felipe Peña Cruz.
Entre los no traducidos, destacan: Becker, James F. (1977): Marxian Political Economy: an outline, Cambridge: Cambridge U. P., que está traducido al francés, pero no al español; Heilbroner, Robert (1980): Marxism: for and against, L: W. W. Norton; y la que McLellan considera una de las mejores introducciones breves al Marx economista: Dobb, M. (1943): Marx as an Economist, L: Lawrence and Wishart. Véanse también los libros de Salama, Pierre, y Tran Hai Hac (1992): Introduction a l’economie marxiste. P: La Découverte; Sloan, P. (1973): Marx and the Orthodox Economists, Oxford: Blackwell; Lindsay, A. D. (1925): Karl Marx’s Capital: an Introductory Essay, L: Oxford U. P.; Albritton, Robert (2007): Economics Transformed: Discovering The Brilliance of Marx, L: Pluto Press; Sowell, Thomas (1986): Marxism: Philosophy and Economics. L: Unwin Paperbacks; y Dunne, P., ed. (1991). Quantitative Marxism, Cambridge: Polity Press. Véanse asimismo los numerosos artículos recogidos en Eatwell, J., M. Milgate y P. Newman, eds. (1990): Marxian Economics, NY: W. W. Norton (extraída del New Palgrave); King, J. E., ed. (1990): Marxian Economics, 3 vols. (411, 432 y 495 pp.), Aldershot: E. Elgar; y Wood, J. C., dir. (1988): Karl Marx’s Economics: Critical Assessments, L: Croom Helm, 4 vols. (599, 265, 1.104 y 348 pp.). Entre los críticos, aparte de obras más conocidas de los marxistas analíticos John Roemer y Jon Elster (pero véase una crítica de estos en: Roberts, Marcus (1996): Analytical Marxism. A Critique. L: Verso) y otros como Arun Bose, George Catephores, Marco Lippi y Gérard Maarek, véanse los libros de Jean Marchal (1955): Deux essais sur le marxisme, P: Génin; Rojo, Luis Ángel y Víctor Pérez Díaz (1984): Marx. Economía y moral, M: Alianza; y los de dos historiadores del pensamiento económico: Mark Blaug (1980): A Methodological Appraisal of Marxian Economics, Ámsterdam: North-Holland; y Henri Denis (1980): L’ Économie de Marx. Histoire d’un échec, P: PUF.
2° ALGUNOS TEXTOS PARA PROFUNDIZAR EN LA ECONOMÍA (POR TEMAS)
a) Sobre la formación del pensamiento económico de Marx:
MANDEL, Ernest (1967): La formación del pensamiento económico de Marx (de 1843 a la redacción de El capital: estudio genético), M: S. XXI, 1968. De él es también recomendable su (1962): Tratado de economía marxista, Mx: Era, 1969; y la Iniciación a la economía marxista, disponible en internet (http://www.ernestmandel.org/es/escritos/pdf/iniciacion%20ª%20la%20economia%20marxista.pdf).
ROSDOLSKY, Roman (1968): Génesis y estructura de El Capital de Marx (estudios sobre los Grundrisse), Mx: S. XXI, 1978. Fue el primer trabajo importante sobre los Grundrisse, el antecedente inmediato de El Capital, por parte de uno de los primeros autores que pudo manejar la obra en Occidente. En muchos sentidos, sigue siendo completamente actual.
DUSSEL, Enrique (1985): La producción teórica de Marx. Un comentario a los Grundrisse, Mx: S. XXI. Aunque el autor mantiene una posición discutible sobre la aplicación de la obra de M al mundo latinoamericano, la interpretación de los Grundrisse en sí parece muy digna de consideración, en línea con lo aportado por Rosdolsky. Véase también: Dussel, E. (1988): Hacia un Marx desconocido. Un comentario de los Manuscritos del 61-63, Mx: S. XXI.
b) Sobre la teoría laboral del valor:
RUBIN, Isaak Illich (1923): Ensayo sobre la teoría marxista del valor, BA: Pasado y Presente, 1974 (ed. inglesa en http://www.marxists.org/archive/rubin/value/index.htm). Rubin sólo empezó a conocerse en Occidente en los años 70, cuando, entre otros idiomas, se tradujo este libro al inglés y al español. Más que a los “rubinianos” que han aparecido luego, no siempre fieles a la interpretación de su maestro, el lector interesado debería leer directamente este libro excelente.
MARTÍNEZ MARZOA, Felipe (1983): La filosofía de ‘El Capital’, M: Taurus. Síntesis estupenda del contenido de la ley del valor en M, a la vez como una filosofía (ontología de la sociedad contemporánea como el mundo donde todo es ya mercancía) y como EP, donde todo está encadenado. Su interpetación del valor es, a nuestro juicio, una de las más clarividentes en cualquier idioma, y enlaza bien con las de Rubin y Bródy. Marzoa pertenece a la tradición de quienes insisten en las diferencias teóricas entre M y el marxismo, como Mondolfo, R. (1960): Marx y marxismo. Estudios histórico-críticos, Mx: F. C. E.; McLellan, David (1979): Marxism After Marx: an introduction, L: Macmillan; Lichtheim, George (1961): El marxismo, B: Anagrama, 1964; o Galcerán, Monserrat (1997): La invención del marxismo, M: IEPALA.
BRÓDY, András (1970): Proportions, Prices and Planning. A Mathematical Restatement of the Labor Theory of Value, Budapest: Akademiai Kiadó. Entre las exposiciones de la teoría del valor de M llevadas a cabo desde el punto de vista matemático, ésta es la más fiel. Plantea soluciones analíticas que en época de M no eran posibles dado el inferior desarrollo de las técnicas instrumentales. No está traducido, pero es imprescindible para el nivel avanzado.
DUMÉNIL, Gérard (1980): De la valeur aux prix de production. Une réinterprétation de la transformation, P: Économica. El libro que, junto al trabajo de Duncan Foley, dio origen a la llamada “nueva interpretación” del problema de la transformación. Muy recientemente, ambos autores han escrito conjuntamente dos interesantes artículos para la nueva ed. del New Palgrave: a Dictionary of Economics (2008, Eds. Steven N. Durlauf and Lawrence E. Blume, Palgrave Macmillan): “The Marxian Transformation Problem” y “Marx’s Analysis of Capitalist Production”.
KLIMAN, Andrew (2006): Reclaiming Marx’s “Capital”: A Refutation of the Myth of Inconsistency, Lanham, MD: Lexington Books. Un enfoque alternativo al de Duménil y Foley, que resume la aportación de la llamada “Temporal Single System interpretation”. El libro pionero de este enfoque fue la recopilación de Alan Freeman y Guglielmo Carchedi, eds. (1996): Marx and Non-Equilibrium Economics, L: E. Elgar. Más sobre este tema puede verse en http://www.dreamscape.com/rvien/Economics/Essays/LTV-FAQ.html y http://www.iwgvt.org/.
SAAD-FILHO, Alfredo (2001, 2002): The Value of Marx: Political Economy for Contemporary Capitalism. L: Routledge. Interesante lectura de la TLV, que difiere por igual de las dos anteriores. Para otros enfoques, véanse los diversos ensayos en E. Mandel y Alan Freeman, eds. (1984): Ricardo, Marx, Sraffa. The Langston Memorial Volume, L: Verso; y Garegnani, P. et al. (1978): Debate sobre la teoría marxista del valor, Mx: Cuadernos de Pasado y Presente.
c) Sobre acumulación, evolución de la tasa de ganancia y crisis:
GROSSMAN, Henryk (1929): La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista, Mx: S. XXI, 1979. Es un clásico sobre la cuestión de la crisis económica, la tendencia al derrumbe, la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, sus contratendencias y las contradicciones internas de la ley de M; así como una crítica excelente de muchas interpretaciones vulgarizadoras y tergiversadoras de su obra (la ed. inglesa puede verse en http://www.marxists.org/archive/grossman/1929/breakdown/index.htm). Una buena valoración de la obra de este autor, el economista más destacado (y disidente) de la escuela de Frankfurt, es Kuhn, Rick (2007): Henryk Grossman and the Recovery of Marxism, Urbana: University of Illinois Press [y para una valoración de dicha escuela en su conjunto, vid. Jay, M. (1973): La imaginación dialéctica. Historia de la Escuela de Frankfurt y el Instituto de Investigación Social (1923-1950), M: Taurus, 1986].
SHAIKH, Anwar (1990): Valor, acumulación y crisis, Bogotá: Tercer Mundo Editores. Lástima que esta estupenda recolección de artículos esté discutiblemente traducida. Aun así, merece la pena leer este libro.
AGLIETTA, Michel (1976): Regulación y crisis del capitalismo. La experiencia de los Estados Unidos, M:, S. XXI, 1979. Se trata del libro clásico del enfoque “regulacionista”.
DUMÉNIL, Gérard; LÉVY, Dominique (1993): La dynamique du capital. Un siècle d’économie américaine, P: PUF, 1996. Una buena actualización reciente de los mismas temas tratados en Gillman, y también en el libro de Shaikh y Tonak que se cita infra.
GILLMAN, Joseph (1957): The Falling Rate of Profit: Marx’s Law and its Significance to Twentieth Century Capitalism, NY: Cameron Associates. Todavía es recomendable leer al clásico en este terreno de la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia. Véase, en su línea, el trabajo de Moseley, Fred (1991); The Falling Rate of Profit in the Postwar United States Economy, NY: St. Martin’s Press.
OTROS TRABAJOS interesantes en este campo son los de Antón Pannekoek (http://www.marxists.org/archive/pannekoe/1934/collapse.htm), Michael Bleaney, Simon Clarke, Chris Harman, Lucio Colleti y Claudio Napoleoni, Stephen Cullenberg, F. R. Hansen, David Laibman, Pavel Maksakovsky y Michael Perelman.
d) Sobre la cuestión del trabajo productivo e improductivo:
SHAIKH, Anwar; TONAK Ertugrul (1994): Measuring the Wealth of Nations. The Political Economy of National Accounts, Cambridge: C. U. P. Muy recomendable para medidas empíricas del trabajo productivo y del valor nuevo creado desde el punto de vista de la teoría laboral del valor, así como sobre cuestiones de distribución, rentabilidad y crisis.
NAGELS, Jacques (1974): Travail collectif et travail productif dans l’évolution de la pensée marxiste, Bruselas: Éditions de l’Université de Bruxelles. Recomendable como complemento del tratamiento dado en este libro de Gouverneur, en especial para la cuestión de la “circulación en el interior de la producción” y sus diferencias con la “circulación pura”.
DELAUNAY, Jean-Claude (1984): Salariat et plus-value en France depuis la fin du xixe siècle, P: Presses de la Fondation Nationales des Sciences Politiques. Como el de Shaikh y Tonak, pero más centrado en la cuestión de las diferentes posibles medidas de la tasa de explotación.
GUERRERO, Diego (2006): La explotación. Trabajo y capital en España (1954-2001), B: El Viejo Topo. Intento de cuantificación, para el caso español, de algunas de las principales categorías económicas de la economía de M.
e) Sobre socialismo, planificación y mercados:
KANTOROVICH, Leonid V. (1976): Essays in Optimal Planning (ed. Leon SMOLINSKY), NY: International Arts and Sciences Press. Lo primero que hay que leer en este campo son las excepcionalmente importantes aportaciones de este premio Nobel soviético.
OLLMAN, Bertell; LAWLER, James; SCHWEICKART, David; TICKTIN, Hillel (1998): Market Socialism: The Debate Among Socialists, L: Routledge. Este debate es el mejor repaso actualizado sobre las cuestiones del socialismo que tienen que ver con el papel del mercado, el plan, etc., en la futura sociedad postcapitalista; la aportación del propio Ollman es especialmente recomendable.
COCKSHOTT, W. Paul; ALLIN F. Cottrell (1993): Towards a New Socialism, Nottingham: Spokesman Books (disponible en http://www.puk.de/download/New_Socialism.pdf), a punto de publicarse en español en Venezuela, como se publicó, con el mismo título, el del alemán Dieterich, Heinz (2001): El Socialismo del Siglo XXI, en http://www.rebelion.org/dieterich/dieterich070802.pdf.
BETTELHEIM, Charles (1970): Cálculo económico y formas de propiedad, M: S. XXI, 1973. Libro clásico en esta materia, en especial sobre la cuestión de la pervivencia de las relaciones sociales de mercado y capitalistas en el interior de ciertas formas “socialistas”.
OTROS TRABAJOS interesantes sobre el tema son los del clásico Alec Nove, de filiación menchevique (como Rubin): (1983): La economía del socialismo factible, M: S. XXI, 1987; el de T. Bottomore (1990): La Economía socialista. Teoría y práctica, M: Sistema, 1992, recomendable por su sencillez y claridad expositiva; y, también en español, el clásico de Marcuse, H. (1961): El marxismo soviético, M: Alianza, 1971; y los conocidos de E. Mandel (1992): El poder y el dinero. Contribución a la teoría de la posible extinción del Estado, Mx: S. XXI, 1994; y Schweickart, David (1993): Más allá del capitalismo, Santander/B: Sal Terrae/Cristianisme i Justície, 1997. Entre los no publicados en español destacan el excelente libro de Chattopadhyay, Paresh (1994). The Marxian Concept of Capital and the Soviet Experience. Essay in the Critique of Political Economy, L: Praeger; los más recientes de Zarembka, Paul, ed. (2001): Marx’s Capital and Capitalism; Markets in a Socialist Alternative, NY: State Univ. of NY; Lebowitz, Michael (2006): Build it Now: Socialism for the 21st Century, NY: Monthly Review Press; Katz, Claudio (2005): El Porvenir del Socialismo, BA: Eds. Herramienta - Eds. Imago Mundi; y Desai, Meghnad (2002): Marx’s Revenge. The Resurgence of Capitalism and the Death of Statist Socialism, L: Verso; y los también clásicos de Brus, W. y Laski, K. (1981): From Marx to the Market. Socialism in Search of an Economic System, Oxford: Clarendon Press; Chavance, B. (1980): Le capital socialiste, P: Sycomore; y Daum, Walter (1990): The Life and Death of Stalinism. A Resurrection of Marxist Theory, NY: Socialist Voice Publishing Co.
f) Sobre otros temas de economía:
Arteta, A. (1993): Marx: valor, forma social y alienación, M: Ed. Libertarias; Astarita, R. (2004): Valor, mercado mundial y globalización, BA: Ed. Cooperativas; Botwinick, H. (1993): Persistent Inequalities. Wages Disparity Under Capitalism Competition, Princeton: Princ. U. P.; Braverman, H. (1974): Trabajo y capital monopolista, Mx: Nuestro Tiempo, 1975; Godelier, Maurice (1966): Racionalidad e irracionalidad en Economía, Mx: S. XXI, 1967; Brenner, R. (2002): The Boom and the Bubble. The US in the World Economy. L: Verso; Carchedi, G. (1991). Frontiers of Political Economy. L: Verso; Di Ruzza, R. & Halevi, J. (2003): De l'économie politique à l'ergologie. Lettre aux amis, P: L'Harmattan; Edward Fullbrook, ed. (2004): A Guide to What’s Wrong with Economics, L: Anthem Press; Itoh, M.; C. Lapavitsas (1999): Political Economy of Money and Finance, L: Macmillan; Lapides, Kenneth (1987, ed.): Marx and Engels on the Trade Unions, NY: International Publishers; Perelman, Michael (2000): The Invention of Capitalism: The Secret History of Primitive Accumulation, Durham: Duke U. P.; Varoufakis, Y. (1998): Foundations of Economics. A Beginner’s Companion, L: Routledge; Weeks, John (1981): Capital and Exploitation. New Jersey: Princeton U. P.; Lebowitz, Michael (2003): Beyond Capital: Marx’s Political Economy of the Working Class, L: Macmillan. Citemos, por último, algunas obras destacadas en un campo que ha florecido mucho en los últimos tiempos, como es la Ecología: Foster, John Bellamy (2000): Marx’s Ecology: Materialism and Nature, NY: Monthly Review Press, y en la misma editorial, Ecology Against Capitalism (2002); Joan Martínez Alier y K. Schlüpmann (1991): La ecología y la economía, Mx: F. C. E., México; O’Connor, James (1998): Natural Causes: Essays in Ecological Marxism, NY: Guilford.
3° TEXTOS QUE DESARROLLAN OTROS ASPECTOS DE LA TEORÍA DE MARX DISTINTOS DE LA ECONOMÍA (POR TEMAS)
a) Introducciones a Marx o a El capital, apreciaciones de conjunto, diccionarios, biografías…
Una excelente introducción a los 3 libros de El capital es la que hizo E. Mandel para Penguin Books-New Left Review, publicada en español como: El Capital: cien años de controversias en torno a la obra de Marx, Mx: S. XXI, 1985. La obra de Rosen¬berg, David I. (1930): Comentarios a los tres tomos de El Capital (2 vols.), La Habana: Ciencias Sociales, 1979, es de una ayuda enorme en muchos casos. Hay también útiles introducciones individuales, como, por ejemplo, en español, Lefebvre, H. (1976): Síntesis del pensamiento de Marx, B: Nova Terra; Sorel, Georges (1892): El marxismo de Marx, M: Talasa, 1992; E. Reiss (1996): Una guía para entender a Marx. M: S. XXI, 2000; Haug, Wolfgang Fritz (1974): Introducción a la lectura de El Capi¬tal (Lecciones introductorias a un estudio colectivo de El Capital), B: Materiales, 1978; Bobbio, Norberto (1977): Ni con Marx ni contra Marx, Mx; FCE, 1999; Kohan, Néstor (2005): El Capital: Historia y Método (Una Introducción), BA: Univ. Popular Madres de Plaza de Mayo; Íñigo Carrera, Juan (2003, 2007): Conocer el capital hoy. Usar críticamente El Capital (Vol. 1: La mercancía, o la conciencia libre como forma de la conciencia enajenada), BA: Imago Mundi; Rafael Jerez (1994): Marx (1818-1883), M: Eds. del Orto; Fernández Buey, F. (1998): Marx (sin ismos), B: Viejo Topo; o Fernández Liria et al. (1995): Marx desde cero (materiales), M: Marx Madera (policopiado). Del prestigioso marxólogo alemán Michael Heinrich acaba de publicarse su Crítica de la economía política. Una introducción a El capital de Marx, M: Escolar y Mayo eds. Hay también interesantes recopilaciones de trabajos sobre El capital, como las de Dobb, M. et.al. (1976): Estudios sobre El Capital, M: S. XXI; o de trabajos propios como los de Sacristán, Manuel (1983): Panfletos y materiales, I: Sobre Marx y marxismo, B: Icaria. O bien diccionarios, como el de Tom Bottomore (dir.): Diccionario del pensamiento marxista, M: Tecnos, 1984; así como introducciones a otras obras de M: Tom Bottomore y Maximilien Rubel (1967): K. Marx: Sociología y filosofía social, B: Península (véase http://plusloin.org/rubel/); Jacobo Muñoz (1988): Marx. Antología, B: Península; Tierno Galván, Enrique (1972): Antología de Marx. M: Edicusa; Bermudo de la Rosa, Manuel (1982): Antología sistemática de Marx, Salamanca: Sígueme; o Rubio Llorente, F. (1968): “Introducción” a Karl Marx: Manuscritos: economía y filosofía, M: Alianza. Hay también vulgarizaciones como la introducción de Enrique Palazuelos a El capital: “El Capital, a casi siglo y medio de distancia”, M: Akal, 2000; el libro de Marta Harnecker (1974): El Capital: conceptos fundamentales, M: S. XXI; o la curiosa introducción en forma de tebeo del dibujante mexicano Rius (Eduardo del Río) (1975): Marx para principiantes. Mx: Debolsillo, 2007 (http://rius.com.mx/filosofiafla.html).
Entre los no traducidos, puede comenzarse por el video de David Harvey “Reading Marx's Capital with David Harvey
A Close Reading of the Text of Volume One of Marx’s Capital” (en http://mrzine.monthlyreview.org/harvey150608.html); y seguir con: Ollman, Bertell (1991): Marxism: An Uncommon Introduction, New Delhi: Stirling; Brewer, Anthony (1984): A Guide to Marx's Capital, Cambridge: C.U.P.; Kamenka, Eugene, ed. (1983): The Portable Karl Marx. Harmondsworth: Penguin; Wolff, Jonathan (2002): Why Read Marx Today?, Oxford: Oxford U. P.; el reciente Shapiro, Stephen (2008): How to Read Marx's Capital, L: Pluto Press; Singer, Peter (2000): Marx: A Very Short Introduction, L: Oxford Paperbacks. Pero el lector interesado debería acudir, en francés, a los diccionarios de Georges Labica y G. Bensussan, eds. (1982): Dictionnaire critique du marxisme, P: PUF (1999, 4e ed.), o Bidet, Jacques; Eustache Kouvelakis (2001): Dictionnaire Marx contemporain, P: PUF; o a monografías, tanto sobre los primeros escritos de M (son muy útiles los trabajos de H. P. Adams, C. Arthur, L. Colletti, J. Maguire y D. McLellan), como sobre los Grundrisse (Musto, Marcello, ed. (2008): Karl Marx’s Grundrisse: Foundations of the Critique of Political Economy 150 years later, L: Routledge; y también: A. Lallier, M. Nicolaus, H. Uchida y T. Carver, y P. Walton y S. Hall) o sobre El capital: los de C. Arthur, R. Bellofiore, A. Campbell, M. Lebowitz, I. Mészáros, F. Moseley, C. Napoleoni, A. Oakley, G. Pilling (http://www.marxists.org/archive/pilling/works/capital/index.htm), N. S. Ranganayakamma, T. Smith, R. Wolff y J. Zeleny.
Especial atención merecen hoy en día los trabajos disponibles en Internet, muchos para uso docente, como Arthur, C. (1992) Marx’s Capital: A Student Edition, L: Lawrence and Wishart; M. Eldred y M. Roth (1978): Guide to Marx's Capital, L: CSE Books (Vid. http://www.marx101.blogspot.com/); Ehrbar, Hans (2008): Annotations to Marx's Capital, Salt Lake City: Univ. of Utah (http://www.econ.utah.edu/~ehrbar/akmc.htm); o “Louis Proyect: The Unrepentant Marxist” (http://louisproyect.wordpress.com/2008/01/27/introduction-to-karl-marxs-capital/).
Dos recomendables biografías recientes son las de McLellan, D. (1973): Karl Marx. Su vida y sus ideas, B: Crítica, 1977; y Wheen, F. (1999): Karl Marx, M: Debate, 2000, más actualizada [no es tan recomendable el último libro de Wheen (2006): La historia de El capital de Marx, B: Debate, 2007]. Pero acaba de aparecer, en español e inglés, un libro inédito de El Che que es una corta biografía de M y E y que seguro suscita ya el interés de muchos lectores: Guevara, Ernesto Che (2008): Marx y Engels. Una síntesis biográfica, 96 pp., Ocean Press y Centro de Estudios Che Guevara (véase también, en la misma editorial, Hart, Armando (2008): Marx, Engels y la condición humana. Una visión desde Latinoamérica, Ocean Press). Entre las clásicas, las mejores son las del socialista de la II Internacional Franz Mehring (1918): Carlos Marx, B: Grijalbo, 1967; la del excelente editor soviético de M, David Riazanov: (1927): K. Marx hombre, pensador y revolucionario. B: Grijalbo, 1976 [también su Marx y Engels, un conjunto de conferencias para el curso de marxismo de la Academia socialista en 1922, M: Comunicación, 1975]; la del comunista crítico del bolchevismo Karl Korsch (1936): Karl Marx, B: Ariel, 1975; la de los rusos B. Nicolaievsky y O. Maenchen-Helfen (1933): La vida de Carlos Marx, M: Ayuso, 1973, centrada en las actividades políticas de M; o la del marxista y marxólogo Max Beer (1918): Carlos Marx, su vida, su obra, BA: Efecé, 1927. Vid. también Rühle, Otto: Carlos Marx, Santiago (Chile): Ercilla, 1934. Una excelente biografía escrita desde un punto de vista crítico es la del importante pensador liberal Isaiah Berlin (1938): Karl Marx. Su vida y su entorno, M: Alianza, 2000; y asimismo Rubel, M. (1957): Karl Marx.- Ensayo de biografía intelectual, BA: Paidós, 1970. Son de fácil lectura las opiniones de y sobre M recogidas en H. M. Enzensberger (ed.) (1973): Conversaciones con Marx y Engels, B: Anagrama, 2 vols., 1975, y el material de Blumenberg, Werner (1970): Karl Marx en documentos propios y testimonios gráficos, M: Edicusa, 1970. Y necesaria para comprender mejor a nuestro autor la correspondencia editada por el sucesor de Riazanov: Adoratski, V. (1934): Carlos Marx y Federico Engels: Correspondencia, BA: Cartago, 1973. Pueden verse también la Crónica de Marx. Datos sobre su vida y su obra (B: Anagrama, 1972), de Hal Draper; la biografía novelada de Juan Goytisolo (1993): La saga de los Marx, B: Mondadori, o la estupenda colección fotográfica de http://images.google.com/images?svnum=10&hl=en&lr=&q=Karl+Marx&btnG=Search. Para biografías de otros numerosos autores marxistas, véase Gorman, Robert A., ed. (1986): Biographical Dictionary of Marxism, Greenwood Press (parcialmente disponible en http://www.questia.com/read/14727803?title=Biographical%20Dictionary%20of%20Marxism).
b) Selección de obras de otros campos: política, sociología, historia, filosofía y otros:
1. Política
En español, destaca sobre todas un artículo de Hal Draper (1960, 2ª ed. 1968) que debería ser de lectura obligatoria para todos los marxistas y socialistas en general: Las dos almas del socialismo, publicado en Iniciativa Socialista nº 15 (1991) y disponible en internet: http://members.xoom.com/enlucha. Muy importantes, y también desconocidos, nos parecen Rubel, M.; Janover, L. (1973): Marx anarquista, B: Roselló Impressions, 1977, 65 pp.; y M. Rubel (1977): El Estado visto por Karl Marx, B: Roselló Impressions, 40 pp. (vid. la página de los editores de estos textos, Etcétera, correspondencia de la guerra social en http://www.sindominio.net/etcetera/PUBLICACIONES/critica_de_la_politica/critica_de_la_politica.html). Véanse además, sobre distintos temas, los libros de Pierre Ansart (1969): Marx y el anarquismo, B: Barral, 1972; Guérin, Daniel (1969): Por un marxismo libertario, M: Júcar, 1979; Dunayevskaya, Raya (1958): Marxismo y libertad, Mx: Juan Pablos Editor, 1990; Holloway, John (2002): Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, B: Viejo Topo; Löwy, Michael (1970): La teoría de la revolución en el joven Marx, M: S. XXI, 1973; Miliband, Ralph (1977): Marxismo y política. M: S. XXI; Negri, A. (1998): Marx más allá de Marx. Cuaderno de trabajo sobre los Grundrisse, M: Akal, 2001; Avineri, Shlomo (1968): Pensamiento social y político de Carlos Marx. M: Centro de Estudios Constitucionales, 1983; Bloom, Solomon (1941): El mundo de las naciones. El problema nacional en Marx, M: S. XXI, 1975; Cerroni, U. et.al. (1969): Marx, el Derecho y el Estado, B: Oikos-Tau; Cole, G. D. H. (1953/60): Historia del pensamiento socialista (6 vols.), Mx: F. C. E., 1980; P. Vranicki (1971): Historia del marxismo, 2 vols. (I: De Marx a Lenin; II: De la Tercera Internacional a nuestros días), Salamanca: Eds. Sígueme, 1977; Kelsen, H. (1924): Socialismo y Estado. Una investigación sobre la teoría política del marxismo, Mx: S. XXI, 1982; Haupt, Georges, M. Lowy, y C. Weill (1974): Los marxistas y la cuestión nacional. La historia del problema y el problema de la historia, B: Fontamara, 1980; Plamenatz, J. (1975): Marx y su filosofía del hombre, Mx: F.C.E., 1986; Claudín, F. (1975): Marx, Engels y la revolución de 1848, M: S. XXI; y también críticos como Roselli, C. (1930): Socialismo liberal, M: Fundación Pablo Iglesias, 1983, a quien todo discípulo de Bernstein debería leer; Besteiro, Julián (1935): Marxismo y antimarxismo, B: Júcar, 1980; Popper, K. R. (1945): La sociedad abierta y sus enemigos, B: Paidós, 1990; y Pérez Díaz, Víctor (1978): Estado, burocracia y sociedad civil. Discusión crítica, desarrollo y alternativas a la Teoría de K. Marx, M: Alfaguara.
Y entre las no traducidas, la recopilación M, E & Lenin (1975): On Communist Society: a Collection. Moscow: Progress; Draper, H. (1977-2005): Karl Marx’s Theory of Revolution, NY: Monthly Review Press (5 vols.): vol. I (1977): State and Bureaucracy; vol. II (1978): The Politics of Social Classes; vol. III (1986): The ‘Dictatorship of the Proletariat’; vol. IV (1989): Critique of Other Socialisms; vol. V (2005, con E. Haberkern): War and Revolution; Draper, Hal (1987): The “Dictatorship of the Proletariat” from Marx to Lenin, NY: Monthly Review Press; Mattick, Paul (1983): Marxism. Last Refuge of the Bourgeoisie?, ed. P. Mattick, Jr., NY: Sharpe; Jessop, B. (1982): The Capitalist State: Marxist Theories and Methods, Oxford: Robertson; Callinicos, A. (1995): The Revolutionary Ideas of Karl Marx, 2nd edn., L: Bookmarks; Chang, Sherman (1931; 1965): The Marxian Theory of the State, Philadelphia: privately printed; Hunt, R. (1975, 1984): The Political Ideas of Marx and Engels, Pittsburgh: Univ. of Pittsburg Press: Vol. 1: Marxism and Totalitarian Democracy 1818-1850; Vol. 2: Classical Marxism, 1850-1895; Cleaver, Harry (1979): Reading Capital Politically, Brighton, The Harvester Press (http://libcom.org/library/reading-capital-politically-cleaver); Levin, M. (1989): Marx, Engels and Liberal Democracy, L: Macmillan; Maguire, J. (1978): Marx’s Theory of Politics, Cambridge: C. U. P.; Tucker, R. (1969): The Marxian Revolutionary Idea, NY: Norton; Therborn, G. (2008): From Marxism to Post-Marxism, L: Verso. También pueden encontrarse en Internet muchas obras importantes de autores marxistas y filomarxistas clásicos, como Anton Pannekoek (http://www.marxists.org/francais/pannekoek/index.htm), William Morris (http://www.marxists.org/archive/morris/), Noam Chomsky (http://www.chomsky.info/), etc.
2. Sociología
En español: Wright, E. O. (1985): Clases, M: S. XXI, 1994 (pero también Wright et al. (1989): Debates on Classes, L: Verso); Bottomore, T. (1976): La sociología marxista, M: Alianza; De Giovanni, Biagio (1982): La teoría de las clases en El capital de Marx, Mx: S. XXI; Fernández Enguita, Mariano, ed. (1986): Marxismo y sociología de la educación, M: Akal; Gurvitch, Georges (1957): El concepto de las clases sociales de Marx a nuestros días, BA: Ed. Nueva Visión - Galatea; Lefebvre, Henri (1968): Sociología de Marx. B: Península, 1977; Nicolaus, Martin (1967): “Proletariado y clase media en Marx: coreogra¬fía hegeliana y dialéc¬tica capitalista”, en M. Nicolaus: El Marx desconoci¬do, B: Anagrama, 1972; Parkin, F. (1979): Marxismo y teoría de clases. Una crítica burguesa, M: Espasa-Calpe, 1984; Del Río, Eugenio (1986): La clase obrera en Marx, M: Revolu¬ción; Wright Mills, C. (1962): Los marxistas, Mx: Era. Y de las no traducidas, vid.: Gamble, A. et al. (1999): Marxism and Social Science, Basingstoke: Macmillan; y Carver, T. (1982): Marx’s Social Theory, Oxford: O. U. P.
3. Historia
En español, destacan dos por encima de las demás: la del prestigioso Perry Anderson, impulsor de la New Left Review, que ofrece sus acertadas (1976): Consideraciones sobre el marxismo occidental, M: S. XXI, 1979 [que puede complementarse con su (1983): Tras las huellas del materia¬lismo históri¬co, M: S. XXI, 1986]; y el muy influyente libro del marxista analítico Gerald Cohen, cuya (1978): La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa, M: Siglo XXI, 1986, es ya todo un clásico sobre la relación entre las categorías económicas de M y sus conceptos sobre la historia y el materialismo (¡lástima que el autor no acepte la TLV!). Son también importantes el libro del historiador inglés Eric Hobsbawn, ed. (1979): Historia del marxismo, B: Bruguera; el del francés Pierre Vilar (1974): Historia marxista, historia en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser, B: Anagrama; el del alemán Fleischer, Helmut (1969): Marxismo e historia, Caracas: Monte Ávila, 1969; la recopilación de Shanin, Teodor (ed., 1983): El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo. M: Revolución, 1990; y los 3 vols. de Rossi, M. (1971/1974): La génesis del materialismo histórico (I: La izquierda hegeliana, 1971; II: El joven Marx, 1971; III: La concepción materialista de la historia, 1974), M: Comunicación.
Obras no traducidas son: Rader, Melvin (1979): Marx’s Interpretation of History, NY: O. U. P.; Wetherly, P. (1992): Marx’s Theory of History: The Contemporary Debate, Aldershot: Avebury; Ferraro, Joseph (1992): Freedom and Determinism in History According to Marx & Engels, NY: Monthly Review Press; Wood, Ellen Meiksins (2002): The Origin of Capitalism: A Longer View, L: Verso, rev. ed. Pueden verse asimismo diversas revistas en internet: el History Workshop Journal (en http://hwj.oxfordjournals.org/); http://www.revolutionary-history.co.uk/; http://www.socialisthistorysociety.co.uk/welcome.htm; o los trabajos de http://www.londonsocialisthistorians.org/links.html#Anchor-Histor-35119.
4. Filosofía y otros
Aparte de la colección de M, E & Lenin: On Historical Materialism: a Collection, Moscow: Progress, 1972, y de Labriola, Antonio (1896): Del materialismo histórico, Mx: Grijalbo, 1969, deben citarse en primer lugar, en español, varias de las obras de los marxistas más influyentes del siglo XX, como Lukács, G. (1923): Historia y conciencia de clase. Estudios de dialéctica marxista, Mx: Grijalbo, 1969 [vid. también su (1971): Marx y el problema de la decadencia ideológica, Mx: S. XXI; y, de un discípulo, Mészáros, István (1970): La teoría de la enajenación en Marx, Mx: Era, 1978 (http://www.marxists.org/archive/meszaros/works/alien/index.htm)]; Korsch, Karl (1923): Marxismo y filosofía, Mx: Era, 1971 [vid. en inglés su Introducción a El capital (1932) en http://www.marxists.org/archive/korsch/19xx/introduction-capital.htm]; o Marcuse, H. (1969): Marx y el trabajo alienado, BA: C. Pérez ed. Más recientemente, la muy influyente de los marxistas franceses Louis Althusser y É. Balibar (1965): Para leer El Capital. Mx: S. XXI, 1968 [vid. del primero su Guía para leer El capital en http://www.elortiba.org/althus2.html, y de Balibar (1993): La filosofía de Marx, BA: Nueva Visión, 1993] y del italiano L. Colletti (1958): El marxismo y Hegel, Mx: Grijalbo. 1977. Y también diversos libros importantes que han ligado la reflexión filosófica con otros aspectos de la ciencia social y las humanidades, desde el psicoanalista Erich Fromm (1961): Marx y su concepto del hombre, Mx: F. C. E., 1962; a críticos literarios como Raymond Williams (1977): Marxismo y Literatura: B: Península, 1980 (o los más recientes de L. Baxandall & S. Morawski (2006): Karl Marx and Frederick Engels on Literature and Art, UK: Critical and Cultural Communications Press, Hemingway, A. (2006): Marxism and the History of Art: From William Morris to the New Left, L: Pluto Press) y Durán Medraño, José María (2008): Hacia una crítica de la economía política del arte. Una historia ideológica del arte moderno considerando su modo de producción. Mx: Plaza y Valdés); pasando por libros singulares como los de (en español) Heller, Agnes (1974): Teoría de las necesidades en Marx, B: Península, 1978; Kosik, K. (1963): Dialéctica de lo concreto, Mx: Grijalbo, 1978; Axelos, Kostas (1961): Marx, pensador de la técnica, B: Fontanella, 1969; Schmidt, Alfred (1971): El concepto de naturaleza en Marx, M: S. XXI, 1977; López Aranguren, José Luis (1968): El marxismo como moral, M: Alianza; Fernández Liria, Carlos (1998): El materialismo. M: Síntesis; y Markus, Gyorgy (1971): Marxismo y antropología, B: Grijalbo; o (en otras lenguas) los de Bidet, J. (2004): Explication et reconstruction du Capital, P: PUF; Geras, Norman (1983): Marx and Human Nature: Refutation of a Legend, L: Verso; Sève, Lucien (1980): Une introduction à la philosophie marxiste, P: Éd. Sociales; Dupré, Louis (1966): The Philosophical Foundations of Marxism, NY: Harcourt, Brace & World; McLellan, D. (1987): Marxism and Religion, NY: Harper & Row; Torrance, John (1995): Karl Marx’s Theory of Ideas, Cambridge: C. U. P. Una colección de textos sobre problemas de Ética puede verse en http://www.marxists.org/subject/ethics/index.htm.
El filósofo español Manuel Sacristán ha estudiado en profundidad la relación entre ciencia y filosofía en M. En M. Sacristán (1980): “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”, Mientras Tanto, nº 2, y en (1983): “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, Mientras Tanto, nº 16-17, desarrolla algunas de las ideas esbozadas por Labriola, Antonio (1898): Socialismo y filosofía, M: Alianza, 1969 [vid. de su discípulo Fernández Buey, F. (1984): Contribución a la crítica del marxismo cientifista, B: Ed. Universitat de Barcelona]. P. Murray (1988): Marx’s Theory of Scientific Knowledge, NY: Humanities Press, ha profundizado en una dirección similar; y, por su parte, Alvin Gouldner (1980): Los dos marxismos, M: Alianza, 1980, se preocupa de la relación entre ciencia y revolución en M. Véase, por último, Bueno, Gustavo (2008): “La vuelta del revés de Marx, en El catoblepas, nº 76, junio.
Anexo IV: REVISTAS MARXISTAS Y OTROS RECURSOS EN INTERNET
Dejando de lado las numerosas revistas y publicaciones vinculadas orgánicamente a partidos y agrupaciones políticas marxistas, comunistas, anarquistas y de izquierda en todo el mundo, podemos citar las siguientes, de mucho mayor alcance y difusión.
a. En Estados Unidos, se publican numerosas revistas de repercusión mundial, como:
Monthly Review. An Independent Socialist Magazine (http://www.monthlyreview.org/): publicada desde 1949 en Nueva York, fundada por Paul Sweezy y editada además, entre otros, por Harry Magdoff, Leo Huberman, Ellen Meiksins Wood y, actualmente, John Bellamy Foster, es la mas influyente de todas, con aportaciones habituales de Samir Amin, Noam Chomsky, etc. Se edita actualmente una versión española en Barcelona (“Selecciones en castellano”), como ya se hiciera entre 1978-1982.
Science & Society. A Journal of Marxist Thought and Analysis (http://www.scienceandsociety.com/): revista trimestral publicada desde 1936 en Nueva York, editada por David Laibman, y decana de nuestra selección.
Research in Political Economy (http://ourworld.compuserve.com/homepages/Pzarembka/homepage.htm), editada en Nueva York, desde 1977, por Paul Zarembka
Review of Radical Political Economics (http://rrp.sagepub.com/archive/): editada desde 1969 por la Union for Radical Political Economics (http://www.urpe.org/), fundada en 1968 por economistas radicales inicialmente influidos por el marxismo (Bowles, Gintis, Weisskopf, Reich…). Algunos miembros de URPE militan en la Association for Social and Economic Analysis, que publica también, desde 1988, la revista Rethinking Marxism. A Journal of Economics, Culture & Society (http://www.tandf.co.uk/journals/titles/08935696.asp), o en la International Association for Feminist Economics, que publica la revista Feminist Economics. Otra “revista radical interdisciplinaria de teoría y política”, esta británica, es Economy and Society (http://www.tandf.co.uk/journals/journal.asp?issn=0308-5147&linktype=1).
b. En el Reino Unido:
Capital and Class (http://www.cseweb.org.uk/): publicada en Londres cada cuatrimestre por la Conference of Socialist Economists (CSE), se presenta como portavoz de “25 años de teoría marxista independiente”, aunque funciona en realidad desde 1977 (desde 1971 aparecía como Bulletin of the Conference of Socialist Economists).
Historical Materialism. Research in Critical Marxist Theory (http://mercury.soas.ac.uk/hm/): editada por la School of Oriental and African Studies de Londres (SOAS, University of London), es la benjamina de las aquí citadas.
New Left Review (http://www.newleftreview.org/): publicada bimestralmente en Londres, desde 1960, por la editorial izquierdista Verso, ha entrado en 2000 en una 2ª época de la mano de Perry Anderson y un consejo editorial en el que participan también Tariq Ali, Robin Blackburn o Robert Brenner. NLR se publica también en español desde 2000 (ed. Carlos Prieto, Akal, Madrid), en portugués (en Brasil) y en turco.
Socialist Register (http://socialistregister.com/epublish/8), londinense también, reclama ser “el referente intectual de la izquierda internacional desde 1964”.
Critique, Journal of Socialist Theory (http://www.tandf.co.uk/journals/titles/03017605.asp), cuatrimestral editado por Hillel Ticktin e impulsado por el Centre for Study of Socialist Theory and Movements de la Universidad de Glasgow (UK). Publicada por Routledge desde 1973.
c. En Francia, España y otros países:
La lista sería interminable, por lo que sólo mencionaremos unas pocas a título de ejemplo. Actuel Marx (http://netx.u-paris10.fr/actuelmarx/) se presenta como una “revista internacional” publicada por la editorial Presses Universitaires de France (PUF) con el apoyo de la Universidad de París-X y el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS); celebra cada 3 años el Congreso Marx International y regularmente un Seminario de Estudios Marxistas. Sus impulsores publican también una colección de libros –Actuel Marx Confrontations– codirigida por J. Bidet, J. Texier y G. Duménil, y administran en Internet una genérica “Bibliografía Marx”, más otra específicamente económica (“Economarx”) más una lista de páginas web de gran utilidad, con información sobre otras revistas (http://netx.u-paris10.fr/actuelmarx/indexb.htm), editoriales, etc. Otras revistas del mismo cariz son: Socialist Voice. Marxist Perspectives for the 21st Century (Canadá, http://www.socialistvoice.ca/); Marxismo Oggi. Revistra Qudrimestrale di Cultura e Politica, publicada por la Associazione Culturale Marxista (http://www.assculturalemarxista.org/index_file/Rivista.htm, Italia); Marx Centouno y su sucesora AlternativE per il socialismo (Italia, http://www.alternativerivistatest.it/); Revista da Sociedade Brasileira de Economia Política (http://www.sep.org.br/pt/home.php, Brasil); Política y Cultura (http://polcul.xoc.uam.mx/presentacion.html, México); Proteo, Rivista a carattere científico di analisis delle dinamiche economico-produttive e di politiche del lavoro (http://www.proteo.rdbcub.it/, Italia); Ensayos de Economía (http://nemesis.unalmed.edu.co/public/ensayos/ensayos.html, Colombia); Herramienta, revista de debate y crítica marxista (http://www.herramienta.com.arg/, Argentina); Razón y Revolución (http://www.razonyrevolucion.org/HTML/revista.html, Argentina); Marx ahora (http://www.cubaliteraria.cu/revista/sitio_ma3/pages/suscript.html, Cuba)... Otras referencias de interés, no estrictamente marxistas, son la Heterodox Economics Newsletter (http://l.web.umkc.edu/leefs/htn23.htm); la Post-Autistic Economic Review (http://www.paecon.net/, con una pequeña sección en español), que se declara a favor de una economía heterodoxa y el pluralismo en Economía; y muchas otras. Varias revistas españolas (en particular, El viejo topo: http://www.elviejotopo.com/web/revistas.php; Viento Sur: http://www.nodo50.org/viento_sur/ y Mientras Tanto: www.icariaeditorial.com) forman parte del Proyecto K para crear, junto con otras de otros países, una “red europea de publicaciones marxistas críticas” (http://www.vientosur.info/proyectoK/). Otras con orientación parecida son El basilisco. Revista de filosofía, ciencias humanas, teoría de la ciencia y de la cultura (http://www.filosofia.org/rev/bas/index.htm); Filosofía, Política y Economía en el LABERINTO (http://laberinto.uma.es/); El revolucionario (http://www.elrevolucionario.org/rev.php?autor26); Nómadas, Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas (http://www.ucm.es/info/nomadas/12/acamejo.html); o El catoblepas. Revista crítica del presente (http://www.nodulo.org/ec/).
Por último, también hay revistas virtuales. Véase, sobre todo, la Heterodox Economics Web (http://www.orgs.bucknell.edu/afee/hetecon.htm), que contiene, aparte de revistas especializadas, amplia información sobre asociaciones (el Heterodox Economics Portal: http://www.hetecon.com/), otras publicaciones, institutos, grupos de discusión, noticias, recursos docentes, etc. Pero también InterMarx, rivista virtuale di analisi e critica materialista (http://netx.u-paris10.fr/actuelmarx/indexb.htm), etc.
d. Otros recursos:
Aparte de las revistas, existen otros espacios cibernéticos que dan cabida parcial al pensamiento marxista, como Rebelión (http://www.rebelion.org/), Kaosenlared (http://www.kaosenlared.net/), InSurGente (http://www.insurgente.org/), Sin Permiso (http://www.sinpermiso.info/)...; y también numerosas asociaciones que difunden el pensamiento marxista teórico, como Espai Marx (http://www.espaimarx.org/); la Red Nodo 50 (“Contrainformación en la red”, http://www.nodo50.org/); la Biblioteca de autores socialistas (BAS), editada en la Universidad Complutense de Madrid (http://www.ucm.es/info/bas/es/biblioteca.htm); las páginas del Instituto de Estudios marxista-leninistas (http://www.marxismo-leninismo.es/Secciones/instituto.htm) o de la Fundación Federico Engels (http://www.engels.org/enlaces.htm); o incluso algunas librerías (http://www.lamalatesta.net/libros-marxismo-c-21_95.html, etc.).
En el extranjero, son más numerosas. De especial importancia es el ya citado Marxists Internet Archive (http://marxists.org/), que contiene la mayoría de los textos de Marx y Engels así como de muchos otros marxistas (con una importante sección en español: http://www.marxists.org/espanol/m-e/); pero destacan también el importante Internacional Institute of Social History de Amsterdam (http://www.iisg.nl/) y la Marx/Engels Internet Library (http://www.marx2mao.com/M&E/Index.html). Véanse asimismo los trabajos de In Defence of Marxism (http://www.marxist.com/); de la John Gray Web Site (http://www.geocities.com/~johngray/indx1.htm); del portal Communism dentro de Wikipedia (http://en.wikipedia.org/wiki/Portal:Communism); de la Biblioteca de Textos marxistas (http://www.geocities.com/CapitolHill/senate/3035/); del Colectivo de edición de inencontrables del movimiento obrero (http://www.collectif-smolny.org/mot.php3?id_mot=96); de la Marx and Philosophy Society (http://www.marxandphilosophy.org.uk/bk.htm) y otras llamadas “Recent books on Marx and philosophy”; “A Marx Bibliography” (http://www.sussex.ac.uk/Users/sefd0/bib/marx.htm); o varias de tendencia anarquista (http://www.spunk.org/library/intro/sp000281.html, “an online anarchist library and archive”; http://ytak.club.fr/index.html; http://flag.blackened.net/daver/anarchism/; y http://www.antorcha.net/index/biblioteca/politica.html), comunista consejista (http://www.geocities.com/cica_web/consejistas/indice.htm), comunista de izquierdas (http://www.left-dis.nl/home.htm), marxista libertaria (Marxismo libertario: Lecturas para la emancipación del proletariado: http://marxismolibertario.blogspot.com/2008/06/diego-guerrero-nacin-y-clase.html, y La Bataille socialiste (http://bataillesocialiste.wordpress.com/2008/06/13/nouveautes-sur-dautres-sites-2/), etc.
Por último, y pensando sobre todo en los estudiantes interesados, hagamos mención a algunas de las pocas universidades en el mundo donde se puede estudiar marxismo, en especial Economía, y a otras instituciones del ámbito académico que colaboran en la difusión de ideas marxistas. Entre las primeras, y aparte de los cursos de Economía política que se imparten en diversos países latinoamericanos, señalemos en primer lugar la New School University (http://www.newschool.edu/), de Nueva York, que, aunque hoy deja mucho que desear respecto a lo que era en los años 70, da vida a un centro, el CEPA (Center for Economic Policy Análisis), que alberga un estupendo buscador de Internet sobre temas de economía marxista y heterodoxa (“The History of Economic Thought Website”: http://cepa.newschool.edu/het/); en Londres radica la School of Oriental and African Studies (SOAS: http://www.soas.ac.uk/), que edita la revista Historical Materialism; y otros puntos de interés son la Universidad de Utah (http://www.utah.edu/), en Estados Unidos, el programa de doctorado de Economía de la Universidad de Atenas (UADPhilEcon: http://www.uadphilecon.gr/UA/content/en/Root.aspx?office=17)… y poco más.
Entre las demás instituciones académicas, citemos (en español) a la Asociación de Estudiantes Carlos Marx (http://www.nodo50.org/carlosmarx/); Estudiantes por una Economía crítica (http://www.sindominio.net/economiacritica/), que bajo el lema de Joan Robinson (que “la razón fundamental para estudiar economía es evitar ser engañados por los economistas”) son muy preferibles a las Jornadas de Economía Crítica que promueven sus profesores (http://www.jornadaseconomiacritica.blogspot.com/); y otras similares, como la Enciclopedia y Biblioteca Virtual Eumednet (y Economía: EMVI), de Málaga (http://www.eumed.net/), que publica libros gratuitos en Internet; sin olvidar la labor del Centro argentino para la Investigación como Crítica Práctica (CICP), con su Taller de lectura crítica de El Capital de Carlos Marx (http://www.cicpint.org/cicp/talleres/Taller%20El%20Capital.htm). Citemos también a la Sociedad Latinoamericana de economistas políticos, SEPLA (http://sepla.icidac.org/SEPLA.htm); al marxista francés Michel Husson, que administra una completa red de “recursos de economía crítica” en http://hussonet.free.fr/ecocriti.htm; y a Ralph Dumain y su Marx and Marxism Web Guide, en http://www.autodidactproject.org/guidmarx.html. Jerry Levy mantiene una lista de discusión marxista internacional en http://ricardo.ecn.wfu.edu/~cottrell/ope/archive/; en Italia, http://www.countdownnet.info/ da acceso a páginas de diversos economistas marxistas; los economistas japoneses cuentan con: http://marxists.catbull.com/subject/japan/ y con la colección de e-textos de de Michio Akama (http://www.cpm.ll.ehime-u.ac.jp/AkamacHomePage/Akamac_E-text_Links/Akamac_E-text_Links.html); y también están, en inglés, Marx Myths & Legends (http://marxmyths.org/index.php), donde colaboran muchos de los autores citados en estos anexos; o las páginas de Socialists for Free Access (http://www.freewebs.com/socialistcommonwealth/); la completa (no sólo marxista) http://www.generation-online.org/other/reference.htm; o la más especializada (Historia) de http://www.phillwebb.net/History/TwentiethCentury/Continental/Marxism/Marx/Marx.htm; etc.
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