Familia diversidad en el concepto

Familia diversidad en el concepto

 

 

 

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Familia diversidad en el concepto

 

* Gimeno, A. (2007). La familia en la sociedad de la información y de la diversidad. En M. R. Buxarrais y Zeledón : Las familias y la educación en valores democráticos. Retos y perspectivas actuales. Barcelona: Claret.  
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1.-La Familia: Diversidad en el concepto.
1.1.- Diversidad Intercultural e  Intracultural.
1.2.- Cambios sociales que empujan hacia la diversidad.
1.3.- La diversidad como progreso.
1.4.- La diversidad como riesgo.
1.5.- Tres grupos de diferencias.
2.- Temores ante la diversidad en tipos de familia.
2.1.- Familias monoparentales.
2.2.- Parejas de hecho.
2.3.- Familias adoptantes.
3.- Temores ante la diversidad de Estilos de Vida familiar.
4.- Conclusiones.
DESARROLLO

1.- La Familia: Diversidad en el concepto.

1.1.- Diversidad Intercultural e  Intracultural.

Cuando empezamos a hablar de la familia en algún lugar de África, de Europa o del Sur del continente Americano, ninguna persona muestra la menor extrañeza ante el término, todo el mundo dice saber lo que es una familia, todo el mundo encuentra un referente. En consecuencia es fácil suponer que hablamos de una misma realidad, de un mismo grupo, que compartimos, en suma, un mismo significado.

Sin embargo, en cuanto nos adentramos un poco en su estudio, nos damos cuenta de que con un mismo término estamos designando realidades bien distintas: familias monoparentales que incluyen a una madre soltera, o viuda, o separada, o al padre con sus hijos, familias nucleares completas, familias reconstituidas, familias binucleares, familias extensas compartiendo vivienda y hacienda, y recientemente también parejas homosexuales con hijos biológicos y/o adoptados, familias con límites abiertos y con límites infranqueables, familias que viven aisladas del entorno y familias con una amplia red de apoyo y relación social.

Podemos encontrarnos también con que la diversidad de realidades que el término engloba, no se refiere sólo a la diversidad en su composición, sino a sus límites, a su organización y las correspondientes funciones y roles que la familia y cada uno de sus miembros tiene asignadas. Cada cultura reconoce un tipo de modelo familiar como el adecuado, le otorga unos derechos y le exige unas responsabilidades. En consecuencia dicta las normas que deben regular la vida familiar: los criterios para constituir la pareja conyugal, la importancia que se atribuye al legado familiar, la valoración de los ancianos y de los antepasados, los rituales que hay que mantener, el estilo de comunicación entre sus miembros, el modo de educar a los hijos, el modo y el momento de considerarlos adultos… y toda una amplia gama de normas que definen su propio sistema familiar, sus posibilidades de cambio y sus relaciones con los demás o con la comunidad. 

No obstante el término tiene, a pesar de las diferencias, un denominador común en cuanto a su origen y función prioritaria que son compartidas por todas las culturas: la familia se estructura en torno a la díada madre-hijo con el propósito de proteger al recién nacido, de nutrirle y de humanizarle, lo que es al tiempo un modo de garantizar la supervivencia de la especie y la transmisión del legado cultural de cada comunidad. A partir de esta díada, la figura paterna y el resto de miembros que se consideran pertenecientes a la misma familia asumen una relevancia, proximidad y funciones diferentes según culturas, como también serán diferentes en el modo de entender esta función básica y en otras muchas dimensiones de la organizar la familia y vida cotidiana.

Las diferencias no son sólo interculturales. Hay también diferentes modelos familiares dentro de cada cultura, pero a pesar de la diversidad, cada comunidad posee un modelo de familia que considera preferente, que constituye el denominado modelo familiar normativo, y que es el que goza de unos derechos y de una valoración social superiores a los que se asignan a los demás. A pesar de todo los demás modelos familiares siguen apareciendo, aunque con menor frecuencia, pues son modelos que ven mermados sus derechos, o simplemente no son reconocidos como familias. La diversidad depende  del mayor o menor nivel de tolerancia de cada cultura, hasta el punto en que a veces hay modelos familiares que se mantienen en secreto, en la clandestinidad, dado que son fuertemente rechazados por el grupo. Así, la cultura europea rechaza legal y culturalmente la poligamia, que es un modelo familiar frecuente y aceptado en muchos países del África subsahariana, mientras que para estas culturas, la existencia de familias formadas por parejas homosexuales es ilegal e inmoral, hasta el punto hemos de que oído decir a muchas madres en dicha cultura, que aceptaría antes un cáncer en su propio hijo que su homosexualidad.

En el caso de la vieja Europa, encontramos que nuestra vida familiar es heredera del derecho romano y de la cultura cristiana, lo que ha llevado durante siglos a la configuración de un modelo familiar que se basa en la pareja heterosexual y que atribuye la máxima autoridad al varón: el padre es el cabeza de familia y es él quien ostenta la llamada patria potestad y, en suma, todo el poder sobre la esposa, los hijos y el patrimonio. La pareja conyugal tiene pues como función básica e ineludible: la procreación; y a esta meta que queda supeditada toda relación sexual, y como corolario la esposa va a ser la responsable casi exclusiva de la crianza de los hijos. El resto de modelos familiares ha estado faltos de reconocimiento social y legal, cuando no abiertamente condenados, hasta que a mediados del siglo veinte, una amplia gama  de cambios sociales, políticos, científicos y económicos, empezaron a cuestionar y a hacer que empezara a tambalearse este modelo tradicional en cuanto único. (Alberdi, 1999; Iglesias de Ussel, 1998)

Mencionaremos sólo someramente aquellos cambios sociales europeos que mayor impacto han causado en la vida familiar, aunque los cambios acaecidos no han afectado por igual a todos los países europeos, ni han sido simultáneos. Rousell (1992) analizan cómo los cambios se difunden desde la Europa del norte a la central y posteriormente a la Europa del sur, donde como es el caso de España, los cambios han sido más tardíos, pero también más acelerados y con las subsiguientes dificultades de una adaptación familiar también acelerada.

El progreso industrial, ha sido un poderoso agente de cambio que forzó la emigración de la población rural a las grandes ciudades y convirtió a la familia en una unidad de consumo, y no en la unidad de producción, que la tierra, el ganado, o la artesanía le confería. Con el desarraigo de la población de origen, ganó en importancia la familia nuclear, lo que supuso una pérdida de los apoyos que la familia extensa proporcionaba. Sin más apoyo que el de alguna canguro o asistenta por horas, la pareja trabajadora tiene que asumir todas las tareas familiares, y aunque la tecnología, los electrodomésticos que hay que comprar, aportan una ayuda para las tareas materiales domésticas,  difícilmente pueden ofrecer la ayuda educativa o afectiva  que los familiares extensos proporcionaban.

Tras la expansión industrial, las nuevas tecnologías y la globalización de la economía, suponen una pérdida de mano de obra, de modo que la pérdida de empleo afecta a muchas familias y la escasez se convierte en uno de los temores mayores de jóvenes y adultos, que crean nuevos vínculos de dependencia económica.

El progreso tecnológico es también progreso en el área de salud, lo que reduce la mortalidad infantil, amplia las expectativas de vida y posibilita el control de natalidad Estos cambios se traducen en el envejecimiento de las parejas, que a veces viven con los hijos mayores de edad, -solteros sin trabajo o separados- , pero que en otros casos  viven solos, porque la atención de los ancianos es difícil en nuestra ajetreada vida laboral. La existencia de métodos anticonceptivos eficaces permite el desarrollo de una vida sexual independiente de la procreación y al tiempo una notable reducción del número de hijos, entre uno y dos por familia, con lo que los hijos que hemos visto que eran el objetivo único de la familia llegan a convertirse en un bien escaso. 

Pero el progreso ha transformado el planeta en un espacio globalizado, con un extraordinario desarrollo tecnológico, unos hábitos de consumo, y un sistema económico difícilmente sustentables,(***cita) lo que ha abierto un abismo entre las familias de una sociedad económicamente opulenta en el norte y las familias de los países del cono sur.

Otro de los fenómenos sociales que más han afectado a la familia ha consistido en la separación de poderes entre Iglesia y Estado; esta separación supuso un hito histórico que ha posibilitado la aparición los matrimonios civiles, la legalización del divorcio, más tardía en los países de mayoría católica, y la aparición de familias monoparentales y reconstituidas o derivadas de segundas nupcias. Pero además del cambio en el tipo de matrimonio, esta separación ha  facilitado la emergencia de  una cultura laica, con valores, creencias y metas cada vez más independientes de la religión, lo que afecta especialmente a la vida  sexual de la pareja y al control de natalidad.

La democratización política de los países europeos se introduce igualmente en la vida familiar, que ha visto cómo la autoridad paterna se iba reduciendo hasta lograr, desde el punto de vista legal, una equiparación de los derechos y deberes de ambos cónyuges, y desde el punto de vista funcional,  la participación de ambos padres e hijos en las decisiones familiares.

La construcción y aceptación del concepto de ciudadanía, supone el reconocimiento de unos derechos la persona -con independencia de  su género clase social, familia o casta-  que libera a la familia de tareas y que durante siglos sólo a ella le correspondían, al mismo tiempo que reconoce los derechos del niño más allá de su mera supervivencia. Derechos de se traducen en importantes reformas legales y laborales y en el desarrollo de un sistema de protección social.

Los derechos humanos llegan a proclamarse también como derechos de la mujer, derechos que la mujer reivindica hasta que las leyes los reconocen, lo que posibilita una incorporación paulatina de las mujeres a la esfera pública, tanto al mundo del trabajo, como al de la política y  participación social, con el inevitable impacto que tales cambios suponen para la  vida familiar, pues las tareas y roles que ella tenía tradicionalmente asignados o prohibidos, tienen necesariamente que redistribuirse. De forma que paulatinamente la mujer va dejando el rol exclusivo de ama de casa y dispensadora de cuidados y el esposo y los hijos tendrán que ir asumiendo parte de las tareas que esta reestructuración deja sin cubrir. (Alberdi,  1999).
El hombre ve cuestionado su poder absoluto como autoridad familiar con las subsiguientes crisis de poder y sentimientos de pérdida; aunque en contrapartida se ve beneficiado con el apoyo económico y social que la mujer le ofrece, al tiempo que se va liberando de ser reo único y exclusivo de la condena a tener que ganar el pan con el sudor de su frente. Al tiempo puede ir comprobando que poco a poco se le abren las puertas de unas tareas afectivas que hasta entonces habían sido territorio exclusivo de las mujeres. El apoyo de una esposa con más formación, el acceso a las tareas de crianza y educación, la posibilidad de reconocer en sí mismo sentimientos y miedos sólo considerados femeninos, y por lo tanto tan vergonzantes como reales, son, entre otros, logros masculinos derivados de una lucha que empezó siendo una lucha de la mujer por sus exclusivos derechos, pero que afortunadamente va convirtiéndose en una lucha de todos por los derechos de todos.

Una cultura fáctica de los derechos humanos tiene además que crear un sistema de protección  para todos, y especialmente para los menores, que dejan de ser una propiedad absoluta de sus progenitores. El Estado debe velar para que la familia los proteja y los eduque dignamente, y es el Estado quien debe garantizar sus derechos cuando la familia no puede, no sabe o no quiere atender a sus necesidades. La familia ha dejado de ser un territorio privado, pues las instituciones públicas pueden y deben intervenir en la vida familiar en caso de negligencia, abandono o maltrato, privando a los padres de la tutela y hasta de la patria potestad. La medidas de protección deben optar por la educación familiar más que por la institucionalización (UNICEF, 1999)

El sistema de protección social que generan las sociedades democráticas ofrece un apoyo a la familia en tareas que tradicionalmente habían sido responsabilidad propia y exclusiva, y así sucede en la educación de los hijos, la atención a enfermos y ancianos, el desempleo, la jubilación, y una amplia gama de prestaciones sociales que pasan a ser, al menos parcialmente, responsabilidad del Estado. Con los apoyos sociales logrados las familias se ven liberadas de cargas y responsabilidades presentes y futuras y pueden dedicar su tiempo y su esfuerzo, a actividades de ocio, a la educación de los hijos, a actividades culturales, o a trabajar más para seguir consumiendo más.

 No obstante, como mencionamos anteriormente, la coyuntura económica actual ha supuesto mermas importantes en el sistema de bienestar y ha devuelto a la familia de función de protección y apoyo del que, durante algunas décadas, se había visto liberada y sobre el que no se atisban vías de solución inmediata ni a corto plazo. Las pensiones de jubilación son insuficientes, las listas de espera hospitalaria se alargan, los periodos de hospitalización se reducen, las posibilidades de empleo son mínimas en múltiples sectores… y de nuevo es la familia la que tiene que dar respuesta a estas necesidades.   
 
Todo lo dicho hasta aquí se traduce en la comprobación de cómo en las últimas décadas, debido a los cambios económicos, científicos, tecnológicos, políticos e ideológicos, la sociedad europea se ha ido alejando del modelo tradicional y ha ido ofreciendo nuevos tipos de  Familia y nuevos estilos de Vida Familiar.

1.2.- Tres categorías para enmarcar las diferencias.

Estamos viendo que los cambios experimentados por la familia en la cultura occidental son múltiples y las diferencias existentes entre las familias actuales es también muy amplia, hemos pasado de un modelo familiar a la aparición de nuevas familias que al tiempo coexisten con la tradicional. Con objeto de comprender y analizar mejor la realidad, familiar agruparemos estas diferencias en tres grandes categorías: diferencias en el Ciclo de Vida Familiar, diferencias en Composición de la familia y diferencias en Estilos de Vida.

Los cambios y la diversidad el Ciclo de Vida familiar, nos ponen en contacto  con etapas y sucesos nuevos, aunque cada vez más frecuentes, como la cohabitación antes del matrimonio, el divorcio, las segundas nupcias o el nacimiento de hijos fuera del matrimonio. También cambia la duración de las etapas del ciclo de vida familiar, de modo que etapa de noviazgo y la expansión familiar, son más cortas, mientras que otras etapas como la permanencia de los hijos en el hogar o el ciclo vital de la pareja son de mayor duración. 

Los cambios en Composición Familiar nos ponen en contacto con nuevos tipos de familias, tanto en lo que respecta a los cónyuges como al número de hijos y otros parientes considerados familia en sentido próximo. Encontramos familias monoparentales, parejas de hecho, familias binucleares y encontramos también una reducción en la constelación fraterna y en la familia extensa, y un incremento de padrastros y hermanastros, que conviven bajo el mismo techo. También encontramos familias numerosas y familias en las que conviven cuatro generaciones, familias que adoptan hijos, aunque tienen hijos propios, y familias acogedoras que se encargan temporalmente a menores en situación de riesgo o desamparo.

En tercer lugar, encontramos diferencias Estilos de Vida, lo que significa no sólo cambios en los hábitos, sino sobre todo cambios en la Organización y en las Interacciones familiares. La diferencias en Organización suponen distintos modos en la distribución del poder y en la distribución de los roles y tareas; encontramos familias patriarcales y familias muy autoritarias junto a familias democráticas y a familias desestructuradas; en cuanto a la plural distribución de roles y tareas, encontramos a padres que cuidar a sus hijos recién nacidos, mujeres que trabajan para mantener a la familia, abuelas con función de madres, hijos adultos que vuelven al hogar paterno y un amplio etcétera.

Las diferencias en Interacciones familiares incluyen diferencias en los estilos de comunicación, en la disciplina y en los niveles de cohesión familiar. La diversidad se observa también en las vinculaciones afectivas, no porque globalmente podamos decir que las familias se quieren más o menos, sino porque el reconocimiento y la expresión de las emociones negativas, es más plural, como lo es el reconocimiento abierto de conflictos familiares y los modos de afrontamiento. Encontramos familias que resuelven por la fuerza, y familias que resuelven mediante la negociación, pero también encontramos que varios tipos de profesionales intervienen en la vida familiar en casos de crisis, y hay mediación, asesoramiento y terapias. Si bien consideramos que, en cuanto a interacciones, uno de los cambios más importante es la mayor sensibilidad para percibir y rechazar las interacciones familiares física o psicológicamente violentas, y que anteriormente habían permanecido ocultas o invisibles. (Solnit y cols., 1992; Torres y Espada, 1996¸ Gracia, 2002).

1.3.- La diversidad como progreso y como riesgo.

Nos encontramos pues hoy en Europa con una  amplia variedad de Tipos de Familia y de Estilos de Vida Familiar, realidades diferentes, amparadas bajo el mismo término de familia, pero que ofrecen al adulto la posibilidad de elegir el tipo y estilo que sea más acorde con la propia escala de valores.  Desaparece pues la disyuntiva entre  familia o desarrollo personal, y dado que según las encuestas del Consejo Superior de Investigaciones Psicológicas, los españoles seguimos considerando que la familia es el mejor entorno para satisfacer las expectativas de autorrealización y de felicidad personal (CSIS, 1999), pues va a ser posible armonizar  familia -de procreación- con el proyecto personal de vida.

La  actitud de tolerancia hacia la diversidad familiar nos permite además, no sólo elegir, sino también reelaborar y crear nuevos modos de vivir en familia. Los cambios acaecidos son cambios orientados a potenciar el desarrollo personal y, en consecuencia la familia acepta y estimula más que nunca, la autonomía, la consolidación de la propia identidad, la libertad  en el pensar, en el sentir y en el hacer. Podemos ser diferentes, podemos dejar de coincidir en todo, podemos distanciarnos sin perder el afecto ni la identidad, pues ya  no es necesario ocultar las divergencias, ni coincidir en todo, ni ir todos juntos a los mismos lugares, pues la familia, para mostrar su competencia, no necesita confundir cohesión con uniformidad, ni esconderse bajo el mito de armonía.  

Observamos además que los niveles de exigencia en el desempeño de la funciones familiares son muy altos (Gimeno 1999), que si bien en las nuevas familias los vínculos de sangre y los intereses económicos siguen siendo todavía vínculos importantes en la constitución y la permanencia del grupo familiar, también es cierto que hoy la biología y la economía no suelen ser suficientes para mantener cohesionada a una familia, como tampoco lo es una ambigua referencia al amor para siempre. Las nuevas familias, quizá más que nunca, exigen de la familia, protección, confianza, comunicación y respeto a todos y cada uno de sus miembros y a su individualidad, y éstos nuevos vínculos se van convirtiendo en progresos irrenunciables sin los que la familia no quiere permanecer formalmente unida.

En la actualidad de nuestro contexto social, la familia puede construir su propia historia e ir más allá de la firme transmisión de un legado del que antes sólo muy pocos podían escapar. Los cambios en la familia se orientan hacia la protección de los hijos, pero no sólo para garantizar su supervivencia, la supervivencia de la familia y o la supervivencia de la especie, sino que ahora la protección extiende sus alas en el tiempo y en el espacio para facilitar el desarrollo personal de todos –con independencia de la edad y del género-  y en todas las dimensiones del ser humano –sexual, cognitiva o social…- que la familia facilite el proceso de individuación y sus miembros logren lo que Williamson (1981) desde una perspectiva sistémica  denomina autoridad personal.

Junto al progreso personal y social que supone la tolerancia hacia nuevos modelos familiares, la sociedad europea se encuentra también con unos riesgos muchos de los cuales se derivan de la rápida aparición de las nuevas familias, mientras que otros se hallan directamente relacionados con la persistencia de modelos y estilos tradicionales, tanto el más conocido modelo de familia nuclear completa propio de la cultura occidental, como otros modelos familiares que son los propios la cultura musulmana, hindú o africana, y que, debido a los movimientos migratorios y a las poderosas tecnologías de la información, aparecen como más próximos.

Respecto a los nuevos modelos familiares consideramos que la tolerancia a la diversidad familiar es en sí misma señal de progreso ya que nos ofrece la posibilidad de elegir, pero sabemos que, al mismo tiempo, toda elección conlleva ciertos riesgos y requiere, para reducir sus negativos efectos, de una reflexión acorde a unos criterios que faciliten la elección de un modelo y un estilo de vida familiar con un adecuado nivel de competencia; reflexionar para poder elegir es imprescindible en un contexto  como el nuestro en donde los cambios han sido múltiples y acelerados.

Los cambios familiares requieren un esfuerzo de adaptación. La nueva distribución de roles, los nuevos estilos educativos, los nuevos patrones de comunicación y los nuevos modos de repartir y ejercer el liderazgo son metas sin caminos conocidos, sin modelos, sin indicadores, que a veces se convierten en laberintos donde las familias se pierden, a pesar de su esfuerzo, y sin lograr alcanzar ningún destino. Muchas parejas se sientes incapaces de reestructurar las tareas familiares de modo que armonicen las demandas de hombres y mujeres, muchos padres abandonan antes de lograr un estilo democrático, porque confunden democracia con negligencia y con ausencia de normas y temen ejercer su nuevo rol de padres. El cambio se orienta al progreso pero también conlleva tensión, miedo y confusión.

La tolerancia, hoy tan políticamente correcta, y la ineficacia de los modelos tradicionales, puede llevarnos a rechazar todo lo que suene a tradición y a abrazarnos irreflexivamente a cualquier viento nuevo. La pareja que se divorcia, la mujer que opta por la maternidad permaneciendo soltera, la persona que forma una nueva familia llevando la anterior a cuestas, la que parte de una pareja homosexual, la que adopta niños de otras etnias, la que acoge a adolescentes maltratados por su familia biológica… son familias en las que los adultos asumen iniciativas nuevas y optan por modelos familiares poco frecuentes, que plantean problemas diferentes para los que ni ellos, ni sus familiares, ni sus amigos, ni los profesionales especializados tienen respuestas fáciles, porque en torno a estas nuevas prácticas no existe un conocimiento sólido socialmente construido.

 No se trata pues de eludir la decisión, sino de no trivializar los problemas y hacerlos conscientes, aunque sólo sea porque para seguir adelante se requiere el valor de asumir la diferencia y afrontar lo nuevo de modo que podamos superar con escaso apoyo, cuando no con rechazo social. Pero en contrapartida deberemos reconocer que tampoco se debió trivializar nunca con la decisión de formar o mantener una familia tradicional, y muchas familias tradicionales se crean, se desarrollan, y resuelven sus propios e ineludibles conflictos, atendiendo ciegamente a la voz de la mayoría, a la pura presión social, asumiendo soluciones prefabricadas sin pararse a analizar y encontrar las propias.

 Teniendo en cuenta que la decisión de formar una familia, sea tradicional o nueva, es siempre una decisión de adultos, corremos el riesgo además de olvidar que esa decisión implica directamente a los niños, los miembros más vulnerables del sistema, corremos el riesgo de decidir sin pensar en la repercusión que en ellos puede tener, tanto la decisión de constituir como la de disolver una familia. Y mientras el desarrollo tecnológico requiere a cualquier profesional una formación permanente, como bien saben empresarios y trabajadores, el Estado y los sindicatos, la formación para ser padre o madre y asumir la educación de un niño se confía a la improvisación, a la tradición, o al instinto. Los niños sufren las consecuencias de una decisión familiar que sólo pretende ser la solución de una necesidad o un deseo del adulto sin pensar el lo doloroso que es la separación de las figuras de apego, (Bowlby, 1960) incluso más allá del periodo crítico (Ainsworth, 1985; Mahoney, 1991)  De modo que nuestra sociedad parece más dispuesta a gastar dinero en telefonía móvil, aunque sea para decir “quiero que vengas a recogerme”, que en mejorar las habilidades de comunicación sincera entre cónyuges o entre padres e hijos.

Respecto a los tipos de vida familiar que ofrecen otras sociedades, consideramos que la tolerancia y el respeto a sus patrones culturales, de los que sin duda tenemos mucho que aprender, no va necesariamente unida a una aceptación indiscriminada de sus modelos. Toda cultura tiene tendencia a perpetuarse y a mantener y transmitir unas tradiciones para no perder su idiosincrasia ni su poder. Pero tradición, sea ésta musulmana, cristina o hindú, no es sinónimo de perfección, si no conlleva unas creencias y unas prácticas respetuosas con los derechos y dignidad del ser humano. Por ello, junto a la defensa de la tolerancia y el respeto a los usos y costumbres ajenos, hemos de mantener una actitud autocrítica y crítica que incluya a los modelos y estilos de vida familiar propios y ajenos.  

Respecto a la familia europea, y por extensión el modelo familiar propio de la cultura occidental, hemos de reconocer que ha venido manteniendo un modelo familiar centrado en la indisolubilidad y en el mito de armonía, de modo que aún existiendo el divorcio, la familia trata de mantener su identidad familiar sobre la individual, lo que le lleva gastar más energías en ocultar los conflictos y que en resolverlos (Neuburguer, 1992).

La fuerte influencia cristiana, y más aún católica, extensible también a los países latinoamericanos, ha configurado un modelo familiar centrado en procreación sin restricciones, y obligando a la misma, dado que el lógico control de natalidad no es aceptado por la Iglesia Romana. Al tiempo, toda relación sexual, con independencia de la edad y el sexo de los implicados, es considerada pecaminosa, a no ser que se oriente a la procreación y tenga lugar dentro del matrimonio eclesiástico. Con tales premisas queda poco espacio para las familias monoparentales, para el divorcio y para la homosexualidad, pero tampoco queda espacio para el desarrollo personal, a no ser que sea asexuado, ni para el control de natalidad, como paralelamente tampoco queda espacio familiar para las hijas adolescentes embarazadas que en muchas ocasiones son literalmente expulsadas de casa y hasta se les prohíbe, a veces por ley, asistir a la escuela, dado que su evidente embarazo servirá de mal ejemplo para compañeros y compañeras.

El modelo familiar europeo ha sido además demasiado patriarcal, demasiado sexista y demasiado rígido, y ha convertido a la familia, como agente y responsable de socialización, en la principal responsable de la transmisión de estas creencias que han condicionado tanto la vida intrafamiliar como los roles y la organización de la instituciones sociales.

La estructura jerárquica de la familia, y el poder absoluto de los progenitores sobre los hijos y del padre sobre todos, convirtió a la familia en un dominio privado inaccesible a cualquier control social, lo que sin duda ha facilitado que los sucesos de violencia familiar, en todas sus modalidades, física, psicológica y sexual, hayan sido vividas con sufrimiento, pero silenciadas por temor, vergüenza e impotencia.

El modelo familiar tradicional europeo persiste, con sus gozos y sus sombras, pero además, la pluralidad cultural de la Europa del siglo XXI nos pone en contacto con otros modelos culturales y que también conllevan sus gozos y sus sombras, y sus mitos de armonía familiar. Aunque el respeto a la diversidad cultural, nos sitúa en un terreno donde los límites de intervención externa no siempre son claros, cuando las normas familiares son un atentado contra las libertades individuales, no podemos permanecer en silencio. La familia no puede, en la línea que indica  Sabater (1997), ceder su compromiso educativo y social a otros grupos o la influencia manipuladora de los medios de comunicación. 

No podemos permanecer en silencio cuando el matrimonio depende de la decisión de los padres sin la participación de los esposos, ni cuando se cambia una esposa por una dote –sea este un sustancioso “dowry” o una cabra-, ni cuando se veta a la mujer gozar de una relación sexual, sea por ablación del clítoris, sea por exigencia de virginidad previa, sea por el rudo o sutil rechazo del esposo. No podemos permanecer en silencio ante modelos familiares que imponen la poligamia, pero no permiten ni siquiera pensar en la poliandria. Ni podemos permanecer en silencio cuando se prohíbe a la mujer la decisión de abortar es sólo una decisión del padre, o mas bien del supuesto padre, si queremos hablar con propiedad.

No podemos en definitiva permanecer en silencio nunca, ante la violencia, ni ante la injusticia, ni ante el trato degradante,  pero tampoco podemos quedar en silencia cuando se imponen hábitos y tradiciones que podrían tener sentido si fuesen el resultado de una elección de los implicados y no el resultado de la fuerza o del yugo sutil de quienes en la familia tienen más poder.
 
2.- Temores ante la diversidad Composición de la Familia.

            Aunque atendiendo a su composición encontramos un gran número de tipos de familias, nos seleccionamos en este apartado tres tipos, la monoparentales, las formadas por parejas de hecho y las adoptantes, ya que son las emergentes y las que más debate y cambios sociales están suscitando.

2.1.- Familias monoparentales.

Al hablar de familia monoparental, nos referimos al núcleo familiar formado por un solo progenitor con sus hijos, por lo que estamos tratando como grupo homogéneo, a familias que son diferentes en su composición, -madre o padre-, en su situación legal – hijos biológicos, adoptados o acogidos temporalmente- y también en su origen, - divorcio, viudedad, abandono o libre  decisión de maternidad- Estas diferencias conllevan niveles distintos de aceptación social, conflictos y vinculaciones afectivas también diferentes, tanto con el padre –  cuidador principal, ausente real o funcional-, como con la familia extensa y pero también difieren en los recursos económicos y educativos y personales del progenitor encargado de la tutuela. Todas estas situaciones hacen que las familias monoparentales difieran mucho entre sí  y que limiten la generalización de los resultados de muchas investigaciones.

La mayor parte de familias monoparentales están formadas por madres con sus hijos biológicos, que viven sin el padre desde  el divorcio, aunque el número formado por madres solteras va en aumento. En los países europeos las madres solteras suelen ser  mujeres de mediana edad, con nivel de estudios superior y con trabajo estable, que recurren a distintos procedimientos de maternidad, incluida la inseminación o la adopción (Graciela, 2003). En los países con menos recursos económicos son más frecuentes las madres adolescentes o muy jóvenes con escaso nivel  educativo y laboral, que siguen viviendo con su familia de origen. (* Dominicana), lo mismo que sucede en las familias europeas con menos recursos.  

En Estados Unidos dos de cada cinco jóvenes menores de 18 años vive y ha crecido sin su padre biológico, lo que se traduce en un 40% de menores que vive en una familia monoparental; en general la tasa de este tipo de familias ha ido en aumento desde 1995 en casi todos los países industrializados (Chouhy, 2000).  

Aunque la diversidad de familias monoparentales es obvia, Shere Hite, en su informe sobre familia (1995), afirma que !Todas la madres son madres solteras!,  para resaltar que la crianza y educación de los hijos en todas las culturas estudiadas recae prioritaria o exclusivamente sobre la madre.

Uno de los estudios clásicos sobre el tema es el trabajo de McLanahan y Sanderfur, (1994) que incluye a más de 70.000 familias norteamericanas y donde la ausencia de padre se convierte en un factor de riesgo. Estos autores encontraron, mayor riesgo de embarazo en la adolescencia, mayor riesgo de interrumpir los estudios secundarios y mayor riesgo de permanecer sin trabajo en los jóvenes procedentes de familias monoparentales de madre soltera o separada; riesgo que además no aparecía en las familias monoparentales por fallecimiento del padre.

Otros estudios recopilados por Chouhy, (2000), como las investigaciones de Milner y Schremp, Chilton y Markle, Mosher, Oliver, etc. realizados también con población estadounidense o europea, consideran la ausencia de padre como un factor que incrementa el riesgo de manifestar conductas violentas y el riesgo de padecer una enfermedad mental. La ausencia de la figura paterna, se valora a distintos niveles que oscilan desde la ausencia total a presencia parcial que se contabiliza en horas semanales de interacción con el hijo. Los hijos de familias monoparentales muestran un menor autocontrol y empatía en los hijos e hijas, lo que a su vez  incidiría, según los autores, en un mayor porcentaje de conductas violentas de todo tipo. En el trabajo se  especifica que la ausencia de padre biológico puede suplirse con otra figura masculina que ejercería una influencia análoga. 

Estos trabajos nos sitúan en una sociedad con una distribución de roles fuertemente diferenciada en función del género, donde la mujer tiene un rol de protección y apoyo y el padre la figura de poder que establece unas normas y garantiza su cumplimiento, y donde la madre tiene menor formación y menor estatus profesional, que explicaría el nivel de riesgo encontrado en su ausencia.

Los datos que aporta el reciente informe Hite (1995), muestran en cambio,  una mayor funcionalidad en estas familias, que no  tienen ni más estrés, ni más problemas que las familias nucleares completas, y que además facilitan en mayor medida el desarrollo de sus hijos e hijas.

Los hijos varones en su etapa adulta muestran mejor capacidad de entablar relaciones de pareja  por lo que se considera que al no verse obligados a aliarse con el padre y mostrar el desprecio hacia lo femenino, pueden incorporar a su personalidad las cualidades tradicionalmente femeninas. En el caso de las hijas la relación que establecen con sus madres se valora como positiva; son niñas que han crecido viendo su madres como mujeres independientes, interiorizan un modelo de mayor autonomía y autoestima. Resultados que sin duda nos invitan a una reflexión seria sobre las limitaciones del modelo masculino que ha transmitido la familia tradicional.

Encontramos pues resultados desfavorables y otros favorables a la monoparentalidad (Donoso y cols, 1998), y si bien hemos  de tener en cuenta que se han realizado en años diferentes, en países diferentes y con muestras distintas, hemos de resaltar que no tuvieron en cuenta otras variables diferenciales  -edad y recursos de la madre, red de apoyo social, estilo educativo familiar-  que influyen claramente en el desarrollo del menor  

2.2.- Parejas de hecho.

Aunque el término incluye también a parejas heterosexuales, nos referirnos en este apartado a las familias formadas por parejas homosexuales, que actualmente están reivindicando poddr contraer matrimonio o se equiparadas legalmente con éste, y han desencadenado en diferentes países europeos modificaciones de la legislación existente. Aunque durante siglos el matrimonio ha sido un contrato privado, ha estado regulado por la religión, y se ha considerado siempre formado por parejas heterosexuales.

En el siglo XVIII los países europeos empiezan a regular legalmente la cohabitación entre la pareja conyugal y a regular la maternidad, pero la homosexualidad, que era aceptada con normalidad por el ciudadano romano, se  convierte por influencia cristiana en un vicio, en un pecado, en un delito o una enfermedad - así lo manifiesta la  Asociación Americana de Psicología hasta 1980-    en consecuencia, la cultura occidental no ha respetado la orientación sexual ni mucho menos  ha reconocido el derecho al matrimonio ni hasta fechas muy recientes.

Una avance importante en esta línea lo constituyen las resoluciones internacionales como el Consejo de Europa de 1988 y la resolución del Parlamento Europeo de 1997, que postulan, tanto la eficacia de los pactos y contratos matrimoniales de hecho, como la igualdad de trato en todas las disposiciones jurídicas y administrativas, con independencia de la orientación sexual de los afectados, aunque las modificaciones legales dependerán de cada país, y siendo Islandia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Suiza y Holanda quienes son pioneros al reconocer estas uniones.

En muchos casos, como concretamente es el caso del estado español, la jurisprudencia ha ido por delante del derecho positivo, hasta que las distintas comunidades autónomas han ido promulgando leyes, decretos y órdenes, orientados a regular los derechos y deberes de estas parejas, y creando “Registros de Uniones de Hecho”, a nivel Comunitario y a nivel Local. Así, poco a poco, se ha ido reduciendo, aunque sin lograr una plena equiparación, la divergencia respecto a los matrimonios civiles. Reino Unido es un país pionero en estos logros y dentro del Estado Español encontramos un avance en la ley de Andalucía que permite el acogimiento familiar de menores entre parejas homosexuales, aunque la adopción es todavía un terreno vetado en todas las comunidades, a excepción de Navarra.

En un entorno hostil la aceptación de la propia homosexualidad no es fácil (Troiden, 1988) y mucho más difícil la aceptación de la paternidad, sobre todo cuando el apoyo familiar no existe, por eso es importante que las parejas construyan una red social de amigos que los reconozca, les de su afecto y apoyo y participen en sus rituales y celebraciones actuando como verdadera familia sustitutoria.

En este sentido nos parece de especial interés el trabajo de R. F. Oswald (2002) diferenciado dos tipos de estrategias orientadas a facilitar la integración familiar en las parejas homosexuales: Intencionalidad y Redefinición. La Intencionalidad se refiere a las estrategias conductuales orientadas a fortalecer legitimar las relaciones e incluye la participación conjunta en situaciones tales como comidas, celebraciones, viajes y vacaciones u otras situaciones de ayuda, tanto económica, como de  cuidados de los niños o de los enfermos. La Redefinición se refiere a la creación de estructuras lingüísticas y de significado que consoliden la red social.

La incorporación de los niños en el núcleo familiar contribuye también a la normalización, de ahí la utilización de diversos procedimientos que van desde la incorporación de hijos propios, hasta la incursión temporal en relaciones heterosexuales, la inseminación artificial, la adopción o el acogimiento. La existencia de niños facilita el contacto con los abuelos, con sus padres biológicos y  con las parejas de éstos, lo que sin duda amplia la red social del menor y de su pareja tutelar. Corbi-Burnet y Helbrecht’s (****) encuentran que la inclusión de los padrastros incrementa el grado de satisfacción de estas familias.

Entre otros trabajos Patterson (1992), prueba que el desarrollo sexual, personal y social de los hijos vinculados a parejas homosexuales es similar al desarrollo de los niños vinculados a parejas heterosexuales y en la misma línea concluyen muchos trabajos de investigación (Kurdek,1994). No obstante, dado que constitución de las familias a partir de parejas homosexuales ha de tener en cuenta, no solo en la realización de los adultos, sino sobre todo el bienestar de los niños, surge la necesidad de desarrollar  investigaciones rigurosas que nos informen sobre los recursos y puntos débiles de este modelo, evitando el protagonismo de colectivos plagados de prejuicios.

2.3.- Familias adoptantes. 

Constituyen un tipo de familia donde no existe una paternidad biológica y el hijo, o los hijos, pueden incorporarse a la familia a diferentes edades y procedentes de países y etnias distintas a los padres, por lo que el tipo de familia presenta diferencias objetivas notables, al tiempo que conlleva también unas expectativas sociales diferentes.

 La adopción de un hijo es, en el caso de las familias europeas, una decisión que aparece después de una confirmación de esterilidad. Encontramos pues que la maternidad empieza tras una historia larga intentos y frustraciones por tener un hijo biológico con tratamientos que incluyen la reproducción asistida en numerosas modalidades: con la aportación de óvulos o esperma de donantes ajenos a la pareja, complejos procesos de congelación, etc.

Brazelton (1989) indica que el descubrimiento de la esterilidad suele ir acompañado de una amplia gama de emociones negativas: desánimo, aflicción, fastidio, desamparo, inferioridad, unido a una amplia gama de sentimientos irracionales y fantasías -incluida la búsqueda de una relación extramatrimonial-, y acompañado de la utilización de mecanismos de defensa entre los que la negación, la proyección y la ayuda son los más frecuentes. Si bien es cierto que estas las dificultades pueden ser afrontadas de modos distintos.

 Se dice como contrapunto que, debido a estas frustraciones, tales parejas tienen un gran  deseo de paternidad, pero esto  también es aplicable a las familias con hijos biológicos, dado que los métodos anticonceptivos y el aborto legalizado, han reducido notablemente la existencia de hijos no deseados. Además ese deseo no cumplido puede albergar una idealización de la paternidad, idealizando las cualidades del hijo esperado, que de no cumplirse acaban minando su autoestima y su desarrollo; es el proceso que Pittman (1990) ha llamado “síndrome del hijo imperfecto”.

La familia adoptante, tiene además que pasar por un proceso de información, formación y pruebas de valoración psicosocial (en el caso del Estado Español) hasta ser reconocida oficialmente como idónea para la adopción, lo que prueba su competencia. Si el informe emitido es favorable, todavía queda un largo proceso de espera, y un sinnúmero de trámites, hasta que, por fin, un niño llega a  la familia.

La aceptación social hacia las familias e hijos adoptados ha sufrido cambios notables y favorables. Respecto a los padres adoptantes, podemos hablar de equiparación en el modo de tratar a los hijos, aunque en el caso de amigos y conocidos se mantiene una especial curiosidad que resta naturalidad al proceso, además ya no se les trata con lástima o con rechazo por su esterilidad. Desde que la maternidad no se considera el único fin del matrimonio y se valoran más los vínculos de afecto, sexualidad e intimidad, que las  meras funciones reproductoras y desde que los medios de comunicación nos aproximan a las graves carencias de los niños en otras culturas, la adopción es más bien una prueba de generosidad y afecto. Sin duda la divulgación de los estudios sobre el genoma humano, y sus exiguas diferencias raciales, unido a la importancia que las teorías psicológicas atribuyen al ambiente sobre la herencia, seguirán contribuyendo a minimizar las diferencias. De hecho cada vez son más las familias suman hijos adoptados a los naturales y expresan con orgullo la igualdad de trato y afecto que les ofrecen.

Partimos pues de que el deseo de paternidad, y también la protección, el afecto y los cuidados físicos y psicológicos de los progenitores, son análogos para los hijos biológicos y para los adoptados, si bien encontramos que existen dificultades que suelen emergen en la adolescencia (Kohler, 2002), y que pueden deberse, además de la historia previa de padres e hijo,  a otras diferencias básicas que pueden volverse en contra del proceso. Una es la falta de la aceptación social, otra la ocultación de la  condición de adoptado y otra la falta de injerto ausencia de sentimiento de pertenencia  tal como analiza muy bien Neuburguer (1992).

Respecto a la aceptación social, todavía existen sectores de la población que, confían demasiado en la fuerza de la sangre y en el instinto, y viven la adopción como un mal menor para la familia, a veces, en situaciones de conflicto, el origen del niño se convierte en una fuente externa a la que atribuir la culpa. 

El silencio y la ocultación del origen del menor es otra fuente que distorsiona más tarde o temprano la vida familiar, aunque de hecho ha sido una solución frecuente para compensar rechazo social. Como tantos secretos familiares el silencio  no hacía mas que aplazar y ampliar un problema, pues revelarlo se convertía, más pronto o más tarde, en una tarea traumática, casi siempre desvelada por un tercero y a veces  utilizada como una vejación, -como cuando en una pelea, un compañero de aula grita entre otros insultos: “tú eres adoptado”-. Hoy, aconsejados por profesionales, los padres  hablan claramente a sus hijos acerca de su procedencia.

Neuburguer (1992) considera que, peligrosamente, se ha primado la transmisión de información, sin plantearse el momento y el modo más adecuado de transmitirla, lo que unido a las diferencias físicas –obvias en las adopciones de otras etnias- dificulta la consolidación del sentimiento de pertenencia y genera muchos problemas de desadaptación y agresividad. Decir la verdad, no es lo mismo que insistir en la diferencia, y la insistencia en ella debilita los vínculos del niño adoptado, no ya con sus padres, sino con la familia extensa; el niño se siente extraño e interpreta que es querido no por sí mismo, sino porque se comporta de acuerdo con las normas familiares, lo que le lleva a poner a prueba a la familia con todo tipo de conductas.

Para este autor es necesario desarrollar lo que él denomina “un injerto mitológico”, consistente en desarrollar mensajes de vinculación, de semejanza física y  personalidad, y en construir rituales de pertenencia, para que el niño sea parte de la cultura familiar y comparta con todos, los valores, creencias, experiencias y complicidades que constituyen la identidad familiar, lo que resulta clave para que él pueda construir su identidad personal.

3.- Temores ante la diversidad de Interacciones Familiares.

            3.1.- Interacciones entre la pareja conyugal.

            Frente a las parejas con roles y poder diferenciados por el género, el siglo XX aporta la aparición de las denominadas parejas asociativas, que son parejas con una relación basada en la reciprocidad y con un proyecto personal de vida, además del proyecto compartido de formar una familia. La aparición de estas parejas ha supuesto un cambio en la distribución de roles y tareas –las mujeres trabajan y ocupan puestos de alta responsabilidad y asumen cargos públicos, los hombres realizan tareas domésticas y se encargan de la crianza de los hijos- pero ha supuesto también un cambio en la estructura de poder conyugal, ahora más equitativo.

            Según la teoría general de sistemas, que inspira la mayor parte de investigaciones sobre familia, la satisfacción y la funcionalidad del sistema familiar depende de la calidad de las interacciones familiares. El apego, la proximidad emocional el sentido de apoyo, son indicadores de la cohesión familiar que guardan  una estrecha relación con la competencia de la familia. Si bien hay discrepancias respecto al tipo de relación, que es curvilínea para unos (Barber y cols. 1994; Beabers y Hampson, (1995) y lineal para otros ( Farell y Barnes, 1993): Lo cierto que en etapas que tienen a ser percibidas como críticas, como la etapa con hijos adolescentes, las familias más cohesionadas se consideran facilitadotas de su desarrollo personal (Baer, 2000). De ahí la necesidad de fomentar investigaciones que se basen tanto en técnicas cuantitativas como cualitativas, (Gottman y Notarius, 2002) que discriminen con precisión cuáles son las relación más efectiva, con independencia del tipo de composición familiar en que se enmarquen.

Las nuevas parejas asociativas no son idílicas, y también albergan las de luchas de poder e interacciones basadas, más en la competitividad que en la cooperación, porque la nueva equiparación de roles es todavía una meta con escasos modelos previos. La competitividad y en miedo a perder o no lograr los privilegios deterioran la vida con conyugal y termina en muchos casos en separación. Todavía hoy, muchos varones se sienten confusos que se sienten perdedores e infravalorados y muchas mujeres que sufren que victimas de una desigualdad histórica (Quintero Velásquez, 2003) tienen que asumir la doble jornada laboral - trabajar dentro y fuera de casa- o plantear estrategias de enfrenamiento que no son útiles en la familia. 

            Los nuevos modos de interacción más equitativos han afectado también a la relación entre padres e hijos, incrementando la protección infantil, sobre todo a partir de la Convención de Derechos del Niño -Naciones Unidas,1989-, que han inspirado las reformas legales de muchos países. Estas reformas ayudaron a prolongar los periodos de formación obligatoria y opcional, retrasando la incorporación al mundo del trabajo y creando medidas de protección para respetar los derechos del menor. Pero los modelos democráticos tampoco cuentan con una tradición sólida, y encontramos familias confusas respecto a los niveles de exigencia y al estilo de disciplina que deben mantener con sus hijo, de modo que encontramos  casos en que se produce una huída de la función paterna, algunos padres quieren jugar más un rol de amigo que de formador, y otros asumen un rol negligente, sobreprotector o simplemente arbitrario. (*).

            La vertiginosa entrada en la sociedad de consumo atrapa a muchos padres y madres en el ciclo imparable de trabajo y consumo, lo que quita tiempo para una atención directa a la educación de los pequeños y a delegar su cuidado a las abuelas, o a jóvenes que no siempre están preparadas para asumir esta responsabilidad. Otras veces la decisión de divorcio, o de formar una segunda familia, se lleva a cabo sin la menor consideración al pequeño, que se utiliza como instrumento en la lucha de la pareja, cuando no se le obliga a amar y a desamar a los sucesivos padrastros de presencia móvil y transitoria (Casabianca, 2000), sin respeto a sus sentimientos ni a su propio proceso de adaptación.

En el caso de familias monoparentales y reconstituidas, los problemas de conducta en la escuela se dan en niños cuyos padres están físicamente próximos pero psicológicamente distantes, mientras que en este mismo tipo de familias, si la relación con el padre es cálida, la adaptación escolar es buena. (Taanila, y cols. 2002)

            Aunque quizá son los abuelos, los que más poder han perdido en la nueva reestructuración de poder. Al no ser la familia una unidad de producción y al ver mermados sus recursos económicos con pensiones insuficientes, y también debido a que aparece la individualidad (Quintero, 2003) como un nuevo valor familiar; los ancianos que ven alargadas sus expectativas de vida, pero temen pasar a depender de sus hijos y  viven solos y aislados, en situaciones precarias, sin suficiente atención familiar ni social; se han convertido en los puntos más frágiles las nuevas familias.

4.- Conclusiones.

Para quienes deseaban y vaticinaban la muerte de la familia, tenemos la evidencia que avalan los datos: la familia no ha muerto. Hombres y mujeres siguen buscando pareja estable, viviendo en familia, comprometiéndose en el cuidado de sus hijos, valorando el afecto recibido y considerando que su felicidad personal depende de la familia.

Para quienes se lamentan porque consideran que la familia ha cambiado tanto que casi ha muerto y se sienten confusos ante los cambios que la familia ha experimentado, hemos de recurrir a las investigaciones que analizan de qué factores de la vida familiar depende la competencia y la satisfacción de sus miembros. No podemos hablar con simplicidad de familias funcionales y disfuncionales, sino que es necesario  analizar qué dimensiones de la vida familiar  facilitan en mayor medida el desarrollo de los miembros de la familia. Necesitamos investigaciones científicas que avalen y difundan las tareas de formación, asesoramiento y mediación familiar.

A quienes se lamentan por la pérdida de la familia tradicional, tendremos que abrirles los ojos para que dejen de llorar por la familia que nunca existió, porque si bien es cierto que en la familia patriarcal había afecto, protección y seguridad, no es menos cierto que su autoritarismo, su sexismo y su hermetismo eran terreno abonado para ahogar las libertades individuales y para ocultar la violencia y los abusos tras un mito de la armonía y de indisolubilidad, que permitía que el sufrimiento se perpetuase en silencio.

En nuestra opinión la familia, en su sentido y función más genuina, no ha muerto, sigue siendo un espacio de solidaridad preocupado por la protección de los niños, un grupo con un proyecto de vida compartido y con deseos de larga duración. Pero además la familia ha incrementado sus exigencias –entre los esposos, con los hijos, con los ancianos- pretendiendo garantizar no sólo la supervivencia, sino también la autorrealización personal, respetando los derechos y la individualidad de todos y exigiendo entre ellos, no sólo vínculos de sangre, sino vínculos de protección, de afecto, de intimidad sinceros.

Consideramos que gracias al cambio y la diversidad la familia no ha muerto, sino que se mantiene como el entorno próximo más adecuado para el desarrollo humano, porque la diversidad posibilita el legítimo derecho de armonizar el desarrollo de un proyecto personal de vida con un proyecto individual. La familia no puede encerrarse en sí misma, sino que aún manteniendo su cohesión debe flexibilizarse  y abrir sus límites para  posibilitar la participación activa de sus miembros en la comunidad y construir así un pueblo, una aldea global habitable para todos.

El siglo que empieza nos ofrece, gracias al progreso tecnológico la posibilidad de construir un planeta unido por la información, pero alberga también la posibilidad de convertir el planeta en un espacio de solidaridad, que vaya más allá del hogar familiar, pues el verdadero desarrollo de niños y adultos de cada familia, requiere de un desarrollo sustentable para todas las familias de todos los pueblos. El proceso ya esta en marcha.

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